Siete
El descolorido daguerrotipo mostraba un desordenado montón de piedras sobre una cresta rocosa. Bajo la cresta, se extendía un valle amplio y fértil atravesado por un río. No había cercas, ni límite alguno marcado por el ser humano. Sólo los extensos campos, el río y grupos dispersos de sauces y alisos. Pequeñas motas salpicaban los campos en la fotografía, podían ser ciervos, o incluso alces, quizá.
De lo que Lara estaba segura era que no se trataba de ganado. Porque los primeros hatos de ganado habían sido llevados desde Texas. Lara había encontrado aquel daguerrotipo escondido entre los recuerdos de su abuelo. Tras él, había una nota pegada, en la que Cheyenne había escrito, con su anticuada caligrafía:
El primer límite en el rancho Rocking B. La fotografía probablemente la tomó Carson Blackridge después de la Guerra Civil y antes de la llegada de la primera manada, en mil ochocientos sesenta y siete.
El cristal de la lupa de Lara resplandecía bajo el sol de la mañana mientras la deslizaba lentamente a lo largo del daguerrotipo. Al cabo de unos segundos, alzó la mirada y observó el valle que tenía a sus pies, buscando los límites que no habían cambiado durante todo un siglo. Durante las tres semanas anteriores, había aprendido a ignorar la moderna realidad de las cercas y a prescindir de los árboles, de las casas y de la pequeña inclinación del río Big Green, que se había desplazado sutilmente hacia el sur.
Shadow se meció sobre su peso, dio una coz para espantar a una mosca y continuó sesteando. Los movimientos de la yegua no distrajeron a Lara. Había llegado a acostumbrarse a los hábitos de Shadow durante las cuatro semanas que llevaba viviendo en la vieja granja. Gran parte de ese tiempo, lo había pasado a caballo, hablando con los peones mientras éstos cabalgaban por las tierras del rancho, recordando otros tiempos. Y entre entrevista y entrevista, había ido buscando, y al final encontrando, todos, excepto uno de los límites originales del rancho.
Incluso Carson la había ayudado a buscar la marca perdida después del baño que habían compartido en el estanque. Junto a Lara, había estado revisando las escrituras del rancho y los peritajes sobre el mismo, que guardaba en una caja fuerte en el pueblo. Con su ayuda, Lara había podido recopilar una lista de límites y su posible localización y había pasado varios días buscándolos y fotografiando todos ellos. Todos excepto a uno. Aquel cuyo daguerrotipo tenía en ese momento entre las manos.
—Maldita sea —musitó para sí—. Esto tiene que ser la cresta. Y seguramente era también esta época del año. Las flores que aparecen en primer plano están completamente abiertas y no hay nieve en las cumbres más altas de las montañas. La hora del día también debe de ser aproximadamente ésta, porque las sombras son idénticas, y también el ángulo del sol sobre el río. E incluso el viento inclina la hierba de manera que...
Lara se irguió bruscamente en la silla.
—¡Por supuesto! ¡La hierba!
Desmontó a Shadow y comenzó a cuartear la cresta y recorrerla en todas direcciones. Era un duro trabajo. Aquella parte de Rocking B llevaba tres años sin ser utilizada como pasto para que la tierra pudiera descansar. Como resultado, en algunos lugares la hierba le llegaba hasta la cintura. Lara vadeaba los campos como si estuviera cruzando un río. De vez en cuando, vislumbraba un grupo de piedras asomando entre la hierba, pero ninguno de ellos resultó ser el hito que buscaba. Eran agrupaciones naturales de piedras, no producto de la mano de un hombre que hubiera querido marcar el primer límite hacia el este del rancho.
Al cabo de unos minutos, tenía el rostro empapado en sudor. Aunque todavía estaban en la primera semana de junio, la tierra estaba caliente. En aquel momento, Lara deseó que el sol hubiera sido menos generoso con su presencia. Un día más fresco habría hecho mucho más agradable su exploración.
—¿Se te ha perdido el reloj?
Lara alzó bruscamente la cabeza al oír la voz de Carson. Estaba tan concentrada buscando las marcas que ni siquiera lo había oído llegar.
—¡Carson! ¿De dónde vienes? —le preguntó. Los ojos le brillaban de alegría ante aquel inesperado encuentro.
La expresión de Lara desencadenó en Carson una impactante oleada de calor. Lara acababa de sonreírle como en el pasado; como cuando aparecía sin previa advertencia en el café en el que estaba trabajando. Hacía años que Carson no había vuelto a ver aquella sonrisa. Y acababa de darse cuenta de lo mucho que la había echado de menos.
—Una vaca se ha escapado hacia el arroyo Hat —dijo Carson, señalando con el pulgar por encima de su hombro—. Te he visto caminando sin parar por esta cresta y he venido a ver lo que estabas haciendo.
—Buscar esa maldita marca. ¿Cómo está la vaca?
—Muerta —musitó Carson, frotándose el cuello—. Es la tercera en esta semana. Probablemente sólo sea una coincidencia. Todas eran vacas viejas, pero aun así, he llamado al veterinario —suspiró y dejó caer la mano sobre la silla—. ¿Así que todavía estás buscando ese montón de rocas? ¿Y por qué? ¿Tan desesperadamente lo necesitas para escribir tu historia?
Lara se detuvo, preguntándose cómo podría hacer que Carson la comprendiera. No era que ella necesitara aquella marca para su historia en particular, sino que aquel hito era una pieza perdida del pasado que estaba esperando a ser descubierta.
—Supongo que me gusta buscar objetos perdidos —contestó.
—No vas a renunciar nunca a indagar en el pasado, ¿verdad?
—No —contestó Lara alegremente—. Es demasiado divertido.
Se secó el sudor de la frente con la manga y se echó el sombrero hacia atrás, perdiéndose al hacerlo la tensión que había aparecido en el rostro de Carson cuando éste había comprendido que cuanto más se le resistiera a Lara una pieza del pasado, más se empeñaría ella en encontrarla.
Y había una pieza en particular de su pasado que debería permanecer oculta para siempre.
Lo único que Carson podía hacer era agradecer a Dios que aquella pieza que debía permanecer escondida no perteneciera al período de tiempo que Lara estaba investigando. Afortunadamente, aquella información no estaría sometida a su inteligente e implacable escrutinio.
Lara alzó la mirada y advirtió que la expresión de Carson había cambiado.
—Lo sé, lo sé —dijo con una sonrisa insegura—, tú nunca miras hacia atrás. Pero yo soy historiadora, Carson, y me encanta escarbar en el pasado.
Al cabo de un instante, Carson sonrió casi involuntariamente. A pesar de sus temores, le gustaba ver la luz que iluminaba los ojos de Lara cuando estaba persiguiendo algo que la entusiasmaba.
—Diablos, supongo que no me hará ningún daño buscar un montón de piedras viejas —Carson desmontó y se acercó a Lara—. Podemos buscar juntos hasta la hora de la cena.
—¿Estás seguro? —le preguntó Lara vacilante—. Sé que a ti no te interesa la historia del rancho.
Y eso dicho suavemente. Porque en realidad Lara sabía que Carson sentía una hostilidad tan profunda como inexplicable hacia el pasado de Rocking B. A veces, la joven se preguntaba si aquel sentimiento se debería a que había crecido sabiendo que él no formaba parte de la historia de aquel lugar. ¿Pero sería eso suficiente para que Carson odiara de tal manera el pasado?
Aunque a Lara le habría encantado conocer la respuesta a aquella pregunta, sabía que no podía abordar el tema directamente. Odiaba ver la tensión que aparecía en el rostro de Carson cada vez que hablaban del pasado reciente del rancho.
—Estoy seguro de que no me importa, sí —dijo Carson, frotándose de nuevo el cuello—. Estoy harto de andar buscando vacas muertas.
—Ahí no hay posible discusión —dijo Lara, haciendo una mueca.
—¿Y cómo se supone que tenemos que llevar a cabo esta inspección histórica de bajo presupuesto? —preguntó Carson secamente. Inclinó nuevamente el cuello. Sus dolores de cabeza habían comenzado el día que había tenido el testamento de Larry Blackridge entre las manos, y eran muchas las veces que se descubría preguntándose por las noches si aquel dolor cesaría alguna vez.
—Primero, dame la mano —le dijo Lara.
—¿De verdad? —una sonrisa transformó su semblante mientras se quitaba los guantes de trabajo, los guardaba en el bolsillo y le tendía la mano a Lara—. Así que tengo que darte la mano. Vaya, a lo mejor resulta que he estado confundido con eso de la historia.
Lara se volvió hacia la amable sonrisa de Carson y sus ojos cansados. En un impulso, tomó la mano de Carson entre las suyas, se la llevó a los labios y le besó suavemente la palma, rozando aquella piel sensible antes de llevarse la mano a la mejilla. Sintió los dedos de Carson tensarse ligeramente, como si le estuviera devolviendo la caricia. La contención de aquel gesto la emocionó. Carson había sido completamente fiel a su palabra. En ningún momento la había presionado. Le había brindado su compañía, sus risas... Y ella no le había dado nada a cambio.
—Estás trabajando demasiado, Carson —susurró Lara—. Pareces muy cansado. No quiero que te esfuerces en buscar un límite que para ti no significa nada.
Carson cerró los ojos un instante, sintiendo la suave presión de la mejilla de Lara en su mano y saboreándola con una intensidad cercana al dolor. Desde que habían ido a bañarse al estanque, Lara lo tocaba con más frecuencia. Parecía estar más tranquila a su lado, pero no tanto como a él le habría gustado. Y en ningún momento había insinuado que las caricias pudieran ir más allá de la unión de sus manos mientras recorrían el rancho y observaban la puesta de sol transformando las tierras en campos de fuego. Aun así, Carson anhelaba aquellos momentos con una intensidad que lo hacía sufrir.
En ese momento, Lara lo estaba mirando con sus hermosos ojos rebosantes de preocupación.
—No te preocupes, pequeña —dijo Carson con voz profunda—. La mejor parte del día es el tiempo que paso contigo.
Lara no supo si fue ella la que se arrojó a los brazos de Carson o fue él el que la abrazó. Lo único que sabía era que se sentía como si por fin hubiera llegado a casa.
Al principio, se limitaron a abrazarse con fuerza, como si temieran que algo pudiera separarlos. Poco a poco, fueron aflojando los brazos, mientras Carson mecía a Lara lentamente contra su pecho y acariciaba su melena con sus manos enormes, confesándole en silencio lo mucho que le gustaba abrazarla. Lara sentía lo mismo. Había rodeado la esbelta cintura de Carson con los brazos y apoyaba la cabeza en su pecho al tiempo que acariciaba los músculos de su espalda, intentando aliviar aquella tensión que se había arraigado tan profundamente en Carson que éste ya había olvidado que en algún momento no había estado allí.
Cuando Lara por fin inclinó la cabeza para mirar a Carson, vio que tenía los ojos cerrados; una expresión de paz había sustituido a las líneas de tensión de su rostro. Saber que ella era capaz de proporcionarle tanta calma con algo tan sencillo como un abrazo la emocionó. Debería haberlo abrazado semanas atrás. De hecho, llevaba días deseando hacerlo. Cada vez que lo veía al final del día, agotado y frotándose casi automáticamente el cuello, deseaba abrazarlo hasta conseguir que se relajara y le sonriera como le sonreía años atrás.
—Se me ocurren ideas mejores que dedicarnos a vagabundear por aquí hasta que se ponga el sol —dijo ella suavemente.
Carson musitó algo que fue más un ronroneo que una palabra. Sin pensar en lo que hacía, Lara posó los labios en su pecho. Carson lo notó. Ella lo supo por la sutil tensión de su brazo.
—Yolanda tiene la noche libre, ¿verdad? —continuó Lara.
Carson volvió a gruñir, consiguiendo que aquel sonido pareciera al mismo tiempo una muestra de satisfacción y una pregunta. Lara rió suavemente y lo abrazó con fuerza.
—¿Por qué no vienes a cenar a mi casa? —y, rápidamente, añadió—: Tráete los libros de contabilidad del rancho si quieres. Sé que estás intentando ponerlos al día. Después de la cena, puedes trabajar en ellos mientras yo reviso los recuerdos de
Cheyenne. Después te prepararé un postre y te daré un masaje en la espalda, porque sé que te gusta tan poco llevar la contabilidad que siempre terminas con los músculos del cuello agarrotados. ¿Qué te parece?
Carson le dirigió una sonrisa radiante.
—El paraíso. Pero antes intentaremos buscar un poco más. Porque supongo que tú también tendrás que obtener algo de este trato, ¿no?
—Pero no tienes por qué caminar en medio de todas estas hierbas conmigo.
—Pero quiero hacerlo —musitó Carson—. Además, me encanta darte la mano. De hecho, me gusta tanto... —tembló—. Oh, Dios mío, Lara, adoro abrazarte.
En respuesta a aquellas palabras apenas susurradas, Lara se estremeció. Tensó los brazos y sostuvo a Carson con fuerza contra ella durante varios segundos. Después, alzó la mirada hacia él. La intensidad de sus ojos ambarinos le hizo contener la respiración. Quería que Carson la besara, pero sabía que él no lo haría, aunque era evidente que también lo deseaba. Había cumplido en todo momento la promesa que le había hecho semanas atrás. No había hecho nada que pudiera despertar sus miedos y tampoco lo haría en aquel momento. Si Lara quería que la besara, tendría que tomar ella la iniciativa.
—¿Puedo... besarte? —le preguntó ella...
Hablaba con voz vacilante y sus palabras reflejaban el conflicto que se estaba desencadenando en su interior. Quería que la besara, pero mientras se inclinaba hacia él, sus recuerdos le advertían del peligro que entrañaba aquel beso.
—Sí, me encantaría —contestó Carson, mirando su boca.
Lara volvió a experimentar un pequeño estremecimiento en respuesta. Y, una vez más, Carson no hizo nada más que sostenerla entre sus brazos un instante, como si quisiera tranquilizarla. Pero por mucho que Lara deseara estar entre tus brazos y revivir el placer de sus caricias, el recuerdo de lo que había ocurrido cuatro años atrás todavía era suficientemente poderoso como para que al mismo tiempo deseara dar media vuelta y salir corriendo.
Carson sentía la inseguridad de Lara. Y a pesar del deseo que lo hacía estremecerse de manera incontrolable, no inclinó la cabeza para tomar aquellos labios que temblaban mientras Lara buscaba sus ojos. Lara sabía que la deseaba. Y estando tan cerca como estaban, podía sentir la prueba tangible de su deseo. De modo que esperó a que se acercara a él, sabiendo que se sentiría más segura de esa forma y de que tenía que desearlo lo suficiente como para que la pasión superara a sus miedos.
Lara se puso de puntillas, lo besó en la comisura de los labios y después presionó los labios contra los suyos. En principio, sólo quería sentir la firmeza y el calor de su boca durante un instante. Pero la sedosa textura de su bigote y la suavidad de su boca le hicieron revivir los más dulces recuerdos. En un pequeño rincón de su mente, reconoció que Carson tenía razón: debería intentar recordar también las cosas buenas.
Y recordaba lo maravilloso que había sido abrir los labios bajo los de Carson, saborear y sentir su boca devorando delicadamente la suya.
Vacilante, Lara posó las manos en el pecho de Carson y rozó sus labios una vez, dos veces. A continuación, le rodeó el cuello con los brazos, permitiéndose inclinarse contra él. Al momento, Carson tensó los labios, soportando su peso y estrechándola contra él. Lara abrió la boca ligeramente y volvió a besarlo, esperando que Carson tomara su boca con la simple y ardiente caricia de su lengua.
Pero al ver que eso no ocurría, retrocedió ligeramente y alzó la mirada hacia Carson. Tenía los ojos cerrados y la expresión concentrada de su rostro indicaba que estaba disfrutando de sus besos. Más tranquila, Lara volvió a besarlo, esperando que abriera la boca en respuesta a sus caricias.
Pero Carson continuaba con la boca cerrada.
Tan atónita como frustrada, Lara se preguntó cómo iba a conseguir que Carson entreabriera los labios. Ella no tenía ninguna experiencia en guiar aquel tipo de experiencia sensual. Después del rechazo de Carson, había tardado mucho tiempo en volver a aceptar una cita, y los hombres con los que había salido estaban más que encantados de poder llevar la iniciativa. Al final, había sido precisamente eso lo que la había hecho retraerse; los hombres le demandaban exactamente lo que le había entregado a Carson. Pero ella no había deseado a ninguno de esos hombres lo suficiente como para arriesgarse a ofrecerse otra vez. Y, como resultado, tenía la misma experiencia en las artes amatorias que cuatro años atrás. Quería aumentar la intimidad del beso que estaba compartiendo con Carson, pero no sabía cómo hacerlo.
Lara besó a Carson otra vez, presionando con más fuerza su boca. Fue una sensación más satisfactoria porque pudo saborearlo, pero aun así, era menos de lo que deseaba. Volvió a echarse hacia atrás y miró la boca de Carson como si fuera un rompecabezas que estuviera intentando resolver. Cuando por fin alzó la mirada hacia sus ojos, descubrió a Carson mirando su boca con idéntica intensidad.
—¿Carson?
La respuesta de Carson fue un ronroneo interrogante.
—¿Por qué no...? —el valor la abandonó al instante.
Expresar con palabras lo que quena hacer le pareció de pronto mucho más íntimo que cualquier beso que pudiera imaginar. Estaba a punto de abandonar incluso la idea de besarlo cuando se inclinó hacia delante y sintió el duro sexo de Carson presionando contra su torso. La certeza de que Carson la deseaba le dio valor para intentarlo otra vez. Al fin y al cabo, él ya se había arriesgado por ella: dos semanas atrás, se había ofrecido cuando estaban en la poza. Lo único que le tocaba hacer a ella era encontrar la manera de desenvolver aquel regalo.
—¿Por qué no abres la boca? —le preguntó rápidamente.
—¿Quieres que abra la boca? —preguntó Carson con una lenta sonrisa.
—Sí —respondió ella con voz ronca—, pero no sé cómo conseguirlo —hizo una mueca al oír sus propias palabras—. Suena fatal. Me refiero a que me gustaría que tú también quisieras...
Se interrumpió de nuevo al darse cuenta de que ya tenía la demostración física de hasta qué punto la deseaba Carson.
—Me refiero a que no sé cómo decirte que abras la boca sin tener que decírtelo directamente —admitió precipitadamente y ocultó su rostro sonrojado en su pecho—. Oh, Carson, no sé cómo se hace esto —dijo con tristeza—. Lo único que sé sobre los besos es lo que aprendí contigo hace cuatro años.
La expresión de Carson cambió. Por un instante, la sorpresa sustituyó a la pasión. De algún manera, había dado por sentado que aunque Lara no se hubiera entregado por completo a ningún hombre durante aquellos cuatro años, por lo menos habría tenido algún tipo de relación sexual que hubiera dejado la cuestión de la virginidad reducida a un pequeño detalle por resolver, más que a una auténtica cuestión de inexperiencia.
Y darse cuenta de que había herido a Lara de tal manera que había acabado brutalmente con su naturaleza sensual le produjo un gran impacto. Cuando Lara le había confesado su amor él no la había creído. Carson no creía entonces en el amor.
Y continuaba sin creer en él. Pero acababa de darse cuenta de la profundidad de los sentimientos de Lara y del daño que todavía podía hacerle. Aquello le hizo desear ofrecerle un placer tan profundo como su capacidad para sentir.
Abrazó a Lara con fuerza y le dio un beso en la cabeza.
—No tiene nada de malo que me digas lo que quieres —le dijo con delicadeza—. De hecho —musitó, moviéndose contra ella—, me resulta increíblemente excitante oírte decir que deseas mi boca. Pero si te da vergüenza hablar de ello, entonces lo que tienes que hacer es deslizar la lengua por mis labios —rió suavemente—. Puedo garantizarte que comprenderé el mensaje. Incluso podemos hacer un trato. Yo repetiré cada una de las caricias que tú me hagas, pero tú tienes que tomar la iniciativa, ¿de acuerdo?
Lara alzó la mirada hacia él y al ver la diversión y la expectación que reflejaban sus ojos, sonrió.
—De acuerdo.
Volvió a ponerse de puntillas y buscó sus labios, disfrutando al sentir la firmeza de su boca. Lentamente, entreabrió los labios y deslizó la lengua vacilante por la curva de su labio inferior antes de rodear con ella los picos de la parte superior de su boca. Sintió que Carson se estremecía en respuesta y oyó un ahogado gemido en su garganta. Carson abrió la boca y repitió con la lengua aquel movimiento, dejando un rastro de humedad y calor alrededor de los labios de Lara.
Lara pronunció el nombre de Carson en un suspiro. Unieron las puntas de sus lenguas, retrocedieron y volvieron a buscarse. Pero aquello no era suficiente. Lara deseaba presionar con fuerza sus labios, sentir sus bocas fundiéndose mientras Carson acariciaba su lengua. Así lo habían hecho años atrás. Lo recordaba vividamente. Y Carson volvería a besarla de esa forma si ella era capaz de demostrarle lo que quería.
Lara hundió los dedos en el pelo de Carson, haciendo que su sombrero vaquero cayera al suelo, no muy lejos de donde descansaba el suyo. Bajo la presión de sus dedos, Carson fue bajando la cabeza. Lara inclinó la cabeza hacia él, intentando encontrar el ángulo que permitiría el pleno contacto de sus labios. E incluso después de que sus bocas estuvieran completamente unidas, continuó moviendo la cabeza lentamente, meciéndose hacia delante y hacia atrás y recordando que Carson la había besado años atrás de esa manera y ella había sentido el efecto de aquel beso hasta en las plantas de los pies.
Carson emitió un sonido de placer al sentir el cálido suspiro de Lara en su boca. En agónico suspense, esperó hasta que la lengua de Lara acarició la suya, diciéndole sin palabras lo que esperaba de él. Carson flexionó los brazos mientras se enderezaba y levantaba a Lara para que quedaran sus rostros al mismo nivel. Acarició lentamente la lengua de Lara, invitándola a buscar los rincones más profundos de su boca.
El estremecimiento con el que respondió Lara encendió un fuego en el interior de Carson. Le costó lo indecible no levantarla en brazos para dejarla en la hierba y dejar que sus cuerpos se fundieran incluso más profundamente que sus bocas. La deseaba con una violencia que lo asustaba. Y en ese momento comprendió que, aunque había hecho el amor con otras mujeres desde que había rechazado a Lara, en realidad no las había deseado. Al menos no como deseaba a Lara. Con ella, sentía cómo corría la sangre por sus venas y se acumulaba pesadamente entre sus muslos hasta hacer que la cabeza le diera vueltas y las rodillas parecieran a punto de ceder para dejarlo caer sobre la hierba.
Con un sonido casi cruel, Carson fue bajando a Lara lentamente, hasta que sus pies volvieron a rozar el suelo. No supo cómo ni dónde encontró la capacidad de control para no tumbarla en el suelo y cubrir su dulce suavidad con la dureza de su cuerpo.
Cuando Carson aflojó su abrazo, Lara se meció ligeramente sobre las piernas. Era consciente de que si Carson la soltaba, terminaría derrumbándose a sus pies.
—Abrázame —le pidió con una voz tan ronca que a ella misma le resultaba extraña—. Las piernas... —intentó tomar aire, pero sólo fue capaz de jadear. Rió con impotencia—. ¿Qué me has hecho Carson? Me siento como si tuviera menos huesos que una cucharada de miel.
—Es curioso que digas eso —comentó Carson con voz grave—. Porque yo iba a decirte lo mismo —se inclinó automáticamente para atrapar de nuevo su boca, pero al darse cuenta de que estaba tomando él la iniciativa, se enderezó y tomó una bocanada de aire—. Me haces perder la cabeza.
Lara pestañeó y sonrió, encantada de no ser ella la única que sentía aquella debilidad en las rodillas.
—¿De verdad? —susurró—. Pues me gusta la idea.
Carson emitió un extraño sonido, una mezcla entre un gruñido y un ronroneo. Lara pudo sentirlo además de oírlo. Sus ojos volaron de nuevo hacia la boca de Carson. Estaba enrojecida por la fuerza de sus besos. Lentamente, Lara se puso de puntillas, apoyándose en Carson y sintiendo su calor y su fuerza. Cerró los ojos y se estiró hasta rozar sus labios. Sacó la punta de la lengua y acarició su boca con un roce tan ligero como el de su aliento.
—¿Lo estás haciendo a propósito? —preguntó, Carson con voz sensual.
—¿El qué?
—Torturarme.
Lara acarició con la lengua la comisura de sus labios.
—¿Estoy torturándote?
—Sí —contestó Carson, pero no había enfado en su palabra, sino un viril ronroneo de placer, risa y deseo.
De pronto, Lara se acordó de una de las «torturas» que le había infligido Carson años atrás.
Tomó su labio inferior entre los dientes y tiró delicadamente de él al tiempo que deslizaba la lengua por su carne cautiva. La risa de Carson fue sustituida inmediatamente por un gemido ronco de deseo. Deslizó la lengua por el labio superior de Lara, haciéndola jadear. Y cuando Lara entreabrió los labios, él inclinó la cabeza para fundir sus bocas en un beso ardiente, sin preocuparse de quién era el perseguidor y quién el perseguido. Lara estaba pidiendo su boca, se moría por ella, y ambos lo sabían.
Lara sintió aquel beso en todo su cuerpo. Porque encendió cada una de aquellas terminales nerviosas que durante tanto tiempo llevaban dormidas. La dulce fricción de la lengua de Carson sobre la suya, su sabor, el calor y el placer de su boca... Todos y cada uno de los aspectos de aquel beso la atrapaban de tal forma que ni siquiera fue consciente de que estaba gimiendo, o de que estaban cediendo sus rodillas. No sabía tampoco que sus senos presionaban el pecho de Carson y su boca se tensaba sobre la suya con la misma fiereza que el ranchero ponía en su beso. Era como si ambos pretendieran que un solo beso acabara con todos los oscuros malentendidos y los años que los habían separado.
Carson tuvo que emplear toda su fuerza de voluntad para lenta, muy lentamente, ir poniendo fin al beso, aunque continuaba abrazando a Lara como si ella fuera su única esperanza de paz después de toda una vida de conflicto. Ambos respiraban agitadamente. Carson nunca había deseado tanto a una mujer, ni siquiera la noche que había abandonado a Lara.
—Hasta ahora no sabía lo ardiente que puede llegar a ser un beso —dijo Carson con voz ronca, observando a Lara con las pupilas dilatadas por la pasión—. Tendrás que dejarme descansar un poco si no quieres que olvide todas mis promesas y termine arrastrándote a la hierba.
Por una parte, aquella idea le resultaba a Lara definitivamente seductora, pero por otra, le hacía revivir sus recelos.
—Lo sé —dijo Carson—, todavía es demasiado pronto para ti, ¿verdad?
Lara cerró los ojos.
—Lo siento —susurró.
Carson le acarició los labios con el pulgar con intención de silenciarla.
—Chss, pequeña. No tienes nada que sentir. Con ese beso me has dado mucho más de lo que me merecía.
—Pero tú... Es que, tú estás...
Lara bajó la mirada hacia la firme evidencia del deseo de Carson. Éste siguió el curso de su mirada y esbozó una media sonrisa.
—Sí, claro que sí. Y si te molesta lo siento, pero soy incapaz de hacer nada para evitarlo cuando estoy cerca de ti.
—¿Molestarme a mí? ¿Y a ti?
Carson rió suavemente mientras rozaba sus labios.
—Cariño, después de un beso como éste, estaría mucho más molesto si lo único que llevara en el bolsillo fuera una navaja.
Mordiéndose el labio para no echarse a reír, Lara miró a Carson. Pero al final, renunció y estalló en carcajadas.
—Precisamente por eso —dijo Lara por fin, intentando recuperar la respiración mientras sostenía la mano de Carson—, ahora me tocará conducirte por el primaveral camino de la historia.
—Vaya, ¿es a la historia adonde conducen esos caminos primaverales? —preguntó Carson dubitativo—. Yo pensaba que conducían a algo más, hum, excitante.
—Eso depende de lo que cada uno entienda por excitante.
—Imagínatelo —contestó Carson sucinto.
Lara se sonrojó, pero su rubor tenía más que ver con el placer que con la vergüenza.
—¿De verdad te ha gustado mi beso? —susurró, incapaz de creer que aquel beso hubiera sido real.
—Oh, claro que sí —dijo Carson, sonriéndole—. Me ha gustado de verdad. Pero ya sé que los estudiosos necesitáis acudir a la fuente original de cualquier información. Así que siéntete todo lo libre que quieras para investigar. Puedes empezar buscando en mis bolsillos para ver lo que encuentras.
La expresión de Carson era una combinación tan escandalosa de soberbia y franca sensualidad que Lara se olvidó hasta de avergonzarse. Y comprendió asombrada que la idea de deslizar la mano en el bolsillo de su pantalón la hacía estremecerse.
Porque estaba convencida de que iba a encontrar algo más que una navaja.
—De momento creo que me conformaré buscando el hito del rancho —dijo, incapaz de mirar a Carson a los ojos o de reprimir la femenina sonrisa que curvaba sus labios.
Cuando Carson vio aquella sonrisa, se apoderó de él el más descarnado de los deseos. Flexionó la mano lentamente, haciendo que su palma frotara la de Lara completamente.
—¿Por dónde empezamos?
Lara tardó algunos segundos en registrar la pregunta de Carson. La sensual promesa de su piel moviéndose sobre la suya hacía añicos todas sus ideas sobre la historia y los límites originales del rancho. En ese momento, el presente era demasiado dulce como para preocuparse del pasado.
—¿Por dónde empezamos a...? —preguntó. Pero se le quebró la voz al mirar a Carson a los ojos.
Continuó mirándolo en silencio. La luz del sol convertía sus ojos en dos brillantes topacios y acariciaba aquel pelo sobre el que minutos antes ella había deslizado sus dedos, arrancándole destellos de bronce. Aquel juego de colores que parecía transformarse con cada una de las respiraciones de Carson le resultaba fascinante a la joven.
—¿Lara?
Lara pestañeó, pero la imagen de Carson no se desvaneció. Continuaba allí, frente a ella, resplandeciendo con el último sol de la tarde, tan fuerte y perfecto como si hubiera brotado de la misma tierra.
—¿Lara? —preguntó Carson, intrigado por su silencio.
—Eres tan... perfecto.
El sentimiento que atenazó la garganta de Carson durante algunos segundos no tenía nada que ver con el deseo. Lara se había acercado a él tan confiadamente... tan perfectamente. Y él sabía que no podía igualar aquella perfección.
—Oh, Dios mío —susurró, cerrando los ojos para protegerse de la claridad del sol—. Me gustaría serlo, Lara. Por ti. Sólo por ti. Pero no soy perfecto. Recuerda que te fallé —susurró—. Recuérdalo e intenta perdonarme.
Lara se acercó a Carson y lo abrazó, intentando no llorar y deseando desesperadamente borrar el violento dolor que había visto en sus ojos.
—No pasa nada, Carson —dijo con voz ronca, sin soltarlo—. De verdad, Carson, ahora ya está todo arreglado.
Carson la abrazó hasta el dolor, sabiendo que no, que no todo estaba arreglado, y rezando para que Lara fuera capaz de perdonarlo cuando descubriera lo que había hecho.