CAPÍTULO NUEVE

DEAN

Día 13

Primero, comprobé las motosierras. Separé la batería de la motosierra de la batería del auto y la inserté en la motosierra.

Pulsé el botón y VROOOOOM, la cosa cobró vida. La apagué rápidamente —no quería que Astrid se preocupara ni que los niños vinieran corriendo.

Pero me sentí aliviado. Ahora teníamos armas de alguna clase. No muy buenas contra balas, pero de cerca deberían ser… horribles. Con suerte, sólo sostener una será amenaza suficiente para que cualquier intruso nos deje en paz.

Mi siguiente parada fue el depósito.

Quería asegurarme que la escotilla estuviese bien asegurada y también sabía que debía hacer algo con los cuerpos.

Llevé dos motosierras conmigo para poder llevarlas a la Casa, cuando acabara en el almacén. Decidí que debía enseñarle a Astrid cómo usar una, sólo por si acaso.

Estaba en lo cierto —los cuerpos comenzaban a oler.

Necesitaba sellarlos de alguna manera. Mi primera idea fue ponerles en contenedores gigantes de plástico. Pero ninguno de los contenedores era lo suficientemente grande. No por mucho.

Así que me giré hacia las láminas de plástico, pero habíamos usado todas las cubiertas de plástico cuando sellamos las puertas.

Me dirigí hacia las cortinas de ducha. Habíamos usados algunas de ella, pero tal vez no todas.

Y así es cómo el señor Appleton y Robbie terminaron envueltos en cortinas florales de nylon.

Puede sonar gracioso. Pero no para mí. Fue una pesadilla envolverlos en esas cortinas. El cuerpo del señor Appleton era pesado y rígido, como si alguien hubiera extraído su sangre y la hubiera reemplazado con cemento.

Robbie estaba espantoso, por la sangre, pero la sabana que habíamos arrojado sobre él se había quedado pegada a su cara, así al menos no tenía que mirarlo.

Los envolví y los coloqué, uno al lado del otro, en el suelo. El siguiente paso era arrastrarlos hacia la pared. Luego pensé que podría conseguir algunas cajas, o quizá rocas decorativas, o algo, y cubrir los cuerpos, para que los niños no los vieran si venían al depósito.

Y tenía que limpiarme.

Olía como a algo muerto. Hombres muertos, para ser específico.

Ahí fue cuando sentí el golpe.

Hubo un sonido, como un gran THUNK, pero más que el sonido, sentí el impacto. El piso se sacudió.

Agarré la motosierra y corrí de vuelta a la tienda.

¿Dean? —escuché gritar a Astrid.

—¡Estoy acá atrás! —grité.

THUNK.

El impacto sonó de nuevo. Estaba cerca de él.

Escaneé el alrededor con mi linterna, tratando de encontrar lo que producía aquel sonido.

THUNK. Y ahora un pesado sonido metálico —el sonido de bloques de cemento colapsando.

Escaneé la pared, corriendo de pasillo en pasillo. El sonido venía de la esquina de la tienda, cerca del depósito, cerca del Basurero.

—¡Alguien está tratando de entrar!

Vi la luz de Astrid parpadeando hacia mí.

Luego vi el lugar del ataque. Los ladrillos de cemento estaban colapsando contra el suelo. Después se movieron y vimos por qué.

Dos dientes de metal se habían estrellado a través de la pared.

—Es un tractor, o algo —grité. Los dientes se retrajeron.

—¡Están tratando de entrar! —gritó Astrid.

Detrás de Astrid, Chloe y los gemelos aparecieron con Luna en sus talones, ladrando a más no poder.

—¡Vuelvan al Tren! —les grité.

—¡Siempre dices eso! —me respondió Chloe.

Más ladrillos cayeron. Había una abertura, quizá de dos metros de ancho, a la altura de la rodilla.

—¡Vuelvan! —grité.

Pulsé el interruptor de la motosierra y ésta rugió a la vida.

—Dean —gritó Astrid—. ¡Dean, necesitamos nuestras máscaras!

El tractor regresó, esta vez perforando la parte superior. El agujero se estaba volviendo cada vez más grande. Bloques rodaron hacia dentro, hacia nosotros.

Astrid sacó a los niños del lugar.

—¡VAYAN AL TREN! ¡QUEDENSE ALLÍ, O ESTÁN MUERTOS! —gritó ella, arrastrándolos hacia atrás, atrás, atrás.

—¡Vamos, Chloe! —gritó Henry, y los gemelos arrastraron a Chloe hacia el Tren.

Astrid se fue hacia la puerta principal. Por las máscaras, tal vez.

No me importaba.

Ya podía sentir mi sangre subiendo.

¿Quién estaba tratando de entrar?

Lo mataría.

¿Iban a arruinar nuestro almacén?

Lo mataría.

Más bloques de cemento cayeron.

Y vi el frente de la máquina. No era un tractor, era una carretilla elevadora.

Mi motosierra rugía y vibraba, sacudiendo mi brazo.

Amaba esa motosierra. Se sentía como una extensión natural de mi cuerpo.

Y así pasé sobre los escombros, por la parte superior, y me metí por el medio, en un mundo negro.

Estaba afuera y estaba a punto de matar a alguien, y nunca me había sentido tan vivo o tan lleno de sangre o tan profundamente fantástico en toda mi vida.

Luna salió corriendo junto a mí, ladrando con ganas.

—¡Dean! —escuché decir a Astrid, con la voz ahogada—. ¡Dean, ten cuidado!

Pero yo no necesitaba “tener cuidado”. No. “Amable” y “considerado” era todo lo que tenía en mi mente. Estaba en mi cuerpo ahora, y el cuerpo tenía una fuerza que esa mente débil nunca podría manejar.

Empujé a Dean, a toda la personalidad, fuera de mí ser.

Ahora era la motosierra.

Salté por encima de los dientes de la carretilla mientras se acercaba a mí. El conductor me vio venir, pero fue muy lento. Demasiado lento.

Sacó una pistola y me apuntó, pero ahora yo me movía muy rápido.

Zumbando, moviendo, cortando, lo saqué de la carretilla y corté a través.

Cuellobrazotorso. Listo.

Luego a través de nuevo. Trasquilando a través de torsopansacadera. Listo.

Entonces mis manos estaban mojadas y la motosierra se alojaba en la pelvis del hombre. El motor se quejaba, cada vez más fuerte. Quería más.

Jalé y jalé y mientras, escuché hablar.

Voces.

Un chico y una chica.

Algo como: ¿Jake? ¡Jake!

Volví.

¿Volviste?

Vi al hombre atacar, pero era demasiado tarde.

Ayúdame. ¡Dean es O!

Y pensé, dos que matar. Dos que matar.

Pero mi motosierra aún estaba atascada y gimiendo. Estaba atascada con el hueso y tenía un poco en el metal y no la podía sacar.

Podría matarlos con mis manos, sin embargo.

RUGÍ y me giré.

Y después fui derribado.

Jake.

Me había golpeado con algo.

Un bloque de cemento.

Y caí bocabajo en el piso. Había sangre en mi boca y sabía bien.

Ahora puedo matar a Jake, pensé.

Pero luego había cuerdas y él me estaba atando.

Me tensé contra las cuerdas tanto como pude, sacudiéndome y luchando. La cuerda cortaba mis muñecas y tobillos.

Grité con ira, con mi cara presionada contra el sangriento asfalto.

Él comenzó a arrastrarme de vuelta a la tienda, con mis brazos y piernas atados a mi espalda.

Bocabajo en el pavimento, me arrastró.

Lo mataría. Jake era hombre muerto.

Después unos pies con zapatillas blancas se acercaron a mi cara.

Y una máscara de gas quedó a la vista.

Era Astrid.

—¡No me muerdas! —gritó a través de su máscara.

—¡AAAAARRRRRRGH! —grité.

Y ella forzó una máscara de aire sobre mi cara y la encintó a mi cabeza.

Jake. Jake. Jake. Mi sangre latía el nombre del chico al que mataría.