CAPITULO 21
El gran salón de la fortaleza de Blackthome era espacioso y lujoso. Los tapices que cubrían los muros, en tonos vino, verde jade y lapislázuli tenían hebras entretejidas de metales preciosos, como luces cautivas.
Los tapices venían de Tierra Santa, al igual que las alfombras que cubrían el suelo. El limpio aroma de hierbas y especias estaba en todas partes, ya que era de gran ayuda para el trabajo de sanadora de Meg.
También complacía a Ariane. Pese a los casi diez días transcurridos en el castillo, los aromas que surgían del suelo seguían sorprendiéndola. Respiró hondo una vez, dos, saboreando la compleja interacción de fragancias.
Sus dedos se movían sobre las cuerdas del arpa mientras intentaba acoplar su música a una habitación masculina en tamaño y decoración, pero con la fragancia de un jardín femenino.
Los sonidos que Ariane arrancaba de su arpa se iban convirtiendo en acordes. Las trémulas armonías se elevaban y arremolinaban hasta que las propias notas parecían estremecerse en el aire, describiendo un tiempo y un lugar donde hombre y mujer eran compañeros… y estaban unidos por el amor que sentían.
Cuando la joven se detuvo una vez más para contemplar la belleza de la estancia en que se encontraba, oyó un musical campanilleo que se acercaba al gran salón.
Se volvió y se puso en pie, sabiendo que era Meg quien entraría en la habitación. Sólo la señora de Blackthome llevaba aquellas joyas de dulce tintineo.
- Buenos días, lady Margaret -saludó Ariane.
- Buenos días -respondió Meg-. ¿Has dormido bien?
Despacio, la boca de Ariane se curvó para formar algo demasiado triste para ser una sonrisa.
- Sí -contestó con voz queda.
Lo que la joven normanda no dijo fue que dormir se había vuelto más difícil cada noche. Durante el viaje, había compartido el lecho de Simón tanto por necesidad como porque él así lo deseaba. Una vez en la fortaleza de Blackthorne, Ariane había asumido que tendría aposentos propios, ya que había quedado bien claro que su esposo no tenía intención de consumar el matrimonio.
Duerme bien, esposa mía. No tendrás que volver a sufrir jamás el contacto que no deseas. Pero la fortaleza de Blackthorne no disponía de aposentos suficientes para dispensar dos a una pareja casada y les habían asignado una habitación cerca del baño. La estancia había pertenecido a Meg antes de que se casara con Dominic le Sabré. El resto de las habitaciones de esa planta del castillo estaban siendo acondicionadas para posibles futuros hijos.
Simón podría haber dormido en los barracones, con el resto de los soldados que defendían el castillo, pero el área estaba completamente atestada. Dominic había estado reclutando caballeros que volvían de la Guerra Santa, así como soldados, escuderos, mozos de cuadra, y los sirvientes suficientes para soportar el creciente número de habitantes que vivían en el castillo.
Aunque Ariane entendía la necesidad de compartir habitación, le resultaba difícil dormir junto a un hombre cuya simple respiración enviaba cálidas oleadas de excitación por todo su cuerpo. Un hombre que la visitaba en sueños, consumiéndola. Un hombre en cuya capacidad de contención ella confiaba. Un hombre adorado por los gatos del castillo. Un hombre cuya sola presencia le aceleraba el corazón, pero no de miedo.
¿Cómo podía temer a un hombre cuya cota de malla servía de diversión a los cachorros de gato?
La respuesta era tan evidente como inevitable.
Temo lo que ocurra cuando Simón descubra que un malnacido me tomó a la fuerza.
¿Encontraré por fin la muerte que un día busqué?
Un día, pero ya no. Ahora, Ariane anhelaba la vida que veía a su alcance.
De algún modo, mientras yacía en el trance inducido por la medicina iniciada y bálsamos aromáticos, la herida que había abierto en su alma la violación se había drenado, permitiendo que comenzara otro tipo de curación. Las pesadillas rara vez la visitaban, a no ser que se sintiera inquieta y nerviosa, como ocurrió con Simón cuando ella estaba sentada a horcajadas en su regazo y descubrió que algunas cosas queman mucho más que el fuego.
Apretó aun más los labios cuando recordó cómo le había gritado y clavado las uñas en las manos. El orgullo y la furia del guerrero ante su rechazo habían sido casi tangibles.
Simón no tenía modo de saber que ella rechazaba una pesadilla pasada, no a él. Debo decírselo.
Pronto. ¿Esta noche? Un escalofrío recorrió la espalda de la joven normanda al pensar en cómo reaccionaría Simón. El merecía algo mejor que una esposa cuyas emociones y cuyo cuerpo habían sido torturados. De igual modo que la propia Ariane había merecido algo mejor que violación y traición por los mismos hombres que deberían haberla honrado y protegido.
No puedo contárselo. Aún no. No esta noche.
Si Simón llega a conocerme mejor, quizá llegue a creer que fui violada y no seducida. Pero ni siquiera mi padre me creyó.
- ¿Lady Ariane? -la llamó Meg con amabilidad, interrumpiendo sus oscuros pensamientos-. Estás muy pálida.
Ariane irguió los hombros y dejó escapar un suspiro que no era consciente de haber estado conteniendo. Sus dedos se movieron inquietos sobre las cuerdas del arpa y lo que arrancó al instrumento fue más una aflicción desgarrada que una conclusión.
- Estoy bien -respondió en tono neutro-. Las medicinas que utilizasteis Cassandra y tú me han curado.
- No del todo.
- ¿Qué quieres decir?
- Escucha tu propia música -señaló Meg-. Es incluso más oscura que los ojos de Simón.
- Traicionada hasta por mi propia arpa.
La joven normanda pretendía que sus palabras no fueran más que un comentario intrascendente, pero salieron como una desoladora aceptación de los hechos.
- ¿Ha acabado la cacería? -preguntó Ariane rápidamente.
- Sí, acabamos de volver.
Despacio, Ariane asimiló el hecho de que a Meg sí la hubieran despertado para salir con los halcones aquel glorioso amanecer, y que a ella no.
No debería dolerle, pero lo hacía.
Simón dijo que habías dormido mal y que no debíamos molestarte -le explicó Meg.
Una oleada de notas discordantes fue la única respuesta de Ariane.
- ¿Ha ido bien la caza? -se interesó educadamente mientras las cuerdas aún vibraban.
- Sí, el halcón de Dominic ha derribado suficientes presas para asegurar un banquete, al igual que el de Simón. Los halcones han cazado tanto que al final de la mañana apenas podían volar.
Ariane forzó una sonrisa.
- Skylance es un magnífico halcón; está a la altura de mi esposo en todos los aspectos.
El tono en la voz de Ariane decía mucho más; implicaba que otras cosas, como su mujer, no estaban a la altura de un guerrero como Simón.
Los verdes ojos de Meg se agrandaron. Miró a Ariane con ojos glendruid, y lo que vio le resultó perturbador. La joven Normanda pensaba realmente que Simón había sido engañado con el acuerdo de matrimonio.
En cuanto a Simón… Meg no necesitaba sus ojos de glendruid para saber que su cuñado estaba sufriendo.
- Lady Ariane -dijo-. ¿Puedo ayudarte de algún modo?
La joven normanda miró a la sanadora glendruid con curiosidad.
- Debería ser yo quien te ayudara -replicó-. Tú eres la señora del castillo y estás embarazada. Yo sólo soy una invitada.
- No. -La respuesta de Meg fue inmediata y sincera-. Tú y tu matrimonio con Simón sois muy importantes para Blackthorne y las tierras de la frontera.
Ariane asintió mientras sus dedos rasgaban el arpa sin un propósito definido:
- Sin tu matrimonio -siguió Meg-, la guerra habría vuelto a este territorio,
Ariane volvió a asentir.
- Aunque me temo que no es suficiente que Simón y tú estéis unidos ante los ojos de Dios y de los hombres -añadió la sanadora con voz tensa-. He tenido sueños inquietantes.
Ariane se quedó inmóvil.
- ¿Qué quieres decir?
- He soñado con dos testarudas mitades que se niegan a convertirse en una con rabia. Con traición. Con cuervos sacándole los ojos a mi hijo no nacido.
Un sonido horrorizado fue todo lo que Ariane pudo emitir. Su garganta se cerró alrededor de las protestas y preguntas inútiles. No podía decir nada que pudiera tranquilizar a Meg.
- ¿Qué tengo que hacer? -preguntó. La voz de la joven normanda era amarga, afligida, apenas más que un susurro.
- Cura lo que sea que esté afectado a vuestra relación -respondió Meg sin rodeos-. Vosotros sois las dos testarudas mitades que amenazan a todo el castillo y las tierras de la frontera.
- ¿Y qué hay de Simón? -replicó Ariane-.¿No tiene su parte en esta curación?
Los labios normalmente cálidos de Meg se transformaron en una línea recta.
- Simón dice que ha hecho todo lo posible, y yo le creo.
Ariane bajó la vista hacia su arpa y no dijo nada.
- Conozco al hermano de mi esposo -añadió la sanadora con voz calmada-. Simón es orgulloso, obstinado, y su genio es tan rápido como su espada, pero también es el hombre más leal a Dominic que jamás haya conocido.
- Sí -musitó Ariane-. Tener la bendición de contar con tanta lealtad por parte de otro…
No pudo acabar. Con los ojos cerrados, temiendo incluso respirar, la joven normanda esperó a que la trampa se cerrara a su alrededor.
Otra vez.
- Simón haría lo que fuera por su hermano -afirmó Meg.
Ariane asintió, luchando contra el inesperado nudo que se había formado en su garganta al pensar en la lealtad de Simón hacia Dominic. Con cada latido de su corazón, el nudo de su garganta crecía, haciéndole temer que lloraría. Una terrible angustia ardía en su interior, esperando ser aplacada con lágrimas.
Pero aquello era imposible.
No había llorado desde la violación y no lloraría ahora. Las lágrimas de una mujer sólo servían para conjurar el desprecio de sacerdotes, padres y caballeros.
- Así que -continuó Meg implacable-, tú eres la culpable de que vuestra relación no funcione, no Simón.
- Lo sé -susurró Ariane.
Meg esperó, pero el silencio se extendió hasta llenar la estancia de un modo sofocante.
- Lo pregunto de nuevo. ¿Cómo puedo ayudarte, lady Ariane?
Era mas una exigencia que un ofrecimiento de ayuda.
- ¿Puedes cambiar la naturaleza de los hombres, las mujeres y la traición? -inquinó Ariane.
- No.
- Entonces no se puede hacer nada para mejorar el matrimonio de Simón.
- También es tu matrimonio -apuntó Meg, tensa.
- Sí.
- Yaces con Simón por la noche, pero existe una enorme distancia entre vosotros.
Ariane miró de soslayo a Meg.
- Ver el distanciamiento entre tu y tu esposo no requiere técnicas glendruid. La gente del castillo no habla de otra cosa -le informó la sanadora-. Por Dios, ¿qué pasa entre vosotros?
- Nada que pueda arreglarse.
Meg parpadeó y luego se quedó inmóvil.
- ¿Qué quieres decir? Habla claro.
- Crees que nuestro matrimonio podría mejorar si Simón y yo consumáramos nuestra unión -explicó Ariane, remarcando cada palabra-, y yo te digo que esa «cura» tendría como resultado el mismo desastre que intentas evitar.
Un ominoso silencio se produjo entre ellas mientras Meg asimilaba las inesperadas palabras de la joven normanda.
- Creo que no lo entiendo -dijo la sanadora finalmente.
- Eres afortunada. Yo entiendo todos los crueles aspectos de la traición, y ese conocimiento es una maldición que no le desearía nunca a Simón.
- No hagas juegos de palabras conmigo -estalló Meg-. ¡Es mi hijo el que está en juego!
Sobresaltada, Ariane observó los ardientes ojos verdes de la aquella mujer, más pequeña incluso que ella misma, y entendió por primera vez que los sanadores glendruid poseían una ferocidad comparable a la de la naturaleza.
- No pretendía faltarte al respeto -dijo con voz queda.
- ¡Entonces dime lo que debo saber!
Ariane cerró los ojos y asió con fuerza el arpa. El silencio sólo era interrumpido por el crepitar del fuego y el extraño zumbido de cuerdas de arpa demasiado tensas.
- Dime, sanadora, ¿puedes arreglar lo que está roto?
- No.
- Sabiendo eso, ¿por qué te preocupan tanto los detalles de cómo, cuándo, dónde y por qué tuvo lugar la ruptura?
- Habla más claro -se impacientó Meg.
- Soy una posesión transferida primero a un hombre, y luego a otro. Soy mi peón en el juego masculino del orgullo y el poder. Soy la testaruda mitad que no puede formar un todo.
Ariane liberó las cuerdas abruptamente y éstas gimieron como si las hubieran desgarrado.
- ¿Sabe Simón la causa de tu obstinación? -inquirió Meg.
- No.
- Cuéntasela.
- Si supieras lo que… -comenzó Ariane.
- Pero no lo sé -la interrumpió Meg feroz-. Cuéntaselo a Simón. Él hará lo que sea para ayudar a Dominic.
- Pides demasiado a Simón. No es justo.
- Los sanadores no saben de justicia cuando se trata de curar. Antes de que Ariane pudiera seguir discutiendo, se oyeron los pasos de Dominic y Simón acercándose al gran salón, riendo y comparando la habilidad de sus halcones.
- Díselo -insistió Meg en voz baja para que sólo Ariane pudiera oírla-. O lo haré yo.
- ¿Ahora? ¡No! ¡Es algo privado!
- También lo es la muerte -replicó Meg. Después dejó escapar un suspiro-. Tienes hasta mañana, nada más. El horror de mis sueños crece cada día.
- No puedo, necesito más tiempo.
- Debes hacerlo, no queda tiempo.
- Es demasiado pronto -susurró Ariane.
- No -negó Meg rotunda-. ¡Me temo que ya es demasiado tarde!
La joven normanda vio la determinación que brillaba en los ojos de la señora de Blackthome y supo que no había posibilidad de esquivar sus exigencias.
Llena de angustia, Ariane observó a Simón y a Dominic entrar en el gran salón. Ambos olían a luz del sol, hierba seca y aire fresco y frío. Sus mantos se arremolinaban y llameaban con cada movimiento de sus musculosos cuerpos, y los orgullosos y encaperuzados halcones montaban sus muñecas protegidas por guanteletes.
Cuando Dominic apremió a su halcón para que se subiera a la percha que estaba tras la enorme silla del señor del castillo, miró primero a Meg y luego a Ariane. En aquel instante, la joven normanda intuyó que Dominic sabía que su mujer había planeado una conversación privada con la reacia mujer de Simón.
Sin duda, Dominic también sabía lo que se había discutido. Ver el distanciamiento entre tú y tu esposo no requiere técnicas glendruid. La gente del castillo no habla de otra cosa. La idea de que el distanciamiento entre ella y su esposo fuera motivo de habladurías para los habitantes del castillo enfureció y avergonzó a Ariane.
Hablarán mucho más cuando se sepa que aporté una buena dote pero ninguna virginidad a mi matrimonio.
El amargo pensamiento no reconfortó a Ariane. Sufriría su deshonra a pesar de haber sido sometida contra su voluntad.
Aturdidas, sus manos se tensaron sobre la serena y suave madera del arpa. Dibujó unas notas suaves, dulces en sus cuerdas intentando tranquilizarse.
- Buenos días, lady Ariane -saludó Dominic con una sonrisa-. Qué sonidos más agradables. Supongo que esta mañana te sientes bien.
- Sí, milord. Tu hospitalidad no tiene límite.
- ¿Has comido?
- Sí.
- ¿Te ha contado Blanche los últimos rumores? -inquirió Dominic.
- Eh…, no.
- Se dice que tu padre está en Inglaterra.
Los dedos de Ariane se sobresaltaron, diseminando notas en el silencio como hojas al viento.
- ¿Estás seguro?
Dominic percibió la consternación de Ariane, miró a Simón de soslayo, y volvió a hablar.
- Es tan seguro como cualquier rumor -señaló encogiéndose de hombros-. Simón pensó que quizá habías olvidado decirnos que tu padre planeaba visitarte.
- Mi padre nunca dice a nadie lo que planea -afirmó Ariane.
La cuidada falta de emoción en su voz expresaba tanto como el brusco punteo de sus dedos en las cuerdas.
- El noble del que hablamos lleva consigo un gran séquito.
¿Suele viajar tu padre de ese modo? -preguntó Dominic.
- Mi padre no va a ningún sitio sin sus compañeros de cetrería, de cacería y de diversión.
- ¿También son caballeros?
Ariane hizo una mueca. Las notas que arrancó al arpa eran una burla.
- Así se hacen llamar -respondió.
- No les tienes mucho aprecio -apuntó Dominic.
Ariane se encogió de hombros.
- No siento aprecio por ningún hombre que pase la mayor parte del día bebiendo.
Dominic se volvió hacia Meg.
- Parece que tendremos que prepararnos para una visita inesperada del barón Deguerre y sus caballeros.
- ¿Cuántos crees que serán?
- Los rumores hablan de veinte a treinta y cinco hombres, según Sven -apuntó Simón-. Ha ido en su busca para confirmar tanto el número como la identidad del caballero.
Meg frunció el ceño y comenzó a confeccionar una lista mental de lo que debía hacerse.
Simón colocó a Skylance en una percha cercana al otro halcón.
Con una indiferente inclinación de cabeza en dirección a Ariane, caminó hacia el fuego quitándose el guantelete y los flexibles guantes. El blanco del forro de su manto brilló al quitarse la prenda con un movimiento de hombros.
De pronto, Ariane recordó el instante en que Simón la había bajado de su regazo, se había puesto en pie de un salto y la había cubierto con el manto. Se había alzado imponente sobre ella, con sus ojos fríos como el hielo, feroz y excitado a pesar de su reciente eyaculación.
Simón había mantenido el amargo juramento que le había hecho aquella noche. No había vuelto a tocarla, ni siquiera del modo más casual. Ni una sola vez.
¿Saben todos los siervos y criadas que mi esposo duerme en el suelo para garantizar que no me toca mientras duerme?
- He estado considerando el futuro de Simón -dijo Dominic sin dirigirse a nadie en particular.
Su hermano levantó rápidamente la vista del fuego.
- No lo has mencionado mientras cazábamos.
- Con la generosa dote del barón Deguerre -continuó Dominic sonriendo-, y con los regalos de Duncan, es obvio que tienes suficientes medios para defender tu propio castillo.
- Soy feliz sirviéndote a ti -se limitó a decir Simón.
- Y eso me honra, pero era tu hermano antes que tu señor, y sé que tu sueño era el mismo que el mío. Tierras de tu propiedad, una esposa noble, e hijos.
Bajo la recortada barba, la mandíbula de Simón se contrajo como si hubiera apretado los dientes.
- Tienes una esposa noble -prosiguió Dominic-, los hijos están en manos de Dios, y las tierras, en las mías.
- Hermano -empezó Simón.
- No. Déjame hablar.
Aunque la sonrisa de Dominic era cálida, la cabeza de lobo plateada que sujetaba su negro manto brillaba como un sencillo recordatorio del poder del señor de Blackthome.
- El señorío de Carlysle está en parte en mis tierras y en parte en las tierras que reclama Robert del Norte, el padre de Erik -explicó Dominic-. Con el beneplácito de Erik y de Duncan de Maxwell, el señorío y todas sus tierras son lo bastante seguras. Por ahora.
Simón permaneció inmóvil mientras escuchaba a su hermano.
- Pero si Erik y su padre discuten… -Dominic se encogió de hombros-. ¿Tú qué dices, Simón?
- Erik y Robert del Norte no parecen padre e hijo.
- ¿Meg? -preguntó Dominic.
- Simón tiene razón -convino Meg-. Erik es un Iniciado y Robert desprecia la Iniciación.
- Erik cree en la unión entre las tierras y sus gentes -añadió Simón-; Robert cree en ahogar a sus siervos a impuestos hasta que otro hijo que alimentar sea más una maldición que una bendición.
Dominic miró a su cuñada en silenciosa consulta.
- ¿Lady Ariane? ¿Tienes alguna opinión?
- Erik es un guerrero -respondió la joven normanda-, pero su padre es un conspirador. En Normandía lo llamamos Robert el Susurrador.
Los ojos de Dominic se estrecharon con repentino e intenso interés por las palabras de la joven normanda.
- Incluso ha intentado establecer alianzas secretas con mi padre en contra de los deseos del rey de los escoceses, el rey de los ingleses y el más poderoso de todos los barones normandos -prosiguió Ariane.
- ¿Acordó tu padre alguna alianza? -preguntó Dominic de inmediato.
Ariane hizo una pausa, sopesando sus palabras. Sus dedos se movieron por las cuerdas del arpa emitiendo acordes aleatorios. Los sonidos eran extrañamente reflexivos, como si el instrumento tomara parte en los pensamientos ocultos de su dueña.
Meg sospechaba que aquello era exactamente lo que estaba pasando. También sospechaba que Ariane no sabía cuánto decía su música sobre los sentimientos que negaba tener.
- Lord Robert y mi padre se miden continuamente para saber hasta dónde pueden llegar -dijo al fin.
- Ahora entiendo por qué me aprecian los Iniciados. -La sonrisa de Simón era cruel-. Erik sabe que el hecho de que Ariane esté casada conmigo frustrará las ambiciones de Deguerre en las tierras de la frontera.
- ¿Qué crees que ocurrirá entre Robert y tu padre? -preguntó Meg dirigiéndose a Ariane.
- Depende de cuál de ellos muestre la primera señal de debilidad -respondió la joven-. Y no hay que olvidar que los reyes de ambos también conspiran a sus espaldas.
Dominic asintió, ausente, pensando en lo que había dicho Simón sobre ser apreciado por los Iniciados. Aquello explicaba la buena disposición de Erik a convertirse en aliado del lobo de los glendruid, a quien el rey de los escoceses deseaba ver desaparecer de las tierras de la frontera. El padre de Erik era un fiel vasallo de aquel rey.
El arpa vertió una cascada de notas, haciendo que Dominic volviera a prestar atención a Ariane.
- Si yo fuera un hombre y poseyera una fortaleza en estas tierras -dijo Ariane-, entrenaría a mis guerreros día y noche.
Dominic se echó a reír.
- Me alegro de que Simón se ofreciera a convertirse en tu esposo, lady Ariane. Eres tan inteligente como él.
La sonrisa de la joven normanda se desvaneció.
- Eres muy amable, milord.
- Sí -convino Simón sarcástico-. Demasiado amable, de hecho, Dominic sonrió como un lobo.
- Las palabras de Ariane afianzan mi decisión.
Simón levantó las cejas y esperó.
- Para mantener el señorío de Carlysle -continuó Dominic- era necesario que apartara a Meg de su amado Blackthorne y que construyera otra fortaleza donde está el torreón de Carlysle. Entonces, Carlysle pasaría a ser nuestra residencia principal.
Meg dejó escapar un gemido rápidamente sofocado, pero el lobo de los glendruid lo oyó igualmente y acunó el rostro de su esposa entre las manos.
- No te preocupes, amor mío -la tranquizó Dominic con una ternura que no mostraba a nadie más-. Sé que te unen lazos muy especiales con la gente de Blackthorne.
- Si es necesario, pero…-comenzó a decir Meg.
- No, no es necesario -la irrumpió su esposo con suavidad -. Simon se hará cargo de aquél territorio por mí, y la dote de Ariane pagará la fortificación de Carlysle contra invasores, caballeros renegados y reyes codiciosos.
Dominic se giró entonces hacia Simon.
- Ven, hermano. Es hora de examinar la riqueza que el barón Deguerre te envió con su hija.
Simon no se movió.
- ¿Qué ocurre? - inquirió el lobo de los glendruid-. ¿No te interesan tus propios bienes?
- Te los regalo -replicó Simon-. Para Blackthorne. Para Meg. Por la seguridad de vuestro hijo no nacido. Porque está claro que yo no tendré ninguno por el que preocuparme.