Diez

Los primeros y tenues rayos del sol del amanecer se filtraban por la ventana y fuero ascendiendo lentamente hasta alcanzar la cama, despertando a Carson. Éste fue separándose cuidadosamente del nudo de calor, brazos, piernas y sábanas, mientras iba besando a Lara una y otra vez. A continuación, se estiró sonriente y satisfecho. Apenas podía dar crédito a los cambios que se habían producido durante las últimas seis semanas. Al principio, había sido como si de pronto se hubiera quedado encallado en el pasado, atrapado, como lo había estado Lara, como un insecto encerrado en el ámbar implacable del tiempo, sin poder retroceder ni avanzar. Después, Lara le había permitido hacer el amor con ella, liberándolos así a ambos y llenando a Carson de un calor que ni siquiera el sol podía igualar.

La alianza de matrimonio que Lara llevaba en la mano izquierda resplandecía con la misma intensidad que los ojos dorados de Carson. Éste se inclinó hacia delante y la besó con expresión reverencial, acariciando con los labios el anillo de boda antes de girarle la mano para rozar su palma con otro beso. Estaba tan hermosa, tumbada, sonriendo ligeramente, como si estuviera sintiendo sus caricias en sueños.

—Buenos días, señora de Carson Blackridge, mi queridísima y pequeña esposa —musitó Carson, frotando la mejilla contra su mano.

Cerró los ojos y tensó los dedos casi imperceptiblemente. En su interior se desencadenaban todo tipo de sentimientos. Más de los que él era capaz de nombrar o comprender. Permaneció tumbado en silencio, observando a Lara e intentando analizar aquella explosión de sentimientos, separando los que le resultaban familiares de aquellos que eran completamente desconocidos para él.

Un sentimiento conocido era el deseo. No había ninguna duda. Hacer el amor con Lara le producía un placer incandescente que crecía con cada repetición del acto amoroso. Y lo mismo le ocurría a ella. Se acercaba a él sin inhibiciones, deseosa, haciéndolo sentirse un hombre en el pleno sentido de la palabra y celebrando con él su virilidad de la forma más elemental. Con ella bebía el vino salvaje y devorador de la sensualidad y encontraba el éxtasis en el fondo de la copa que ambos compartían y apuraban.

Estaba también la fría y familiar presencia del miedo, de eso también estaba convencido. Nunca se sentía plenamente seguro de la vida que compartía con Lara, ni siquiera de su amor. Porque sabía que Lara podría alejarse de él en cualquier instante por culpa de un pasado que se negaba a ser enterrado. Saber que podía perderla era una agonía que a veces lo despertaba en medio de la noche, con el cuerpo agarrotado por los vestigios de un sueño demasiado sombrío para ser recordado.

Ésa también era una sensación conocida para Carson. Había pasado toda una vida sabiendo lo que era desear algo sin poder alcanzarlo jamás. Y había aprendido que desear algo y trabajar duramente para alcanzarlo no necesariamente servía para convertir los sueños en realidad.

Lo que le era completamente desconocido era aquella anhelante ternura que sentía hacia Lara. Quería darle el sol y la luna, adoraba la tierra que descansaba bajo sus pies y hasta el mismo aire que respiraba. Quería infundirle el mismo calor que ella le entregaba por el mero hecho de estar viva. Quería hacerla sonreír, beber su risa, mirarla a los ojos y verlos iluminarse cuando él pronunciaba su nombre. Quería cosas para las que no tenía palabras y que se traducían en una extraña añoranza que se extendía en su interior de tal manera que sólo era capaz de musitar su nombre mientras se inclinaba hacia Lara y respiraba el aire cálido que de su cuerpo emanaba.

Lara se estiró somnolienta bajo las sábanas y alargó los brazos hacia Carson antes de despertarse por completo. Aquel gesto desencadenó una oleada de ternura salpicada de deseo en Carson. La sensualidad de aquella mujer era una revelación continua para él, pero era su generosidad de espíritu la que le resultaba infinitamente bella.

Lara nunca medía o calculaba sus caricias, esperando que él dijera o hiciera algo que pudiera complacerla. Simplemente, le sonreía y lo acariciaba para complacerlo a él, porque su placer era también suyo. Y lo mismo le ocurría a Carson. Ver cómo se iluminaba el rostro de Lara al verlo aparecer, u oírle contener la respiración cuando un beso de saludo se convertía en un beso apasionado, bastaba para transformar su solitario silencio interior, de la misma forma que el sol transformaba radicalmente la noche.

Aunque Carson sabía que Lara añoraba oír un «te quiero» salido de sus labios, nunca le había suplicado que se lo dijera. Ni siquiera había utilizado la sutil presión de decírselo esperando que él le contestara a cambio. De hecho, rara vez decía aquellas palabras, excepto cuando el éxtasis rompía todas las barreras y se desbordaban los límites que les imponía a sus palabras. Y aquellas declaraciones de amor lo satisfacían de una forma que no era capaz de llegar a comprender; lo único que sabía era que vivía para las palabras y sonrisas que compartía con ella, al igual que para el intenso placer que encontraba en los rincones más profundos de su cuerpo.

Carson inclinó la cabeza y rozó los labios de Lara delicadamente. Los sintió tensarse en una sonrisa mientras le rodeaba el cuello con los brazos y le acariciaba, con atrevida e impúdica lengua, las comisuras de los labios. El deseo se desató en su interior. La estrechó en sus brazos y le dio un largo y profundo beso. Antes de que hubiera terminado, Lara se aferraba anhelante a él.

—Es tu última oportunidad —le advirtió Carson, poniendo fin al beso con una desgana.

—¿Para qué? —preguntó Lara.

Deslizó los dedos por los fuertes y cincelados músculos de la espalda de Carson y descendió hasta sus caderas, deleitándose en la flexibilidad de su piel y saboreando su fuerza.

—No me lo preguntes a mí, cariño —dijo Carson, entre risas—. Fuiste tú la que me dijiste que te querías despertar al amanecer.

—¿De verdad? —preguntó Lara pestañeando y frunciendo el ceño con expresión somnolienta—. Ah, sí. Ahora me acuerdo. Quería hacer la selección final de esas fotografías para poder llevármelas al pueblo y hacer unas copias antes de ir a ver al señor Donovan.

—¿Donovan? —Carson sintió que el calor del amanecer se convertía de pronto en el frío helado de la medianoche. Se incorporó sobre un codo y bajó la mirada hacia Lara—. ¿Para qué lo necesitas? —le exigió—. ¿Por qué quieres verlo? ¿Ha ocurrido algo malo de lo que no me hayas hablado?

Lara bostezó y sacudió al mismo tiempo la cabeza.

—Llevo semanas intentando concertar una entrevista con Donovan, pero, o tú me necesitabas para algo en el rancho o él tenía algún juicio o... —volvió a bostezar y se volvió para restregar la mejilla contra el pecho de Carson—. En cualquier caso, supongo que como la mitad de la familia de Donovan fue propietaria del rancho vecino durante casi un siglo y la otra mitad ha estado ejerciendo la abogacía en Rocking B durante los últimos veinte años, Donovan debe de conocer muchos datos de mi propia historia. Tengo entendido que tiene una memoria increíble. De hecho, debe de andar cerca de los ochenta años y todavía está ejerciendo.

Cuando estaba a punto de abrir la boca para decirle a Lara que no podía ver a Donovan bajo ningún concepto, Carson se dio cuenta de que no podría ofrecerle ninguna razón cuando ella quisiera saber por qué. Había otras formas mejores de retrasar aquella entrevista. Y mucho más agradables. Carson deslizó las manos bajo las sábanas y acarició el muslo de Lara. Desde allí fue ascendiendo por su vientre hasta alcanzar la suave redondez de sus senos.

—Yo también tengo una memoria increíble —le dijo con voz profunda—. ¿Quieres concederme una entrevista? —fue moldeando el pezón de Lara con los dedos hasta convertirlo en un pico anhelante de deseo—. ¿Sabes? Recuerdo lo aterciopelada y fuerte que eres por dentro —susurró, acariciando la rosada punta con el pulgar—. Y también recuerdo lo dulce que es tu sabor, y lo cálida que es tu boca.

Deslizó la lengua entre los dientes de Lara con la facilidad de un amante, absorbiendo el pequeño jadeo que escapó de los labios de Lara cuando se volvió hacia él. La besó hasta que los latidos de su corazón se hicieron fuertes, rápidos, y terminó aferrándose con fuerza contra él.

—Y recuerdo también lo increíblemente suave que eres —susurró, posando la mano en el vértice de sus muslos.

Buscó delicadamente los húmedos pliegues de su sexo. Y gimió al sentir cómo iba cambiando su textura a medida que la iba tocando, haciéndose más suave, más ardiente mientras Lara iba preparándose para aceptar el regalo de su cuerpo.

—Dios mío, Lara. No sabes lo que es sentir que estás dispuesta para recibirme. Eres tan condenadamente sexy que no sé cómo voy a ser capaz de levantarme de la cama.

Lara rió suavemente y enredó los dedos en la oscura mata de pelo que cubría el torso de Carson.

—No soy yo, eres tú —susurró mientras hociqueaba su cuello—. Me tocas tan bien... —se estremeció violentamente y comenzó a mover las caderas hacia su mano acariciante—. Me basta pensar cómo va a ser para hacerme desear...

Carson saboreó el gemido que interrumpió las palabras de Lara. Sentía el calor que la hacía fundirse ante su contacto. Después, cuando Lara deslizó sus manos cálidas y atentas a lo largo de su cuerpo, prácticamente se olvidó de respirar.

—Ven dentro de mí, amor —susurró Lara, acariciando su sexo, complaciéndolo y prometiéndole con su sonrisa placeres incluso mayores.

Carson apartó las sábanas con un solo movimiento de brazo. Durante algunos segundos, se limitó a mirar a aquella mujer capaz de incendiar su cuerpo con una mirada, una caricia, una sonrisa. La luz del amanecer y el rubor de la pasión hacían resplandecer la piel de Lara. Permanecía desnuda ante él, sin miedo, sin pudor, con todo su cuerpo invitándolo a formar parte de ella una vez más. Bajó la mirada hacia sus senos y los pezones de Lara se endurecieron como si acabara de acariciarlos con la lengua. Le ocurrió lo mismo con el ombligo. Le bastó mirarlo para que se desencadenara todo un torrente de sensaciones sobre la tensa piel de Lara. Y cuando Carson clavó la mirada en el vello que cubría su sexo, Lara flexionó las rodillas azuzada por un deseo incontenible.

—Carson —susurró con voz ronca, alzando los brazos hacia él—, me estás matando.

Carson sonrió lentamente. La miraba intentando memorizar cada átomo de su sensualidad, de su belleza.

—Pero si ni siquiera estoy tocándote —contestó en tono razonable.

—Ya lo he notado —replicó ella—. Y es eso lo que me está matando.

Lara dibujó con los dedos todo el cuerpo de Carson hasta encontrar la rígida evidencia de su deseo. Comenzó a presionar ligeramente. Sentía el latido intenso de su sangre como un indicador de lo mucho que a Carson le estaba costando dominarse.

—Tengo una forma de remediar esos latidos tan rápidos —susurró, tirando suavemente de él.

—¿De verdad? —preguntó Carson con una sonrisa ladeada mientras comenzaba a mover sensualmente las caderas en respuesta a aquel contacto—. A lo mejor debería utilizar tu grabadora, o tomar algunas notas. La ciencia médica necesita saber cómo aplacar...

El tono de Carson cambió para convertirse en un gemido cuando Lara cambió de postura con uní rápido y grácil movimiento y sintió el íntimo y salvaje calor de sus labios acariciando su sexo un estremecimiento recorrió todo su cuerpo.

—Oh, Dios mío, pequeña —susurró, debatiéndose entre la risa y un deseo tan ardiente que apenas le permitía respirar—. Odio tener que decírtelo/ pero ésa no es manera de desacelerarme el pulso,| maldita sea.

Lara rió suavemente. Y su risa también fue una caricia contra aquella piel tan sensibilizada. Con un gemido, Carson intentó abrazarla, pero Lara se deslizó como la luz entre los dedos. Carson sintió la fría seda negra de su melena abanicando sus muslos. Intentó alcanzarla otra vez, atrapando con los dedos las puntas de su pelo, pero en vez de estrecharla de nuevo entre sus brazos, se descubrió a sí mismo cautivo del penetrante placer que Lara le estaba proporcionando.

Con un gemido de fiera pasión, Carson apartó las manos de Clara para poder posarlas sobre la curva de sus caderas y buscar desde allí la sedosa piel de sus muslos hasta acariciar el suave terciopelo que lo estaba esperando.

Sentía el deseo de Lara, su estremecido calor, la llamada de su cuerpo. Y supo de pronto que tenía que hundirse en ella si no quería dejarse arrastrar definitivamente por la violencia de su propio deseo.

—Lara —dijo con voz ronca—, tengo que hundirme en ti.

Lara advirtió la urgencia de su voz. Y la sintió en el repentino temblor de su cuerpo mientras la buscaba. Olvidándose de sus provocadoras caricias, corrió anhelante a su encuentro, abrió las piernas sobre su cuerpo, sentándose sobre sus caderas. Con el rostro oscurecido por el deseo y una delicada embestida de sus caderas, Carson se deslizó en la más profunda suavidad de Lara, causando un estallido de calor en su interior.

Lara no fue capaz de comprender las palabras de Carson, empañadas como estuvieron por el espeso y salvaje azote del deseo. Pero vio cómo se transformó su rostro cuando llegó la liberación; aquel placer intenso que lo desgarró hasta hacerlo gritar. También llegó la propia transformación de Lara, su propia liberación expresada en gemidos de amor y placer hasta que terminó derrumbándose sobre su pecho, intentando recuperar la respiración.

Pasó mucho tiempo hasta que consiguieron controlar el pulso y recuperaron el ritmo normal de la respiración. Pero incluso entonces, Lara y Carson continuaron unidos, amándose el uno al otro, cubriéndose de besos y caricias y besando aquella piel todavía sonrosada por el placer. Sonriendo para sí, Lara posó la mejilla sobre el pecho de Carson y comenzó a contar en silencio los latidos de su corazón.

—¿Lo ves? —le dijo en tono triunfante, mordisqueándole el pezón—. Ha funcionado.

Un satisfecho ronroneo reemplazó al sonido de los latidos del corazón en los oídos de Lara.

—Claro que sí —contestó Carson con voz grave—. Y cada vez funciona mejor. Mucho mejor. Estoy esperando el...

—No me refería a eso —lo interrumpió Lara entre risas—. Estaba hablando de los latidos de tu corazón. Ya no va tan rápido. Supongo que andarás por las sesenta pulsaciones por minuto. ¿Lo ves? Te he curado.

Carson soltó una carcajada y abrazó a Lara con fuerza, preguntándose cómo habría podido vivir antes de que Lara hubiera vuelto a Rocking B y a su vida.

—Que haya ocurrido una vez no demuestra nada —señaló, mordisqueando sensualmente el lóbulo de la oreja de Lara.

—¿Ah, no?

—Claro que no —respondió con voz ronca, dibujando las curvadas formas del final de su espalda hasta que sus dedos volvieron a encontrarse con la suavidad de su feminidad—. ¿No te enseñaron nada en el colegio sobre el método científico?

Los pensamientos de Lara iban disolviéndose con cada una de las caricias de Carson.

—¿Científico? —preguntó—. ¿Estás hablando de cosas como que la fricción genera calor...? —se estremeció y jadeó cuando Carson encontró y acarició el centro más exquisito del deseo.

—Me refiero a cosas como la necesidad de repetir un experimento —respondió Carson, dando media vuelta en la cama y arrastrándola con él—. ¿No lo sabías? —le preguntó, sonriendo hacia Lara con una mezcla de humor y pasión—. Si no eres capaz de repetir el resultado de un experimento, entonces no puedes utilizar el primer dato obtenido para sacar conclusiones.

—Nunca se me han dado bien las ciencias —admitió Lara.

—Entonces yo te enseñaré.

—Eres muy amable, Carson —dijo ella con voz grave—. No muchos hombres tendrían paciencia para enseñar... ¡Oh! —sus palabras se transformaron en un suave gemido de placer.

Carson movía la mano lentamente mientras Lara intentaba hablar. Pero eran gritos de placer los que continuaban escapando de sus labios. Veía latir aceleradamente el pulso de Carson en las venas de su cuello, sentía cómo iba creciendo su sexo en su interior y sabía que pronto la llenaría hasta desbordarse. La idea le resultaba tan insoportablemente excitante como el movimiento de las caderas de Carson contra ella.

—Sí... Oh —susurró Carson.

Inclinó la cabeza y tomó los labios de Lara tan completamente como había tomado su cuerpo.

Ella tomó los suyos con la misma pasión, deseando que se hundiera más profundamente. Y el calor estalló en su interior, como un anticipo del orgasmo que estaba a punto de llegar.

En aquella ocasión, cuando encontraron por fin calma los latidos de su corazón, se quedaron dormidos abrazados, convertidos sus cuerpos en un nudo que les impedía saber de quién era la piel que estaban acariciando, de quién era la lengua que todavía conservaba el sabor residual de la pasión o cuál era la risa que retumbaba en sus cuerpos fundidos.

Incluso horas después, el recuerdo de aquella pasión compartida le provocaba a Lara escalofríos y la distraía en su tarea de buscar en los archivos de Rocking B las fotos que necesitaba para ilustrar su trabajo. Cuantas más veces hacía el amor con Carson, más formas encontraba de complacerlo. Tierno o salvaje, delicado o fiero, Carson conseguía provocarle unos orgasmos tan maravillosos que a veces se preguntaba si sería capaz de sobrevivir a su dulce violencia.

Y había descubierto que ella provocaba en Carson idéntico placer. Cada vez que pensaba en ello, sentía derramarse por sus venas una inmensa dulzura.

Suspirando, Lara decidió que había merecido la pena perder la oportunidad de entrevistarse con Donovan en el pueblo. Además, tenía la mente demasiado dispersa para entrevistar a un abogado en aquel momento. Por octava vez, se descubrió mirando alternativamente la foto que tenía en la mano izquierda y la que sostenía con la derecha. En ambas aparecía un hombre montado a caballo. Tras ellos, un enorme rebaño de vacas caminaba por un estrecho sendero de un valle de Montana que hasta entonces nadie, excepto los venados y los búfalos, había pisado. Aquel era el fin de una era y el principio de otra, y el instante había sido capturado por un hombre que sabía que no sólo había conducido su ganado a unas tierras vírgenes y exuberantes, sino que estaba construyendo la historia de un país.

Lara dejó las fotografías a un lado, sintiéndose incapaz de elegir entre ellas, y comenzó a pensar en la próxima noche, en el momento en el que Carson regresara a casa después del trabajo. Después de cenar, le daría un masaje en la espalda mientras lo oía hablar de las pequeñas crisis y las alegrías inesperadas del día. Y cuando Lara hubiera conseguido deshacer los nudos que se formaban en su cuello y sus hombros, Carson la sentaría en su regazo, se recostaría contra el sofá y le preguntaría por los progresos de su investigación.

Lara había descubierto que Carson tenía una muy fina percepción sobre el tema de las necesidades humanas y sobre la tierra en sí misma, sobre ese tipo de cosas que no cambiaban ni en meses ni en milenios. Y para ser un hombre declaradamente hostil a todo lo que tuviera que ver con el pasado, tenía un ojo excelente para elegir la fotografía que más información pudiera proporcionar sobre el paisaje, los protagonistas y el momento que la cámara había congelado en el tiempo. Lara valoraba sus puntos de vista tanto como valoraba su risa o la fuerza de sus músculos. Y cada día que pasaba lo quería más.

Lara comenzó a seleccionar rápidamente las fotografías. La mayor parte de ellas terminaron en el montón de las que había descartado. El siguiente montón más numeroso era el de las fotografías que podrían servir para ilustrar su trabajo. En otro montón estaban las que había reservado para verlas con Carson. En ellas podía aparecer cualquier cosa, desde una vaca pelona con tres terneros amamantando ansiosos en su vientre hasta la antigua casa del rancho en medio de un manto de nieve e iluminada por la luna.

Había también una serie de fotografías de boda, cada una más elaborada que la anterior. Aunque el pañuelo de encaje había sido compartido por tres generaciones de Blackridge... Cuatro ya. Porque aquel frágil e intrincado tejido descansaba en el cajón de la cómoda de Lara y era la más preciada de sus posesiones después de aquella alianza que tan perfectamente encajaba en su mano.

Sonrió suavemente, recordando la mañana que había seguido al día en el que habían hecho por primera vez el amor. Carson la había despertado posando las manos en su vientre y diciéndole que se casarían lo antes posible, porque la noche anterior estaba tan enloquecido por el deseo que se había olvidado de utilizar ninguna clase de protección. Había añadido que, a menos que ella quisiera, tampoco pretendía utilizar ninguna clase de anticonceptivo en el futuro, porque lo entusiasmaba la idea de que pudiera crecer en su vientre un hijo suyo. Pero sólo si ella quería, por supuesto...

Lara suspiró y posó las manos bajo su cintura. Oh, sí, claro que quería. De hecho, el día que le había bajado el período, tres semanas después de la fecha prevista, se había echado a llorar. Carson la había abrazado con mucho cariño y la había besado para apartar sus lágrimas, diciéndole que si pudiera ser más feliz, terminaría explotando como los fuegos artificiales que habían visto el Cuatro de Julio en el pueblo. Además, había añadido tras un beso más profundo, había descubierto que era un egoísta. No le importaba tenerla para él solo durante algún tiempo más. De esa forma, podía tenerlo todo: la ilusión de tener un hijo en el futuro y la realidad de una amante entregada en el presente.

A los labios de Lara asomó una sonrisa al tiempo que sentía un estremecimiento en la boca del estómago. Adoraba ser la mujer de Carson, su esposa, su amante y la futura madre de sus hijos. Y esperaba que algún día Carson se diera cuenta de que también él la amaba. A veces, después de haber hecho el amor con él, o cuando conseguía aliviar la tensión de sus agarrotados hombros, o cuando se despertaba y lo descubría observándola con unos ojos que eran casi de oro, tenía la sensación de que Carson quería decirle algo. Algo que j le resultaba muy difícil expresar.

¿Sería que la amaba?

¿Serían esas las palabras que Carson parecía estar buscando, pero que nunca llegaba a encontrar? Si así era, entonces le gustaría poder decirle que no importaba que hablara de amor. Que si le resultaba tan difícil pronunciar esas palabras, ella no necesitaba oírlas para sentir que su vida era completa. Oír a menudo su risa, ver cómo una sonrisa borraba las duras arrugas de su rostro cuando la miraba, sentir el roce de sus dedos en la mejilla cuando se acercaba a ella... todas esa cosas expresaban con suficiente elocuencia cuáles eran sus sentimientos hacia ella. No necesitaba oírselo decir, especialmente si decirlo le causaba más dolor que placer al hombre al que amaba.

—Qué sonrisa tan maravillosa. ¿En qué estás] pensando, pequeña?

—¡Carson! —Lara se levantó rápidamente, con el rostro radiante por el inesperado placer de ver al Carson en medio de la tarde—. Pensaba que no vendrías hasta la hora de la cena. ¿Ya has llevado el ganado hacia los nuevos pastos?

Carson rodeó a Lara con los brazos y la levantó del suelo, sosteniéndola contra él en un firme y cariñoso abrazo.

—Acabo de terminar. Ahora mismo Murchison y Spur están recogiendo las vacas que han que-l dado dispersas. Y yo estoy haciendo novillos]

—añadió, mordisqueando el lóbulo de la oreja de Lara y la curva de su cuello.

_Me alegro —respondió ella suavemente, dándole un beso en la mejilla y hundiendo los dedos en su pelo.

Por un momento, ambos continuaron abrazados, meciéndose, absorbiendo el deleite de abrazar y ser abrazado. Lara sintió que los ojos le ardían y pestañeó para apartar las lágrimas. Carson había llegado tantas veces de improviso durante las semanas anteriores, sorprendiéndola con un ramo de flores silvestres, o con alguna hermosa piedra pulida por el agua y encontrada en el lecho del arroyo...

En una ocasión, había llegado inesperadamente y la había llevado hasta la cresta de rocas desde la que se contemplaba el rancho. Una vez allí, le había pedido que cerrara los ojos y escuchara. Soplaba un fuerte viento del oeste que llegaba hasta ellos a través de las quebradas que descendían desde las lejanas y abruptas montañas. El viento era cálido, salvaje, y su aullido era a un tiempo tan hermoso y solitario que Lara había sentido que se le desgarraba el corazón. Cuando le había explicado a Carson lo que sentía, él había contestado: «Sí, esa es la razón por la que te he traído aquí. Para que ambos pudiéramos compartir la belleza y la soledad del sonido del viento». E inmediatamente después, la había abrazado con tanta fuerza que Lara ya no era capaz de discernir si eran los latidos de su corazón o los del suyo los que sentía.

—¿Tienes un momento? —preguntó Carson—. Tengo algo que quiero enseñarte.

—Por supuesto —dijo Lara, enroscando los dedos en los rizos de Carson y disfrutando del contraste de texturas de su piel y su pelo.

—Estupendo. Entonces vamos antes de que se escondan.

—¿Quiénes?

—Ya lo verás —dijo Carson.

Dejó a Lara en el suelo y tiró de ella hacia la puerta.

Lara ignoró deliberadamente el montón de fotografías y documentos que había dejado esparcidos por toda la superficie disponible de la biblioteca. Iba un poco atrasada en la investigación, pero el director de su tesina le había dicho que se tomara todo el tiempo que necesitara. Siendo la esposa de Carson, ya nadie iba a echarla del rancho por hacer preguntas, por buscar límites territoriales o por intentar remover el pasado de Rocking B. Además, hacía un día demasiado bueno para estar encerrada en casa, incluso con algo tan fascinante como aquellas viejas fotografías. El día estaba vivo, ella estaba viva y adoraba sentir a Carson estrechando su mano.

Carson ayudó a Lara a meterse en la cabina de la camioneta y condujo hacia uno de los rincones del rancho más alejados de la casa, a una zona en la que los campos habían vuelto a convertirse en zona de pastoreo al principio del verano. Había algunas vacas tumbadas sobre aquel lecho de hierba y flores silvestre, buscando entre aquella abundancia de alimento su forraje favorito.

Carson aparcó la camioneta, ayudó a Lara a salir y la tomó con fuerza de la mano. Sonriendo, ignoraba las curiosas preguntas que expresaba su mirada. La condujo hasta un sendero abierto por el propio ganado y que llevaba hacia un pequeño estanque rodeado de juncos y enea.

Moviéndose en silencio, Carson guió a Lara hasta la parte posterior de una loma desde la que podía contemplarse el estanque. La hierba parecía haber sido pisada recientemente, pero ya había recuperado su posición original. Al final de la loma, hizo sentarse a Lara en un nido de hierba fragante y flores silvestres. Y una vez sentada, Lara quedó completamente oculta por aquella exuberante vegetación. Carson se sentó tras ella, de manera que pudiera apoyar la espalda en su pecho, y sacó de la funda los prismáticos que había sacado de la camioneta.

—Aquí estamos colocados en contra del viento —susurró—, así que tendremos que estar muy callados. Es muy asustadiza, y no la culpo. Si yo tuviera tantos... ¡Ahí está! Pobrecita, no sabe si salir o esconderse debajo de una piedra.

Lara oía la risa de Carson al tiempo que la sentía vibrar en su pecho.

—Toma —le dijo Carson, entregándole los prismáticos—. Mira justo a la izquierda de" ese sauce.

El calor del aliento de Carson en el cuello la distraía de su tarea.

—¿Ver qué? —preguntó mientras ajustaba las lentes—. ¿Qué se supone que tengo...? ¡Carson! —musitó de repente, sin alzar la voz, pero mostrando su excitación—. ¡Hay una mamá pata con tantos patitos a su alrededor que parece una ciudad sitiada!

Carson contestó con una risa que bien podía parecer un ronroneo.

—¿No te parece increíble? —susurró—. Desde que la he visto, no podía esperar el momento de traerte aquí. Nunca había visto una pata con tantas crías.

—Y tienes razón —susurró Lara entre risas—. La pobre parece no saber si pavonearse orgullosa con sus patitos o esconderse debajo de una piedra para buscar un momento de paz.

Lara comenzó a contar los patitos, perdiendo la cuenta en más de una ocasión, pues éstos se movían inquietos alrededor de su madre. A medida que iban elevándose los números, Lara iba alzando la voz, incapaz de creer lo que estaba viendo.

—Doce, trece catorce —contó lentamente, intentando no perderlos de vista—. ¡Quince! Dios mío, quince hijitos. Quizá este mes se me contagié parte de su suerte —añadió Lara suavemente, sonriendo para sí.

La expresión de Carson cambió. La intensidad sustituyó al humor que segundos antes reflejaba su rostro. Cerró los ojos y rozó el pelo de Lara tan delicadamente que ésta ni siquiera sintió su caricia.

—¿Estás segura, pequeña? —susurró, besando su cuello con la misma mezcla de emociones con la que había besado su alianza de boda cuando estaba dormida—. Quiero que seas feliz.

Lara bajó los prismáticos y se reclinó contra el cálido y ancho pecho de Carson.

—Quiero tener un hijo tuyo —susurró suavemente.

Lara sintió el estremecimiento provocado por sus palabras. Lo oyó contener la respiración y sintió el pequeño resto de humedad dejado por sus labios cuando la besó en la mejilla.

—Carson —dijo Lara suavemente, con voz temblorosa. La emocionaba saber que había sido capaz de conmoverlo hasta ese punto.

—Antes que tú, no hubo nadie que me quisiera de verdad. Ni la mujer que me trajo al mundo, ni el hombre y la mujer que me adoptaron, ni tampoco ninguna de las mujeres que se han acercado a mí esperando casarse con un rico ranchero —dijo Carson con voz ronca, mientras tensaba los brazos alrededor de Lara—. Pero entonces volviste tú, y me quisiste a pesar del daño que te había hecho. Y la idea de que también estés dispuesta a tener un hijo mío... —renunció a continuar hablando y se limitó a abrazarla mientras la brisa del verano susurraba a través de las hierbas. Terminó besándola como si la quisiera más que a su propia vida—. Pero será mejor que volvamos —dijo con desgana—. Te estoy quitando mucho tiempo. Sé que querías haber hecho las copias de esas fotografías la semana pasada. Y esta mañana nos hemos levantado muy tarde...

Sonrió al recordarlo, a pesar de que era consciente de que cuanto más se prolongara la investigación de Lara, más posibilidades había de que fuera colocando demasiadas piezas en su lugar. Y cuanto más tiempo pasara al lado de Lara, más consciente sería él de lo mucho que se estaba jugando. Desde que tenía quince años, había comprendido que si quería tener un hogar y formar parte de una verdadera familia, tendría que hacerlo por sí mismo. Pero la mayoría de las mujeres con las que había salido hasta entonces hacían prácticamente imposible soñar con un hogar, de modo que había terminado renunciando a su sueño.

Hasta que Lara había vuelto, poniendo su vida del revés y revelándole lo vacía que había estado y hasta qué punto era ella capaz de llenarla. Carson todavía estaba descubriendo aquella riqueza. A veces, casi sentía miedo al ver cómo iban cayendo una tras otra las capas con las que se protegía, dando cabida a nuevos sueños, a nuevas esperanzas, a nuevas risas y emociones... E incluso a la capacidad de llorar.

Lara se volvió ligeramente y miró a Carson a los ojos con una sonrisa. Con el fondo verde de la hierba, el verde de sus ojos eclipsaba al color ámbar, haciéndolos parecer un estanque de aguas verdes al atardecer salpicado por los últimos rayos del sol.

—Tienes los ojos más increíbles que he visto en mi vida —susurró—. Siempre cambiantes y siempre bonitos.

Carson sonrió y acarició la mejilla de Lara con el bigote.

—Si empiezo a hablar de los increíbles cambios que se producen en tu cuerpo cuando te toco —dijo, mordisqueándole la mandíbula—, tendré suerte si puedo volver al rancho antes de las primeras nieves.

—¿Eso es una amenaza o una promesa? —preguntó Carson suavemente, volviéndose para atrapar su labio inferior entre los dientes.

—Podemos intentar averiguarlo —la invitó.

Carson pudo ver hasta qué punto estaba Lara tentada, pero casi inmediatamente, suspiró y le acarició el bigote con las yemas de los dedos.

—Debería conseguir esas fotografías para así poder quedar con Donovan antes de que se vaya de vacaciones.

Carson estaba demasiado cerca de Lara para poder evitar que ésta sintiera cómo se tensaba su cuerpo al oírla mencionar a Donovan. Lara lo vio apretar los labios, y en aquel momento fue consciente de que cada vez que salía a relucir el nombre del abogado, Carson cambiaba de tema. Había ocurrido lo mismo cuando había intentado concertar alguna cita con Donovan. De alguna manera, siempre se las arreglaba para evitar que viera al abogado.

—No quieres que vea a Donovan, ¿verdad?

—No —contestó con frialdad.

—¿Por qué? Supongo que a estas alturas no seguirás enfadado por la nota que te envió cuando se enteró de que nos habíamos casado. Estoy segura de que no quería insinuar que el motivo por el que se había precipitado nuestra boda era que yo estaba embarazada —dijo Lara, con una sonrisa—. Es demasiado caballeroso para ser tan directo.

Carson cerró los ojos y luchó contra la oleada de genio que lo abatió al recordar la nota que le había enviado el abogado.

Has trabajado rápido, chico. Larry sabía que podrías hacerlo bien, ¿verdad? Presumo que pronto llegará el heredero que asegure que la progenie de Larry forma parte de estas tierras por los siglos de los siglos.

Carson había sido capaz de entrever la indignación que crepitaba en cada una de aquellas palabras aunque Lara no fuera capaz de verla. Y había deseado matar a aquel anciano por haber insinuado lo que tenía la obligación moral y profesional de mantener en completo secreto. Pero el testamento de Larry había sido para Thack como una piedra en el zapato desde el día que Larry había entrado en su despacho y le había pedido volver a redactar su testamento. Por mucho que Thack había peleado y protestado contra la inmoralidad, la locura o la estupidez de aquel testamento, no había conseguido hacerlo cambiar de opinión. Era un testamento legal y eso era lo último que importaba. Larry sabía perfectamente lo que quería. Y si él no podía tenerlo, nadie más podría disfrutar de lo que él tenía.

Por los siglos, de los siglos, amén.

—¿Carson? —preguntó Lara suavemente.

Carson intentó concentrarse rápidamente en Lara, en vez de en el cruel e indestructible pasado.

—Thackery Donovan es como Larry —dijo Carson por fin—. Si se lo permites, es capaz de quitar cualquier posible alegría de tu vida. Thack forma parte del pasado. Y ni tú ni yo vivimos ya en el pasado —se inclinó hacia delante y besó a Lara en los labios, sorbiendo su calor—. Ahora eres feliz, pequeña —susurró—. Ambos lo somos. Si consigues mantenerte alejada de Thack, lo seguiremos siendo —sonrió lentamente—. Además, ya tienes suficiente material en la biblioteca como para preparar seis tesinas. ¿Para qué necesitas nada más?

—Hay muchos vacíos en los documentos legales que tienes en el rancho —contestó Lara con voz queda y mirada intensa, mientras intentaba hacer que Carson la comprendiera—. Y en el despacho de Donovan puedo encontrar la forma de llenarlos —y añadió inmediatamente—: Carson, el pasado ya no puede hacernos ningún daño. En nuestras vidas ocurrieron cosas muy tristes, pero también cosas hermosas. Y al final la balanza ha conseguido equilibrarse.

—No estés tan segura —respondió Carson con rotundidad—. El pasado todavía puede separarnos.

La voz de Carson era tan dura, tan firme, que Lara se asustó. Ella esperaba que, a medida que Carson fuera siendo más feliz, fuera también menos hostil hacia aquella historia que a ella tantas alegrías le había proporcionado. Pero al parecer, no había sido así. De hecho, la hostilidad de Carson hacia su propio pasado parecía aumentar con cada día que pasaban juntos.

—¿Lo ves? —dijo Carson con voz dura, mientras acariciaba con el pulgar los labios de su esposa— Hace unos minutos éramos inmensamente felices y ahora... —soltó un juramento—. Dime lo que necesitas y yo te conseguiré esos malditos papeles ¡Pero mantente alejada de Thackery Donovan!