CAPÍTULO DIECINUEVE

ALEX

Del Kilómetro 27 al 16

Lo arruiné totalmente. Lo eché a perder para nosotros.

El filtro de aire se encendió. Eso es todo.

Fue en medio de la noche y todo el mundo estaba dormido y yo sabía el señor Scietto estaría molesto de nuevo, así que pensé en echarle un vistazo al sistema. Supuse que tenía que tener una manera de apagarse manualmente.

Me fui en silencio a la puerta de la sala de máquinas y se abrió.

Entonces oí la voz de Mario diciendo: —¡Alto! ¡No!

Pero ya era demasiado tarde.

Vi lo que había dentro.

Ahora está empacando cosas. Puedo escucharlo en la oscuridad, murmurando para sí y maldiciendo. Estaba por todas partes, abriendo cajones. Hace un rato estaba de vuelta aquí en la zona de literas, tomando ropa de un cajón.

Nos habría dejado pasar unos días más, simplemente lo sé.

Nos habría dejado quedar hasta que Max pudiera volver a caminar.

Pero yo tenía que ir a ver el cuarto de máquinas. Y vi su cuerpo allí.

Todo envuelto como una momia.

Su esposa. Tenía que ser.

La forma de un cuerpo es la forma de un cuerpo. No podías pretender que no lo habías visto o que no lo reconocías como lo que es. Incluso si realmente lo querías.

Mario se acercó y cerró la puerta.

—Fisgón, entrometido, fisgón —susurró—. ¡Tenías que ir a hurgar!

—¿Qué está pasando? —llegó la voz de Niko, instantáneamente alerta.

—¿Qué pasa? —preguntó Sahalia.

—Nada —dije en voz baja—. Solamente abrí la puerta equivocada. Todo el mundo vuelva a dormir.

Se habían callado después de un momento.

Mario me hizo un gesto para que lo siguiera a la cocina. Me miró durante un largo rato. Me di cuenta de que estaba temblando.

Luego susurró: —Yo construí este lugar para nosotros, para compartirlo, Judy y yo. No me iba a quedar aquí sin ella. ¡No podía hacérmelo prometer y no voy a hacerlo!

Traté de hablar con él, hacerle entender que no iba a hablar de... Judy.

Pero él señaló mi litera.

En la mañana vi que había distribuido todas estas cosas para que las llevemos con nosotros. Un conjunto de ropa para cada niño. Tres mochilas nuevas que estaban cargadas con agua y estos batidos de proteínas que puedes beber con una pajita incorporada, así que Max y Niko pueden beberlos en el camino.

Y había limpiado las botas y máscaras.

Sí se preocupa por nosotros, pero nos está haciendo salir.

Niko tomó la noticia muy bien.

Asintió con la cabeza y dijo: —Nos dio más de lo que dijo que nos daría y le estamos agradecidos.

Mientras nos preparábamos, vi que Niko le entregaba una carta a Mario. No pude oír lo que estaban diciendo, pero apuesto a la carta es para Josie. No sé cómo piensa Niko que Mario se encontrará con Josie. Lo más probable es que ella nos encuentre en el camino. Sin embargo, supongo que no puede lastimar estar preparado.

Después de que Mario le mostrara a Niko todas las cosas que nos estaba dando, Niko le dio las gracias de nuevo.

—¿Tiene alguna cuerda? —preguntó Niko.

—¿Para qué? —preguntó Mario.

—Quiero encontrar una manera armar un cargador de algún tipo para Max. Pensé que podría amarrarlo, de alguna manera, a mi espalda.

Ante esto, Mario se quedó en silencio.

—Bueno, estaba pensando... tal vez Max debería quedarse aquí conmigo.

Nos tomó un momento para que sus palabras se digirieran y luego hubo un retroceso en el grupo, como si hubiera vomitado o algo así.

Ulises gritó, Batista chilló que no y Sahalia comenzó a gritar fuertemente.

—Sé que no quieren dejarlo. —Mario trató de hablar sobre las fuertes protestas, pero no sirvió—. ¡CÁLMENSE! —gritó—. Sé que a ninguno no le gusta la idea, pero tal vez a Max le gustaría quedarse. ¿Por qué no le preguntamos?

Desde la parte de atrás, Max gritó débilmente: —De ninguna manera.

Así que Mario Scietto finalmente llegó a entender que no éramos un grupo que podría dividirse.

Caminamos.

Era mejor que antes. Por un lado, el camino era bastante plano y recto. Además, habíamos descansado, estábamos bien alimentados, y teníamos ropa nueva. Botas viejas pero ropa nueva.

Mario le había dicho a Niko qué casas en el desarrollo podrían tener un cochecito. Niko había encontrado uno bueno. Si Max se sentía avergonzado de ser empujado como un bebé, no lo mencionó. Estaba todo envuelto en un poncho de lluvia de los Broncos de Denver azul y naranja que Mario nos había dado.

Estábamos caminando por un camino llamado Gun Club Road, que parecía un poco siniestro, pero la zona es plana y poco llamativa. Sólo kilómetros y kilómetros de nada. Sin casas o edificios o paradas de descanso.

Por supuesto, todavía había coches en y alrededor de la carretera y los autos daban miedo. Alguien podría estar escondido en ellos, así que tuvimos que abordar cada uno cuidadosamente. Pero sobre todo estaban moldeados y todo estaba tranquilo. Estaba desierta.

Gun Club Road corre bastante cerca de la 470, así que cuando nos acercáramos a la carretera veríamos algunos grupos de coches en el borde, pero que estaba bien.

Caminamos y caminamos y caminamos. Al principio, tuve pensamientos en mi cabeza, pero luego la caminata, caminata, caminata de mis pies en el camino era tan rítmica, mi cerebro dejó su gira.

Todo lo que había era un pie delante del otro.

Podríamos vivir. Podríamos morir. Pero parecía como que nunca dejaríamos de caminar.

Después de muchas horas, Ulises le pidió a Niko que contara una historia de la señora Wooly.

—No puedo —dijo Niko.

—¿Por qué no? —preguntó Max.

—Me pone muy triste.

—Yo sé por qué —dijo Batista, jadeando un poco por nuestro ritmo—. Crees que está muerta.

—¡No! —pprotestó Ulises—. ¿Señora Wooly?

—¿Por favor, Niko, por favor? Estoy tan cansado —se quejó Max.

—¿De qué estás cansado? —espeté—. ¡Estás siendo empujado en un cochecito!

—Aargh. ¡Bueno, todo el mundo callado! —dijo Niko. Su voz parecía venir fría a través del transmisor en la máscara de aire.

—La señora Wooly va a venir por este camino en el que estamos —dijo.

—¿Qué va a conducir? —preguntó Max.

—Una camioneta.

—¿Qué tipo de camioneta?

—Oh, Dios mío... Ella va a estar conduciendo un... Kia Sportvan.

—¿Roja? —preguntó Max—. ¿Con un techo solar?

—Roja, con un techo solar. Y ella dirá: “Justo iba a ir buscarlos a la casa del señor Scietto. Yo sabía que estaba cuidando de ustedes allí mientras yo encontraba esta camioneta.”

—¿Cómo consiguió la camioneta, de todos modos? —preguntó Max.

—Bueno, ésa es la razón por la que le está llevado tanto tiempo.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Batista.

—Tenía que ganar el dinero para comprar la camioneta.

—¿Qué ha estado haciendo, entonces? —preguntó Max.

—No lo sé —dijo Niko.

Tuvo que empujar la sillita por una pequeña colina y el suelo empapado le estaba dando problemas.

—Tal vez ha estado robándole a la gente —dijo Max.

—O tal vez cavó un hoyo y ha atrapado algunas personas —añadió Batista.

—Ugh, no importa —espetó Niko.

Hubo silencio durante un rato.

Y pensé, paso, paso, paso.

—¿Cuánto falta? —preguntarían Batista o Max o Ulises.

—Un tiempo —contestaría Niko.

Eso sucedió alrededor de 20 veces.

Paso, paso, paso.

Ulises empezó a llorar suavemente.

No fue un llanto como si estuviera pidiendo atención. Sólo pura miseria.

Y de pronto sonó la voz de Sahalia.

Tiene una buena voz, un poco alta y pedregosa, como una chica punk-rock.

Creo que era una canción de rock, pero era un poco difícil de decir, sólo su voz en el viento.

Estas fueron las palabras:

Bueno, ahora me senté

en el suelo de ese pub.

Ese piso sucio

es donde me senté.

Y mi viejo amigo

vino a mi lado.

Y se arrodilló

donde yo me encontraba.

Ella no está, se fue,

Grité en voz alta.

Me imagino que soy

un caso perdido.

Así que mi amigo,

maldijo su nombre.

Y entonces me dio una cachetada

en la cara.

Él dijo: Levántate, levántate, levántate, chico.

¡Levántate ahora, muchacho, levántate!

Ella se ha ido para siempre, te he oído decir.

Pero no vas a morir hoy, hoy.

No, no vas a morir hoy.

Él me acompañó,

a la calle.

El aire helado,

me quemó la garganta.

Le dije que me deje llorar.

Él se rió de eso.

Entonces me agarró

por el abrigo.

Y proclamó:

El dolor es bueno,

el dolor se quemará

y te hará fuerte.

Pero sufrimiento innecesario,

eso es para los débiles.

Y entonces me hizo

cantar su canción.

Yo dije: Levántate, levántate, levántate. ¡Lo haré!

Levántate ahora, ¡voy a levantarme!

Se ha ido para siempre, lamento decir.

Pero yo no voy a morir hoy, hoy.

No, yo no voy a morir hoy.

Repitió el coro y canté con ella y también un par de los otros. Cantamos en voz baja así nuestras voces no llegarían muy lejos en el aire negro —no creo.

Era una canción pegadiza. Un poco edificante, y al mismo tiempo triste.

Sahalia parecía tener un talento para escoger las canciones adecuadas para los momentos adecuados. Eso es algo que nunca podría hacer.

Pensé en ello durante un tiempo mientras caminábamos. Pensé en Sahalia. Había cambiado mucho desde que la había conocido. Una gran cantidad de cambios, me parecía, en un corto período de tiempo. Tal vez yo había cambiado también. Eso ciertamente era posible. Pero me gustó esta Sahalia mucho más de lo que me gustaba la antigua.

—¿Cuánto falta? —seguían preguntando Max o Batista o Ulises de vez en cuando.

—Un tiempo —Niko volvía a decir.

Después de que eso pasara, como, tal vez 50 veces más, Sahalia siseó: —Niko.

—¿Qué?

—Detrás de nosotros —susurró.

Hubo un pequeño punto de luz detrás de nosotros. Tal vez a medio kilómetro de distancia.

Alguien más estaba en el camino.

—Mantengan un ojo sobre ellos, ¿de acuerdo? —preguntó Niko.

Pero entonces, tal vez 10 minutos más tarde, vimos otro grupo de viajeros por delante de nosotros. Vinieron de la autopista hasta nuestro camino.

Tenían 3 linternas y brillaban a su alrededor. No muy discretos. Medio estúpido.

Pero parecían estar avanzando rápidamente y pronto estaban bastante lejos por delante de nosotros.

—¿Quiénes son? —susurró Max.

—Son viajeros —contestó Niko—. Justo como nosotros.

Miré Sahalia y sonreímos.

—Están tratando de llegar al aeropuerto. Justo como nosotros —repitió Niko.

No puedo decir lo mucho que caminamos, esa última marcha. Si hubiéramos estado más cerca de la carretera, podría haberlo calculado con los marcadores de kilómetros. Me imagino que podíamos caminar un kilómetro y medio en 30 o 40 minutos.

Cuando dejamos la casa de Mario, eran las 8:32 am. Nos detuvimos para tomar batidos de proteínas y agua a las 11:15. Luego caminamos de nuevo hasta las 13:30.

¿Tal vez ocho kilómetros?

Bueno, digamos que a ocho kilómetros +/- tres kilómetros de la casa de Mario vimos una luz en la distancia. Mucho más brillante que las luces de emergencia en el lado de la carretera. Ésta brillaba en un círculo, girando sobre su cabeza, como una luz de un faro.

Era un faro.

—¿Qué es eso? —preguntó Max—. ¿Ya llegamos? ¿Ése es el aeropuerto? ¿Ya llegamos?

—No lo sé —dijo Niko.

Aceleramos el ritmo. Sahalia me sonrió. Una gran sonrisa real.

Batista me apretó la mano.

Podíamos oír la voz de un hombre en un altavoz. No pudimos distinguir lo que decía, pero podías escuchar que era una especie de mensaje, porque lo repetía.

Al acercarnos, vimos gente reunida alrededor de la luz. Estaban muy apartados entre sí, en grupos pequeños. Algunos grupos sólo eran parejas y otros tenían tantos como 8-10 personas. La mayoría de ellos llevaban capas y máscaras. Había un poco de gente delirando y actuando dudosamente —debían ser tipo AB.

Seguimos nuestro camino hacia el grupo. Poco a poco, acercándonos hacia adelante. Niko tenía a Sahalia empujando a Max. Supongo que quería sus manos libres en caso de que tuviéramos que luchar. Probablemente estaba deseando que aún tuviéramos nuestra arma, pero no dijo nada.

Nadie se movió hacia nosotros ni nada.

Las otras personas se veían tan sucias como nosotros antes de Mario. Definitivamente nos veíamos mejor que todos lo demás. Relativamente limpios, con las máscaras del ejército naranjas (nadie más tenía de ésas).

Sentí que si Mario nos hubiera visto, se habría sentido orgulloso de nosotros.

El mensaje llegó de nuevo: “Han llegado a un punto de reunión de la evacuación de emergencia de la zona de las Cuatro Esquinas. Quédense aquí hasta que llegue el siguiente autobús. Los autobuses llegarán cada hora sobre la hora.”

Estaba tan aturdido, oyendo eso.

Lo habíamos logrado.

Sahalia soltó un gran grito de alegría. ¡Me abrazó y me besó en la boca!

Ulises fue con Max lo abrazó y lloraron juntos, y Batista me abrazo por detrás, mientras Sahalia, ahora con el brazo envuelto alrededor de mis hombros, dio otro gran grito.

La otra gente se unió a ella. Tal vez hizo falta de su euforia para animarlos, pero de repente todo el mundo se estaba riendo, llorando y abrazándose unos a otros, donde antes de Sahalia fueron reservados y a la defensiva.

Y entonces vi a Niko. Se había hundido hasta las rodillas y tenía la cara entre las manos.

Me acerqué a él.

—Lo hiciste —le dije—. Nos has salvado.

—Sí —se quejó—. Pero la perdí a ella.

Llego el autobús, como dijeron que lo haría, en la hora. Okay, tuvo 12 minutos de retraso, ¡pero a quién le importaba!

Era un autobús escolar. Pero pintado del verde del ejército.

La puerta se abrió y el conductor (no la señora Wooly, claro que no) era un soldado que llevaba una máscara de aire del ejército.

—Bienvenidos a bordo —dijo con su voz que sonaba metálica—. Los tendremos a salvo y en el interior en un momento.

Nos presentamos en el autobús. De alguna manera Sahalia había roto el hielo y la gente de los diferentes grupos estaba empezando a hablar entre sí.

Un hombre con una barba me preguntó de dónde éramos. Cuando dije Monument, no pudo creerlo.

—¡Eso está a más de 96 kilómetros de distancia! —exclamó—. Pasamos por un infierno y sólo somos de Castle Rock.

Me encogí de hombros. Pero yo estaba feliz por dentro.

—¿Cómo lo hicieron? —preguntó.

—Fue Niko —le dije. Señalé a Niko, que tenía a Max en su regazo en el asiento frente a mí.

—No —interrumpió Batista, que estaba sentado conmigo—. Fue Dios.

¡El autobús se fue tan rápido, Dean! El camino estaba completamente despejado. Estábamos en una zona militar ahora y todo era diferente.

Cuando pasamos por los lugares con grandes tiendas y edificios de oficinas, parecía que había habido una guerra. Había balas rociadas en las paredes, Jeeps quemados y algunos de los edificios estaban en llamas.

Vi cuerpos apilados en grandes pilas. Para el entierro, espero, no para que los quemen. Aunque supongo que en este punto, a nadie le importaba.

Cuanto más nos acercábamos al aeropuerto, más coches había. Todos los campos que rodeaban al aeropuerto estaban llenos de autos. Coches estacionados en ángulos locos, no como un estacionamiento ordenado, sino como un rompecabezas. Metidos en todas direcciones.

Grandes acumulaciones de musgo blanco envolvían a los autos en lugares. El musgo crecía en ondas, arriba y abajo, flujo y reflujo a través de los coches. Se veía como una instalación de arte, en realidad. Un océano de carrocerías y moho.

Y ahí estaba el Aeropuerto Internacional de Denver, sus picos blancos iluminado desde adentro. Aumentando desde el campo de autos como un castillo.

Todo el mundo aplaudió. Bueno, no todo el mundo. Había gente como Niko que parecía terriblemente triste o en un estado de shock profundo. Pero Sahalia y los niños aplaudieron y muchas otras personas se unieron a los aplausos.

Llegamos a un conjunto de puertas dobles de cristal. Lo habíamos logrado, Dean. Llegamos al AID.