CAPITULO 12
Flotas de hojas de brillantes colores navegaban hacia el lejano mar por riachuelos de color plateado. Doradas hierbas y arbustos, repletos de semillas, se inclinaban hacia el suelo bajo el viento.
Robles, hayas y serbales hacían reverencias con sus desnudas ramas cuando eran azotabas con fuerza por un golpe de aire. El viento hacía volar jirones blancos de nubes en los distantes picos y el cielo era de un azul tan profundo como las preciadas piedras lapislázulis traídas de tierras sarracenas.
Sin embargo, era el sol el que presidía el día; un dorado disco incandescente que ardía sin piedad.
Sin que ella se diera cuenta, Simón estudiaba a su esposa bajo la bella luz otoñal. La joven montaba su yegua con la elegancia que lo había deleitado en la dura cabalgada de Blackthorne al castillo del Círculo de Piedra. Para su sorpresa, el vestido de los Iniciados había resultado ser adecuado para montar. No se ondulaba ni volaba y tampoco entorpecía.
La prenda le fascinaba. Cuanto más la miraba, más le parecía ver algo bordado en las tramas del tejido. Una mujer. Su pelo oscuro como la noche, su cabeza inclinada hacia atrás en abandono, su cuerpo sometido por la dulce tortura de la pasión. Con un sonido suave, Simón prestó más atención. La boca de la mujer gritaba un nombre masculino, rogando que la poseyera y que compartiera el éxtasis con ella. Entonces, la mujer giró la cabeza y unos ojos color amatista observaron a Simón.
Ariane.
La tela cambió de improviso, revelando otra faceta del bordado. Una forma, quizá de hombre, se inclinaba sobre Ariane haciéndola suya, bebiendo de su pasión. Sí. Un hombre. ¿Pero quién? La forma cambió volviéndose más densa, más real, casi tangible. El hombre comenzaba a girarse hacia Simón.
- ¿Qué es aquello? -quiso saber Ariane, señalando hacia su izquierda-. Allí, donde la colina se vuelve más escarpada y las nubes parecen haberse asentado.
Reticente, Simón dejó de mirar el vestido que cambiaba delante de sus propios ojos, entretejiendo luz y sombras hasta convertirlas en amantes entrelazados.
Al ver lo que señalaba Ariane, frunció el ceño.
- Es el Círculo de Piedra -respondió.
La joven le dirigió una mirada interrogante que Simón ignoro. No le gustaba hablar del Círculo de Piedra porque era un lugar que escapaba a su raciocinio. Los Iniciados podían ver cosas en él que para Simón estaban vetadas. Aunque lo que de verdad le irritaba era la sospecha de que la parte del Círculo de Piedra que él podía ver era la menos importante.
- ¿El Círculo de Piedra? -preguntó Ariane-. ¿Donde el serbal sagrado florece en cualquier estación?
Sin responder, Simón tensó una de las pequeñas correas que sujetaban a su halcón y que se había enredado con el soporte que sobresalía de la silla de montar. Con la caperuza puesta, ansioso y con el pico entreabierto, Skylance se aferraba al soporte en forma de T, moviéndose inquieto, esperando el momento de sobrevolar el indómito cielo otoñal.
- Estuve dentro del Círculo de Piedra -dijo finalmente Simón-; y no vi flores ni ningún serbal.
- ¿Quieres volver a intentarlo? -preguntó la joven.
- No.
- ¿Por qué? ¿Acaso no tenemos tiempo?
- No me interesa ver florecer al serbal -declaró Simon-. El precio es demasiado alto.
- ¿El precio?
- El amor -resumió.
- Ah, te refieres a la leyenda… ¿Sabe Duncan lo que piensas al respecto?
- No es ningún secreto. Cualquier hombre con sentido común pensaría igual.
- También cualquier mujer.
La fría conformidad de Ariane no debería haber molestado a Simón, pero lo hizo. Debía ser agradable que lo miraran a uno con admiración y calidez, como Meg y Amber miraban a sus esposos.
Entrecerrando los ojos, la joven miró a través de las nubes hacia la colina en la que se alzaban los antiguos monolitos.
- Entonces, ¿por qué brindó Duncan por nosotros como lo hizo? -quiso saber Ariane.
Que lleguéis a ver el serbal sagrado en flor.
- Pregúntaselo a él Yo no entiendo lo que pasa por la cabeza de un hombre enamorado.
El tono de voz de Simón no incitaba a seguir indagando sobre el Círculo de Piedra y, sin embargo, Ariane no podía evitar hacerlo.
- ¿Qué ocurrió cuando seguiste el rastro de Amber hasta aquí? -inquirió.
- Nada.
- ¿Disculpa?
Simón miró de soslayo a Ariane.
- Llevas varias semanas viviendo en el castillo del Círculo de Piedra -le recordó-. Seguro que has oído los rumores.
- Sólo palabras sueltas -dijo la joven-. En cualquier caso, apenas presté atención.
- ¿Demasiado ocupada tocando melodías tristes con tu arpa?
- Sí -replicó Ariane-. Prefiero la música a las habladurías.
Además, la cabalgada de Blackthorne al castillo del Círculo de Piedra, recién llegada de un viaje desde Normandía en el que mis caballeros enfermaron y lo perdí todo salvo…
- Tu dote -apuntó Simón sarcástico.
- …me dejó demasiado exhausta para preocuparme por lo que ocurría en cualquiera de los castillos -finalizó Ariane-. Ahora, sin embargo, estoy bastante recuperada.
- E intrigada con las habladurías que te perdiste -señaló Simón.
- Esta es mi gente ahora. ¿No tengo derecho a saber más sobre ellos? -repuso Ariane serena.
- Viviremos en la fortaleza de Blackthorne, no en el castillo del Círculo de Piedra.
- Lord Erik y lord Duncan se han unido a tu señor, el lobo de los glendruid. Y tú, como lugarteniente de tu hermano, tratarás a menudo con sus vasallos.
Ariane no dijo nada más. No era necesario. Como esposa de Simón, no sólo tenía el derecho sino la obligación de comprender el carácter de los aliados importantes para el señor de su esposo. En resumen, Simón estaba siendo poco razonable y ambos lo sabían.
En silencio, el guerrero trató de calmarse. Hablar de los exasperantes misterios del Círculo de Piedra le crispaba. La existencia de aquel lugar escapaba a la razón.
- Stagkiller persiguió el rastro Amber hasta el borde del Círculo de Piedra -relató al cabo de unos segundos en tono neutro-. Luego se detuvo como si se hubiera topado con un muro.
- ¿Encontró un rastro de salida?
- No.
- Pero Amber no estaba dentro del círculo, ¿o sí?
- No.
- ¿Y por qué no había rastro de salida?
- Cassandra dijo que Amber había tomado el camino de los druidas -masculló Simón.
- ¿Qué significa eso?
- Pregúntaselo a Cassandra. Ella es la Iniciada, no yo.
En aquella ocasión, Ariane prestó atención al tono cortante de Simón. Durante un tiempo hubo silencio, pero, a pesar de la desaprobación de su esposo, la joven no podía evitar observar el antiguo círculo de piedras a medida que rodeaban la base de la colina.
Había algo extraño en las enormes piedras cubiertas de musgo, como si dieran sombra incluso en ausencia del sol. O quizá veía algo distinto, un segundo círculo, ondulante como un reflejo en aguas peligrosas…
Su esposo, en cambio, evitaba mirar los monolitos desgastados por el tiempo.
- ¿Simón?
La única respuesta que la joven recibió fue un gruñido.
- ¿Hay más de un círculo de piedras? -insistió Ariane.
Simón la miró larga y calmadamente.
- ¿Por qué lo preguntas? -dijo al fin-, ¿Ves otro círculo?
Los ojos amatista se estrecharon. Ariane se levantó sobre los estribos y se inclinó hacia delante como si un palmo de distancia pudiera suponer una diferencia en la claridad de su vista.
- No creo que sea otro círculo -conjeturó despacio-, pero sigue habiendo algo extraño.
- ¿Como qué?
- Como sombras verticales en lugar de horizontales. Un segundo círculo dentro del primero formado por sombras de piedras ondulantes, naciendo entre la niebla y reflejándose sobre aguas intranquilas -le explicó Ariane despacio-. ¿Es eso posible?
- ¿Qué dicen los rumores sobre eso? -ironizó Simón.
- Pregúntale a las criadas de la cocina -contraatacó Ariane.
Una leve sonrisa apareció en el semblante del guerrero.
- Los Iniciados creen que hay un segundo círculo en el interior del que podemos ver -le aclaró-. Allí es donde se supone que florece el serbal sagrado.
- ¿Tienes que ser un Iniciado para ver el serbal sagrado?
Simón negó con lentitud.
- Duncan no es un Iniciado y, sin embargo, ha visto las flores, o eso dice.
- ¿No le crees?
Simón apretó la mandíbula bajo la recortada barba. Al no tener una respuesta racional, hubiera preferido ignorar por completo el asunto.
Ariane, por el contrario, parecía no querer dejar el tema sin antes obtener una respuesta. Simón no la tenía. Era, ante todo, un hombre racional. Había descubierto el alto precio de dejar que las emociones controlaran sus actos.
Aún peor; había sido su hermano quien había pagado el precio, no el propio Simón, por lo que había aprendido la lección de forma brutal y completa.
- No dudo del honor de Duncan -afirmó sin emoción alguna al cabo de unos segundos.
- Sin embargo, no crees que exista un segundo círculo.
- Yo no lo veo.
- ¿Como pudo verlo Duncan? -insistió Ariane.
- Tienes la curiosidad de un gato.
- Pero mi espalda no está cubierta de pelo -replicó la joven.
Simón maldijo en silencio, sin poder ocultar del todo su diversión. Cuanto más tiempo pasaba con Ariane, más disfrutaba con su rápida lengua.
Por desgracia, pensar en esa misma lengua tenía la desagradable costumbre de enardecerlo como a un escudero inexperto.
- ¿Cómo puede ver Duncan lo que nosotros no podemos? - perseveró Ariane.
Simón contuvo el aliento.
- Dice la leyenda -comenzó a contar tenso- que sólo aquellos que realmente se aman pueden ver florecer el serbal sagrado.
El controlado sarcasmo de su voz era tan nítido como la silueta del primer círculo de piedras recortada contra el cielo de otoño.
- ¿Y el segundo círculo de piedras? -inquirió la joven-. ¿También es necesario estar enamorado para verlo?
Simón resopló impaciente.
- No. Erik y Cassandra dicen que lo ven, y ninguno de los dos se ha enamorado jamás.
- ¿No ven el serbal sagrado?
- Maldición -masculló Simón-, ¿es que tu curiosidad no tiene fin?
Ariane esperó paciente, mirando a su esposo con unos ojos aún más bellos que la diadema de plata y amatistas que sujetaba sus cabellos.
- Ven el serbal -gruñó el guerrero-, pero no sus flores.
- Así que… -Los dedos de la joven tamborilearon pensativos sobre la silla-. ¿Hay que ser un Iniciado para ver el segundo anillo y estar enamorado de verdad para ver florecer el serbal?
Un tenso encogimiento de hombros fue la única respuesta de Simón.
- Entonces Duncan tiene que ser un Iniciado -concluyó Ariane.
- Sospecho que el rayo que lo dejó inconsciente le afectó el juicio -siseó Simón entre dientes-. Dios sabe que le dejó sin memoria por un tiempo.
Ariane ladeó la cabeza pensativa. Simón tenía la certeza de que si la joven hubiera tenido su arpa, habría entonado una melodía.
- ¿Qué ocurrió en el Desfiladero Espectral? -quiso saber.
Simón soltó una imprecación. Tampoco le gustaba hablar sobre el Desfiladero Espectral. Lo que allí había ocurrido no podía explicarse con la razón, y ése era el motivo por el que la búsqueda de Amber por parte de Duncan se había convertido en leyenda en las tierras de la frontera.
- Pregunta a Amber o a Duncan -dijo Simón-. Yo no estuve allí; ellos sí.
- Pero Duncan salió del castillo contigo, Erik y Cassandra ¿no?
Los labios de Simón se tensaron.
- Nuestros caballos se negaron a entrar en el Desfiladero Espectral -relató sin un ápice de emoción-. Duncan montó en la yegua que había llevado para que Amber volviera y logró encontrar la senda sin dificultad.
Ariane observó el semblante de su esposo, sintiendo que bajo sus serenas palabras yacía mucha emoción contenida.
- Duncan entró en el Desfiladero Espectral -añadió Simón-; nosotros no. Al cabo de un tiempo, salió de entre la niebla con Amber en brazos.
- Es curioso que vuestros caballos se negaran a entrar.
El guerrero se encogió de hombros.
- La yegua había recorrido el camino muchas veces antes. La niebla no la confundía.
- ¿Erik y Cassandra no habían estado nunca en el desfiladero? ¿No es parte de las tierras de Sea Home?
- No, nunca; y sí, lo es.
- ¿Por qué entonces no habían ido nunca? Parece un lugar fértil, capaz de albergar al menos un castillo.
Simón juró entre dientes.
Observando cautelosa a su esposo, Ariane esperaba la respuesta con una urgencia que ni ella misma entendía. Sólo sabía que, por alguna razón, el Circulo de Piedra y sus misterios tenían gran importancia para ella. Era el mismo tipo de extraña certeza que había sentido antaño, cuando podía visualizar la ubicación de cualquier objeto perdido.
- ¿Simón? -le instó Ariane, necesitando oír el resto de la historia.
- Cassandra dijo que los lugares sagrados aceptan o rechazan a la gente según su voluntad -explicó tenso-. Según ella, el Desfiladero Espectral la había rechazado, y también a Erik.
- ¿Y tú? ¿Lo intentaste?
El guerrero asintió lacónico.
- ¿Y te rechazó? -susurró.
Simón emitió un sonido de fastidio.
- No, no me rechazó. La maldita niebla era impenetrable.
Su tono decía más, mucho más; revelaba lo mucho que le había desconcertado saber que existía un antiguo sendero que no podían seguir ni perros ni cazadores… a no ser que alguna incomprensible, imposible e irracional fuerza permitiera su presencia.
- Pero Duncan fue aceptado -dijo Ariane-. Y también Amber.
- ¿Aceptados? -Simón volvió a encogerse de hombros-. La niebla era menos espesa, eso es todo.
- ¿Siempre hay niebla?
- No lo sé.
- ¿Estás seguro de que Duncan no es un Iniciado?
- ¿Por qué te importa tanto? -replicó Simón con furia apenas contenida-. No estás casada con él.
- ¿Es Cassandra tu aliada?
El cambio de tema hizo parpadear a Simón, que miró a su esposa fijamente a los ojos. Su claridad era sobrecogedora. Le hizo recordar su aspecto a la luz del fuego, sus labios entreabiertos, temblorosos, esclavos de su beso.
- Dominic respeta el don de profetizar de Cassandra -dijo al fin.
- ¿Y tu? -quiso saber Ariane.
- Yo respeto a Dominic.
Ariane frunció el ceño y miró de nuevo las cambiantes y enigmáticas sombras del interior del primer anillo de monolitos del Círculo de Piedra.
- Rechazas a los Iniciados -concluyó la joven-, y, sin embargo, los Iniciados te aprecian.
Simón le dirigió una sombría mirada.
- ¿Qué te hace pensar eso? -preguntó sardónico.
- Cassandra me lo dijo. Tú fuiste la razón de que me regalaran este vestido.
El rostro del guerrero mostró la sorpresa que sentía.
- Quizá me aprecien porque estiman a Dominic -conjeturó tras unos segundos.
- No.
- Pareces bastante segura.
- Lo estoy.
- ¿Sexto sentido? -inquirió sarcástico.
- Información de primera mano -replicó ella-. Cassandra me dijo que te apreciaban porque tenías el potencial de llegar a ser un Iniciado. Pocos hombres lo tienen.
- Qué estupidez -murmuró el guerrero.
Con brusquedad, Simón le quitó la caperuza al halcón, pasó a Skylance a su guantelete y apremió a su caballo. El ave de presa respondió abriendo el pico y batiendo las alas. Sólo las correas que su amo sujetaba con firmeza impidieron que el halcón levantara el vuelo.
- Démonos prisa -ordenó Simón cortante-. Skylance está impaciente y yo también. El Lago de las Nieblas está tras la próxima colina.
Sin más, huyó al galope de más preguntas cuyas respuestas eran tan embarazosas como inescrutables.
La montura del guerrero era veloz; tenía largas patas y estaba ansiosa por galopar. En cambio, la montura de Ariane era una yegua grande cuyos potros estaban destinados a llevar en sus lomos a caballeros completamente armados al campo de batalla, no para galopar en una cacería.
Además, la yegua no tenía ningún interés por dirigirse hacia ningún lado, salvo que la persiguiera una manada de lobos. Gracias a los hábiles golpes de talón de su jinete, el animal empezaba a llegar a lo alto de la colina cuando el paralizante grito de advertencia de Simón llegó a oídos de Ariane.
- ¡Renegados! ¡Huye hacia el castillo, Ariane!