Tres

Una sonrisa transformó el delgado rostro de Willie cuando vio a Lara en los escalones del barracón.

—Pasa, ¡entra! Estábamos hablando de ti y preguntándonos si te dejarías caer pronto por aquí.

La sonrisa de Lara era un tanto forzada y tenía el rostro sonrojado, pero nadie pareció notarlo, cosa que agradeció. Estaba furiosa consigo misma por su forma de reaccionar al ver el pecho desnudo de Carson.

¿Cómo se habría atrevido a pedirle que fuera a ver las fotografías de los Blackridge para después enredarse con una rubia barata ante sus propios ojos?

Pero incluso mientras su cerebro iba formulando aquella pregunta, Lara era consciente de que no tenía derecho a hacerla.

En primer lugar, no le había dicho a Carson que pensaba pasar aquella noche por la casa; lo había dejado en la entrada sin decirle una sola palabra. En segundo lugar, no era asunto suyo que a Carson le gustaran las rubias baratas. Y en tercer lugar...

Los pensamientos de Lara se hicieron añicos al recordar a Carson con la camisa abierta, y frotándose el cuello de manera que los músculos de su pecho se movían con cada uno de sus gestos. Lo único que había sido capaz de hacer había sido dar media vuelta y salir corriendo. Se había vuelto muy tímida con los hombres desde que Carson la había rechazado. La vergüenza del momento en el que se había ofrecido a sí misma y él la había rechazado todavía la asaltaba en los momentos más inesperados.

—Te acuerdas de Murchison, ¿verdad? —preguntó Willie.

—Por supuesto. Hola, Murchison —Lara repitió el saludo con Jim-Bob y con Dusty—. ¿A cuál de vosotros debo darle las gracias por cuidar de Shadow?

Se levantó un coro de respuestas, que fue sofocado por las palabras de Willie:

—Debe de haber sido Carson. Cuando se enteró de que ibas a venir, mandó limpiar la granja. También se encargó de limpiar a Shadow.

Lara abrió la boca, pero fue incapaz de pronunciar palabra. Apenas podía creer que Carson hubiera querido ayudarla. Carson, que apenas le había dirigido la palabra durante el entierro de Cheyenne. Aunque, si era sincera, tenía que reconocer que tampoco ella le había dado muchas oportunidades de decir o hacer nada. De hecho, cuando Carson había intentado ofrecerle consuelo, ella había pasado por delante de él y sólo se había permitido llorar entre los comprensivos brazos de Yolanda mientras Larry Blackridge permanecía sentado en su silla de ruedas, prematuramente envejecido por los ataques cerebrales que habían terminado matándolo. Sharon Blackridge no había podido ir al funeral. Había muerto unas semanas antes.

Sacudiendo inconscientemente la cabeza, Lar a apartó el recuerdo del entierro de Cheyenne y de la hasta entonces desconocida para ella enfermedad de su padre. Ambos hombres habían vivido plenamente en el rancho que adoraban. No había por qué compadecerlos, no había ningún motivo para la tristeza. Si ella pudiera morir después de haber disfrutado de una existencia la mitad de interesante y constructiva que la de ellos, lo haría con el convencimiento de que la vida había merecido la pena.

Willie terminó las presentaciones sin advertir que la atención de Lara estaba dividida entre el pasado y el presente. La joven sonreía y murmuraba las palabras adecuadas mientras memorizaba los rostros viejos y jóvenes de los trabajadores. Eran doce hombres, más de los que habían vivido nunca en Rocking B. El rancho había florecido durante los últimos años bajo el mando de Carson, desde que la enfermedad había obligado a Larry Blackridge a cederle las riendas a su hijo adoptivo.

Los hombres que vivían en el barracón formaban una curiosa mezcla, y no sólo de edades. Era algo común en los ranchos, a los que los hombres llegaban y de los que se iban como las estaciones. La mayoría de los peones eran nacidos en alguna granja o rancho del oeste, pero los había también que procedían de las superpobladas ciudades del este y habían encontrado un hogar en aquellas solitarias tierras en las que apacentaba el ganado. Algunos de ellos, como Willie, eran solteros empedernidos, tímidos hasta el dolor con cualquier mujer a la que no hubieran conocido desde niña. Otros, como Murchison, estaban divorciados. Había también un atractivo joven, al que llamaban Spur, que tenía predilección por las mujeres que no demandaban ninguna clase de ataduras.

Lara sonrió alrededor de aquel círculo de rostros atentos. Tras ellos, vio las sillas y las mesas en las que jugaban a menudo a las cartas. Sobre un desvencijado escritorio se veía el material necesario para escribir cartas, y las revistas se apilaban sobre una larga mesa de café. Una televisión parloteaba en una esquina.

—Os he interrumpido —se disculpó Lara—. Por favor, continuad con lo que estuvierais haciendo. Sólo quería hablar unos minutos con Willie.

Se levantó otro coro de protestas, mientras Spur se acercaba a apagar el aparato de televisión.

—De ningún modo —dijo sonriente, y se volvió hacia Lara—. Willie nos ha hablado de ti, pero se le había olvidado decirnos lo guapa que eres.

Lara sonrió ligeramente.

—Apuesto a que normalmente tienes mucho éxito con esa frase —dijo secamente, sonriendo mientras le dejaba saber a Spur que ella no estaba disponible.

El resto de los hombres se relajaron inmediatamente y empezaron a tomarle el pelo a Spur el pelo hablando de su éxito con las mujeres. Spur se echó a reír, en absoluto ofendido por sus bromas o por la negativa de Lara a participar con él en el más antiguo de los juegos.

—¿Sobre eso estás haciendo tu investigación? ¿Sobre las formas de ligar en el oeste? —le preguntó.

Lara sacudió la cabeza sonriendo.

—Nada parecido. Estoy reconstruyendo la historia del rancho Rocking B desde mil ochocientos sesenta hasta mil novecientos sesenta.

—Antes de que yo naciera —dijo Spur—. Y antes de que tú nacieras también —añadió, dirigiéndole una apreciativa mirada.

—Por eso me interesa —dijo Lara, quitándose la mochila antes de que Spur se ofreciera a ayudarla. Antes de abrir el bolsillo, volvió a alzar la mirada—. ¿Estáis seguros de que no os interrumpo?

—Eh, cariño —dijo Jim-Bob, rascándose la cabeza entrecana—, llevamos tanto tiempo jugando a las cartas entre nosotros que ya sabemos la carta que va a tirar el otro antes de verla. Preferimos hablar con una dulce jovencita.

—Vaya, pues si encontráis a alguna, avisadme para que yo también pueda hablar con ella —musitó Lara, mientras continuaba buscando en el bolsillo de la mochila.

Los hombres rieron e intercambiaron codazos de admiración mientras Willie la miraba como un padre orgulloso. Saber que Lara no había ido a coquetear con ninguno de los peones del rancho le permitía relajarse y disfrutar de su compañía.

—El tipo de historia que estoy haciendo —comenzó a decir Lara, tras sacar la grabadora— es historia social. No me importa que recordéis quién era el gobernador o quién fue presidente durante los años en los que transcurre vuestra propia historia. Lo que me importa son los acontecimientos y la gente del propio rancho. Quiero conocer las historias que os contaron vuestros abuelos, y que les contaréis vosotros a vuestros hijos y a vuestros nietos.

Lara alzó la mirada y miró a cada uno de los hombres, intentando hacerles comprender por qué recuerdos que podían considerar triviales eran importantes para ella.

—El Rocking B de otros tiempos ha desaparecido. Sólo vive en vuestros recuerdos y en las historias que conocéis sobre hombres y mujeres que ahora están muertos. Algunos de vosotros habéis pasado aquí todas vuestras vidas, y cuando erais jóvenes, trabajasteis con peones mayores que vosotros que también habían pasado aquí toda su vida. Ellos fueron jóvenes en otros tiempos, y a su vez escucharon las historias que contaban los peones más viejos.

El más anciano de los peones asintió, recordando su juventud, cuando convivía con hombres que habían sido jóvenes antes del cambio de siglo.

—En cualquier caso —continuó Lara—, los hombres que han vivido en el barracón de Rocking B son como una familia que ha transmitido sus recuerdos durante años. O por lo menos antes era así —miró hacia el televisor con una mueca—. Contar historias solía ser el principal entretenimiento en el rancho. Pero ese tiempo ya pasó, y yo quiero recuperar esas historias antes de que se olviden. Quiero que cualquiera que lea mi trabajo pueda cerrar los ojos y escuchar las voces del pasado. Quiero que la gente sepa realmente lo que era vivir en este rancho hace muchos años.

Jim-Bob, que en otro tiempo había sido un mujeriego y todavía tenía cierto éxito con las viudas del lugar, se frotó la barbilla lentamente.

—Supongo que también querrás saber algo sobre las mujeres, ¿verdad? No todas ellas eran lo que se dice... respetables. Y no lo digo porque lo sepa por experiencia —añadió precipitadamente—. Pero he oído algunas historias...

Lara disimuló una sonrisa.

—Si mi grabadora se ruboriza o se desmaya, prometo tirarla y conseguir un modelo más resistente.

Jim-Bob se echó a reír.

—Las personas que vivían en el rancho no eran santas —continuó Lara—. De hecho, yo tampoco lo soy. Estoy segura de que en el pasado ocurría lo mismo. Lo único que quiero es que habléis como si yo no os estuviera oyendo. Y si mi presencia os molesta, le enseñaré a Willie a utilizar la grabadora. O si lo preferís, podéis escribir aquellas cosas que os avergüence contar en voz alta.

Jim-Bob la miró dubitativo.

—Algunas historias son realmente crudas.

Lara sonrió y dijo con calma:

—Si estás pensando en la historia de Annie y el incendio del barracón, o en la sorpresa que le dieron a Sally el día de Halloween, o en el día que el padre de Cheyenne tuvo que volver desnudo del pueblo después de haber sido sorprendido en la silla de otro...

Las risas de los peones de mayor edad ahogaron las palabras de Lara. Ésta esbozó una sonrisa traviesa.

—Yo he crecido en el rancho. Y si os sirve de algo, la primera historia que he recogido para mi investigación es la vida de una soltera nonagenaria que vive en Firehold River y que trabajó en todos los burdeles de Montana. Después de hablar con esa encantadora alcahueta, puedo escuchar cualquier cosa.

—Parece que estás hablando de Tickling Liz —musitó Willie.

—Me dijo que te saludara si te veía —musitó Lara—, y te preguntara si todavía te gusta bailar descalzo sobre la hierba.

Willie se sonrojó hasta las raíces de su escaso cabello mientras el resto de los hombres aullaban y reían. A partir de aquel momento, las historias comenzaron a fluir. Aquella noche, Lara no intentó dirigir el curso de los recuerdos. Ya tendría tiempo para hacerlo más adelante, cuando los hombres se acostumbraran a verla entre ellos.

—Estaba también esa yegua que no trabajaba a menos que le dieran café, como al resto de los peones —dijo Murchison, interrumpiendo uno de sus relatos para encenderse un cigarrillo—, ese trabajador nuevo, Perkins, no se podía creer que a la yegua le gustara el café. Pensaba que le estábamos tomando el pelo. Así que ensilló la yegua después del desayuno y no había recorrido ni veinte metros cuando el animal se sentó en medio del surco. Lo juro por Dios. Se sentó y se quedó mirando a Perkins como si estuviera esperando a que hiciera algo. Bueno, Perkins la pateaba, la insultaba, y la yegua continuaba sentada, elevando los ojos al cielo.

—¿Y al final qué hizo él? —preguntó Spur sonriente.

—Al final renunció —continuó Murchison, soltando una bocanada de humo—, así que se pasó media mañana tirando él mismo del carro y la otra media llevándole café a la yegua.

—¿Y funcionó?

—No.

—¿Por qué no? ¿Entonces se estaban burlando de él?

—No. Pero a la yegua sólo le gustaba el café con crema.

La risa de Lara se unió a las risas más roncas de los hombres. Le encantaba que los trabajadores del rancho comenzaran a hablar de caballos que ella había conocido.

—¿Alguna vez has oído hablar de Wild Blue? —preguntó Dusty.

Lara sacudió la cabeza, aunque el nombre le resultaba vagamente familiar.

—Era un enorme semental que vagaba a su antojo por los campos en la época en la que el primer Blackridge llegó al valle. Los indios habían intentado atraparlo, pero eso era como intentar atrapar al viento. Así que le llevaban sus mejores yeguas y las soltaban para que las montara...

El peón hablaba lentamente, con voz casi vacilante. Tenía más de setenta años y había nacido en el rancho. Lara estaba tan atenta a sus palabras como a sus silencios, mientras dejaba que su relato ocupara su mente y la trasladara a una época en la que los caballos corrían libremente por los campos.

Las historias iban fundiéndose una con otra, como arroyuelos que se encontraban en un río. Cuando era necesario, Lara cambiaba la cinta, sin interrumpir el torrente de palabras.

Spur, que se había mantenido al margen mientras los demás hablaban, resplandeció cuando se abordó el tema de los bailes. Willie sacó rápidamente su violín y comenzó a tocar viejas canciones con dedos sorprendentemente ágiles. Spur demostró ser un gran bailarín, pertenecía a una familia que había colaborado en la conservación de muchas de las danzas tradicionales del oeste.

Comenzó a salmodiar las danzas que había aprendido y a demostrar el ritmo y los exuberantes pasos que acompañaban las palabras.

—Este paso es conocido como Sobre la Luna y Alrededor de la Montaña.

Lara pestañeó. No era ninguna autoridad en ese tipo de bailes, pero tenía la sensación de que alguien estaba empezando a tirar suavemente de su mano. Por otra parte, no tenía el menor reparo en proporcionarles a los hombres un poco de entretenimiento a sus expensas.

—Por Sobre la Luna y Alrededor de la Montaña —repitió muy seria—. Suena un tanto... agotador.

—Oh, no es para tanto. Ven aquí, te lo enseñaré.

La agarró entre sus brazos. Lara vaciló un instante antes de atreverse a estirar sus propios brazos. Cuando Spur la colocó en posición de baile, se dio cuenta de que era tan alto como Carson, y casi tan fuerte como él.

—¿Lista?

—Lo dudo, pero estoy dispuesta a intentarlo.

Spur le guiñó el ojo.

—Ésa es mi chica. Y ahora, comenzaremos con el pie derecho.

Obediente, Lara echó el pie derecho hacia delante. Inmediatamente, Spur la lanzó al aire como si fuera una niña y la hizo girar alrededor de sus hombros, cerrando un círculo completo. Lara se aferró a Spur con tanta fuerza como si fuera un caballo desbocado. Spur soltó una carcajada, la dejó en el suelo con mucho cuidado y le sonrió.

—Por Sobre la Luna y alrededor de la Montaña —le dijo—. ¿Te ha gustado?

—En...

—Lo haremos una vez más.

—Spur...

Ya era demasiado tarde. Los pies de Lara abandonaron el suelo antes de que pudiera terminar la frase. En aquella ocasión, Spur la lanzó incluso más alto y la hizo girar dos veces sobre sus hombros. Los hombres aullaban de aprobación e intentaban dar sus propios pasos de baile mientras Willie continuaba tocando una vieja canción. Lara subió por encima de la luna y rodeó tantas veces las montañas que perdió la respiración. A los pocos minutos estaba riendo a carcajadas, sin respiración y tan mareada que cuando Spur la dejó por fin en el suelo tuvo que agarrarse a él para no caerse.

De pronto, se hizo un silencio total en el interior del barracón. Lara se apartó el pelo de los ojos y alzó la mirada. Carson estaba en la puerta del barracón y sus ojos habían adquirido el color glacial de un cielo de invierno tras la puesta de sol. Aunque se inclinaba con aparente indiferencia contra la puerta, la tensión de su cuerpo desmentía su aparente tranquilidad.

—¿Alguno de vosotros sabe qué hora es? —preguntó Carson con una voz tan helada como el viento de febrero.

—Cerca de las once —contestó Spur—, ¿por qué?

—Mañana va a ser un día muy largo —dijo Carson con rotundidad. Taladró a Lara con la mirada—. ¿Llevas tanto tiempo en la ciudad que ya has olvidado lo pronto que empiezan los días en el rancho? Estos nombres tienen que trabajar y no podrán hacerlo si no son capaces de abrir los ojos por la falta de sueño.

—Lo siento. He perdido la noción del tiempo —dijo Lara. Apagó la grabadora precipitadamente y la metió en la mochila—. No volverá a ocurrir.

—Puedes estar segura —replicó Carson. Se enderezó y se acercó lentamente hasta ella con la mano extendida—. Yo te llevaré la mochila.

—Espera un momento —intervino Spur, agarrando la mano de Lara mientras ésta intentaba guardar el resto de sus cosas en la mochila—. Lo que hagamos antes del amanecer y después de la cena es cosa nuestra. Y si queremos ayudarte con tu investigación, Lara, lo haremos.

Si la habitación se había quedado antes en silencio, en aquella ocasión el silencio se hizo mortal. Los trabajadores más viejos contenían la respiración, anticipando el estallido de Carson, que se había ganado una bien merecida reputación por su duro carácter. Pero Carson se limitó a mirar al peón. Spur comprendió que estaba en una situación difícil, pero no iba a retractarse.

—No pasa nada, Spur —dijo Lara rápidamente—. Carson tiene razón, no debería...

Un rápido movimiento de Carson interrumpió las palabras de Lara. Ésta se mordió el labio y deseó saber por qué estaba Carson tan enfadado.

—Ésta es la investigación más estúpida que he visto en toda mi vida —dijo Carson con voz de hielo—. A menos que estés haciendo una tesis sobre el arte del flirteo. ¿Es eso, Lara? —le preguntó, dirigiendo una mirada fulminante a su mano derecha.

Lara se dio entonces cuenta de que Spur todavía le estaba agarrando la mano derecha para evitar que continuara recogiendo sus cosas. Inmediatamente, se separó de él.

—Sí, supongo que tiene sentido —continuó Carson—. Podrías ir por todos los barracones y ganarte la admiración de los vaqueros más jóvenes, que supongo te darían toda una colección de gracias por ser tan encantadora y mostrarte tan abierta. Diablos, apuesto a que debe de ser una vida muy agradable para cualquier mujer, siempre y cuando no le importe ganarse la fama de ser una mujer fácil o algo peor.

—Una mujer fácil —repitió Lara muy tensa, colgándose la mochila y apartándose el pelo de la cara con un brusco movimiento—. Sí, supongo que tú eres un experto en mujeres fáciles... o algo peor, si esa rubia semidesnuda con la que estabas esta noche es un ejemplo del tipo de mujeres que te gustan —el desdén vibraba en cada una de las palabras que Lara le dirigía a Carson—. Pues bien, señor Experto, si no te dedicaras a frecuentar a mujeres fáciles, no pensarías que todas las demás estamos deseando acostarnos con el primer hombre que nos encontremos.

Carson agarró a Lara del brazo cuando ésta pasó por delante de él. Se inclinó hacia ella y musitó, de manera que nadie pudiera oírlo:

—Creo que te estás olvidando de quién se ofreció a quién años atrás, y quién fue el que te rechazó.

Lara alzó la mirada hacia los fríos ojos de Carson y sintió que algo se helaba en su interior. De pronto fue como si no hubieran pasado los años. Ella estaba desnuda, vulnerable, anhelante y confiada... Y él no experimentaba ninguna de esas cosas. Carson era un hombre encerrado en sí mismo, un hombre cruel que lo único que pretendía era hacerla sentirse avergonzada.

Nada había cambiado. Lara se sentía tan indefensa frente a Carson como años atrás. Y darse cuenta de ello le resultó devastador.

—Maldito seas —musitó, temblando de humillación—. ¡Maldito seas!

Pasó por delante de Carson y corrió sin detenerse hacia la noche. Lo oyó llamarla una y otra vez, con urgencia, como si lo moviera algo más que su enfado. Pero Lara no vaciló en su huida.

Carson llegó al marco de la puerta justo a tiempo de ver la blusa clara de Lara retirándose por la carretera que separaba la casa del rancho de la granja Chandler. Tras él, en el explosivo silencio del barracón, sintió que algo se movía. Con un movimiento rápido, agarró a Spur del brazo antes de que el joven pudiera salir corriendo detrás de Lara.

Sin ningún miramiento, lo obligó a bajar los escalones de la entrada y lo llevó a la parte trasera del barracón, donde nadie podía oírlos.

—Voy a decírtelo una sola vez, vaquero, sólo una, ¿me estás oyendo? —gruño Carson.

Spur abrió la boca para decir algo, pero al ver el fuego que brillaba en los ojos de Carson decidió que la discreción era también parte del valor.

—Tú eres nuevo en el valle —continuó Carson—, no sabes nada de los Blackridge y los Chandler y no voy a perder el tiempo explicándotelo. Lo único que tienes que saber es que Lara Chandler es mía, ¿lo has comprendido?

Spur vaciló, pero asintió.

Carson miró al joven durante largos segundos y al final lo soltó.

—Muy bien. Procura recordarlo.

—¿O me despedirás? —preguntó Spur, en un tono agresivo y curioso al mismo tiempo.

A los labios de Carson asomó una sonrisa.

—No, claro que no. Te destrozaré. Y si después quieres seguir trabajando para mí, serás más que bienvenido. Eres un buen trabajador, Spur. Uno de los mejores que he tenido, a pesar de que apenas tengas años suficientes para beber alcohol. Pero hay muchos peones buenos. Y Lara Chandler sólo hay una.

Spur abrió la boca, la cerró y esbozó una media sonrisa.

—Estás a la altura de tu fama, Blackridge. Duro, pero justo. ¿Sabes una cosa? Si Lara me hubiera alentado lo más mínimo, no me habría importado tener que pelear contigo. Por una mujer como ella, merece la pena. Pero por lo que he podido ver, Lara no está abierta ni a mis invitaciones ni a las de nadie —Spur se encogió de hombros—. Así que, toda tuya. Y te deseo suerte, porque vas a necesitarla.

Aunque Spur no dijo nada más, era evidente que pensaba que la negativa de Lara a salir con él podía hacerse extensiva al propietario del rancho Rocking B.

Mientras se volvía y caminaba hacia su casa, Carson estaba pensando en lo mismo. Le había parecido muy fácil cuando Lara había retrocedido al descubrirlo con otra mujer. Y también cuando había visto que los ojos de Lara se llenaban de recuerdos al verlo con la camisa desabrochada. Y esa era exactamente la reacción que él esperaba.

Lo que no esperaba era que Lara saliera huyendo de él como si estuviera siendo perseguida por las hordas del infierno. Antes de que Susanna se hubiera dejado caer por la casa, Carson ya estaba en la biblioteca, esperando que Lara se acercara esa misma noche. Tenía intención de recordarle los sensuales placeres que en otro tiempo habían compartido recibiéndola con la camisa desabrochada. Y había imaginado que cuando Lara se ofreciera a hacerle un masaje en el cuello para aliviar su dolor de cabeza, aceptaría sin dudar. Lara tenía unas manos maravillosas. No había un solo dolor que se le resistiera.

Carson maldijo furioso. Cuatro años atrás, él no pretendía hacerle ningún daño a Lara. Y, desde luego, tampoco era su intención hacérselo en el barracón. Aquellos cuatro años deberían haber sido tiempo más que suficiente como para que hubiera olvidado su rechazo. Hasta que no había visto el fogonazo de celos en sus ojos al encontrarlo con otra mujer, incluso había temido que durante aquellos años hubiera olvidado por completo los meses que habían compartido. Carson había asumido que durante ese tiempo, Lara habría encontrado a más de un hombre deseando tomar lo que a él tan dulcemente le había ofrecido. Un regalo que se interponía de tal manera en la batalla que Carson estaba librando con su padre que en aquel entonces no había podido aceptarlo.

Como siempre le ocurría, la idea de que otro hombre hubiera podido conocer el cálido y adorable cuerpo de Lara le hizo apretar la barbilla hasta al dolor. Había sido un estúpido al rechazarla, le había hecho daño a Lara y había complicado de manera infernal su propia vida en el proceso; pero ya no podía hacer nada, excepto asegurarse de no repetir el error. Había rechazado la oportunidad de ser el primero en enseñarle a Lara los placeres del sexo. Y se arrepentiría de ello durante el resto de su vida. La idea de que otro hombre pudiera deslizarse en el dulce cuerpo de Lara lo había mantenido despierto más de una vez durante aquellos años. Y el recuerdo del dolor y la vergüenza de Lara cuando la había rechazado le había impedido conciliar el sueño muchas más veces que su permanente deseo de ella.

Lara lo había mirado de la misma forma aquella noche, sorprendida, herida y avergonzada hasta el fondo de su alma. El recuerdo de su rostro pálido y su mirada herida se clavó en el corazón de Carson como un cuchillo, haciéndole esbozar una mueca de dolor, de aquel dolor que nunca había pretendido infligir a Lara. Lara era tan frágil, tan delicada y dulce como una flor silvestre. Y él no era un hombre delicado, ni de fácil naturaleza. El hecho de que Lara continuara siendo tan vulnerable le procuraba al mismo tiempo esperanzas y miedo. La esperanza de poder convertirla en su esposa y el miedo a haberla herido de tal forma que temiera incluso confiar en él.

«¡Maldito seas! ¡Maldito seas!»

Las palabras de Lara se repetían en su cerebro con cada uno de sus pasos mientras se dirigía a su polvorienta camioneta. Subió a la cabina, cerró de un portazo y aceleró pensando que le gustaría haberse comportado de manera diferente aquella noche. Pero no lo había hecho. Por culpa de su maldito genio, le había bastado ver a Lara sonrojada entre los brazos de Spur para desear destrozar al joven vaquero.

Con un rápido gesto, Carson encendió las luces, deseando poder ver la blusa de Lara recortándose contra el fondo oscuro de la noche. Pero lo único que vio fueron los ojos de una vaca asomada a la cerca de los pastos.

A pesar de que lo devoraba la impaciencia, Carson mantuvo una velocidad prudente mientras intentaba localizar a Lara. Dudaba de que hubiera tenido tiempo de regresar hasta la granja, pero no había ninguna señal de la joven. Al llegar a la granja, paró la camioneta para abrir la puerta de acceso. Al hacerlo, oyó gemir la madera y tomó nota de que había que arreglarla. Si continuaba gimiendo de esa manera, Lara sería incapaz de moverla para cuando terminara el verano.

Si para entonces continuaba todavía en la granja.

La idea lo hizo resoplar. Lara tenía que quedarse. Él no estaba dispuesto a aceptar ninguna otra posibilidad. Le había parecido muy fácil después de que su madre muriera. Y aunque Lara se negara a hablar con él, estaba seguro de que con el tiempo y la cercanía podría acabar con su frialdad. Por lo que él sabía, Lara no era una persona fría en absoluto. Al contrario, era por lo menos tan apasionada como lo había sido su propia madre.

Carson frunció el ceño. No le gustaba pensar en la amante de Larry. Él había crecido pensando que Becky Chandler y su hija eran sus enemigos. Al igual que su madre, culpaba a los Chandler de que Larry nunca hubiera sido ni un buen marido ni un buen padre. Años después, cuando ya era demasiado tarde para evitar que pudiera herir a Lara, se había dado cuenta de que los errores de Larry eran únicamente suyos y no de la apasionada mujer de ojos azules a la que Larry tanto había amado cuando no era capaz de querer a su propia familia.

Para Carson no había sido fácil admitirlo, pero había tenido que enfrentarse a la realidad de la falta de amor de su padre adoptivo y de los motivos que tenía para ello. A partir de entonces, Carson había puesto aquellos recuerdos tras él y había mirado hacia delante, para ocuparse de cosas que todavía podía cambiar o controlar.

Él siempre había sido así. En cuanto aprendía algo, nunca miraba atrás. Para él, el pasado era el lugar en el que quedaban el sufrimiento, los errores, las desilusiones y los sueños rotos. No se dejaba seducir por él. Nunca había sabido quiénes eran sus padres biológicos, y las personas que lo habían adoptado lo habían hecho por motivos que nada tenían que ver con el deseo de tener un hijo al que amar. Carson no tenía raíces, una historia familiar en la que pudiera arraigarse.

Pero tenía futuro. El futuro era suyo. Y no pensaba dejar que se lo arrebataran los errores que otros habían cometido en el pasado.