Cinco

—No pretendía hacerte daño.

Por un instante, Lara pensó que aquella voz era un eco de sus antiguos sueños; de aquella época en la que añoraba oír a Carson intentando explicar lo que había ocurrido, por qué había sucedido, qué había ocurrido para que ella se enamorara de él y él no la quisiera en absoluto.

Pero aquella voz no pertenecía a un sueño remoto. Aquella voz había sonado allí, a su lado. Porque allí estaba Carson Blackridge. Con un sonido amortiguado, Lara desvió la mirada de Carson para clavarla en la inabarcable noche de Montana.

—No huyas de mí, Lara —le dijo Carson suavemente—. Por favor, siento haberte hecho daño esta noche. Pero al verte con Spur me he dejado llevar por los celos y he perdido el control.

Lara giró la cabeza con un movimiento tan rápido que al hacerlo su pelo rozó la mano que Carson había tendido hacia ella. Era la primera vez que oía a Carson disculparse.

—¿Estabas celoso? Lo dudo —dijo por fin—. Un hombre que está interesado en una mujer no pasa la noche desnudando a otra. ¿O también estabas buscando una forma de vengarte de Susanna?

Gracias a la luna, había luz más que suficiente para que Lara pudiera ver a Carson entrecerrando los ojos y apretando los labios.

—Yo no he invitado a Susanna a venir al rancho y en cuanto te has ido, le he dicho que se marchara. Y ha sido ella la que se ha desabrochado la blusa. En cuanto a mí —Carson se encogió de hombros—, estoy acostumbrado a estar solo en el rancho y me paso la mitad del día sin camisa. No pretendía asustarte. Aunque quizá sí despertar algún interés —añadió, con una pequeña sonrisa.

Al ver la sensual sonrisa de Carson, Lara sintió que en su interior se removía algo que llevaba mucho tiempo dormido. Aquello la asustó.

—¿Interesarme? —preguntó con voz tensa, mientras se obligaba a no recordar el momento en el que había hundido los dedos en la cálida mata de vello que cubría el pecho de Carson.

—Y ha funcionado. Porque si tus ojos hubieran sido tus manos, me habrías acariciado.

—Lo siento, pero esas cosas se las dejo a Susanna —replicó Lara.

—Lo dudo —continuó Carson—. No te hace gracia la idea de que esté con otra mujer.

—No me hace gracia la idea del sexo y punto —dijo Lara, pero su tono no era tan firme como había sido el de Carson. Los sentimientos se entrelazaban con sus palabras. En ellas se reflejaba el deseo, la confusión, el miedo y una negación del sexo tan profunda que hasta entonces ni siquiera había sido consciente de que estaba allí—. Yo... Simplemente, me ha repugnado lo que he visto.

—No te creo.

—Pues es verdad. No me gusta el sexo y no hay nada más que decir.

—Pues hace cuatro años te gustaba.

—Las personas cambian.

—No sin que haya alguna razón.

Lara volvió a encogerse de hombros, pero su cuerpo estaba tan tenso que le dolía. Odiaba hablar de sexo, pensar en el sexo, porque cada palabra, cada pensamiento, la remontaba a la terrible humillación que había sufrido cuatro años atrás.

Carson miró a Lara y volvió a ver la vergüenza que había mostrado cuando en el barracón él había hecho una referencia al pasado. Recordó también la expresión de sus ojos al verlo con la camisa desabrochada; y su reacción al oírle decir que las otras mujeres no huían de él. Pero, sobre todo, recordó cómo se había estremecido cuando le había mordisqueado la mano. Por mucho que protestara, continuaba siendo vulnerable a él. Carson lo sabía. Podía demostrarlo.

Y estaba dispuesto a hacerlo.

—Cuando esta mañana te he tocado, has temblado. Ésa no es la respuesta de una mujer a la que le repugna el sexo.

—Tenía miedo.

—Tenías miedo porque sabías que estabas respondiendo a mí —replicó Carson.

Lara bajó la mirada hacia su mano, como si todavía pudiera ver las marcas que Carson había dejado en ella con su sensual caricia. Tragó saliva.

—Todo el mundo sabe que tienes muy mal genio —susurró—. Esta mañana estabas enfadado conmigo y eres mucho más fuerte que yo. Incluso has admitido que lo que estabas haciendo era castigarme por haber huido de ti. Sí, estaba asustada. Porque si hubieras decidido castigarme más, no podría haber hecho nada para evitarlo.

—Qué tontería.

Y sin previa advertencia, agarró a Lara por los brazos. Los hombros de Carson bloqueaban la luz de la luna. Antes de que pudiera protestar, Lara estaba tumbada en el suelo, mirándolo a los ojos. La noche añadía misterio a su expresión. Vio sus labios entreabiertos y el blanco reluciente de sus dientes. Y supo que iba a besarla con la intimidad de un amante. Estaba en una situación idéntica a la que reproducía en sus sueños... Y también en sus pesadillas. Carson la besaría y ella respondería. Y cuando él la supiera indefensa, la rechazaría desgarrando su alma y dejando en su interior un vacío para todo lo que no fuera el dolor más punzante. No, no podía pasar por eso otra vez, no podía.

Carson sintió que Lara se tensaba en cuanto rozó sus labios. Sintió su trémulo calor y el frescor de su aliento. E inmediatamente explotaron los recuerdos. Jamás había conocido nada tan dulce como la dulzura y el sabor de la inocencia de Lara cuando respondía a sus besos. Al principio ni siquiera creía que fuera realmente virgen.

Cualquier persona con una naturaleza tan sensual tenía que haber experimentado los placeres del sexo.

Dios, había sido un estúpido al rechazar a Lara entonces, por mucho que en aquella época odiara a su padre.

—Lara —volvió a susurrar Carson contra su boca—. Yo...

Fuera lo que fuera lo que iba a decir, fue ahogado por el grito atragantado de Lara mientras intentaba apartarse y se retorcía para eludir su beso. Carson la sujetó, controlándola con un solo movimiento que sólo sirvió para aumentar el miedo de Lara. Ésta luchó salvaje e inútilmente, porque el ranchero era mucho más fuerte que ella.

Inmediatamente, Carson dejó de intentar besar a Lara. Simplemente, intentaba protegerse de sus frenéticos movimientos.

—Lara —le dijo con urgencia—, no pasa nada. No voy a hacerte daño. ¡Lara! ¡Escúchame! ¡Estás completamente a salvo!

Durante un instante terrible, Carson pensó que Lara estaba demasiado asustada para oírlo. Después, la sintió temblar debajo de él e inmediatamente se apartó. Deseaba estrecharla contra él, mecerla en sus brazos para tranquilizarla. Pero, sobre todo, quería borrar hasta el recuerdo del miedo que había visto en su rostro cuando se había inclinado sobre ella.

—Lara —susurró, acariciando su pálida mejilla con inmensa ternura—. Cariño, no quería asustarte.

Lara alzó la mirada hacia él con unos ojos tan oscuros como la noche y volvió la cabeza hacia un lado. Carson tomó aire y luchó para mantener la voz queda cuando lo que más deseaba era expresar su rabia contra el hombre que había provocado aquel terror en Lara. Después de varias respiraciones, consiguió calmarse lo suficiente.

—¿Quién era él? —preguntó con voz temblorosa, haciendo un esfuerzo para no perder el control.

Lara estaba demasiado afectada por aquel inesperado ataque de pánico como para pensar coherentemente. No había habido advertencia previa, no había tenido ninguna oportunidad de controlar su miedo. En cuando había visto a Carson cerniéndose sobre ella, sólo había sido capaz de pensar en escapar, en huir, en salir corriendo y no parar jamás.

De pronto, comprendió que era eso lo que había estado haciendo durante los últimos cuatro años: huir de Carson. Huir de sí misma. Ella creía que lo había superado, pero lo único que había hecho había sido intentar escapar de aquel terrible momento en el que le había declarado a Carson su amor y la pasión de éste se había transformado en un repentino y cruel rechazo.

—¿Quién fue? —repitió Carson.

—¿Qué? —preguntó Lara, todavía aturdida por lo que acababa de descubrir: no había resuelto un problema, había estado huyendo de él.

—¿Quién te violó?

Lara volvió la cabeza hacia Carson.

—¿De qué estás hablando?

—No tengas miedo de decírmelo —insistió Carson con delicadeza—. ¿Quién fue?

Lara no daba crédito a lo que estaba oyendo.

—Nadie —contestó—. No me ha violado nadie.

Carson curvó los labios en una triste sonrisa.

—De verdad, pequeña. Puedes contármelo.

—No hay nada que contar.

Carson negó con la cabeza lentamente.

—No cuela, cariño —le dijo con delicadeza—. Ninguna mujer tan sensual como tú renuncia al sexo porque sí. ¿Qué ocurrió?

El enfado fue tan intenso que acabó de pronto con todas sus vacilaciones y sus miedos. Oír a Carson hacerle la misma pregunta que la había perseguido a ella durante años la enfureció. Carson no sabía por qué había huido, por qué continuaba huyendo todavía. No tenía la menor idea de lo que le había hecho.

—¿Cómo te sentirías si hubieras estado fascinado por una mujer y ella no hubiera querido tener nada contigo durante años por mucho que la desearas? Hasta que un buen día, aparece ante ti, te sonríe, te tiende los brazos y tú corres inmediatamente hacia ellos.

Lara tomó aire y continuó hablando rápidamente, como si su vida dependiera de ser capaz de emitir el mayor número de palabras en el menor tiempo posible. Y de alguna manera, así era. Porque cuando hablara, ya no tendría que seguir huyendo. La horrorizaba pensar que llevaba tanto tiempo huyendo y, sin embargo, continuaba en el mismo lugar: desarmada, vulnerable y asustada.

—Y esa misma mujer te besara, te abrazara y te desnudara a pesar de tus vacilaciones —continuó, casi salvajemente—. Y de pronto, cuando estuvieras desnudo y suplicante en sus brazos, confesándole tu amor, te mirara como si fueras algo repugnante y te dijera que no eres suficientemente bueno para ella porque eres hijo ilegítimo. ¿Cómo te sentirías después de eso, Carson? ¿Volverías al entregarte a los brazos de la próxima mujer que te sonriera? ¿O la mera idea del sexo te revolvería el estómago?

Carson se encogió como si Lara le hubiera dado un puñetazo.

—Lara —dijo con voz ronca—, pequeña, escúchame. Ésa no fue la razón por la que me aparté de ti aquella noche. Yo no pretendía...

Pero Lara continuaba hablando.

—¡Eso es exactamente lo que sucedió! —lo contradijo con rudeza—. Negarlo no lo cambiará, y tampoco va a cambiar mi forma de responder ante los hombres. No volveré a ser tan vulnerable nunca más. ¡Antes preferiría morir! —se estremeció y volvió la cara—. En cualquier caso, supongo que debería darte las gracias por haberme curado de una enfermedad que parece atacar al resto de la población del planeta —sonrió con amargura—. Pero estoy segura de que me comprenderás si te digo que te vayas al infierno.

Carson estudió el perfil de Lara; sus largas pestañas proyectaban su sombra sobre las mejillas y le temblaban ligeramente los labios. Dejó escapar un trémulo suspiro y bajó la mirada hacia sus puños cerrados como si ellos contuvieran la respuesta a las muchas preguntas que no se había formulado hasta ese momento.

—Una de las normas que rigen mi vida es la de no mirar nunca hacia atrás —dijo por fin—. El pasado es para las personas con raíces, para las personas que saben de dónde vienen. Yo no. Lo único que yo sé es adonde voy.

Miró a Lara. Ella continuaba desviando la mirada, como si estuviera reviviendo el momento en el que tan terriblemente la había herido sin ser siquiera consciente de que lo estaba haciendo.

—Te he dicho que hace años cometí un error y lo mantengo —se disculpó—. De la misma forma que ahora estás cometiendo tú un error.

—¿A qué te refieres?

—A que crees que me alejé de tu lado porque eres hija ilegítima de Larry.

Lara se quedó paralizada. Era la primera vez que alguien de la familia Blackridge lo reconocía abiertamente.

—Sí.

—Pues no es cierto —dijo Carson con rotundidad—. Durante toda mi vida, ha habido dos cosas que he tenido que aceptar de mi querido padre. La primera, que yo no era de su misma sangre. Y la segunda, que tú sí lo eras. Por mucho que me esforzara, por bueno que fuera en cualquier cosa que hiciera, nunca era suficientemente bueno. Porque un verdadero Blackridge siempre lo habría hecho mejor. Y tú eras la prueba viviente. El bueno de Larry nunca se cansaba de decirme que eras la mujer más inteligente, guapa, educada y elegante de Montana. Eras mejor que cualquiera en todo lo que hicieras. De hecho, eras una verdadera Blackridge, aunque él nunca lo dijera con; esas palabras.

Lara se quedó boquiabierta. Larry Blackridge i jamás había dicho o hecho nada en su presencial que le hiciera notar que se fijaba en ella de una manera especial.

—Pero... —comenzó a decir.;

—No —la interrumpió Carson—. Voy a decirte por qué te rechacé hace cuatro años, y sólo lo haré una vez. Después, el pasado quedará enterrado para siempre.

La hostilidad hacia su pasado crepitaba en cada una de sus palabras.

—A medida que ibas creciendo —continuó Carson—, Larry hablaba cada vez más de ti. En parte lo hacía para molestarme, porque él era un hombre viejo y enfermo y yo era joven y fuerte y él no podía hacer absolutamente nada para evitarlo. Pero sobre todo, era su forma de castigarme por no ser su verdadero hijo —soltó una maldición y se frotó el cuello, intentando aliviar la tensión de sus músculos—. En cualquier caso, decidí que me vengaría de él. Intentaría conquistar a ese parangón de perfección, a esa auténtica Blackridge, me acostaría con ella y después se lo contaría a mi padre.

Lara se llevó las manos a los labios intentando sofocar un grito. Carson nunca la había deseado. Ni siquiera al principio.

—Así que fui al café en el que trabajabas y estuve observándote desde fuera durante casi una hora. Esperaba verte coquetear con todos los hombres que pasaban por el café, pero no lo hiciste. Y trabajabas mucho. Después, entré en el café y lo primero que pasó fue que tropezaste conmigo —Carson sonrió, recordando casi a pesar de sí mismo. Y no todos los recuerdos eran malos. De hecho, algunos brillaban como un arco iris en medio de las lúgubres tormentas del pasado—. Fuiste encantadora. Te comportaste como si mi torpeza hubiera sido culpa tuya. Aquello me sorprendió. No era lo que me esperaba. Creía que una chica tan guapa como tú estaría acostumbrada a que los hombres la trataran con todo tipo de contemplaciones.

Lara abrió los ojos como platos y fijó la mirada en Carson. Nunca se había considerado a sí misma especialmente atractiva.

—Después de las primeras visitas al café, me descubrí deseando volver. Disfrutaba observándote y sabía que a ti también te gustaba verme. Lo sabía porque te sonrojabas cuando te descubría mirándome —la voz de Carson se suavizó—. Cuando aceptaste venir al baile conmigo, apenas podía esperar a que llegara el fin de semana. Había oído todo lo que se contaba sobre ti y pensaba que tu dulce inocencia sólo era una manera de actuar, una forma de hacerte más deseable. Cuando abriste la puerta de tu casa y te vi con esa blusa de seda y el pelo suelto, estaba seguro de que me acostaría contigo antes de que la noche hubiera terminado.

¿Así era como la veía?, pensó Lara estremecida, ¿como una joven seductora que se hacía la inocente para parecer más interesante? La imagen que Carson tenía de ella distaba tanto de la imagen que tenía entonces de sí misma que Lara sonrió con incredulidad.

—Pero después, casi te asustaste cuando insinué que estabas fingiendo —dijo Carson—. Fui incapaz de creerme que eras virgen hasta que vi tu rostro. Te pusiste pálida y ninguna actriz es suficientemente buena como para conseguir ese efecto. Cuando te disculpaste por ser virgen y me dijiste que comprenderías que no quisiera pasar más tiempo contigo, me sentí como si me acabaran de dejar K.O. Para cuando me di cuenta de que eras tan dulce e inocente como aparentabas, ya te habías perdido en la pista de baile.

Lara se mordió el labio inferior al recordarse huyendo por la pista de baile. Había sido como una pesadilla. Por muchas vueltas que daba, no encontraba la manera de salir. Estaba atrapada. Todavía se le aceleraba el corazón al pensar en ello.

—Continué sentado, diciéndome que no tenía sentido salir a buscarte, que no iba a cumplir mi venganza acostándome contigo. Pero entonces me acordé de cómo me habías sonreído cuando entré en el café. No les sonreías de esa manera a otros hombres. Lo supieras o no, me deseabas —Carson vaciló un instante y añadió—: Yo también te deseaba. Eras capaz de excitarme con sólo una mirada. Y continuabas sorprendiéndome. A mí eso me encantaba. Hacía mucho tiempo que no encontraba a nadie que realmente me intrigara —sonrió mientras deslizaba el índice por la mejilla de Lara—. Diablos, Lara, todavía no he encontrado a nadie como tú.

Lara retrocedió sobresaltada ante aquel contacto. La boca de Carson se transformó en una dura línea. Deseaba no haber empezado a hablar, deseaba que nada de lo que estaba recordando hubiera sucedido. Deseaba poder desprenderse del velo negro del pasado, un pasado que había estrangulado el único futuro al que aspiraba. Tenía que encontrar la manera de deshacerse de aquel velo o no habría futuro para él.

—Y cuando fui a buscarte y te acurrucaste entre mis brazos, encajabas perfectamente conmigo, y olías como las más dulces flores silvestres. Entonces te deseé tanto que tenía la sensación de que iba a romperme.

Una vez más, Carson consiguió sorprenderla, revelándole otra nueva faceta de su propia historia. Carson la había deseado, realmente la había deseado en una ocasión.

—Desde entonces no dejé de desearte —continuó Carson—. Me decía a mí mismo que lo único que quería era vengarme. Que esa era la razón por la que seguía viéndote. La venganza. Cada día me acercaba más al momento en el que cederías y podría volver a ver a Larry y decirle: «De tal madre, tal hija». Durante la mayor parte del tiempo, incluso llegué a creerme que era la venganza lo que buscaba. Tenía que creerlo. No podía haber ninguna otra razón para verte. Larry no podía tener razón. No podías ser la mujer perfecta. Eras la enemiga de mi madre, mi enemiga. Siempre lo habías sido y siempre lo serías.

Lara permanecía muy quieta, sin atreverse casi a respirar.

—No me preguntaba a mí mismo por qué evitaba cualquier posibilidad de cumplir mi venganza, de seducirte —continuó. Hablaba en un tono extrañamente crispado. Como si quisiera eliminar de él toda emoción—. Podría haber intentado seducirte mucho antes, y, sin embargo, evitaba quedarme a solas contigo. Una forma muy extraña de ejecutar mi venganza, ¿no te parece? Y entonces llegó esa tormenta que nos obligó a quedarnos en tu casa. Estábamos solos y tú me mirabas de esa manera que casi me dolía. Intenté marcharme antes de empezar a acariciarte. Te juro que lo intenté, pero...

Carson se interrumpió bruscamente e intentó dominarse antes de pronunciar una palabra que pudiera ofender a Lara.

—Después me dije que te daría un beso. Uno sólo —dijo, volviéndose hacia Lara—. Debería haber sido capaz de detenerme Pero no pude. Llevaba tanto tiempo deseándote... Y tú temblaste cuando te besé. De pasión, no de miedo. Estabas tan excitada como yo. Y cuando te besé los senos y gemiste, estuve a punto de volverme loco. Eras mucho más hermosa de lo que había imaginado, y había pasado más de una noche desnudándote y haciendo el amor contigo en mi imaginación.

Carson continuaba hablando rápidamente, como si no quisiera que Lara dejara escapar una sola de sus palabras mientras él describía sucesos en los que ella ni siquiera soportaba pensar.

—Y entonces te vi desnuda. Toda suavidad, toda fuego. Y mía. Cuando te acaricié, pude sentir la prueba de tu virginidad. Y tú también. Me miraste y me dijiste que no pasaba nada, que no estabas asustada. Y que me amabas.

La voz de Carson cambió, como si ya no pudiera dominar los sentimientos que bullían en su interior.

—En ese instante, supe que no podía hacerlo. No podía hacerte perder la virginidad por una venganza. De pronto, desprecié a mi padre y a tu madre por sus años de adulterio, por todo el dolor que habían causado por culpa de una mentira a la que llamaban amor —Carson hizo una mueca, expresando exactamente lo que pensaba del amor—. Yo ya lo sabía todo sobre el amor. En su mejor acepción, es una forma de engañarte a ti mismo. En la peor, es la forma de engañar a una pobre inocente.

Carson hundió los dedos en la base de su cuello, intentando aliviar el agarrotamiento de sus músculos, un símbolo físico de su tensión mental. Él odiaba recordar el dolor y los fallos del pasado.

—Entonces quise decirte que te despertaras, que miraras la realidad, que comprendieras que yo era tu enemigo —dijo con enfado—. Tu inocencia me enfurecía. Pero, sobre todo, estaba furioso y enfadado conmigo mismo por haberme dejado atrapar de tal manera por el pasado que iba a ser capaz de utilizar a otra persona para vengarme de él. Yo había odiado a Larry durante años por no ser capaz de controlar su sexualidad, hasta el punto de que ni siquiera había podido evitar que su amante se quedara embarazada. Pero allí estaba yo, a punto de hacer lo mismo contigo. Yo no había llevado ningún preservativo aquella noche y tú eras demasiado ingenua para estar utilizando algún método anticonceptivo.

Carson se estremeció de pronto.

—¿Y sabes qué? —preguntó con dureza—. Aquella era la idea que más me excitaba. Imaginarme algo mío creciendo en tu interior. Algo que no estuviera contaminado por el pasado. Un hijo. Nuestro hijo.

El sonido que escapó de los labios de Carson era demasiado duro para ser considerado una carcajada. Era más como el eco ronco de un dolor. Y se clavó profundamente en Lara, diciéndole lo poco que conocía a Carson años atrás, y lo mucho que todavía le importaba que él también hubiera tenido que sufrir en el pasado. Todavía estaba sufriendo, de hecho. Como ella. Sufría y no sabía cómo detener su dolor.

Sin ser consciente de ello, Lara alargó la mano hacia él, en un instintivo gesto de consuelo.

—Nadie escapa al veneno del pasado —dijo Carson con rotundidad—. He pasado la mayor parte de mi vida intentando luchar contra esa verdad. Y he perdido. Pero al final me he dado cuenta de que puedes limitar su daño no mirando hacia atrás. Así que yo no miro nunca hacia atrás. Voy buscando lo que espero del futuro y mando el pasado al infierno —se volvió y escrutó el rostro de Lara, intentando interpretar los sentimientos que se escondían tras el velo de la noche y de la luz de la luna—. ¿Lo comprendes ahora? No era de ti de quien huía esa noche, sino del pasado.

Lara no se dio cuenta de que estaba llorando hasta que no sintió el calor de las lágrimas sobre su fría piel. Carson le secó una lágrima con el índice y se llevó el dedo a los labios, como si quisiera probar su sabor.

—No llores, pequeña —le dijo con voz ronca—. El pasado no se merece tus lágrimas. Está muerto, enterrado. No dejes que siga haciéndote daño. No dejes que nos haga daño, ni que arruine nuestro futuro.

Lara cerró los ojos, liberando sus últimas lágrimas.

—Carson —susurró con voz temblorosa—, ¿qué quieres de mí?

Carson abrió la boca, pero entonces se acordó del miedo de Lara cuando había intentado besarla minutos antes. Las implicaciones sexuales que suponía el matrimonio la harían salir corriendo.

—Otra oportunidad —contestó por fin. Era una verdad que a Lara le resultaría mucho más fácil de manejar.

—¿Por qué?

—Me gustó salir contigo hace cuatro años —respondió—. Quiero volver a disfrutar otra vez. Teníamos algo que nunca he encontrado en otras mujeres.

Lara sacudió la cabeza lentamente.

—Yo ya no tengo nada que ofrecerte.

—Eso no es verdad.

Lara miró los ojos entrecerrados de Carson y no supo si reír o llorar.

—¿Es que no me has oído? —le preguntó con voz ronca—. Desde niña aprendí a temer el tipo de pasión que había arrastrado a mi madre hasta tu padre, causándole tanto dolor. Entonces tú... nosotros —se hizo el silencio, mientras Lara luchaba para dominarse— No sabía la fuerza que podía tener el deseo hasta que me tocaste. No sabía lo mucho que podía amar hasta que te amé. Y no supe lo mucho que podía llegar a sufrir hasta que te apartaste de mi lado —dejó escapar un trémulo suspiro—. No quiero volver a sentirme vulnerable nunca más, Carson. Sencillamente, no puedo. Si volvieras a despreciarme como lo hiciste entonces, me destrozarías.

—Nunca volveré a despreciarte. No podría.

Lara se mordió el labio inferior y negó con la cabeza lentamente.

—Así que para evitar que puedan hacerte daño en el futuro, prefieres hacértelo ahora tú misma, ¿es eso?

—Estaba perfectamente hasta que he regresado al rancho.

—¿Estás segura? —preguntó Carson—. ¿Y no sería que estabas tan envenenada por el pasado que tenías miedo de dejarte sentir? —deslizó el dedo por la marca que las lágrimas habían dejado en el rostro de Lara—. Cuando hoy temblabas, no era sólo por miedo, ¿verdad?

—Carson yo...

—¿Sí?

Lara volvió a estremecerse cuando él rozó sus labios con el dedo pulgar, dibujando su generosa curva.

—Danos una oportunidad —le pidió Carson con voz persuasiva—. Deja de huir para que podamos llegar a conocernos mejor. No te arrastraré hasta la cama, te lo prometo —sonrió—. Como diría Cheyenne, mis intenciones hacia ti son absolutamente honradas —Carson hizo un gesto de impaciencia, casi de enfado. Quería hablar de matrimonio, pero sabía que era demasiado pronto—. No te haré lo que mi padre le hizo a tu madre. No voy a deshonrarte.

—Pero si tú no crees en el amor...

—¿Tú sí? —preguntó Carson con curiosidad.

—A pesar del dolor, mi madre quiso mucho a tu padre —susurró Lara—. Mi abuelo adoraba a mi abuela, a la que yo no tuve oportunidad de conocer. Y él y mi madre me amaban. Sí, creo en el amor.

—Entonces eres más fuerte que yo, Lara, o mucho más ingenua —se llevó la mano de Lara a los labios y le besó la palma con una contención tan exquisita que apenas la había rozado cuando alzó la cabeza para mirarla a los ojos—. Si al cabo de algún tiempo decides que me deseas, procura recordar algo: jamás te convertiría en una mujer que pueda ser objeto de burlas y condena. Si te quedaras embarazada, me casaría contigo. Nunca dejaría que un hijo mío tuviera que crecer siendo un hijo ilegítimo. Si confías en mí, cuidaré de ti y de nuestros hijos. Siempre. Piensa en el futuro, Lara. Olvida el pasado.

Lara cerró los ojos y sintió el cosquilleo que había dejado Carson sobre su piel. A veces era un hombre duro, fiero, pero incluso su peor enemigo tenía que admitir que las promesas de Carson eran tan sólidas como las montañas. Mientras se repetía sus palabras, las sentía como un bálsamo intangible que curaba heridas que ni siquiera sabía que tenía. Carson no la seduciría para después abandonarla. Y no sería capaz de condenar a su hijo a ser considerado ilegítimo en un lugar en el que esa condición todavía importaba. Carson podía no creer en el amor, pero creía en la responsabilidad personal.

Y ésa era la razón por la que se había alejado de ella cuatro años atrás. No lo había hecho para causarle dolor. Sencillamente, era demasiado decente para vengarse de ella de esa forma.

Lara abrió los ojos lentamente y dejó escapar una bocanada de aire.

—De acuerdo —susurró—. Te daré otra oportunidad.

—¿Nada de mirar atrás? —preguntó Carson con urgencia.

—Carson —dijo Lara muy lentamente—, el pasado no está muerto. Y cuantas más cosas aprendes sobre él, más cambia. El pasado no es algo que debamos temer o evitar.

—Te equivocas. Para nosotros el pasado está muerto. Tiene que ser así, si no queremos que muera el futuro antes de tiempo. Créeme, por favor, Lara. El pasado puede llegar a destrozarnos. Es preferible dejarlo enterrado.

Lara abrió la boca para protestar, pero no salió ninguna palabra de sus labios. Había un sentimiento cercano a la desesperación en las palabras de Carson. Él tenía una fe ciega en lo que estaba diciendo y quería que Lara también lo creyera. Quería que el pasado quedara enterrado, intocable, inexpresable.

Carson se levantó con un rápido movimiento y le tendió la mano a Lara. Tras un instante de vacilación, ella le tomó la mano, permitiendo que la levantara. Caminaron juntos bajo la luz de la luna hacia la granja de los Chandler, sintiendo que el futuro los guiaba, y dejando que el calor de la mano de Carson disipara todas las dudas de Lara.