Nueve

Carson observó la melena oscura de Lara mientras ésta inclinaba la cabeza sobre la mesita del café al tiempo que iba revisando otra de las cajas. El suelo estaba cubierto de documentos, fotos y recuerdos divididos en décadas. Cuando una de las pilas del material que Lara había amontonado estuvo a punto de caer al suelo, Carson la sujetó con sus enormes manos.

—¿Ésta es la pila de mil novecientos diez? —preguntó, disimulando un bostezo.

Larry hizo un sonido que podía haber sido una afirmación.

—¿Lara?

Lara alzó la mirada de la fotografía que tenía en la mano. Las lágrimas intensificaban el azul profundo de sus ojos. Carson abrió las manos y una cascada de fotografías y papeles cayó al suelo.

—¿Qué te pasa, cariño? —preguntó, alargando los brazos hacia Lara.

Sin decir una sola palabra, Lara le tendió un puñado de fotos.

—Estaban entre todas esas fotos de mil novecientos. No sé por qué.

Carson miró la primera fotografía. Reconoció la poza y las enormes piedras de granito. Había una joven tumbada sobre una de ellas, disfrutando del sol con la misma naturalidad que una mariposa. Era delgada, de elegantes formas, y tenía el pelo del color del sol. Aunque no mirara a la cámara, Carson tuvo la certeza de que los ojos de aquella mujer eran de un azul tan brillante e intenso como el agua de un lago de montaña.

—Es tu madre —no era una pregunta, sino una afirmación.

Lara asintió.

Por un instante, Carson tensó la mano sobre las fotografías, como si estuviera a punto de arrojarlas al otro extremo de la habitación. Las miró fijamente, sin decir nada, deseando haber apartado más documentos de aquellos archivos. Podría haberle ahorrado a Lara el dolor de reencontrarse de forma tan inesperada con el fantasma de su madre. Lentamente, y casi en contra de su voluntad, apartó la primera foto y la colocó bajo las otras.

El sonido de la cámara debía de haber alertado a Becky. Porque en la foto siguiente se había incorporado sobre un codo y sonreía. Carson siseó algo ininteligible. Había visto esa misma sonrisa cuando se acercaba a Lara inesperadamente y ella se volvía hacia él con el rostro resplandeciente de placer. Si Carson hubiera tenido alguna duda sobre quién había tomado esas fotografías, la habría resuelto en ese mismo instante. Sólo había habido un hombre capaz de iluminar el rostro de Becky Chandler de esa manera. El hombre del que había sido amante durante trece años y del que había concebido una hija.

La siguiente fotografía era un primer plano de Becky mirando a la cámara. Por el ángulo de la luz, la fotografía debía de haber sido hecha a última hora de la tarde. Becky tenía los labios ligeramente hinchados, las mejillas sonrosadas y el pelo revuelto. Y también la mirada lánguida y sensual de una mujer que acababa de ser amada.

Todo el cuerpo de Carson se tensó mientras se preguntaba si Lara lo miraría a él con tal veneración cuando por fin hicieran el amor.

La última fotografía dejó a Carson tan paralizado como había dejado a Lara. Era un primer plano de Larry Blackridge, pero el que aparecía era un Larry al que Carson no había visto jamás. Su padre sonreía con cariñosa indulgencia mientras Becky tomaba la fotografía. A pesar de la curva apenas imperceptible de sus labios, sus ojos resplandecían de emoción mientras miraba a la cámara.

Y no había ninguna duda de que había sido Becky Chandler la que había hecho aquella fotografía. Larry jamás había sonreído a nadie de esa forma. De hecho, si no fuera por la fotografía que tenía en aquel momento entre las manos, habría jurado que Larry era incapaz de tanta ternura, de tanta intensidad y de tanta pasión.

¿O habría sido amor lo que Larry sentía, además de pasión? Quizá había amado a Becky, aunque no tanto como al rancho, por el que al final había optado.

Porque Larry no podía tener ambas cosas: la mujer y la tierra a las que amaban. Había tenido que escoger. Sharon se había encargado de ello. De la misma forma que Carson tampoco podría disfrutar del rancho y del amor de Lara si esta última se enteraba de lo que Larry había hecho.

—Yo... no sabía que mi madre era tan guapa —dijo Lara con la voz cargada de dolor—. Las únicas fotografías que había visto hasta ahora eran de cuando era una niña o de después de mi nacimiento.

Carson bajó la mirada hacia los agridulces pedazos del pasado que sostenía entre las manos. Él había odiado a Larry porque era un hombre frío, cabezota y en ocasiones cruel por culpa de su empeño en hacer las cosas a su manera. Pero Larry también había sido un hombre atrapado entre dos amores irresistibles. Durante algún tiempo, había sido capaz de conservar a la mujer y a la tierra. Pero cuando una tormenta le había arrebatado a la mujer que amaba, le había quedado solamente la tierra. Y a partir de entonces, la crueldad de Larry había comenzado a ser más que ocasional.

Carson nunca había pensado en ello, aunque ya era suficientemente adulto como para ver a Larry más como el hombre que había sido que como el padre que se había negado a serlo. Carson tenía veintiún años cuando había muerto Becky Chandler, pero no había sido capaz de reconocer la tristeza de su padre. Él sólo era consciente del dolor, de la humillación sufrida por su madre y por él mismo. Jamás se había preguntado si Larry podía encontrar algo en su amante que su mujer no le diera. O si la cruel necesidad lo había condenado a casarse con la mujer equivocada. Carson se había limitado a odiar a Larry sin intentar comprenderlo en absoluto.

Y después había intentado verter todo su odio, como si fuera un ácido corrosivo, sobre aquella joven cuyo único delito había sido reírse con él, aliviar su cansancio al final del día, despertar su pasión y hacerlo sentirse vivo de una forma que había estado intentando recuperar durante los últimos cuatro años.

—He oído decir que las mujeres están especialmente bellas cuando el amor tiñe sus mejillas por primera vez —dijo Carson con voz queda, y alzó la mirada hacia Lara—. Y sé que nunca he visto una mujer ni la mitad de perfecta que tú la noche que hicimos el picnic en tu apartamento.

Carson vio que los recuerdos oscurecían los ojos claros de Lara. Su boca adoptó una mueca de amargura.

—Eso es lo único que tú recuerdas de aquella noche —se lamentó—. El dolor, la humillación. No te di ningún placer en absoluto. Nada con lo que poder recompensar tu calor, tu confianza... Tu... amor —abrió los ojos. Los fragmentos del pasado parecían pasar ante él como las hojas arrastradas en otoño por el viento—. Oh, Dios mío, pequeña —susurró con voz trémula—. A veces me gustaría morirme.

Carson se levantó con un brusco movimiento, pero antes de que pudiera marcharse, Lara alargó los brazos hacia él, lo abrazó por la cintura y lo sujetó con fuerza contra ella.

—¡No es así! —dijo con fiereza—. Me hiciste sentirme la mujer más hermosa sobre la tierra. Y cuando me besaste, cuando me acariciaste... —se le quebró la voz y apoyó la mejilla contra Carson, sintiendo el duro calor que emanaba de sus vaqueros—. Me encendiste... y ardí. Ardí para ti. Contigo. Nunca había experimentado nada tan hermoso. Nunca... Esa es la razón por la que me dolió tanto cuando... cuando...

Carson enredó los dedos en la sedosa melena de Lara.

—Lo siento —dijo con voz ronca—. Si hubiera sabido que iba a hacerte tanto daño, jamás habría entrado en ese café.

Sintió el estremecimiento de Lara como si fuera él el que temblaba.

—Entonces me alegro de que me hicieras daño —replicó ella—. Si ésa ha sido la única manera de que hayamos podido llegar hasta aquí, de estar ahora juntos, entonces no me arrepiento de un solo segundo del pasado. ¿Me oyes? —le preguntó con ansiedad, inclinando la cabeza para mirarlo a los ojos—. Ni de un solo segundo. Porque esto ha hecho que merezca la pena.

Carson bajó la mirada hacia la profunda e intensa claridad de los ojos de Lara y sintió que emociones que hasta entonces jamás había sentido le atenazaban la garganta.

—Me pareces tan hermosa... —susurró con voz ronca, acariciándole la mejilla con dedos temblorosos—. Me gustaría darte todo lo que te quité, devolverte lo que te arrebaté.

—No puedes cambiar el pasado —dijo Lara, volviéndose para besarle la mano con la que estaba acariciándole la mejilla—. Pero puedes comprenderlo, perdonarlo y construir un futuro diferente —presionó la cabeza contra Carson mientras lo abrazaba con fuerza por las caderas—. Pero hasta que no lo comprendes —continuó, acariciando con la mejilla el cuerpo de Carson—, eres como una de esas moscas que se quedaban eternamente aprisionadas en el ámbar, eres un prisionero del pasado. No te hagas eso a ti mismo, Carson. Por favor.

Al cabo de unos segundos, Carson soltó una bocanada de aire. Hundió los dedos en la sedosa melena de Lara y meció su cabeza lenta y delicadamente contra él.

—¿Cómo has llegado a ser tan sabia en tan pocos años? —le preguntó suavemente.

—Lo he aprendido de ti.

Carson rió con tristeza.

—El dolor sí —contestó—, pero no la comprensión ni el perdón.

Lara negó con la cabeza, mostrando su desacuerdo.

—He tardado en comprender lo que sucedió hace cuatro años. Aquello... Aquello me dejó paralizada. Pero ahora lo he comprendido.

¿Y lo habría perdonado?

Carson creía que aquella pregunta la había formulado mentalmente. Y no supo que la había susurrado hasta que oyó que Lara la contestaba.

—Sí —dijo Lara, tensando los brazos alrededor de sus caderas—. Sí, Carson, claro que sí.

—No —dijo Carson, odiándose a sí mismo por no ser capaz de contarle el resto del pasado, la parte que posiblemente podría comprender, pero que nunca podría llegar a perdonarle—. No tengo derecho a pedirte nada, y mucho menos que me perdones.

—Y a mí no me queda más remedio que perdonarte —dijo Lara, volviendo el rostro hacia el cálido cuerpo de Carson—. Te quiero.

Al sentir las manos de Carson cerrándose casi dolorosamente sobre su pelo, Lara sonrió con tristeza—. No te preocupes, Carson —dijo suavemente—. No te estoy pidiendo que me quieras. Ya sé que tú no crees en el amor, pero yo sí, y te quiero.

Carson continuó callado durante tanto tiempo que Lara alzó la mirada hacia él. Carson cerraba los ojos con fuerza, con una expresión casi agónica. Una lágrima resplandecía en sus pestañas.

—¿Carson? —lo llamó Lara con la voz rota.

Él abrió los ojos y bajó la mirada hacia ella.

—Tienes razón. Yo no creo en el amor. Al menos no como tú. Y no me merezco tu amor —añadió con voz ronca—, porque no soy capaz de devolvértelo. Aun así lo deseo. ¡Dios mío, cuánto lo deseo!

—Es todo tuyo —dijo Lara con sencillez—. Siempre lo ha sido.

Carson tiró de Lara para que se levantara, la estrechó en sus brazos y le besó los ojos, las mejillas y la fría suavidad de su pelo. Para Lara, sus caricias fueron como una lluvia cálida que arrastraba la amargura del pasado. Ella le devolvió los besos con la misma ternura que de él había recibido, enmarcando su rostro entre las manos y temblando mientras saboreaba aquella única lágrima que había escapado al control de Carson.

El mundo giraba a su alrededor mientras Lara y Carson descendían hasta el sofá y Carson sentaba a Lara en su regazo y la abrazaba susurrando su nombre una y otra vez. Lara cerró los ojos y lo abrazó con fuerza, bebiendo al mismo tiempo el sonido de su nombre repetido por el hombre al que amaba. Poco a poco, fue siendo consciente del intenso calor que emanaba del cuerpo de Carson. De la fuerza de sus brazos y de la trémula dulzura de sus labios sobre su pelo, sus pestañas y su boca.

Lara se estremeció y supo que quería algo más que aquellas tiernas y fugaces caricias. ¿Pero lo sabría él?

Lara volvió la cabeza y atrapó los labios de Carson con aquella sensual habilidad que él le había enseñado. Y cuando acarició con la lengua la comisura de sus labios, sintió inmediatamente su respuesta. Carson abrió los labios y esperó a que ella aceptara su invitación. Aunque estaba deseando hacerlo, temía tomar el control sobre aquel beso. La deseaba demasiado. Y si perdía el control, aunque fuera solamente durante una fracción de segundo, no confiaba en ser capaz de detenerse hasta hundirse en su aterciopelada suavidad y beberse sus gritos de pasión mientras se vaciaba en ella como debería haber hecho años atrás.

Cuando Lara acarició su lengua con la suya, Carson gimió y le devolvió la caricia con un ritmo lento y primitivo, imprimiendo a su lengua unos movimientos que nunca se había permitido con Lara hasta entonces. Al sentir que la joven temblaba, comprendió lo que estaba haciendo: estaba seduciéndola, en vez de dejar que fuera ella la que llevara las riendas. Estaba rompiendo, si no la letra, al menos el espíritu de la promesa que le había hecho. Haciendo un gran esfuerzo, se obligó a dejar de suplicarle con cada movimiento de su lengua.

—Otra vez, por favor —susurró Lara, presionándose contra Carson mientras deslizaba las manos en su pelo—. Oh, sí, otra vez. Me ha encantado ese beso.

—¿De verdad? —preguntó Carson. Abrió los ojos para contemplar el cálido terciopelo de la boca de Lara, deseándolo como no lo había deseado jamás.

—Lo he sentido muy abajo —susurró Lara.

—Oh, Dios mío —gimió Carson, consumido por un golpe de deseo que no tenía nada que ver con lo que había sentido hasta entonces. Hundió los dedos en la rica y espesa melena de Lara, la sostuvo contra él y reclamó sus labios—. Ya sé dónde lo has sentido —dijo con voz ronca, mientras bajaba lentamente los labios hasta su boca—. En un lugar suave y muy caliente, que está hecho para mí. Algún día me dejarás tocarte, saborearte, ser parte de ti. Pero hasta entonces, bésame como yo te he besado. Bésame e imagínate lo que sería que nuestros cuerpos estuvieran tan unidos como nuestros labios.

Aquellas palabras parecieron estallar en el interior de Lara, enviando torrentes de un dulce calor por todo su cuerpo. Carson fundió sus bocas con ardiente perfección y hundió la lengua en la suya. Mientras reproducía con la lengua el más primario de los ritmos, Lara dejó escapar un gemido de su garganta y se aferró a él, ofreciéndole completamente su boca, imaginando...

Cuando el beso por fin terminó, ambos estaban temblando, con la respiración agitada. Lara acariciaba inquieta el pelo de Carson, sus hombros, su cuello. Adoraba sentir las viriles texturas de su piel, tocar el vello que asomaba por la apertura de la camisa. Hundió los dedos en su cuello, buscando su calor, rastreando nuevas texturas. La sensación de su piel contra la palma de su mano la hizo suspirar de placer. Se inclinó hacia delante, deseando besarlo, saborearlo, frotar la mejilla contra el mullido vello que ensombrecía su pecho. Pero cada vez que movía la mano, la ropa se interponía entre ella y sus deseos.

—Carson, ¿podría...?

—Sí —la interrumpió al instante.

Lara sonrió y dibujó sus labios con el dedo.

—Ni siquiera sabes lo que iba a preguntarte.

—No me importa —contestó Carson con sencillez, mirando a Lara con aquellos ojos que parecían fundidos en oro—. No podría rechazar nada de lo que puedes pedirme.

Lara miró los labios de Carson y sintió una debilidad repentina. Deseaba su boca, pero no sólo para besarla. Quería sentir su bigote contra sus senos desnudos, su lengua acariciando sus pezones, la humedad de su boca sobre su piel. Pero era demasiado tímida para expresarlo con palabras.

—¿Puedo quitarte la camisa? —preguntó anhelante.

La pasión y la diversión oscurecían los ojos de Carson.

—Sí.

Lara esperó expectante, pero Carson no hizo ningún ademán de desnudarse.

—¿Carson?

—Es toda tuya, pequeña —contestó, sonriendo suavemente—. Lo único que tienes que hacer es quitármela.

Lara levantó la mano vacilante. La camisa de Carson tenía automáticos en vez de botones, y no parecían dispuestos a dejarse desabrochar. Lara tiró del primer automático. La tela de la camisa cedió, pero el automático seguía cerrado.

Sonriendo a pesar de la sensual anticipación que mantenía su cuerpo tenso hasta el dolor, Carson levantó a Lara y la colocó de manera que quedará sentada a horcajadas sobre su regazo. Al imaginarse en esa misma postura, pero sin la barrera de las ropas entre ellos, se estremeció. Echó la cabeza de Lara hacia atrás, bebió profundamente de sus labios y la liberó lentamente.

—Ahora —le dijo con voz ronca—, vuelve a intentarlo.

A pesar de lo mucho que le temblaban las manos, Lara volvió a tirar del automático y lo oyó ceder, revelando el negro y sinuoso resplandor de su vello. Lo acarició suavemente y después con más firmeza, hasta atreverse a enredar los dedos en sus rizos. El segundo automático se abrió más fácilmente que el primero, y el tercero con más facilidad todavía. Lara deslizó las manos en el interior de la camisa y fue abriéndola lentamente hasta que pudo posar la cara contra el pecho de Carson, para acariciarlo con la mejilla como anteriormente lo había hecho con las manos.

Lara exploraba con las yemas de sus curiosos dedos los botones erectos que se erguían en el centro de los pezones de Carson. Los acariciaba delicadamente, saboreando aquella inesperada y diferente textura. El gemido de Carson la pilló completamente desprevenida. Alzó la mirada, sobresaltada.

—¿No debería...? —comenzó a preguntar.

—Dios mío, sí —la interrumpió Carson—. Acaríciame como quieras, en donde quieras. En cualquier parte que te hayas imaginado. Haz todo lo que quieras —estiró los brazos sobre el respaldo del sofá—. Yo no pienso devolverte el placer. Todavía no. No lo haré hasta estar completamente convencido de que me deseas —esbozó una sonrisa cargada de sensuales promesas—. Adelante, mi tímida pequeña. Te prometo que, me toques donde me toques, no me molestará.

Vacilante al principio, pero aumentando poco a poco su confianza, Lara volvió a localizar y acariciar el diminuto y erecto botón que se erigía en el pezón, y observaba a Carson mientras lo hacía. Pudo ver así cómo se cerraban pesadamente sus párpados y cómo el gesto de su boca se hacía inconfundiblemente sensual. Verlo gozar tan claramente era como ser lamida por un adorable fuego. Lara se inclinó hacia él, de manera que sus caderas rozaran las de Carson y comenzó a acariciarle con la lengua, siguiendo el mismo ritmo que sus dedos marcaban en los pezones. Sintió a Carson tensarse e intentar zafarse de los límites que él mismo se había impuesto.

Saber que Carson se mantendría fiel a su palabra era casi tan excitante para Lara como sentir el calor de su piel desnuda. Lentamente, su boca fue abandonando sus labios. Le besó la mejilla, la línea de la mandíbula, el cuello y suspiró cuando por fin su lengua fue saboreando los oscuros rizos que cubrían su pecho hasta encontrar el pezón erecto que bajo ellos se escondía. El inmediato gemido que obtuvo en respuesta la hizo estremecerse como si hubiera sido a ella a la que hubieran acariciado. Se inclinó hacia delante y lo acarició como ella anhelaba ser acariciada, con los dientes, la lengua y la boca. La respiración de Carson era cada vez más entrecortada y Lara sentía cómo se tensaban sus muslos bajo sus rodillas. Y eso también la excitaba.

Lara se echó hacia delante y buscó el otro pezón de Carson, sólo para descubrir que la camisa seguía interponiéndose en el camino que habían emprendido sus manos y su boca. Con un sonido de exasperación, intentó desabrochar el resto de los automáticos, pero el hecho de que Carson llevara la camisa metida por la cintura se lo impidió. En aquella ocasión, no esperó a pedirle permiso a Carson. Él ya le había dicho que podía hacer todo lo que deseara y ella estaba impaciente por tomarle la palabra.

Carson observó a Lara sonreír mientras tiraba de la camisa. Se inclinó obediente hacia delante, para facilitarle el trabajo de deslizar la camisa por los hombros. Cuando Lara comenzó a dibujar las líneas de los músculos de su brazo izquierdo, en un primer momento con la lengua y después con los dientes, Carson fue moviéndose lentamente con cada una de sus caricias, incrementando la presión y diciéndole en silencio que aprobaba aquella sensual exploración.

Lara se enderezó para contemplar los fuertes hombros desnudos que acababa de dejar al descubierto. Carson tenía un cuerpo más impresionante incluso de lo que ella recordaba. Susurró su nombre y se inclinó para volver a saborear su piel caliente. Anhelaba su cuerpo con un ansia que no sabía cómo satisfacer.

—Voy a terminar de quitarte la camisa, así que tendrás que dejar de apoyar los brazos en el respaldo del sofá —señaló.

El ronco sonido de la voz de Lara dio un nuevo giro al deseo en el interior de Carson. Aquel timbre grave e íntimo le indicaba que Lara estaba disfrutando tanto como él. Lentamente, bajó los brazos. Alzándose ligeramente sobre las rodillas, Lara empujó ligeramente su camisa. Y se la había quitado prácticamente en su totalidad, cuando los puños le impidieron terminar su tarea. Y no sólo eso, sino que la camisa estaba tan enredada que resultaba imposible encontrar los automáticos que cerraban los puños.

De pronto, Lara se sintió como una estúpida. No había seducido nunca a un hombre, y todo lo que hacía lo demostraba. Sin embargo, cuando alzó la mirada hacia el rostro de Carson, lo único que vio en él fue aprobación y deseo.

—Tienes mucha paciencia conmigo —dijo Lara quedamente, mientras volvía a intentar desabrocharle los puños—. Esto no se me da nada bien.

—Eres endemoniadamente sexy —dijo Carson con voz profunda y fijando la mirada en los dedos temblorosos de Lara—. Saber que nunca has desnudado a otro hombre y verte la cara mientras descubres las cosas que puedes hacerme, o verte estremecer cada vez que acaricias mi pezón con la lengua... Dios, es tan dulce y tan excitante al mismo tiempo que es un milagro que todavía no haya perdido el control.

Al ver la expresión sobresaltada de Lara, sonrió.

—No, no me refiero a que pueda perder el control y abalanzarme sobre ti. Me refiero a mis posibilidades de contenerme. ¿También eso te asusta?

Lara comenzó a contestar afirmativamente, pero entonces se dio cuenta de que no sería del todo cierto. La sorprendía, sí, pero no la asustaba. Carson se había entregado de tal manera a ella que quería que supiera lo vulnerable que era a su presencia. Y comprendió entonces el significado preciso de lo que Carson le estaba diciendo: se le estaba ofreciendo. Y eso significaba desnudarse ante ella en muchos aspectos, no sólo quitándose la ropa.

—No —dijo Lara suavemente, sonriendo mientras se inclinaba una vez más sobre los puños de la camisa—. No, no estoy asustada. Estoy... encantada.

Su sonrisa estuvo a punto de arruinar las buenas intenciones de Carson, al igual que la inocente presión de sus muslos sobre sus piernas. Estaban tan cerca y al mismo tiempo tan lejos del acto de intimidad que él deseaba...

Los últimos automáticos cedieron. Lara tiró de una manga tras otra y dejó la camisa sobre el regazo de Carson, tal era su prisa por deshacerse de ella. Sintió que Carson movía suavemente las caderas cuando rozó con la mano la tela de los vaqueros. Bajó la mirada y descubrió que estaba completamente excitado y que, involuntariamente, lo había tocado.

—Lo siento —se disculpó rápidamente—. No pretendía...

—Oh, Dios mío, pequeña —la interrumpió Carson, con la respiración agitada—. Creo que podría perdonarte que lo hicieras otra vez.

Lara observó el rostro de Carson, preguntándose si estaría bromeando. Carson volvió a estirar los brazos sobre el respaldo del sofá, subrayando de esa manera su vulnerabilidad.

—Puedes hacer todo lo que quieras.

Lara clavó la mirada en los ojos ambarinos de Carson durante un largo rato. El único sonido que se oía en la habitación era el de su respiración agitada mientras le devolvía la mirada. Casi imperceptiblemente, Lara adelantó la mano y la posó sobre la tela de los vaqueros. Carson le sostuvo la mirada y sonrió lentamente, esbozando una sonrisa tan insinuante que a Lara le dio un vuelco el corazón. Posó la mano sobre su sexo y sintió el apenas controlado empuje de sus caderas, oyó el fiero siseo de su respiración y estuvo a punto de perder el valor. Pero el inmenso placer que se reflejaba en sus ojos, la hizo estremecerse otra vez. Delicadamente, aumentó la presión de su mano sobre el miembro duro y ardiente de Carson.

—Siento el latido de tu corazón —dijo, con los ojos abiertos como platos.

Carson experimentó una extraña combinación de ternura y violento deseo. Al final, ganó la ternura. Dejó escapar una larga bocanada de aire y se obligó a relajarse contra el sofá, abriéndose a cualquier tipo de caricia que Lara quisiera ofrecerle. Lara acarició su miembro con el dedo, con la suavidad de un suspiro. Frente a la descolorida aspereza de los vaqueros, la mano de Lara parecía tan fina, elegante y completamente femenina, que se vio obligado a desviar la mirada para no perder el control.

—¿Qué tengo que hacer? —preguntó Lara suavemente.

—Sigue acariciándome, cariño.

Su voz sonaba demasiado ronca, demasiado espesa, pero no era capaz de controlarla, de la misma manera que era incapaz de evitar el constante palpitar de su erección bajo los acariciantes dedos de Lara.

—Oh, Dios mío —dijo, moviéndose sutilmente contra su mano—. Me gustaría hacerte sentirte tan bien como me haces sentirme a mí. Me gustaría...

Las palabras dieron paso a un sordo suspiro mientras Carson embestía casi con impotencia contra la mano de Lara, incrementando la presión de su mano contra su ansioso cuerpo. De pronto, Lara deseaba abrazarlo, deslizar las manos por su cuerpo sin las barreras de la ropa, conocerlo con una intimidad que nunca había conocido con ningún hombre. Lo deseaba tan intensamente que las manos le temblaban.

—¿Carson? —preguntó, jadeante.

Oírla pronunciar su nombre fue como otra caricia tan ardiente y tan dulce como la mano con la que le estaba acariciando y como aquellos ojos convertidos en un fuego azul. Sin decir una sola palabra, Carson apartó la mano del respaldo del sofá para llevarla a la cintura de sus vaqueros. Los botones que lo cerraban cedieron rápidamente. Sin decir una sola palabra, Lara se apartó. Carson se desprendió de los vaqueros y con una patada los dejó bajo la mesita del café. Sin dejar de mirar a Lara, se recostó de nuevo contra el sofá y se obligó a apoyar los brazos en el respaldo.

Aquello fue lo más difícil que había hecho Carson nunca: estar desnudo cuando Lara estaba vestida. Sentirse vulnerable cuando ella no lo era. Estar deseándola hasta el dolor, pensando que sería mucho más fácil morir que continuar sin hacer el amor con ella; y de pronto, se preguntó qué pasaría si Lara le dijera en aquel momento que no estaba a la altura de las circunstancias y se alejara sin mirar una sola vez atrás. Darse cuenta de lo que debía de haber supuesto aquel rechazo para ella hizo que se le helaran las entrañas.

—Lara... —dijo con voz ronca.

Pero Carson no pudo decir nada más, porque Lara estaba deslizando las manos lentamente por su pecho, su cintura, los tensos músculos de su abdomen y la rigidez de sus muslos. Recorrió con los dedos el camino que marcaba su vello, hasta hacerle sentirse a Carson como si estuviera en un potro de tortura.

—Ahora vuelvo a sentir tu pulso —susurró Lara—.

Es tan rápido. Oh, Carson, ¿de verdad me deseas tanto?

Antes de que Carson pudiera contestar, Lara acunó su sexo entre las manos. Sentir la suavidad de sus manos sosteniéndolo fue como estar conectado a una suave corriente eléctrica. Ver sus delicados dedos acariciándolo era como estar deslizándose en una hoguera. Carson sintió que toda su capacidad de control iba desapareciendo bajo la grata y fogosa fricción de la piel de Lara contra su deseo.

—Oh, pequeña, para —gimió Carson.

Lara abrió los ojos preocupada.

—¿Te estoy haciendo daño? —preguntó, con la voz tan temblorosa como sus manos.

La respuesta de Carson fue un sonido espeso que podría haber sido una risa. Movió deliberadamente las caderas, deslizando su miembro una y otra vez entre las manos de Lara.

—Más fuerte —le pidió con voz áspera y se estremeció incontrolablemente cuando ella obedeció.

La melena de Lara se mecía sobre su pecho desnudo y sus labios iban descubriendo las diferentes texturas de su pelo y su piel.

—Y no, no me duele —dijo Carson con un nuevo gemido—. Pero me gusta tanto que es casi insoportable. Un poco más y creo que terminaré asustándote.

—No, tú nunca podrás asustarme —respondió Lara.

Sus palabras eran tan dulces y ardientes como el cálido aliento que Carson sentía contra su piel.

Carson soltó una brusca carcajada.

—Y un infierno. Llevo años deseándote. He soñado contigo hasta terminar despertándome empapado en sudor. Pero jamás había soñado en algo tan ardiente, tan salvaje. Dios mío, Lara, me estás matando —gimió y se movió al mismo tiempo que Lara movía sus manos—. Ya basta —le pidió, agarrándola por las muñecas para obligarla a detenerse.

—Pero yo quiero aprender —susurró Lara, deslizando la mejilla por los duros músculos de su abdomen—. Quiero saber cómo reaccionas cuando te gusto.

La idea de que Lara quisiera conocer su cuerpo tan íntimamente casi le costó a Carson el poco control que le quedaba. Con un gemido, cubrió las manos de Lara con las suyas, se movió muy lentamente y se forzó a sí mismo a detenerse.

Lara recorrió a Carson con la mirada, desde su pelo oscuro y espeso, pasando por las líneas definidas de su torso y llegando a las partes más viriles de su cuerpo que con tanto calor habían respondido a sus caricias.

—Carson, ¿eres consciente de lo perfecto que eres? —susurró mientras lo acariciaba con las manos, las mejillas y los labios—. Es imposible que hagas algo que pueda asustarme.

Lara sintió la corriente de placer con la que Carson respondía a su pregunta. Sintió el instante en el que todo su cuerpo se tensaba, sintió el palpitante gemido que llegaba desde el fondo de su alma, y sintió el dulce calor que fluía hacia ella] empapando sus manos. Lo observó con los ojos entrecerrados por una sonrisa.

—Ven aquí —susurró Carson por fin, estrechan-1 dola contra él—. Tengo que besarte, tengo que sentirte contra mí si no quiero volverme loco. Quiero tocarte como tú me has tocado, tentarte hasta hacerte estremecer, gritar de placer y derretirte como la miel caliente. Entonces comprenderás lo que me has hecho. Sabrás lo que es desear de tal manera que tienes ganas de gritar. Sabrás...

Las palabras acabaron en un ronco sonido cuando Carson se apoderó de la boca de Lara y deslizó en ella su lengua, siguiendo el mismo ritmo que Lara acababa de aprender. Deslizaba) sus manos enormes sobre su cuerpo, haciéndola moverse hasta que sus cuerpos encajaron perfectamente. Lara lo sintió moverse bajo ella y acariciarla con sus manos mientras su lengua se hundía hambrienta y anhelante en boca. Para cuando terminó el beso, Lara se estaba retorciendo lentamente contra él, intentando aliviar la tensión que tensaba su cuerpo. Quería que Carson mitigara con sus manos aquella tensión, que apagara su fuego. Necesitaba sus caricias, pero por mucho que se retorciera, Carson no parecía aventurarse a caricias más íntimas.

—Por favor —susurró Lara.

—Cualquier cosa que quieras —dijo Carson, apretando las manos para poder continuar siendo fiel a su palabra—, sólo tienes que pedírmela.

—Quiero... —a Lara se le quebró la voz al fijar la mirada en el oro de sus ojos—. Todo. Quiero cosas que ni siquiera sé cómo pedir. Desnúdame —susurró con voz trémula—. Acaríciame, tócame. Carson, yo...

Carson deslizó las manos por su cuerpo hasta atrapar sus senos, provocándole un placer tan dulce que Lara fue incapaz de controlar un gemido. Cuando Carson le rozó los pezones con los pulgares, tuvo que morderse el labio para reprimir un grito salvaje de placer. Carson la provocaba con caricias tan delicadas como ardientes. Tiró suavemente de sus pezones, dejándolos endurecidos e irradiando llamaradas de fuego que lo estaban consumiendo. Cuando Carson apartó las manos, Lara se retorció indefensa contra él, buscando de nuevo su contacto, necesitándolo con una intensidad que la hacía gemir.

—Tranquila, amor, tranquila —le dijo Carson con voz ronca, mientras la dejaba delicadamente sobre el sofá y se arrodillaba a su lado—. Déjame desnudarte. Será mucho mejor sin ropa.

Quería desabrocharle la camisa lentamente, besarle cada vez que descubriera un nuevo centímetro de piel hasta encontrar los picos rosados que coronaban los senos escondidos bajo el sujetador de encaje. Pero los constantes gemidos de Lara y el imaginar todos los rincones secretos que lo estaban esperando anhelantes hizo que le resultara imposible alargar más aquel momento.

—La próxima vez —le prometió Carson con voz ronca mientras la desnudaba e iba arrojando sus prendas sobre la mesita del café, tirando involuntariamente algunas fotos y retazos del pasado al suelo—. La próxima vez seré tan lento que llegarás a pensar que estás agonizando. Pero ahora... Oh, Dios mío, eres preciosa —gimió cuando se deshizo de la última prenda que ocultaba su cuerpo.

Lara se sintió ligeramente incómoda al notar el aire frío de la habitación y verse completamente desnuda. Pero entonces reconoció la aprobación que brillaba en los ojos de Carson, la aprobación que teñía su voz y dictaba la reverencia con la que sus grandes manos se deslizaban por su cuerpo. Cuando la lengua de Carson alcanzó el pico rosado de su seno, Lara se arqueó con un movimiento reflejo contra él, para hundir el pezón más profundamente en su boca. Carson posaba las manos en su espalda y la estrechaba contra él, dejándola disfrutar de la adorable succión de su boca.

Lara temblaba de placer. Gemía y movía sus caderas a un ritmo lánguido y sinuoso. Carson mordisqueó suavemente su pezón y Lara volvió a gemir. En aquella ocasión, cuando movió las caderas, sintió en respuesta la cálida presión de la mano de Carson entre sus muslos, apresando con delicadeza el centro de su sexo. Con una puntería infalible, localizó aquel diminuto botón que tanto anhelaba ser acariciado. Lo acarició lenta, delicadamente, embebiéndose en los pequeños gritos de placer de Lara. El cuerpo de Lara iba abriéndose a su contacto como si no quisiera negarle nada de sí misma. La voz profunda de Carson le hablaba del placer que le proporcionaba entregarse tan libremente a sus caricias. Carson mimaba los dulces y aterciopelados secretos que le estaba ofrendando, y entre beso y caricia, intercalaba palabras de amor.

En el interior de Lara se expandía una intensa oleada de placer. Iba sintiendo cómo la bañaba ola tras ola, liberando y, paradójicamente, incrementando al mismo tiempo la tensión que crecía en su interior. De pronto, comenzó a temblar, casi asustada por las extrañas sensaciones que la asaltaban.

Abrió los ojos y vio a Carson observándola mientras continuaba amándola con sus caricias y sus palabras. Sintió el roce aterciopelado de la lengua de Carson en el ombligo y a continuación el inesperado y excitante roce de sus dientes en la parte interior de los muslos. Al ver la vivida oscuridad del pelo de Carson contra su muslo, comprendió que debería sentir temor, o vergüenza al menos, pero la pasión que sonrojaba su piel había arrasado con todo excepto con la necesidad de seguir complaciéndose en las íntimas y ardientes caricias de Carson.

Cuando Carson posó la mano entre sus piernas otra vez, tanteando su suavidad, la tensión que había ido acumulándose en el interior de Lara se desató con repentina violencia. Lara gemía, meciéndose en el borde de un placer tan intenso que resultaba casi doloroso.

—¡Carson!

—Relájate, disfrútalo —le pidió Carson con voz ronca—. Déjate llevar, no pasa nada.

Carson inclinó la cabeza y acarició a Lara tan tiernamente, tan íntimamente, que sus miedos se disiparon y ya nada inhibió su placer. Lara se abandonó completamente a él. Un deje triunfal teñía la voz de Carson mientras continuaba acariciándola con movimientos expertos.

Con un rápido movimiento, Carson se colocó J entre las piernas de Lara, provocándola con su propio y excitado cuerpo.

—¿Carson? —preguntó Lara, con la voz enronquecida por el deseo.

—Sí, pequeña —susurró Carson con voz ronca—. Por fin vas a ser mía. ¿Es eso lo que quieres?

La posible respuesta de Lara fue interrumpida por un ronco gemido de placer acompañado por el movimiento de sus caderas, con el que pretendía acerar a Carson a ella. Sintió a Carson presionándose contra ella, intentando formar parte de su cuerpo. Lara esperaba sentir dolor, incomodidad, vergüenza, quizá... Cualquier cosa, menos el exquisito placer que irradiaba por su cuerpo a partir del lento movimiento de las caderas de Carson. Sentía la piel caliente, empapada por el sudor, al igual que la de Carson, de manera que cada movimiento de Carson sobre ella se convertía en una lubricada caricia.

—¿Te duele? —le preguntó Carson, haciendo un esfuerzo para controlarse.

Lara intentó contestar, pero al verlo elevarse sobre ella, temblando de pasión, apenas fue capaz de hablar. Tomó aire, y aquel simple movimiento la hizo tensarse alrededor de Carson y envió corrientes de placer a través de todo su cuerpo. Arqueó la espalda y tensó las piernas en un instintivo esfuerzo para arrastrarlo más profundamente a su interior, para prolongar aquel instante de éxtasis.

Si hubo algún dolor cuando Carson penetró a Lara completamente, se perdió en el placer que estalló en su interior. Cuando Carson la sintió tan dulce y ardiente, presionó más profundamente y se meció lentamente contra el escondido botón de su feminidad. Oyó a Lara gritar su nombre y moverse con él hasta que ambos se vieron rebosados por aquel éxtasis incontenible mientras cada uno de ellos pronunciaba el nombre del otro.

Terminaron abrazados, temblando con un placer salvaje y tan profundamente unidos que no sabían la piel de quién acariciaban, el nombre de quién pronunciaban, o de quién era el cuerpo que parecía haber estallado para renacer en aquel momento sin límites en el que habían dejado de ser dos para fundirse en uno.