CAPITULO 15

Agua fresca calmaba los secos labios de Ariane y se vertía sobre su deshidratada lengua. La joven bebía ansiosa. Cuando el líquido dejó de entrar en su boca, intentó levantarse y llegar a la fuente de agua.

El líquido desbordaba sus labios y se derramaba por su barbilla y su cuello. Algo cálido y aterciopelado recorría su piel, siguiendo el rastro del agua.

- Despacio, pequeña.

Con las palabras llegó una cálida exhalación en la base del cuello femenino. Allí donde las gotas de agua se acumulaban, el suave terciopelo se posaba de nuevo, retirando el líquido.

La combinación de sed y necesidad de acercarse a la suave voz la hicieron gemir y tensarse.

- No hay nada que temer. Ni el agua ni yo vamos a dejarte.

Una mano acariciaba la cabeza de Ariane con lentos y tiernos movimientos, confortándola. Con un suspiro entrecortado, la joven se volvió hacia la fuente de su alivio. Sus labios parecían rozar algo duro y áspero pero maravillosamente reconfortante al mismo tiempo. Confusa, se percató de que era una mano. Una mano de hombre.

Ariane intentó ponerse rígida y retirarse, sin embargo, su cuerpo rehusó obedecer las alarmas de su mente, que se despertaba.

- Shh… cálmate. Tu herida todavía se está curando. Túmbate tranquila. Estás a salvo Ariane suspiró y volvió a girar su rostro hacia la fuerte mano masculina que no la hería, sino que alejaba sus miedos.

- Abre los labios -susurro Simón-, Es agua lo que necesitas, y luego algo más sólido, y luego diminutos bocados de carne picada y miel, y…

Haciendo un esfuerzo, el guerrero detuvo las precipitadas palabras. Deseaba que Ariane se recuperara con una urgencia que crecía por horas. Los nueve días que había pasado cuidando de ella habían sido los más largos de su vida.

Sufrí lo indecible cuando Dominic cayó prisionero por culpa de mi deseo por Marie, pero, al menos, mi hermano es un caballero entrenado para soportar el dolor y la sangre.

Que Ariane, tan frágil y delicada, haya sido herida por mi culpa es algo que no puedo soportar.

- ¿Por qué no huíste cuando tuviste la oportunidad? -musitó.

La única respuesta de los labios de Ariane fue un beso en el centro de su palma.

Despierta, me teme. Dormida, me besa.

Simón cerró los ojos cuando la dulce caricia se hundió hasta sus huesos, y aún más profundo, extendiéndose por su alma como ondas de mercurio a través de aguas negras.

Al cabo de unos segundos, el guerrero sorbió de una taza, se inclinó sobre Ariane y, una vez más, permitió que unas cuantas gotas del líquido medicinal pasaran de sus labios a los de su esposa. Era lo mismo que había visto hacer a Meg con Dominic. Los pacientes y constantes intentos de la sanadora glendruid para que su esposo bebiera habían salvado su vida.

También estaba funcionando con Ariane. Aunque no estaba realmente despierta, su cuerpo sabía lo que necesitaba. Su boca se abrió y su lengua lamió la maravillosa humedad que había sobre sus labios. Como recompensa, unas cuantas gotas más se derramaron por su lengua. La joven bebió y se elevó ávida de más.

Simón estaba preparado. Posó su boca sobre la de su esposa y dejó gotear la poción medicinal sobre su lengua. Ariane bebió de él una y otra vez, sedienta, hasta que la taza estuvo vacía. Después, suspiró y se relajó de nuevo.

Al igual que el vestido amatista se arremolinaba alrededor del cuerpo de Ariane, ésta se aferraba a la calidez y vitalidad de Simón.

El guerrero miró los pálidos dedos femeninos entrelazados con los suyos, mucho más fuertes, y sintió una extraña presión en la garganta. Con ternura, levantó sus manos entrelazadas y besó la fría piel de Ariane, volviendo luego a acariciar su pelo con la mano libre.

De pronto, Simón notó que alguien esperaba pacientemente tras él. El aroma a incienso de cedro le indicó que era Cassandra quien había entrado de forma silenciosa en la habitación de Ariane.

Si bien Cassandra había sido inflexible en lo referente a que era Simón quien debía cuidar de Ariane, rara vez transcurría una hora del día sin que la anciana pasara a verla.

- ¿Habéis usado el bálsamo aromático que os traje hace tres días? -preguntó la Iniciada.

- Sí.

- ¿Y?

- Parece,… -dudó Simón.

- ¿Qué? -le apremió Cassandra.

- Parece como si a ella le… agradara.

Los grisáceos ojos de Cassandra resplandecieron.

- Excelente. ¿Y vos?

- ¿Yo?

- ¿También os agrada el bálsamo?

Simón le dedicó una mirada de reojo a la Iniciada.

Cassandra esperó sin decir nada.

- Sí, me agrada -respondió el guerrero finalmente-, aunque no creo que eso importe mucho.

La anciana ladeó la cabeza y sonrió.

- Importa, Simón.

- ¿Por qué?

- El bálsamo está hecho de una mezcla especial para realzar la esencia de Ariane.

- Medianoche, amanecer de luna, rosas, una tormenta -enumeró Simón volviendo a mirar a su esposa-. Ariane.

- ¿Se ha despertado?

- Casi.

Cassandra se acercó a la cama, observó a la enferma por un momento y negó despacio con la cabeza.

- No despertará del todo hoy; quizá mañana…

- Los últimos dos días ha buscado mi contacto como si estuviera más despierta que dormida -la interrumpió Simón-. A veces casi creo que entiende lo que le digo.

- Puede que lo haga.

El guerrero lanzó una rápida mirada a la Iniciada.

- Es el bálsamo -le explicó Cassandra con sencillez-. Consigue llegar al lugar en el que vigilia y sueño se combinan. Es una forma especial de soñar.

- No lo entiendo.

Una leve sonrisa sobrevoló los labios de la anciana.

- Ariane se despertará sintiendo que ha dormido profundamente, y, dentro del sueño, también sentirá profundamente. Como lo haréis vos.

- ¿Sentirá dolor? -preguntó él con aspereza.

- No, a menos que vos lo pretendáis.

- Nunca. Ya ha sufrido bastante por mí. -Simón dudó-. ¿Recordará algo?

- ¿Como qué?

- Repugnancia por mi tacto -dijo sin rodeos.

- ¿Os desagrada tocarla? -preguntó Cassandra.

- No.

- ¿Se aparta de vos cuando la tocáis?

- Se acerca aún más.

- Excelente -aprobó la anciana-. Está progresando.

Simón acarició el largo y suelto pelo de Ariane en silencio. Como había ocurrido antes, la joven volvió el rostro hacia él, cómoda con su contacto.

- ¿Recordará Ariane lo soñado cuando despierte?

- Muy pocos lo hacen. Los sueños curativos son… - La Iniciada se encogió de hombros-… muy distintos del sueño ordinario.

Cuando Cassandra se alejó para avivar el fuego, Simón cogió las hierbas que había traído con ella y olisqueó cada paquete con cuidado. Cuando estuvo seguro de que cada uno contenía la medicina correcta, frotó delicadamente un pellizco de cada hierba entre el pulgar y el índice, lo olfateó, lo probó y esperó unos segundos, aceptando o rechazando la mezcla transcurrido ese tiempo.

- La milenrama está un poco mohosa -señaló Simón.

- Tenéis un olfato muy agudo. He mandado traer más, pero, hasta que llegue, es mejor tenerla mohosa que no tenerla.

El guerrero hizo una mueca y, en silencio, mezcló algunas de las hierbas con agua previamente calentada en el hogar. Bajo la atenta mirada de Cassandra, cogió el mortero, añadió varias hierbas, y las redujo a polvo con eficaces y poderosos movimientos. Después, trabajó el polvo hasta convertirlo en un ungüento acre.

El olor del fuego de la chimenea fue sustituido por una compleja mezcla de hierbas y bálsamo. Simón olfateó el resultado de su trabajo con sutileza, comprobando que el ungüento no tuviera ninguna esencia equivocada o demasiado fuerte. Frotó parte del ungüento en la sensible piel de la cara interna de su muñeca y esperó.

No apareció ni calor, ni picor. Nada sugería que el preparado medicinal no fuera a hacer aquello que se suponía debía hacer: curar.

- Sois muy atento con vuestra no deseada mujer -dijo Cassandra tras unos segundos.

Simón le lanzó una oscura mirada de soslayo.

- En vuestro caso, muchos hombres se habrían conformado con hacer un esfuerzo simbólico ante el ataque de los renegados y después hubieran huido -añadió la Iniciada.

- No soy un cobarde.

Aunque dichas en voz baja, las palabras fueron tan cortantes como un viento gélido.

- Vuestro valor es bien conocido -reflexionó Cassandra con calma-. Ningún hombre os pondría en duda si no hubierais podido salvar a vuestra esposa del bastardo que ha asesinado a enemigos mejor armados y más numerosos que vos.

- ¿Nos lleva todo esto a algún sitio? -preguntó Simón, impaciente.

- Simple curiosidad.

- No hay nada simple cuando se trata de curiosidad Iniciada.

El tono de voz de Simón penetró en la brumosa consciencia de Ariane. La joven parecía intranquila y sus dedos presionaron la mano masculina como si tuviera miedo de que se apartara.

- Practicad vuestra curiosidad en otro lado -dijo Simón con suavidad-. Estáis molestando a mi esposa.

- Como deseéis, sanador. Pero recordad que el bálsamo debe cubrir cada centímetro de la piel de Ariane.

Cassandra había salido de la habitación antes de que Simón comprendiera cómo lo había llamado. Sanador. Absorto en sus pensamientos, observó la palidez del rostro de Ariane. Si fuera tan sencillo. Si pudiera curar su cuerpo con un puñado de hierbas y unas cuantas candas.

Entonces quizá también podría curar la oscuridad de su alma. O mi propia alma, igualmente oscura. De forma inesperada y no deseada, las palabras de Dominic resonaron en su mente.

Como yo, perdiste gran parte de tu humanidad en tierras sarracenas… ¿Quién traerá calidez a tu alma si te casas con Ariane?

La joven dejó escapar un gemido roto, una protesta ante algo que sólo ella podía entender.

El sonido sacó a Simón de sus sombríos pensamientos. El pasado era irrecuperable. Tenía que vivir el presente ya fuera dulce o amargo, agradable o ácido, fuego o hielo.

Con un movimiento brusco, se apartó de su esposa. A pesar de las mudas e inconscientes protestas de la joven, soltó la mano femenina y empezó con el ritual de purificación que Meg había insistido en enseñarle antes de partir con Dominic hacia la fortaleza de Blackthorne.

Con manos expertas y tiernas que olían a jabón medicinal, Simón desató parcialmente los lazos plateados del vestido de Ariane y apartó la tela amatista de sus hombros. Ya no se hacía preguntas sobre la advertencia de Cassandra sobre que el vestido de Serena debía permanecer contra la piel de Ariane. Había observado por sí mismo que ella se calmaba cuando estaba envuelta en la prenda.

Pero cuando Simón la tocaba, era cuando más tranquila descansaba. Una vez que esté recuperada, ¿confiará en mí lo suficiente para dejar que la toque como un hombre en lugar de como un sanador?

El imprevisto pensamiento hizo que sus manos se detuvieran por un instante y, de inmediato, la tela violeta y los lazos plateados se escurrieron de sus inmóviles dedos.

El corpiño de Ariane cayó a un lado y el titilante fuego del hogar proyectó luces y sombras sobre las generosas curvas de sus senos.

La ondulante luz emitida por las llamas hizo que sus pechos tuvieran el aspecto de estar siendo acariciados por dedos etéreos.

Y, como si los acariciaran, sus pezones se convirtieron en duras cimas.

- Ruiseñor -musitó Simón.

Inquieta, Ariane sacudió la cabeza y sus senos oscilaron con sutiles y seductores movimientos, como pidiendo la atención de los ojos de Simon, sus manos, su boca.

El guerrero maldijo en silencio y cerró los ojos. Había desvestido a Ariane tres veces al día durante los últimos nueve, y, a pesar de la hermosa tentación que suponía su cuerpo, tan sólo la había tocado con la intención de que sanara. Sin embargo, ahora…

Ahora deseaba ser la luz que jugaba con sus senos, acariciándola con tonos de anochecer y fuego. Ahora deseba sentir la perfección de sus pechos en las manos mientras sus pulgares acariciaban sus pezones hasta endurecerlos. Ahora deseaba probar el sabor de esos rígidos pezones e introducirlos en su boca. Y luego quería más, mucho más.

Deseaba cosas que no podía nombrar ni describir. Deseaba arder en el fuego de la pasión de Ariane para luego renacer de sus cenizas y volver a arder una y otra vez, sintiendo que las llamas consumían su alma.

Un sonido grave emergió de lo más profundo de la garganta de Simón. Escucharlo lo conmocionó, pero no tanto como la violenta necesidad de reclamar el reacio cuerpo de Ariane. Su grueso miembro estaba a punto de explotar, palpitante y ardiente.

- Dios -siseó en voz baja-. ¿Acaso Cassandra piensa que no deseo la carne que se supone que debo curar? Ver los senos de Ariane a la luz del fuego… es una prueba demasiado dura para mi control.

Sorprendido por su repentino anhelo, Simón cerró los puños y apretó el tejido amatista entre los dedos con terrible fuerza.

Transcurrido un tiempo que para él fue una eternidad, pudo respirar sin tener la sensación de que era fuego, y no aire, lo que entraba en sus pulmones. Despacio, soltó el vestido de Ariane y comenzó a desatar la tira de tela violeta que actuaba como sujeción y vendaje al mismo tiempo.

La herida era una fina línea escarlata alineada entre dos costillas. La piel ya había vuelto a unirse como si jamás hubiera sido rasgada por la daga de un renegado. La carne alrededor de la herida estaba caliente, aunque no demasiado, y presentaba un saludable color rosa, no el rojo que indicaría una infección.

- Merece la pena tolerar las brujerías iniciadas y glendruid a cambio de ver que te curas tan rápidamente -le susurró Simón a Ariane-. Cuando vi aquella daga desgarrar tu carne…

Su voz se desvaneció hasta convertirse en un áspero sonido.

Había revivido aquel momento muchas veces, viendo el salvaje brillo del acero, sabiendo que la tierna carne de Ariane no era rival para la hoja, sintiendo la angustiosa seguridad de que no llegaría a tiempo de salvarla. Y no lo había hecho. Ella había caído mientras él gritaba su nombre.

Aún no le había contestado. Ariane. Ahora, el grito sólo resonó en su turbada alma, donde la herida de Ariane se había unido a la que le había desganado cuando Dominic pagó por los pecados su hermano.

Despacio, Simón fue en busca del cuenco de agua medicinal que se calentaba junto al hogar. Escurrió el trapo de su interior y comenzó a lavar a Ariane con extrema delicadeza. Mientras deslizaba la tela por su escote, hizo lo que pudo por ignorar la cálida caricia de su aliento y el aún más cálido roce de aquellos tersos senos contra sus manos. Tuvo más éxito con el baño que con su intento de ignorarla. Había resultado más sencillo no ser consciente de la sensualidad de Ariane cuando su cuerpo estaba enrojecido por el malestar y los escalofríos derivados de la fiebre. Entonces podía pensar en ella no como en la joven cuya belleza, distante y oscura, había hecho arder su cuerpo desde la primera vez que la vio, sino como en un cuerpo que necesitaba ser lavado, secado y untado con el bálsamo, y luego tapado de nuevo para protegerlo del frío otoño.

Pero el tacto de Ariane era distinto aquella noche. Después de beber de los labios masculinos toda la medicina, la joven había cambiado. Había desaparecido la laxitud que implicaba que todas sus fuerzas se concentraban en sobrevivir, y aunque aún estaba inusualmente calmada, su cuerpo y su mente parecían estar deshaciéndose de las drogas y medicinas que la mantenían en aquel estado de sueño reparador.

Las elegantes curvas de la cintura y las caderas de Ariane habían sufrido cambios sutiles. Era como si se entregara al contacto de su esposo, transformando el ritual de purificación en algo mucho más sensual.

Ahora, mientras la bañaba, sus pechos lo incitaban como el canto de una sirena, al igual que sus largas y torneadas piernas. Los rizos color medianoche que protegían su feminidad le obligaron a contener la respiración. Tuvo que obligarse a apartar la vista de aquella peligrosa tentación para evitar tocarla como amante en lugar de sanador.

- ¡Es absurdo! He visto a muchas mujeres desnudas y nunca había sentido esto.

Simón respiró profundamente y terminó el trabajo con celeridad, esforzándose en verla como a una paciente.

Aun así, decidió cubrir parcialmente a Ariane antes de untar con bálsamo aromático cada centímetro del cuerpo femenino, de sus delicados pies a la grácil nuca. En cualquier caso, el bálsamo olía demasiado bien para ser medicinal, aunque Cassandra había insistido en que era imprescindible para la curación de Ariane.

Simón comenzó a subir con rapidez el vestido por las piernas de la joven. Pero no importaba lo rápido que se moviera, lo poco que la tocara, sus manos la sentían diferente. Las piernas de Ariane estaban más vivas. Más vitales. Invitadoras. Su cuerpo estaba sonrojado por el tipo de fiebre femenina que sólo conoce una cura.

- Maldición -masculló Simón-. ¿Qué diablos me pasa para desear a una mujer que no está en condiciones de decidir si me quiere o no en su cama? Es mi esposa.

- No sería justo para ella -murmuró, tirando del vestido con inusitada urgencia al llegar a las caderas.

Su cuerpo sigue mi contacto como si me deseara.

- ¡No está despierta!

¡Su cuerpo lo está! Puedo verlo, puedo sentirlo. Y si saboreara el centro de su placer con mi lengua, podría comprobarlo.

Aquel pensamiento provocó dolorosas sensaciones en su poderoso miembro, seguidas de una tentación tan fuerte que sacudió su cuerpo como un trueno.

Simón dejó a un lado su discusión interna y se concentró en cubrir lo máximo posible de Ariane antes de untar ungüento medicinal en su tierna herida. Pero las largas mangas del vestido parecían pensar por sí mismas. Se enredaban, se retorcían, eran tan evasivas como el humo, frustrando cada intento.

Cada vez que el guerrero levantaba a Ariane de modo distinto para intentarlo de nuevo, sus pechos oscilaban y le rozaban los brazos, las manos. Una de las veces, su mejilla conoció la calidez y suavidad femeninas.

Ella sonrió en sueños ante la caricia y la habitación se llenó de susurradas maldiciones sarracenas. Simón soltó a Ariane, recogió una manga y la observó con detenimiento.

La tela se curvó suavemente alrededor de sus dedos y desprendió un sutil perfume de rosas salvajes con un matiz de tormenta. La esencia de Ariane. La esencia del bálsamo aromatizado que Simón no se atrevía a usar. El bálsamo que, según Cassandra, era vital para la total recuperación de Ariane.

Cerrando los ojos, Simón emitió un gemido tan ronco que nadie pudo oírlo, ni siquiera él mismo. Despacio, sus contraídos dedos se abrieron y la tela amatista se deslizó de su mano con un sonido similar a un suspiro.

Confuso, Simón cogió uno de los pequeños tarros de la ordenada cesta que había junto a la cama de Ariane. El olor del ungüento era refrescante, revitalizador. Medicinal, no pasional.

Con semblante sombrío, Simón hundió su dedo índice en el ungüento y comenzó a aplicarlo con cuidado sobre la cicatriz escarlata entre las costillas de Ariane, que yacía muy quieta, respirando suavemente, no del todo dormida. Una ligera sonrisa la embelleció tanto que Simón sintió cómo se le encogía el corazón.

Tu cuerpo me desea, ruiseñor. Me ha deseado desde la primera vez que nos vimos, cuando todavía eras la prometida de Duncan. Y has luchado tanto como yo contra ese deseo. No luches más. Ya no eres la prometida de otro. Yo soy tu esposo; tú eres mi mujer. Tu sonrisa hechiza mi alma.

Cuando Simón levantó su mano de la herida de Ariane, la joven se volvió de costado hacia él, atrapando sus dedos en una sensual trampa entre sus senos. Simón se sintió arder de pies a cabeza y su gruesa erección amenazó con estallar, oprimida contra los pantalones. Podía contar cada doloroso latido de su duro miembro.

Respirando larga y profundamente, el guerrero se obligó a apartarse de la dulce trampa. Al retirarse, sus dedos rozaron uno de los pezones de Ariane, que se endureció.

- Dios, esto es demasiado -gimió apretando los dientes.

Se dijo que tenia que levantarse y apartarse de ella, y pensaba hacer exactamente eso, pero las traidoras mangas del vestido violeta se habían cruzado en su regazo, encadenándolo.

Simón dejó el ungüento medicinal en la cesta y cogió el tarro de bálsamo aromatizado que Cassandra había hecho especialmente para Ariane. El tarro resultaba cálido, suave, del tamaño y peso de un pecho anidado en su mano.

La esencia de rosas y tormenta inundó la estancia cuando Simón abrió el tubo. Respiró profundamente el perfume que, como el vestido, realzaba la esencia de Ariane. Lentamente, sumergió la punta de los dedos en el bálsamo. Era cálido, cremoso, satinado; estaba imbuido de todo lo que era femenino. Y quemaba como el deseo.