CAPITULO 19

Los relámpagos estallaban desde las montañas y a través de la llanura con un ruido ensordecedor. Tras ellos venía una enfurecida cortina de agua. El aire era frío y estaba impregnado con los aromas del bosque y la pradera.

Simón decidió acampar en las ruinas de un antiguo fuerte romano, desde donde podía ver las colinas, los bosques y la pradera. El propio fuerte romano había sido construido sobre una fortificación más antigua. Aunque el techo de la larga estancia estaba parcialmente derruido, la mitad que permanecía en pie proporcionaba refugio a Ariane. El calor provenía de una hoguera que llameaba salvaje bajo una abertura entre las vigas del techo.

Otro fuego parpadeaba al otro lado de los muros internos del fuerte, donde el escudero de Simón y tres soldados habían establecido su propio campamento. Las llamas más altas de su hoguera quedaban a la vista porque el muro interior se había derrumbado hasta casi la altura de la cintura. El aroma de carne y verduras hirviendo a fuego lento se dispersaba con el humo en el lluvioso crepúsculo.

Los hombres hablaban entre ellos compartiendo chistes groseros y risas rudas. La voz de Blanche se entretejía suavemente entre los tonos más profundos de los soldados. Reía jadeante y juguetona.

Simón no tenía la más mínima duda de que Blanche iba a divertirse aquella noche con los soldados. Aunque había pasado todo el día gimoteando sobre la falta de lujos y las largas horas de viaje, se mostraba muy generosa con sus favores.

Para Simón aquello era una bendición. Si Blanche sólo hubiera jugado con los hombres, o se hubiera ido con uno burlándose de los demás, se hubiera dado el tipo de ambiente enrarecido que Marie creó entre los guerreros de Dominic durante la Cruzada. Pero, en apariencia, aquel tipo de juegos no satisfacía a Blanche. Tener el calor de un hombre entre sus piernas, sí.

Su risa juvenil se oía claramente en el crepúsculo, seguida de gritos masculinos mientras ella lanzaba una antigua moneda al aire y ellos hacían su elección.

- ¡Cara!

- ¡Cara!

- ¡Cara!

La moneda brilló girando casi perezosamente por encima del derruido muro, reflejando las llamas cercanas. Los pálidos y sucios dedos de Blanche se alzaron para atrapar la moneda en el aire y oculta tras la pared, depositó de un golpe la moneda contra su muslo desnudo.

- Ha salido cara -informó Blanche.

Se oyó una ronda de gemidos. Ahora los hombres deberían esperar para descubrir a quién le tocaba primero.

- Tranquilos-dijo la muchacha entre risas-. Hay sitio para todos. ¡Oh! ¡Caliéntate las manos antes de tocarme!

Ocultando una sonrisa, Simón se volvió hacia el fuego. Blanche podía ser promiscua, pero no causaría problemas entre los hombres.

Sólo esperaba que Ariane no entendiera el significado de los gruñidos, las risitas y los jadeos que tenian lugar a escasos metros. El derruido muro interior sólo proporcionaba la ilusión de privacidad, nada más.

- ¿Estás segura de que no tienes frío? -se preocupó Simón.

Ariane lo miró y pudo ver que, a la luz del fuego, los ojos de su esposo adquirían un extraño tono dorado. Su armadura brillaba con cada poderoso movimiento de su cuerpo.

Consciente de que él esperaba una respuesta, asintió confirmando en silencio que estaba entrando en calor.

El movimiento de su cabeza hizo que su pelo, suelto, refulgiera con las llamas que lo acariciaban como las manos de un amante.

- ¿Seguro? -insistió Simón-. Estabas calada hasta los huesos.

Teñía razones para dudar. Había desnudado a una temblorosa Ariane hasta que tan sólo quedó cubierta por una larga camisola. El resto de su ropa se secaba en lanzas clavadas en los huecos del suelo de piedra.

Una vez más, Ariane asintió. No se atrevió a relajar la mandíbula para hablar; ya que sabía que sus dientes castañetearían delatándola.

Simón se inclinó y envolvió aún más a su esposa con su capa revestida de piel. AI alzar sus manos, sus pulgares recorrieron la línea de la mandíbula femenina. Un estremecimiento que no tenía nada que ver con la temperatura sacudió a Ariane.

- Estás helada -afirmó Simón al instante.

- N… no. Eres tu quien no lleva nada más que frío metal. Co… coge tu manto y caliéntate.

- Dios Santo.

Impaciente, Simón desató las sujeciones de su cota de malla y la dejó a un lado con una facilidad que contradecía el verdadero peso de la armadura. Con ayuda de su escudero habría tardado menos, pero Edward estaba ocupado.

Incluso si el muchacho hubiera estado esperando para poder ayudarlo, no lo hubiera llamado. No quería que nadie viera a Ariane de aquella forma.

- Mañana te pondrás el vestido amatista -masculló Simón mientras se quitaba la protección de cuero-. Ignoro por qué, pero lo cierto es que repele el agua.

Ariane lo miró con un brillo de rebeldía en los ojos. No había llevado el vestido amatista desde que se percató de que era más de lo que parecía ser.

En cualquier caso, pensar en el flexible y cálido tejido deslizándose sobre la piel de Simón era desconcertante. Hacía que la joven se preguntara qué sentiría si fuera su mano la que lo acariciara en lugar del vestido.

- Me pondré lo que me plazca -replicó finalmente.

Simón maldijo entre dientes, echó más leña al fuego y se acercó a su esposa.

Las hojas que los soldados habían reunido formaban un camastro sorprendentemente cómodo. La tela extendida sobre las hojas estaba seca, al igual que el manto que los Iniciados habían regalado a Simón. El forro repelía el agua y, cuando llovía, el guerrero sólo tenía que darle la vuelta al manto y dejar el forro hacia el exterior.

Sin embargo, el manto de Ariane no poseía aquella cualidad y estaba completamente empapado, al igual que la ropa que había llevado. Todo ello humeaba junto al fuego, colgando de las lanzas como empapadas insignias.

- Como gustes, milady -respondió Simón sardónico.

Tomó el manto de piel de manos de su esposa y se cubrió los hombros desnudos mientras se sentaba. Levantó a Ariane y ésta lanzó un gemido asustado al sentir que la colocaba en su regazo.

- ¿Qué sucede? -preguntó él en tono neutro, envolviéndolos a ambos con el cálido manto.

- Yo…, eres tan rápido. A veces me olvido de que también eres muy fuerte.

- Y tú pareces un gato empapado. A veces me olvido de que aún tienes garras y de que eres demasiado orgullosa.

- Por lo menos no suelto pelo -susurró la joven.

Simón lanzó una carcajada. Durante un tiempo sólo se escuchó el crepitar del fuego, el murmullo de la lluvia y ruidos sordos del otro lado del muro. Lentamente, los escalofríos que habían sacudido a Ariane remitieron. A medida que el calor del fuego y de Simón penetraban en su fría piel, la joven suspiraba y se relajaba un poco más contra el seductor calor del guerrero.

Cuando su mejilla descansó sobre el musculoso hombro, Ariane recordó que Simón no llevaba camisa. Excepto por los flexibles pantalones de cuero, estaba desnudo.

Aquel pensamiento le provocó una sensación extraña. No era miedo, pero ciertamente tampoco tranquilidad.

Desde más allá del derruido muro interior llegó de pronto un gemido femenino.

- ¿Crees que Blanche estará cómoda y caliente? -inquirió Ariane un momento después.

Bajo su mejilla, el pecho de Simón se estremecía con una risa silenciosa.

- Más caliente que tú -le aseguró.

- ¿Cómo puede ser?

- Yace entre al menos dos soldados robustos.

Ariane jadeó debido a la sorpresa.

- ¿Dos? -preguntó algo después.

Simón contestó con un gruñido que bien podía ser de asentimiento o el complacido ronroneo de un enorme gato.

- ¿A la vez? -insistió Ariane.

- Sí.

- ¿Es eso… cómodo?

- ¿En qué sentido? -se mofó Simón.

Ariane no podía ver la risa en los entrecerrados ojos de su esposo, pero podía sentirla con claridad.

- Debe ser bastante, eh, íntimo -dijo Ariane con cuidado.

- Yo diría que sí.

- ¿Tú duermes así?

- Por supuesto que no.

Suspirando, Ariane se reclinó de nuevo.

- Me gusta más calentarme con mujeres que con soldados - matizó Simón con suavidad.

Ariane abrió la boca sorprendida, y se le sonrojaron las mejillas al darse cuenta de que su esposo se burlaba de ella. Al menos, eso pensaba. Simón rió al ver las expresiones que cruzaban el rostro de Ariane, y se convenció de que su esposa era realmente inocente en las relaciones entre hombres y mujeres. Excepto en sus sueños. El deseo laceró al guerrero a medida que los ecos de un inexplicable e imposible sueño cruzaban su mente. Los recuerdos lo hechizaban y reprimían por igual. Durante la Cruzada, había aprendido que su intensa sensualidad era un arma de doble filo que podía ser utilizada contra él. Pero, en sus sueños, Ariane encajaba a la perfección con su sensualidad. Si es que había sido un sueño… No poder distinguir la realidad del hechizo era un trago amargo para Simón, que sólo creía en aquello que podía ser pesado, medido y contado. Necesitaba saber si Ariane era tan fría como parecía o tan ardiente como en su sueño.

- No te preocupes por tu doncella -la tranquilizó respirando la perfumada humedad del cabello de la joven-. Es la persona que más a gusto está de todo este miserable campamento.

- Pero…

- ¿Has oído quejarse a Blanche? -la interrumpió Simón.

Ariane parpadeó.

- Sólo he oído su risa.

- Entonces debe estar bien, al contrario que tu, Blanche nunca ha dejado de quejarse de las cosas que no le gustan. Debería haber nacido reina.

- Es cierto.

Ariane suspiró de nuevo e, inconscientemente, se acurrucó contra el calor de Simón. Las incesantes quejas de Blanche de los últimos tres días de camino habían puesto a prueba a todo el mundo; pero sobre todo a Ariane, a quien se suponía que debía atender. La mayoría de las veces había sido justo al contrario.

- Es muy gentil por parte de los hombres preocuparse de que Blanche no pase frío -reflexionó Ariane al cabo de unos segundos-. Debe ser muy incómodo para ellos.

Simón dejó escapar un sonido que podría haber sido una carcajada sofocada o una pregunta sin palabras.

- ¿Por qué? -inquirió, cuidadoso.

- La ropa de Blanche estaba incluso más mojada que la mía - explicó Ariane-. Debe resultar frío y húmedo para los hombres que le dan calor.

- No creo.

- ¿No?

- No. La última vez que la vi, Blanche estaba completamente desnuda.

Ariane se sentó de golpe, casi golpeándose con la barbilla de Simón.

- ¿Qué hacías mirando a mi doncella desnuda? -exigió saber. El brillo de sus ojos era fiel reflejo de la acritud de su voz. La dama no estaba complacida. Simón sonrió vagamente, satisfecho con el fuego que ardía en los ojos de su esposa.

- ¿Has tenido relaciones carnales con Blanche? -insistió Ariane con brusquedad.

Simón levantó las cejas.

- ¿Cuándo podría haberlo hecho?

- Mientras yo estaba enferma.

- Entre bañarte, aplicarte el bálsamo y medicarte apenas tenía tiempo para comer, y mucho menos para acercarme a muchachas que no me atraen.

Ariane abrió la boca sorprendida y luego la cerró.

- ¿Blanche no te atrae? -preguntó con suavidad un momento después.

- Eso he dicho.

- Tiene un pelo rubio precioso y sus ojos son de un azul muy claro -apuntó Ariane.

- Prefiero el cabello del color de la medianoche y ojos que, en comparación, hacen palidecer a las amatistas.

Ariane observó los oscuros e intensos ojos de Simón y se preguntó cómo podía haber pensado alguna vez que eran fríos o severos. Eran extraordinariamente hermosos.

- ¿Estás seguro de que Blanche no te atrae? Es… amable con los hombres.

- También lo son los perros.

Ariane sonrió, luego recostó su cabeza contra el hombro de Simón y rió hasta quedarse sin aire.

Una oleada de placer invadió al guerrero al sentir la completa relajación del cuerpo de la joven contra el suyo. Ella no se había mostrado tan cómoda con él desde que despertara de sus sueños curativos.

Aquello le daba esperanzas y encendía su sangre. Simón cambió su peso ligeramente, acercando a Ariane aún más contra sí. Como siempre, su cuerpo respondió a la presencia femenina volviéndose más sensible, más alerta. Su mero aroma le aceleraba el pulso. En aquel momento ya estaba tenso como la cuerda de un arpa.

Se preguntaba qué haría Ariane cuando descubriera su erección.

Quizá una parte inconsciente de ella se acordara de lo sucedido en el sueño y no le rechazara.

Pensar que Ariane podía encontrar su cuerpo atractivo le provocó un estremecimiento de encarnizado deseo.

- ¿Tienes frío? -preguntó ella al instante.

- Siempre que me tocas, tengo calor.

La joven pensó sobre aquello durante unos segundos.

- No puedo cubrir tu espalda -dijo, seria-, y apenas puedo cubrir parte de tu pecho.

- El manto mantiene caliente mi espalda.

- ¿Y por delante?

- Podrías frotarme con las manos, Ariane levantó al instante las manos para dar calor a Simón frotando su piel, pero descubrió que sentada sobre su regazo no resultaba tarea fácil, así que se movió intentando encontrar una postura mejor.

Simón jadeó cuando el trasero y los muslos de Ariane tentaron sin saberlo su grueso miembro.

- Lo siento -se excusó la joven con voz queda-. Sentada así sólo llego con una mano.

El sentido común le decía a Simón que no debía hacer lo que estaba pensando, pero la tentación fue demasiado grande.

- Permíteme -susurró.

Ariane jadeó de sorpresa cuando los brazos de Simón la levantaron y giraron para dejarla a horcajadas sobre su regazo.

- ¿Cómoda? -preguntó él en tono neutro.

- Yo…

- Piensa en mí como en tu montura.

Ariane se mordió el labio con una sonrisa nerviosa. La parte de su mente que aún era esclava de la pesadilla le gritaba que no estaba a salvo. Sin embargo, la parte que había conocido el hechizo curativo del bálsamo y las tiernas caricias de Simón, estaba más que dispuesta a sucumbir a la tentación.

- Tú… no tienes silla -musitó.

- Mis pantalones son de cuero -rebatió Simón-. Piensa en ellos como en tu silla.

- ¿Y los estribos para mantenerme erguida?

En el tono de Ariane había más diversión que reticencia. Al ser consciente de ello, el corazón de Simón se aceleró, lo que aumentó el grosor de su erección contra los flexibles pantalones.

- No te dejaré caer -le aseguró-. Y prometo obedecer tus riendas.

Cuando Ariane se dio cuenta de lo que su esposo quería decir, sus ojos se abrieron.

- ¿Simón?

- Tuve la oportunidad de conocer los secretos de tu cuerpo mientras cuidaba de ti -susurró-. ¿Cuidarás tú de mí ahora que estás bien?

- Yo… -Ariane no pudo seguir hablando, y sus frías manos temblaron de anhelo y miedo cuando las posó sobre el pecho de Simón.

- ¿Tan desagradable te resulto? -preguntó él sin rodeos.

- ¡No! Es sólo que…

Simón esperó con la mandíbula apretada por su imperiosa necesidad de recibir una sola caricia libremente entregada de su esposa.

- Estoy nerviosa -confesó Ariane en un susurro.

Las manos femeninas recorrieron el amplio pecho masculino hasta llegar a los brazos.

- Y hay tanto de ti -añadió musitando.

Con una sonrisa un tanto fiera, Simón luchó contra la necesidad de enterrarse en la suavidad que ahora se abría a él entre los muslos de Ariane.

- Duncan y Dominic son más fornidos que yo -apuntó Simón en voz baja.

- Podrías romperme en dos.

- No, te devoraría; y tu a mí.

Nos saboreamos el uno al otro durante el sueño curativo.

Ariane contuvo la respiración Cuando un extraño estremecimiento se desplegó muy dentro de su cuerpo.

Simon sintió temblar a su mujer y juró en silencio.

- Malinterpretas mis palabras - musitó-. No te dolería, sólo sentirías placer.

- Le dijo el lobo al cordero.

Sorprendido, Simón soltó una carcajada.

- ¿Dónde está el bálsamo? -preguntó Ariane con una sonrisa.

El guerrero parpadeó.

- ¿El bálsamo?

- Sí, el bálsamo que utilizaste para curarme. ¿Cómo si no voy a conocer tu cuerpo como tú conociste el mío?

Al recordar Simón el modo en que había conocido el cuerpo de su esposa aquella última noche antes de que despertara, temió perder el control.

No sabe lo que está diciendo. Es imposible que estuviera despierta. ¿O sí?