CAPITULO 30

Los cuatro guerreros permanecieron en silencio mientras el barón Deguerre cabalgaba hacia el castillo.

- Bajad el puente -ordenó Dominic.

Un instante después, el puente crujía al bajar para cubrir el foso. Deguerre avanzó sin detenerse, seguido por cinco hombres. Ninguno llevaba cota de malla o espada.

- El barón Deguerre os saluda -dijo uno de los caballeros.

Simón observó a los seis hombres y supo de inmediato cuál era el barón. AI igual que Geoffrey, Deguerre era tan atractivo como un ángel caído, pero, al contrario que su protegido, su rostro no reflejaba depravación, sino inteligencia y crueldad.

- Lord Dominic, señor de la fortaleza de Blackthome, os saluda- respondió Simón sin emoción en la voz. Le resultaba difícil creer que su apasionado ruiseñor proviniera de la semilla de un hombre tan frío.

- ¿Quién es lord Dominic? -exigió saber uno de los caballeros.

- ¿Quién es el barón Deguerre? -replicó Simón sardónico.

Uno de los caballeros se adelantó hasta que su montura amenazó con pisotear a Simón contra los tablones del puente. Simón permaneció de pie en medio del puente, inmóvil excepto por los latigazos del viento en su manto.

- Yo soy el barón Deguerre -dijo el hombre que parecía un ángel caído.

Dominic avanzó hasta ponerse junto a su hermano. En aquella terrible noche, los ojos de cristal del broche glendruid refulgieron, sobrenaturales.

- Yo soy lord Dominic.

- ¿Por qué nos habéis exigido que abandonáramos las armas antes de entrar a la fortaleza? -exigió saber el barón.

- El lobo de los glendruid -explicó Erik desde las sombras más allá de las antorchas-, prefiere la paz a la guerra.

- ¿De veras? -preguntó el barón mordaz-. Qué extraño. La mayoría de los hombres disfrutan probando las armas.

- Mi hermano deja a otros el uso ocioso de las armas -intervino Simón-; así dispone de más tiempo para saborear sus victorias.

- Pero cuando algún insensato obliga a lord Dominic a entrar en el campo de batalla -añadió Duncan desde la caseta de la entrada-, no existe caballero más despiadado. Preguntad a los Reevers, si es que encontráis a alguien que pueda hablar con los muertos.

La oculta mirada de Deguerre se desplazó de los dos hermanos a la caseta, donde Erik y Duncan esperaban.

- Lamento no poder ofrecer nada más que el establo a vuestros caballeros -se disculpó Dominic-. No recibimos la noticia de vuestra llegada con antelación suficiente.

- ¿De veras? -murmuró el barón-. Mi mensajero debe haberse perdido.

Dominic sonrió ante aquella mentira tan evidente.

- Es bastante fácil hacerlo en estas tierras -convino-. Como podréis comprobar, éste es un lugar en el que el éxito reside más en los aliados que en la propia espada.

Dominic hizo un gesto para que Erik y Duncan se acercaran hasta adentrarse en la incierta luz.

- Estos son dos de mis aliados. Lord Erik de Sea Home y Winterlance, y lord Duncan del castillo del Círculo de Piedra. Su presencia y la de sus caballeros es la razón por la que mi hospitalidad debe ser limitada.

Deguerre estudió a los cuatro hombres que tenía enfrente con ojos fríos y calculadores, y su mirada quedó atrapada en el antiguo broche en forma de cabeza de lobo que sujetaba el manto de Dominic.

- Así que por fin ha sido encontrado -murmuró apenas-. Había oído rumores, pero… Bueno, aún quedan muchos otros tesoros antiguos que encontrar.

La mirada de Deguerre atravesó al hombre que llevaba el broche glendruid en forma de lobo, percatándose del extraño parecido entre los ojos claros como el hielo de Dominic y los sobrenaturales ojos de cristal del lobo.

- Acepto vuestra amable hospitalidad -dijo finalmente.

- Harry -ordenó Dominic con voz clara-, abre el portón.

Momentos más tarde, el barón y sus cinco acompañantes cruzaban a caballo el portón de entrada. Simón y Dominic flanquearon a Deguerre en cuanto desmontó.

- Vuestros aposentos están siendo preparados, si no ponéis objeción a dormir en una estancia que está siendo remodelada como habitación para los niños -dijo Dominic.

- Entonces es cierto que la bruja glendruid está embarazada - reflexionó Deguerre mirando sesgadamente al lobo de los glendruid.

- Mi esposa y yo estamos esperando un hijo -le informó Dominic cortante.

La sonrisa de Deguerre resultó gélida.

- No pretendía ofenderos. Yo también me casé con una bruja y tuve hijos con ella.

La puerta del edificio principal se abrió, insinuando el calor y la luz del interior. Los sirvientes se apresuraban de un lado a otro, preparando una cena fría, un vivo fuego y un vino caliente.

Los guerreros cruzaron a grandes pasos el gran salón y se dirigieron hacia la comodidad del solar. La silueta de una mujer se recortaba contra las agitadas llamas del hogar. Su pelo estaba suelto, como era costumbre entre las Iniciadas, pero era negro como la noche, no dorado como el de Amber o del ardiente rojo del de Meg.

- Ariane -se apresuró a decir Simón-. Pensaba que ya te habías acostado.

La joven se volvió y alargó la mano en busca del contacto de su esposo.

- He oído que el barón ya ha llegado -le explicó Ariane.

Su voz, al igual que su rostro, carecía de emoción; sin embargo, el vestido amatista se arremolinaba inquieto alrededor de sus tobillos y el brocado de plata brillaba como si estuviera vivo.

Deguerre observó los dedos de Simón entrelazándose suave y firmemente con los de Ariane. Con unos ojos que no eran ni azules ni grises, sino más bien una cambiante mezcla de ambos, el barón evaluó la reacción de su hija ante su esposo, así como el sutil acercamiento de su cuerpo al de él.

- Así que también es cierto -murmuró al cabo de unos instantes.

- ¿El qué? -preguntó Dominic con suavidad.

- Que el matrimonio de mi hija es producto del amor y no de los intereses de reyes o familias.

- Ambos estamos muy complacidos con nuestra unión -afirmó Simón, escueto.

La sensual aprobación con que miraba a su esposa decía mucho más y provocaba que los ojos de Ariane brillaran como gemas.

Deguerre dejó de mirar a la pareja y observó la estancia en la que se encontraban. Aunque los muebles y enseres eran de muy buena calidad, no eran compeles a los suyos. A pesar de todo su poder y sus vastas posesiones, el lobo de los glendruid no era tan acaudalado como afirmaban los rumores, lo que significaba que no podía permitirse costear los servidos de los cabañeros necesarios para mantener sus dominios a salvo.

- He oído decir que la lealtad de vuestro hermano hacia vos no conoce límites -comentó el barón mirando fijamente a Dominic.

- El afecto que Simón me profesa es bien conocido, al igual que el mío por él -admitió el lobo de los glendruid-. Podéis estar seguro de que vuestra hija no podría haber encontrado un esposo mejor o más cercano a mí.

Con un gruñido, Deguerre retiró la capucha que había protegido su cabeza de la tormenta. Su cabello, del color de la plata, brillaba al reflejar la luz; sus cejas eran muy negras, de arco pronunciado y una elegancia extraña.

El tañido de diminutos cascabeles de oro llamó la atención del barón, que se volvió con rapidez. A pesar de su edad, poseía cierta fluidez de movimiento que indicaba fuerza y coordinador

- Meg -dijo Dominic sorprendido-. Creí que dormías.

La joven se acercó a su esposo con un murmullo de tela perfumada y un dulce canto de cascabeles.

Deguerre estrechó los ojos ante los evidentes signos del embarazo de Meg. Lo único aún más evidente era el estrecho vínculo que unía al señor de la fortaleza y a la sanadora glendruid; tan fuerte que casi podía verse.

- Barón Deguerre, lady Margaret -los presentó Dominic.

- Encantado, milady -dijo Deguerre sonriendo y ofreciendo su mano.

La sonrisa transformó al barón, haciéndolo parecer aún mas atractivo.

- Nos complace daros la bienvenida -respondió Meg.

Si la sorprendente transformación del barón, de frío estratega a seductor, le causó alguna impresión, Meg no la reflejó. Mantuvo el contacto con la mano masculina el menor tiempo posible, pero dentro de lo que la cortesía exigía.

- Poseéis la belleza del fuego, lady Margaret -la halagó el barón en voz baja-, Y vuestros ojos son la envidia de las esmeraldas.

Ariane tensó su mano sobre la de Simón. Conocía bien la habilidad de su padre para la seducción. La había utilizado en numerosas ocasiones con las mujeres e hijas de sus enemigos.

En silencio, Simón se llevó la mano de la joven a los labios y la besó intentando calmarla.

- Sus ojos son mucho más -replicó Dominic-. No existe un verde más hermoso que el de los ojos de mi esposa.

Si bien Meg había permanecido indiferente ante los cumplidos del barón, las palabras de su esposo hicieron que se ruborizara de placer. La pareja se miró a los ojos unos segundos, y durante ese tiempo no existió nada más en la habitación.

- Conmovedor -admitió Deguerre sereno.

- En efecto -intervino Simón-. Todo el mundo habla del amor entre el lobo y la sanadora. -Hizo un gesto hacia la mesa-. ¿Queréis comer o beber?

Los sirvientes habían estado muy ajetreados trayendo y apilando platos hasta que la mesa se colmó bajo la generosa comida.

Deguerre catalogó la comida de un solo vistazo.

- Se ha enviado mucho más a vuestros hombres -informó Simón-. Espero que sea suficiente, pero nadie parece saber el número de personas que os acompaña.

- No deseo mermar vuestras provisiones de invierno -adujo el barón.

- No hay peligro alguno -aseguró Meg, girándose hacia su invitado-. No ha habido una cosecha mejor desde donde alcanza nuestra memoria.

- Y está todo a salvo entre los muros del castillo -añadió Simón con suavidad.

- Habeis sido afortunados -repuso el barón-. Muchos castillos al sur de aquí han sufrido lluvias intempestivas. Para ellos, el invierno traerá hambre.

- En Blackthome no tendremos problemas -afirmó Dominic.

Deguerre gruñó y Dominic esperó en silencio el momento de esquivar la siguiente estocada del barón buscando un punto débil en la fortaleza de Blackthome.

- Creí que encontraría a uno de mis caballeros aquí -comentó Deguerre, volviéndose hacia Simón.

El silencio invadió de pronto la estancia, aunque el barón fingió ignorarlo.

- Además de mi protegido, es un gran amigo de mi hija -añadio, mirando de modo significativo a Ariane-, ¿Está nuestro querido Geoffrey aquí, hija mía?

- Si - respondio Simón antes de que su esposa pudiera contestar.

- ¿Podéis pedirle que venga? -preguntó el barón.

- No. He enviado a Geoffrey a su última morada.

Los ojos de Deguerre se centraron en Simón con una intensidad tangible.

- ¡Explicaos! -exigió.

Simón sonrió y guardó silencio.

- Es sencillo -intervino Dominic-. Geoffrey está muerto.

- ¡Muertol ¿Cuándo? ¿Cómo? ¡No había oído nada al respecto!

Dominic se limitó a encogerse de hombros.

- Oí que una enfermedad había acabado con gran parte del séquito de mi hija, pero Geoffrey… -murmuró Deguerre.

- Sí -confirmó Ariane-, Hubo una enfermedad y sólo sobrevivió un puñado de hombres.

- ¿Dónde están? -quiso saber el barón.

Simón sonrió con frialdad.

- Sospecho que maté a dos de ellos en las tierras de la frontera, y que herí a los demás. Quizá también murieron. En cuanto a Geoffrey… ha muerto hoy a mis manos.

- Os tomáis mucha libertad con la vida de mis caballeros -dijo Deguerre sin que su rostro reflejara ninguna emoción.

- Cuando me enfrenté a ellos no eran más que proscritos que no lucían los colores de señor alguno en sus escudos -afirmó Simón.

- ¿Y Geoffrey? -Las negras cejas de Deguerre se alzaron un instante-. ¿También lo llamáis proscrito?

- Tengo derecho a hacerlo. Lo admitió justo antes de morir, aunque se preocupó de pintar de nuevo vuestros colores en su escudo cuando se encaminó hacia aquí.

El silencio reinó en la estancia durante unos segundos.

Finalmente, Deguerre hizo una mueca, siseó algo para sí mismo y aceptó la pérdida de un aliado en el interior del castillo.

- Una pena -se lamentó el barón-. El muchacho prometía.

- Descansad tranquilo, seguirá prometiendo en el infierno - aseguro Simón-. ¿Y vos, barón? ¿Hay alguna promesa que no hayáis mantenido?

- Ninguna.

- ¿De veras? -preguntó Dominic sarcástico-. ¿Y la dote de Ariane?

- ¿Qué sucede con ella? - se extrañó el barón.

- Las arcas estaban llenas de rocas, tierra y harina en mal estado.

Deguerre se quedó paralizado en el acto de ajustarse el manto.

- ¿Qué queréis decir?

Dominic y Simón se miraron mutuamente, y luego miraron a Duncan. Sombrío, Duncan abandonó la estancia, consciente de que necesitarían a su esposa una vez más.

- Es sencillo. -Los negros ojos de Simón se estrecharon al volver a mirar a Deguerre-. Cuando abrimos las arcas, no contenían nada de valor.

- Dejaron mis tierras conteniendo bienes por el valor del rescate de una princesa -replicó el barón.

- Esa es vuestra versión.

- ¿Cuestionáis mi palabra? -inquirió Deguerre con la suavidad de la seda.

- No, sólo os relato lo que ocurrió al abrir las arcas.

- ¿Qué dijo Geoffrey cuando vio las arcas vacías? -quiso saber el barón

- No estaba presente -dijo Simón.

- ¿Lo estaba alguno de mis hombres?

- No -le informó Simón en tono sarcástico-. Vuestros caballeros dejaron a Ariane en la fortaleza de Blackthorne y desaparecieron sin quedarse apenas a tomar algo de alimento.

- Una conducta asombrosa -murmuró el barón-. ¿Y los sellos de las arcas?

- Intactos -respondió Dominic.

- Extraordinario -se sorprendió Deguerre abriendo mucho los ojos-. Pero sólo tengo la palabra de los caballeros de Blackthorne, que dicen que mis especias, sedas, gemas y oro se transformaron en piedras y tierra entre Normandía e Inglaterra.

- Así es.

- Muchos hombres asumirían que se ha producido un engaño.

- Es muy probable -convino Dominic.

En aquella ocasión, la sonrisa de Deguerre fue distinta, fría y triunfal, seguro de que había encontrado la debilidad que buscaba.

- ¿Me estáis acusando de haber faltado a mi palabra? -preguntó el barón afable.

- No -negó Dominic-. Ni tampoco exigimos pago alguno de vos… aún.

Antes de que Deguerre pudiera hablar, Amber entró en la estancia.

Vestía una túnica escarlata, llevaba el pelo suelto, y el colgante de ámbar de su cuello brillaba como un estanque de luz atrapada.

- ¿Me habéis mandado llamar, lord Dominic? -preguntó la joven.

- Sí, milady. Necesito un favor. Amber sonrió débilmente.

- Es vuestro.

- El barón y yo tenemos un pequeño misterio que desearíamos resolver. ¿Podrías ver la verdad para nosotros?

Al oír las palabras del lobo de los glendruid, el barón se volvió y examinó a la recién llegada con verdadero interés.

- Amber es una Iniciada -informó Dominic a Deguerre-. Puede…

- Conozco los dones de los Iniciados -le interrumpió el barón-. He dedicado gran parte de mi vida a estudiar sus antiguas enseñanzas. ¿Tiene esta dama el don de discernir la verdad?

- Sí -afirmó Dominic. Deguerre suspiró con desaliento.

- Entonces vos no robasteis la dote -se resignó el barón-, o nunca hubierais traído a esta joven a mi presencia. Aquí teneis mi mano, milady, tocadla y descubrid si digo la verdad.

Amber respiró despacio para tranquilizarse y luego tocó a Deguerre. La joven gritó y hubiera caído de rodillas si Duncan no la hubiera sujetado. Sin embargo, a pesar del dolor que la desgarraba, Amber no soltó la mano de Deguerre.

- Rápido -siseó Duncan.

- ¿Nos habéis engañado con la dote de vuestra hija? -preguntó Dominic al barón.

- No.

- Dice la verdad. -Tras decir aquello, Amber rompió el contacto al instante.

- Gracias, milady. -Dominic inclinó levemente la cabeza ante la joven.

Deguerre observaba a Amber con un interés predatorio; no había pasado por alto el coste de su don.

- Vuestra bruja es un arma útil, aunque frágil -comentó-. Una que siempre deseé tener.

Duncan lanzó una mirada asesina al barón, que se limitó a sonreír.

- Creo que ahora me toca a mí preguntar.

Sorprendida, Amber miró al lobo de los glendruid.

- ¿Tocarías también mi mano, milady? -solicitó Dominic renuente, extendiendo el brazo.

Aunque Amber nunca había tocado al lobo de los glendruid, tomó su mano sin vacilar. Tembló visiblemente, pero se controló con rapidez.

- ¿Había algo de valor en aquellas arcas cuando las abristeis? - interrogó Deguerre a Dominic.

- Nada.

- Dice la verdad.

- ¿Estaban los sellos intactos? -preguntó el barón.

- Sí.

- Dice la verdad.

- Asombroso -murmuró Deguerre.

Dominic se apartó de Amber y dejó caer el brazo al costado.

- Mis disculpas -se excusó-. Lamento haberte causado dolor.

- No lo has hecho. Hay mucho poder en ti, pero no crueldad.

Deguerre sonrió sarcástico ante el hecho de que Amber no hubiera dicho lo mismo de él.

- Parece que uno de vuestros caballeros robó la dote de Ariane -declaró Dominic dirigiéndose al barón.

- ¿Uno de los míos? ¿Por qué no uno de los vuestros?

- Los sellos estaban intactos. Vuestros sellos, barón, no los míos.

- Ah, es cierto -reconoció Deguerre, encogiéndose de hombros-. Supongo que fue sir Geoffrey el responsable. Era mi protegido, por lo que tenía libre acceso a mis archivos.

- ¿Y a los sellos? -inquirió Simón.

- También.

- Ahora Geoffrey está muerto y la dote perdida -resumió Simón.

- ¿Habéis preguntado a mi hija sobre ello?

- ¿Por qué deberíamos? Ella estaba más confusa que cualquiera de nosotros cuando abrimos las arcas -respondió Dominic-. Si hubiera sabido dónde estaba la dote, nos lo hubiera dicho al instante.

Deguerre se dio la vuelta para mirar a Ariane.

- ¿Y bien, hija? ¿Por qué no la has encontrado para ellos?

- Perdí mi don la noche que Geoffrey me violó.

- Te violó, ¿Es eso lo que le has contado a tu esposo? -preguntó Deguerre con una sonrisa cruel.

- Si -contestó Ariane tranquila-. Y también es lo que lady Amber le dijo.

Una ligera sorpresa invadió los rasgos de Deguerre.

- De modo que realmente has perdido tu don -dijo el barón como si estuviera pensando en voz alta-. Le ocurrió lo mismo a tu madre cuando la tomé en nuestra noche de bodas. Al parecer, las brujas pierden sus poderes cuando se unen a un hombre.

- Os equivocáis -le contradijo Meg con tranquilidad.

Deguerre volvió la cabeza bruscamente y miró a la pequeña mujer que había permanecido tan quieta que hasta sus tintineantes joyas habían guardado silencio.

- ¿A qué os referís? -inquirió el barón.

- La unión con un hombre puede realzar en lugar de destruir el poder de una mujer -afirmó Meg-. Depende de la unión, y del hombre. Desde que soy la esposa del lobo de los glendruid, mis poderes han aumentado gradualmente.

- Fascinante.

Deguerre frunció el ceño. Luego se encogió de hombros y volvió al asunto que más le interesaba: debilidad, no fuerza.

- Parece que Geoffrey era un cobarde desleal que destruyó el don de Ariane en lugar de realzarlo -admitió con indiferencia-. Es una lástima que otros deban pagar por sus actos, pero así es como funciona el mundo.

Simón se tensó. El barón irradiaba una especie de placer depravado que indicaba claramente que por fin había encontrado la debilidad que buscaba en Blackthorne.

- Cuando accedí a conceder en matrimonio a mi amada hija a uno de vuestros caballeros -dijo Deguerre dirigiéndose a Dominic-, prometisteis que su esposo gobernaría un castillo en vuestro nombre, un castillo acaudalado que se ajustara a la alta posición de lady Ariane en Normandía.

- Así es -reconoció Dominic sombrío.

- Decidme, ¿dónde está el castillo de mi hija?

- Al norte.

- ¿En qué lugar exactamente?

- Carlysle.

- ¿Por qué no reside allí, como corresponde a una dama con su propio castillo?

- Aún estamos reclutando caballeros para la defensa -respondió Simón con voz cortante.

- Y también debemos terminar las fortificaciones -admitió Dominic.

- Cosas caras, los caballeros y las fortificaciones.

Deguerre miró a su alrededor con una satisfacción cruel.

- Vais a tener muchas dificultades para mantener dos castillos, con independencia de lo buena que haya sido la cosecha de Blackthorne este año.

- Podré hacerlo -aseguró Dominic, tenso.

La sonrisa de Deguerre era tan fría como la noche.

- Y yo me quedaré en este castillo hasta que lo prometido a mi hija le sea concedido.

Mucho tiempo después de que el barón Deguerre se acomodara con sus caballeros, Ariane esperaba en la soledad de su dormitorio con la cabeza inclinada y el arpa en su regazo. En silencio, rogó que Simón viniera a ella.

Que la perdonara. Debería haber sabido que Simón es un hombre demasiado orgulloso para conocer la violación de su esposa y no vengarla, independientemente del cuidado con que Meg y yo lo planeamos todo para evitar justo eso.

¡Debería haberlo sabido!

Pero sólo tuve en cuenta mis propias necesidades, mi propio orgullo, mi propio deseo de que Simón me amara como yo lo amo a el.

Qué estupidez.

Los elegantes dedos se movieron sobre las cuerdas del arpa, invocando una canción sin palabras, un lamento tan profundo y apremiante como el amor de Ariane por un hombre que no podía corresponderla.

¿Cómo he podido ser tan egoísta para poner en peligro la fortaleza de Blackthorne? Mi esposo no se permitirá nunca amar a nadie, al igual que yo no confiaba en ningún hombre.

Hasta que llegó Simón. El me curó. Pero yo no puedo curarlo a él. Invocada por los dedos de Ariane, una música ondulante hechizó la habitación del mismo modo que todo lo sucedido, y lo que no sucedería nunca, había hechizado a Ariane.

- ¿Ruiseñor?

La voz de Simón era tan inesperada, y tan deseada, que la joven temía levantar la cabeza y descubrir que sólo era un sueño.

- ¿Simón? -susurró.

Unos fuertes dedos acariciaron la mejilla femenina con ternura.

- Sí -confirmó Simón con voz ronca-. Te creía dormida.

- No estabas aquí.

El deseo y algo más, una pasión difícil de expresar, se retorció dentro de Simón ante aquellas palabras.

- Dominic me necesitaba -le explicó.

- Lo sé. Va a necesitarte mucho en el futuro.

Sin alzar la vista, Ariane dejó su arpa a un lado.

- Mí padre no se irá de aquí hasta verme en un castillo bien abastecido, y a Blackthorne empobrecido -le aseguró-. Mi temerario deseo de que se conociera la verdad ha destruido a tu hermano.

Ariane creía que su esposo estaña de acuerdo con aquella afirmación, y que se marcharía de su lado como había hecho con Marie.

En vez de ello, Simón acarició su pelo.

- Encontraremos un modo -la tranquilizó.

- ¿Quiénes?

- Duncan, Erik, Dominic y yo. Rotaremos caballeros entre los castillos si es necesario.

- Debilitando todas las fortificaciones.

Simón no respondió.

- Mi padre puede ser aterradoramente paciente -le previno Ariane sin levantar la vista de sus puños cerrados.

- Lo sé -admitió el guerrero.

- Tiene suficiente riqueza para quedarse aquí hasta conseguir lo que ha venido a buscar: un punto de apoyo en Inglaterra.

El silencio fue la única respuesta de Simón.

- No puedes derrotar al barón Deguerre en su propio juego - le advirtió-. A no ser que el rey inglés o el padre de Erik te presten el dinero para levantar el castillo de Carlysle, mi padre destruirá la fortaleza de Blackthorne y a tu hermano con él.

- Los recursos del rey están muy solicitados -señaló Simón-. La cosecha ha sido pobre en la mayor parte de Inglaterra.

- ¿Y el padre de Erik?

- Al parecer odia a los Iniciados, incluyendo a su propio hijo.

Ariane movió la cabeza en silenciosa desesperación.

- Entonces estamos perdidos -sentenció con un susurro.

Al mover la cabeza, algunos mechones de su negro pelo cubrieron la mano del guerrero. Algo muy parecido al dolor atravesó a Simón al sentir aquella sedosa caricia.

- ¿Tan furiosa estás conmigo que no soportas ni siquiera mirarme? -le preguntó con voz suave.

Ariane levantó la cabeza de golpe. Su esposo estaba a su lado con expresión afligida y la ropa a medio desabrochar, como si estuviera tan cansado que hubiera ido deshaciendo los lazos de su camisa mientras subía las escaleras hasta la habitación.