CAPÍTULO SIETE

DEAN

Día 13

Dormí profundamente y, aleluya, dormí hasta levantarme cuando quise. Sí, pude dormir de más.

Lo que me levantó fueron los rugidos de mi estómago.

Fui a la sala de estar, y me encontré a los tres pequeños levantando paredes de Lego mientras Astrid leía en el sofá. Ya habían desayunado (cereales con leche de soja, al parecer). Caroline aún estaba en pijama pero tenía mejor aspecto. Hasta Luna estaba levantada.

Al verme, Luna se levantó y vino para olfatearme la mano.

—Buenos días —dijo Astrid—. Te hice café.

—Dean, ¿cuándo van a estar aquí? —se quejó Chloe—. Ya estoy harta de esperar. Todo lo que hacemos es esperar y esperar y esperar…

Un BANG la interrumpió.

Me volví hacia Astrid.

—¿Qué demonios? —dijo inexpresiva.

BANG. BANG.

Venía de la puerta principal.

—Chloe, quédate aquí y cuida de Caroline y Henry —ordené. Cerró la boca rápidamente.

Cogí un casco con luz, Astrid agarró una linterna, y juntos, corrimos hacia la puerta principal, abriéndonos paso a través de la tienda oscuridad y fría.

Luna corría a nuestro lado, ladrando.

BANG. BANG.

Alguien le estaba disparando a la puerta.

—Quédate aquí —le dije a Astrid, impidiéndole el paso con un brazo. Ella se paró, cerca de mí, con su cuerpo tocando el mío, e incluso en aquel momento de tensión y miedo, yo estaba pendiente de su cuerpo.

Avanzamos pegados a la pared, fuera del camino de la puerta.

—¿Qué quieres? —grité al agujero de bala más cercano.

Luna seguía ladrando, ronca ya.

BANG.

Otro tiro abrió un agujerito en la puerta.

—¡Luna, cállate! —Astrid la agarró por el collar y la retuvo.

—¿Quién eres y qué quieres? —grité.

—¡Detente! Deja de disparar. —Oí que decían. Tuve que esforzarme para oír la voz que venía del exterior.

Entonces se oyeron un ruido sordo y un traqueteo en la puerta, como si algo o alguien se hubiera estampado contra ella.

—Hey, chico —dijo la voz—. Soy yo, Scott Fisher.

—¿Por qué estás disparándonos? ¡Ya te dimos comida! —grité.

—Exacto, viejo. Este tipo aquí—

Y de nuevo llegó el ruido sordo y el traqueteo de la puerta.

—Este tipo me encontró y dijo que tenía que enseñarle de dónde saqué mis cosas, y si no nos das más, me va a matar.

Miré a Astrid, iluminada desde abajo por su linterna.

—Diablos —dije.

—Tenemos que ayudarlo —suplicó Astrid.

—Lo sé —dije.

Scott Fisher dejó escapar un gemido de dolor.

—Muy bien —grité—. ¡Muy bien!

—¡Dice que tienen que abrir la tienda!

—Les tiraremos comida —grité.

—¡Me va a matar si no le abres la tienda!

—Mira, no podemos abrir la tienda. Pero les tiraremos montones de comida y agua, ¿de acuerdo?

Se oyó una discusión, pero no pudimos escuchar las palabras. Pude oír el tono, sin embargo, y la voz de Scott cada vez se oía más y más. ¿Peleando? ¿Rogando?

Hubo otro traqueteo en la puerta, y la voz de Scott estaba teñida ahora por la desesperación.

—¡Cuidado, chico! Va a—

Otro BANG. BANG. Todo se quedó en silencio, y estaba bastante claro que Scott Fisher estaba muerto.

—¿Va a qué? —dijo Astrid en voz baja, asustada.

—Voy a buscar armas —le dije—. Quédate aquí, y si intentan algo, toca la bocina.

Gracias a Dios habíamos encontrado aquellos estúpidos cascos linterna.

Sabía que parecía idiota, pero mientras corría de un lado a otro por la tienda, buscando armas, me alegré de llevar la linterna en la cabeza, y de tener los brazos libres.

Si Jake no se hubiera llevado la única pistola. Habíamos tenido dos, de los forasteros.

Y cuando se fue, Niko se llevó una. Eso estaba bien. Quería que Niko tuviera una.

Pero Jake había tomado la otra pistola y luego nos había abandonado. Le envidiaba esa pistola.

Pensé en las pistolas de patata. No sabía cómo se fabricaban y estaba bastante seguro de que llevaba mucho tiempo hacerlas.

Debía de haber algún modo de usar las latas de aerosol para hacer sopletes, pero no sabía cómo hacerlo.

¿Qué podía hacer? Pensé que podía ir y coger un puñado de cuchillos de la cocina y lanzárselos a los intrusos. Tan patético. Me quería matar por ser estar tan patético.

—¿Dean? —me llegó la voz de Chloe. Debía de haberme oído moverme por los pasillos—. ¿Qué pasa ahí fuera?

—No es nada —grité—. Estás haciéndolo muy bien, Chloe. Tan sólo mantén ahí a los gemelos. Sólo espéranos. Todo está bien.

—¡Estamos aburridos!

—Abúrranse, entonces —grité. Era tan mocosa.

Corrí hacia Mejoras para el Hogar. ¿Por qué tuve que perder el tiempo construyéndonos una habitación? Debí fabricar armas.

Necesitaba a mi hermano, que podía hacer cualquier cosa con cualquier cosa. O a Niko, quien pensaba siempre en términos de supervivencia por naturaleza.

Caminé por la tienda, pasillo tras pasillo.

Mejoras para el Hogar parecía la mejor opción.

Fui hacia las barbacoas.

Y el líquido para mecheros.

Mi mejor idea consistía en arrojarlo a chorros sobre los atacantes y prenderlos fuego.

Una idea estúpida, lo sé, pero estaba en pánico.

De vuelta en la puerta, Astrid estaba poniendo masilla en uno de los agujeros de bala.

—¿Estás bien? —pregunté mientras corría hacia ella.

Llevaba una botella de líquido de mecheros y un par de esos encendedores de cuello largo de chimenea.

—Se han ido —dijo en voz baja—. Al menos por ahora.

—¿Estás segura?

—No he oído ni un sonido.

—Okay, de acuerdo, bien —dije.

—¿Ibas a asarlos a la barbacoa hasta la muerte? —preguntó Astrid, con las manos en la cintura.

Me enojé, por un segundo, entonces vi sus ojos brillantes a la luz de mi casco-linterna.

Y comencé a reír.

Su risa se unió a la mía y nos descontrolamos hasta que lágrimas bajaron por mi cara.

—Diablos —dije—. Eres divertida.

—A veces —contestó Astrid—. Tengo algo de masilla. ¿Quieres ayudarme a tapar estos agujeros de bala?

—Seguro —contesté.

Mientras trabajábamos, comenté una idea.

—Vi algunas motosierras en Mejoras para el Hogar. La mayoría funcionan con querosén, pero hay unas cuantas que van con baterías.

Sabía un poco de motosierras, porque había ayudado a mi tío a despejar parte de una ladera cerca de Placerville durante el verano. El tío Dave tenía dos motosierras, una de gas y una a batería. La de batería era mucho menos potente que la de gas, pero cortaba los matorrales bien. Me estremecí al pensar en lo que haría si fuese usada como un arma contra una persona.

—¿No puedes usar el líquido de mechero? —Astrid apuntó con la barbilla hacia mi lata de Kingsford.

Tomé la botella.

—No. No es querosén. Es… disolvente de petróleo alifático. Sea lo que sea eso.

—Bueno, ¿cómo vas a cargar las baterías? —preguntó.

—¿Una batería de coche? —sugerí.

—Sí, eso podría funcionar —dijo ella.

Formábamos un buen equipo. Me alegraba que hubiera decidido seguir con lo de ser amigos. Estaba manteniendo su parte del trato y yo intentaba hacer todo lo posible para no adorarla.

—¿Dónde han estado? ¿Tengo que hacerlo todo yo por aquí? —nos reprendió Chloe cuando volvimos de cargar las motosierras. Estaban jugando al hospital, y Caroline, apropiadamente, era la paciente.

—Gente mala está intentando entrar —le dijo Astrid.

—¿Gente mala? —repitió Henry.

Caroline y él nos miraron con una expresión de terror idéntica en sus idénticos pares de ojos.

De vez en cuando, cuidando a los gemelos, sentía que el corazón me daba un vuelco. Eran tan, erm, hermosos. Sé que eso es usar una palabra tonta, pero lo eran. Sus pequeñas estaturas y su calor. Sus enormes sonrisas y sus abundantes pecas. Ello hacía que me doliera el pecho al pensar en cómo la señora McKinley, si aún vivía, debía de echarlos de menos.

Ya fuera en su honor o en su memoria, tenía que mantenerlos a salvo.

—¿Cómo de malos? —preguntó Chloe.

—¿Qué? —dije yo.

—En una escala del uno al diez, ¿cómo de malos eran esos tipos malos?

—No lo sé —le dije—. Lo suficientemente malos.

—Sin embargo, no pudieron pasar por la puerta —dijo Astrid, revolviéndole el pelo a Henry—. Peor para ellos.

Astrid tenía un gran instinto para los niños. Probablemente, Josie les habría ocultado la verdad, y habría hilado alguna historia. Pero ellos parecían más contentos sabiendo la verdad: Personas malas habían intentado entrar y no habían podido.

—Caroline, es el momento perfecto para que te bebas un sorbito de jugo —indicó Chloe.

Caroline se lo bebió, obediente.

—Muy bien, ahora, Henry va a tomarte el pulso —siguió Chloe. Henry se arrodilló junto al futón y apretó los dedos en algún lugar próximo al codo de Caroline.

Henry y Caroline se miraron el uno al otro con unos ojos grandes y serios.

—¡Está mejor! —anunció él—. Presión ciento nueve y cuatro ochenta.

—Excelente —sonrió Chloe—. Ahora, la paciente debe comer más galletas.

Henry le dio a su gemela un bocadito de galleta a la vez, y Chloe los observó, contenta y el mismísimo modelo de la eficiencia.

—Dean, tengo una idea —dijo Astrid—. Vi un fogón de bronce en Mejoras para el Hogar. Creo que puedo arrastrarlo hasta la cocina. No quiero encenderlo aquí, en caso de que eche demasiado humo, pero he pensado que sería agradable el tener un fuego por la noche.

—Sí, suena bien —me pasé una mano por el pelo, exhalando. Hasta el momento, la mañana había sido bastante… intensa—. Voy a desayunar algo —le dije a Astrid—. Y después haré un control de seguridad en la tienda.

—Buena idea —me respondió.