CAPITULO 03

Las melancólicas y sutilmente disonantes cuerdas del arpa vibraban en la habitación de Ariane. A pesar de que el castillo del Círculo de Piedra hervía con los preparativos para la boda que se acercaba, nadie molestó a Ariane hasta que, con retraso, su doncella, Blanche, acudió para ayudarla.

A Ariane le bastó echar un vistazo a su doncella para saber que su salud no había variado en absoluto. El rostro de la joven aún estaba demasiado pálido. Bajo una toquilla ni limpia ni sucia, el cabello castaño claro de Blanche carecía de brillo, al igual que sus ojos azules. Era obvio que aquel día no se sentía mejor de lo que se había sentido en el viaje de Normandía a Inglaterra.

- Buenos días, Blanche, ¿o debería decir buenas tardes?

No había censura en la voz de Ariane; más bien simple curiosidad.

- ¿No habéis oído a los centinelas dar la hora? -le preguntó la doncella.

- No.

- Bueno, es de esperar, teniendo en cuenta vuestra próxima boda con un prometido distinto al hombre que esperabais -concluyó Blanche con una madurez impropia para sus quince años.

Ariane se encogió de hombros.

- Un hombre u otro es más o menos lo mismo.

Blanche la miró sobresaltada.

- Disculpad, milady, pero hay una diferencia considerable.

La única respuesta de Ariane fue una serie de rápidas notas en su arpa que sonaron a disentimiento.

- No es que os culpe por estar nerviosa -añadió Blanche con premura-. Las gentes de este lugar son muy extrañas.

- ¿Extrañas? -repitió Ariane ausente, arrancando un tono interrogante de las cuerdas del arpa.

- Oh, milady, habéis pasado tanto tiempo tocando el arpa que vuestro cerebro está tan entumecido como deben estarlo vuestros dedos. Los Iniciados son raros, ¿no creéis?

Ariane parpadeó y mantuvo sus dedos quietos durante unos segundos.

- No creo que los Iniciados sean raros -dijo finalmente-. Lady Amber es una mujer encantadora, y sir Erik está mejor educado y es más atractivo que la mayoría de los caballeros que conozco.

- Pero esos enormes perros suyos… y ese enorme halcón en su brazo… No es natural.

- Es tan natural como respirar. Todos los caballeros adoran a sus perros y a sus halcones.

- Pero… -protestó Blanche sin poder acabar.

- Ya está bien de charlas inútiles -la interrumpió Ariane con firmeza-. Todos los castillos y sus habitantes resultan extraños cuando no se ha vivido entre ellos mucho tiempo.

Blanche se limitó a guardar silencio mientras preparaba el baño de su señora. Un largo pasador de ébano hizo que Ariane recordara su reciente conversación con la señora del castillo.

- ¿Has visto un pasador de ámbar rojo? -inquirió-. Lady Amber ha extraviado uno.

Blanche estaba tan sorprendida por la pregunta que sólo podía mirar a su señora y mordisquearse una uña rota.

- ¿Blanche? ¿Estás indispuesta de nuevo?

Entumecida, la doncella negó con la cabeza haciendo que unos pocos mechones lacios escaparan de la toquilla que cubría su cabeza.

- Si encuentras el pasador -añadió Ariane-, házmelo saber.

- No creo que encuentre nada antes que vos, milady. Sir Geoffrey decía a menudo lo mucho que os parecíais a vuestra tía.

Ariane se tensó y no dijo nada.

- ¿Era cierto? -quiso saber Blanche.

- ¿El qué?

- Que vuestra tía podía encontrar una aguja de plata en un pajar.

- Sí.

La doncella sonrió, mostrando el hueco de un diente perdido en las tenazas del herrero cuando tenía doce años.

- Sería un don excelente poder encontrar cosas perdidas - comentó suspirando-. Lady Eleanor siempre me golpeaba por perder sus agujas de bordar de plata.

- Lo sé.

- No estéis tan triste -dijo Blanche-. Estoy segura de que pronto encontraréis el pasador de lady Amber.

- No.

La sencilla negación hizo que la doncella parpadeara.

- Pero sir Geoffrey dijo que vos encontrasteis una copa y una jarra de plata que nadie… -comenzó.

- ¿Está preparado mi baño? -preguntó Ariane cortando las palabras de la doncella.

- Sí, milady -contestó Blanche en voz baja.

Ariane sentía compasión por la doncella, pero no deseaba explicarle que había perdido su don junto con su virginidad.

Además, estaba más que cansada de que se le encogiera el estómago cada vez que oía el nombre de Geoffrey.

- Prepara mi mejor camisola y el vestido escarlata -pidió en voz baja.

Tanto si se trataba de una boda como de un velatorio, el vestido sería apropiado.

- Pero no puedo hacer eso, milady -se apresuró a decir la doncella.

- ¿Por qué? -exigió saber Ariane.

- Lady Amber me dijo que traería en persona vuestro vestido de boda.

La angustia se apoderó de Ariane.

- ¿Cuándo ocurrió?

- Otra bruja, perdón… Iniciada, vino al castillo -respondió Blanche.

- ¿Cuándo?

- Justo al amanecer. ¿No oísteis los aullidos de esos perros del

infierno?

- Pensé que estaba soñando.

- No -negó Blanche-. Era una Iniciada que llegaba al castillo con un regalo para vos. Un vestido con el que casaros.

Ariane frunció el ceño y dejó su arpa a un lado.

- Amber no me dijo nada.

- Quizá no haya podido. La recién llegada tiene el pelo blanco y ojos como el hielo. -Blanche se apresuró a persignarse-. Su nombre es Cassandra y se dice que ve el futuro. Aquí hay brujas por todas partes, milady.

Ariane se encogió de hombros.

- Según algunos, también había brujas en nuestro hogar. Mi tía era una de ellas, al igual que yo. ¿Recuerdas?

Blanche parecía confundida.

- Si te hace sentir mejor, conocí a Cassandra hace unos días y te puedo asegurar que es humana -añadió Ariane.

La criada relajó el ceño y suspiró.

- El sacerdote me ha asegurado que aquí se siguen fielmente las enseñanzas cristianas a pesar de las habladurías -reconoció Blanche-. Es un consuelo saberlo. Sería espantoso que mi hi…

Las palabras de la doncella se cortaron bruscamente.

- No te preocupes -dijo Ariane con calma-. Sé que estás embarazada, y el niño no sufrirá ningún daño. Simón lo ha prometido.

Blanche aún parecía alarmada.

- ¿Te gustaría que Simón te buscara un esposo? -preguntó Ariane.

La tristeza sustituyó a la alarma en el rostro de Blanche.

- No, gracias, rnilady.

Ariane levantó las cejas, sorprendida.

- ¿Sabes quién es el padre de tu hijo? -preguntó.

Blanche dudó por un momento antes de asentir.

- ¿Está en Normandía?

- No.

- En ese caso tiene que ser uno de mis hombres. ¿Es un escudero o un soldado?

Blanche negó con la cabeza.

- Un caballero entonces -dedujo Ariane en voz baja-. ¿Era uno de los que murió de aquellas terribles fiebres?

- No importa -susurró Blanche aclarándose la garganta-. Ningún caballero se casaría con una criada que no tiene familia o dote, y que ni siquiera es especialmente bella.

Había lágrimas en los ojos azul claro de la doncella, lo que hacía que brillaran con una claridad inusual.

- No te preocupes -la tranquilizó Ariane-, al menos, ningún hombre te persigue por lo que pueda conseguir de ti, ni te tomará por la fuerza.

Blanche miró a su señora con extrañeza y no dijo nada.

- No tengas miedo -continuó Ariane con amargura-, tu hijo y tú estaréis bien cuidados, y no tendrás que soportar a un esposo en tu cama si no lo deseas.

- Bueno -sonrió Blanche-, eso no es tan malo. En invierno un hombre da más calor que un cerdo y no apesta ni la mitad. Al menos la mayoría.

De pronto, Ariane recordó el momento en que Simón se inclinó sobre ella hasta que su aliento le acarició la nuca.

- ¿Debería pedirle a Meg que me hiciera un jabón especial para satisfacer vuestra exquisita nariz?

- Oh, no. Vuestro olor me resulta muy agradable.

Una extraña sensación se apoderó de Ariane al darse cuenta de lo ciertas que habían sido sus palabras. Simón era el único hombre por el que se había sentido atraída. Si todo lo que tuviera que hacer como esposa fuera cuidar de él, de sus cuentas y su comodidad…

Pero eso no era todo lo que un hombre deseaba de su esposa, ni todo lo que requería Dios.

- ¿Milady? ¿Estáis bien?

- Sí -respondió en voz baja.

Blanche se inclinó hacia delante y observó más detenidamente a su señora.

- Estáis muy pálida -dijo, preocupada-. ¿También estáis embarazada?

Ariane emitió un sonido áspero.

- No -negó, tajante.

- Lo siento, no pretendía insultaros -se disculpó Blanche hablando atropelladamente-. Es sólo que no hago más que pensar en bebés, y sir Geoffrey dijo que vos estabais ansiosa por tenerlos.

- Sir Geoffrey estaba equivocado.

La letal calma en la voz de Ariane le indicó a Blanche que había vuelto a traspasar los límites establecidos entre una dama y su doncella.

Suspiró y deseó que todos los nobles fueran tan amables como sir Geoffrey. No había duda de que lady Ariane se había vuelto sombría y lejana después de que la informaran de que sería enviada a Inglaterra para casarse con un rudo sajón desconocido en lugar de quedarse en casa para casarse con sir Geoffrey, que era hijo de un gran barón normando.

Ariane la Traicionada.

- Vuestras cosas están listas, milady -dijo Blanche con compasión-. ¿Deseáis que os ayude con el baño?

- No.

Aunque las marcas de su tortura en manos de Geoffrey hacía tiempo que habían desaparecido de su cuerpo, Ariane no podía soportar ni el más mínimo contacto con su criada..

En particular si Blanche seguía hablando con admiración de Geoffrey el Justo.