CAPÍTULO TRES

DEAN

Día 12

Caminé a tientas hacia la escotilla, mis pies enganchándose en las abolladuras provenientes de la granizada anterior.

¿Astrid me había dejado afuera? No. No podría ser eso.

Tenía el corazón en la boca y mi cara sudorosa y fría.

¿Había alguien arriba conmigo? NO.

Mi pie tropezó contra el marco de la puerta. Lo sentí con mis dedos.

La escotilla estaba abierta.

Las luces acababan de apagarse ahí abajo.

Y fue entonces que me di cuenta lo estúpido que había sido.

Por la mayoría de las dos semanas que habíamos estado en Greenway, habíamos tenido casi todas las luces apagadas para conservar energía.

Mi hermanito, Alex, el genio tecnológico, había descubierto cómo hacer funcionar el sistema de mando del complicado panel solar de energía de la tienda. Él había separado la luz sólo de la cocina y del Tren (nuestro lugar preparado para dormir en la esquina de la tienda).

Pero por las últimas —no sé— dos o tres horas, las luces habían estado a todo poder.

Y habíamos conectado alrededor de 30 purificadores de aire al sistema todos al mismo tiempo.

Estábamos sin energía. Pura y simplemente.

Cerré la escotilla detrás de mí e hice mi recorrido hacia abajo por las escaleras en una oscuridad total.

Me dirigí al borde de la puerta, rodeando el área con sangre y cuerpos. Yo no quería tropezarme con el cadáver de Robbie.

Me estaban llamando.

Astrid, Caroline y Henry, sonaban frenéticos y asustados.

—¡Estoy aquí! ¡Estoy bien! —les grité.

—¿Dónde estás? —gritó Astrid.

—Voy hacia ti —le grité de vuelta—. ¿Dónde estás?

—¡Estamos en el Tren!

Estaba acostumbrado a encontrar mi camino por la tienda en la obscuridad, pero esto era diferente. Antes, siempre había una pequeña luz saliendo del área de la cocina y del Tren. Ahora todo era negro carbón.

Primero fui a la sección Automotriz. Sabía que allí había algunas linternas sobre el piso porque allí fue donde atendimos al señor Appleton y a Brayden antes.

Encontré una lámpara, dos linternas y las encendí.

Mientras me acercaba al Tren, Henry gritó: —¡Podemos verte!

—Podemos ver tus luces tambalearse —agregó Caroline.

—Volamos el sistema, ¿no es así? —gritó Astrid.

Por el tono de su voz podía decir que se había quitado su máscara.

—¿Es seguro? —le pregunté, apuntándome a mí mismo.

—No sé allí enfrente. Pero aquí atrás, está bien.

Le pasé mi linterna y me quité la máscara. Removiendo mis lentes por un segundo, me froté el puente de mi nariz.

—Oh, Dean —dijo Astrid—. Tu cara.

Quizás se le había olvidado que tenía dos ojos negros. Quizás se le había olvidado que fue su novio (ex novio, esperaba), Jake, quien me los había dado.

La verdad es que me merecía esos ojos negros, aunque eso no me hacía sentir más caritativo hacia Jake. Él era apuesto, popular y encantador, y cuando las cosas empezaron a ponerse duras, había empezado a usar las drogas de la farmacia.

Entonces se fue cuando lo mandamos a averiguar si el hospital estaba bien y en funcionamiento. Astrid merecía algo mejor.

—La corriente se agotó porque drenamos la reserva del circuito solar —dije. Los gemelos se asustaron y traté de calmarlos—. Está bien, está bien. Tenemos muchas baterías y linternas, y todavía hay muchas más lámparas. Estaremos bien.

—¿Cómo cocinaremos? —preguntó Henry.

—Hay una sección bastante grande de camping —le contesté—. ¿Alguna vez cocinaron en una estufa de campamento? Es realmente divertido.

De repente hubo un gemido.

Astrid se volteó y la luz atrapó la forma de Chloe, sentándose y quitándose la máscara. Miró a su alrededor y se frotó los ojos.

—Chicos —dijo amenazante—, ¿por qué no estoy en Denver?

Chloe en un buen día era exasperante, y éste no era un buen día para Chloe.

Estaba lívida.

—Se suponía que estaría en Denver ahora mismo, acurrucada junto a mi nana, ¿y tú me dices que me sacaron del autobús A PROPÓSITO?

Ella realmente estaba haciendo un fantástico espectáculo y yo estaba algo triste de que las luces estuvieran apagadas. Me hubiera gustado verla con la carita roja gritando.

—¡Debería estar en un avión siendo evacuada a Alaska, no debería estar atrapada aquí con un montón de perdedores de Greenway!

Apostaría que las venas de su cuello estaban notándose, como algún saludo de sargento de 90 centímetros de estatura.

Pero, ay de mí, sólo podía tener una pequeña imagen de ella de vez en cuando, cuando caminaba dentro de una de las luces de las linternas de los gemelos.

Caroline y Henry no pensaban que era divertido y estaban los dos llorando, tratando de que Chloe parara de gritar.

—¡Chloe, por favor! Es mejor aquí. Es más seguro y no es aterrador —suplicaba Henry.

—Nosotros volvimos, ¡es tan tenebroso allí fuera! —dijo Caroline—. Nos rescatarán pronto. Ya lo verás.

Astrid se había retraído un poco un rato antes. Ella fue por más linternas y por más lámparas de baterías. Quizá algunas velas también.

Yo simplemente me senté en el sofá y dejé que Chloe siguiera con su retahíla. Supuse que eventualmente o perdería la ira o perdería la voz.

Pero entonces Luna empezó a actuar de forma extraña. Brincó, sus orejas alzadas.

Sus patas se extendieron y dio un corto ladrido, mirando en la dirección del frente de la tienda, después me miró.

—¡Shhhh! —le dije a Chloe.

—¡Y pensar que alguna vez hasta que caíste bien, Dean! —estaba gritando.

—¡Chloe, cállate! —le grité—. ¡Miren a Luna!

Y entonces Luna se fue como un tiro.

Llamé a Astrid mientras seguíamos a Luna.

Luna corrió hacia la cocina.

—¿Quién está ahí? —grité mientras me acercaba.

Traté de sonar firme pero mi voz se quebró.

Ella siguió corriendo dentro de la cocina y ladrándole a algo detrás del desayunador principal y después corría de vuelta hacia mí.

—¿Quién está ahí?

No había ningún ruido. Ningún sonido humano.

De repente, Luna se quedó quieta, una pata delantera se alzó hacia su cuerpo y la nariz apuntó hacia debajo de la estufa.

—¿Qué le pasa a Luna? —gritó Chloe.

¿Qué estaba haciendo? No lo sabía.

—Está apuntando —dijo Astrid, llegando hacia nosotros desde los pasillos de Comida—. Luna sólo está apuntando. Hay algún tipo de animal ahí abajo.

¡Estaba apuntando! Pensarías en un perro de caza apuntando, como un Golden Retriever o Labrador. Pero no una pequeña bolita de algodón como nuestra Luna.

Apunté mi linterna debajo de la estufa y seguro, vi dos pequeños ojos rojos brillando que me miraban.

—Es una rata —dije.

—¡Ew! —exclamaron los chicos.

—¿Puedo verla? —pidió Chloe.

—Mantente atrás —le ordené—. Sólo quédate atrás.

—Iré a buscar una trampa —dijo Astrid—. O dos… o veinte.

—Sí —contesté—. Buena idea.

—¡No lo maten! —protestó Chloe—. Podríamos agarrarla y tenerla como mascota.

—No —le dije—. Ésa es una idea horrible.

—No, no lo es, Dean —escupió—. ¡Lo voy a agarrar y después lo podemos domar y lo podremos tener como mascota! —ella les suplicó a Caroline y Henry.

—Pero ya tenemos una mascota. Tenemos a Luna —objetó Caroline.

—¡Nunca se puede tener demasiadas mascotas!

—Chloe, mantente alejada de esa rata. Astrid está trayendo una trampa.

Pero la pequeña malcriada fue al desayunador y cogió una caja llena de sorbetes y los arrojó al piso.

—¡Vamos, lo sacaré con una escoba y, Henry, tú lo atrapas con esta caja!

—¡Chloe! ¡Aléjate de ahí!

Pero ella no me estaba prestando ninguna atención, ¡en lo absoluto! Fui y la agarré del brazo. No quería romper mi paciencia pero realmente ya había tenido suficiente con ella.

—Tú no me dices lo que debo hacer, traidor —gritó Chloe. Se deshizo de mi agarre y se lanzó sobre la estufa.

La rata salió, como un rayo, y corrió directamente hacia Caroline. Luna ladró como loca y la atacó.

Caroline gritó y dio un paso atrás pero la rata y Luna se enredaron entre las piernas de Caroline y de alguna manera la rata la mordió.

Entonces, finalmente, Luna agarró la rata entre sus dientes y la mató.

Chloe, Henry y Caroline estaban gritando. Yo agarré a Caroline y la levanté en mis brazos. Ella se agarraba su pierna.

Luna soltó la rata a mis pies y se sentó.

—¡Perra mala! ¡Perra mala! —le gritaba Chloe a Luna—. Se suponía que íbamos a agarrarla, no a matarla.

Luna se escondió de Chloe.

Cállate, Chloe —dije fuertemente—. ¡Esa estúpida rata mordió Caroline! Si la hubieras dejado tranquila, nada de esto hubiera pasado.

Chloe empezó un diferente tipo de protesta ahora, una del tipo heriste-mis-sentimientos y lloró.

Luna comenzó a lamerse sus heridas.

—¡No es mi culpa! —sollozó Chloe. Pero lo era. Totalmente lo era.

—¿Qué paso? —gritó Astrid, volviendo apresuradamente con las, ahora inútiles, trampas.

Astrid iluminó el camino para mí mientras cargaba a Caroline de vuelta al Tren.

Allí había algunas cosas de primeros auxilios justo en la sala de estar.

La herida era pequeña. Dos sets de dientes. Eran más como unas marcas que como mordidas, realmente. La limpié con Bactine, le apliqué un ungüento antibacterial y una curita grande color naranja neón.

La cara pecosa de Caroline estaba pálida y llorosa. Ella y su hermano eran tan soñadores la mayoría del tiempo.

Algunas veces tenía la sensación de que ellos realmente no sabían dónde estaban incluso, o que no entendían qué tan seria era la situación.

Eran niños de 5 años. Cinco.

—Odio a las ratas —me dijo ella quietamente.

—Todo el mundo lo hace. Son horribles.

—Estoy feliz que esté muerta —dijo ahogadamente. Su cara toda torcida—. No me importa si Dios se molesta conmigo. Estoy feliz que esté muerta.

La abracé hacia mí. —Dios no está enojado contigo, Caroline —le dije.

Pero tuve el pensamiento de que si eras una persona que creía en Dios y vivías en Monument, Colorado, en el otoño del ‘24, realmente te lo tenías que preguntar.

Tratamos de limpiar las heridas de Luna mientras ella se escurría entre el sofá y la pared del Tren.

Astrid había reunido todo un carrito de compras lleno de luces que funcionaban con baterías. Para el deleite de Henry, Caroline, y el de Chloe —una vez que dejó de quejarse— había algunas luces de arbolitos de navidad. Astrid dejó que las colocaran sobre las paredes de la sala.

Yo estaba buscando dentro del carrito, tratando de encontrar baterías para las linternas cuando sentí la mano de Astrid sobre mi hombro.

—Hey —me dijo.

—Hey —contesté. Soy así de genial.

—¿Puedo hablar contigo?

—Claro —dije.

Ella señaló hacia el Tren. Fui y llevé una linterna. No había estado en el Tren hacía… ¿cuánto tiempo? Más de 24 horas, seguro.

Era fácil de recordar que estos habían sido los vestidores de Greenway, antes de ser los campamentos para dormir. Todavía se veían bastante comerciales, no importaban que tan caseros Josie había tratado de convertirlos cuando los había redecorado.

Sobre las puertas estaban escritos los nombres de los niños que dormían ahí. “Max Batista y Ulises” decía una puerta a mi derecha con la letra a mano de Josie. Eso me hizo sentir triste y asustado. Extrañaba a Josie. Los extrañaba a todos ellos.

Astrid siguió mi mirada. —¿Crees que ellos ya están allí?

—Quizá. Por seguro espero eso.

—Sí, yo también. —dijo Astrid. Ella estaba mirándose los pies. Todavía llevaba puesto el suéter que le había dado después de que le corté el cabello.

Sonreí, recordando aquel momento —probablemente la única cosa linda que ella y yo habíamos compartido. De repente, Astrid levantó la mirada y el resplandor de la linterna iluminó su cara.

Un halo de luz dorada que iluminaba el aro de su nariz. El aro de la nariz la hacía parecer a la moda pero también un poco dura a la vez.

Debía habérmele quedado mirando, preguntándome cómo se vería sin el aro.

—No me voy a acostar contigo —me dijo.

Y yo casi me trago el corazón. —¿Qu-qué? —balbuceé.

—Sólo quería dejártelo saber. Supuse que podrías pensar que porque te quedaste, yo, como, dormiría contigo. Y no lo voy a hacer.

Entonces se dio la vuelta y caminó fuera del Tren.

Me quedé ahí parado como un idiota, con la boca en el piso, por lo menos por 10 minutos.

Entonces me enojé.

La alcance en la cocina. Ella estaba empezando a buscar entre los gabinetes, sacando comida que no necesitaba calentarse para comer.

—Astrid, ¡yo nunca esperé que te acostaras conmigo! Nunca dije algo sobre eso. ¡Nunca pensaría o esperaría algo así!

—Bien —dijo ella—. Bien. Entonces estamos claros.

—Me quedé porque estabas en lo cierto. Era muy peligroso para los otros chicos, tenernos con ellos. Y me quedé porque me dijiste que estabas embarazada. Y quedarme era lo más decente que podía hacer.

—Y te estoy agradecida —respondió, sobre calculando sus palabras, como si pensara que era un idiota—. Pero no me voy a acostar contigo porque estoy agradecida.

—No puedo creer que estés diciendo esto —le espeté—. ¿Acaso piensas que soy alguna clase de animal?

—Sólo quería las cosas claras —dijo ella, dándome la espalda.

—Bueno, estamos claros.

—Bien —dijo retornando a su organización—. Me alegro de escuchar eso.

Yo estaba furioso. Ella estaba actuando tan fría tan… no sé. Me di la vuelta y me alejé.

¿Había estado acunando un sueño de que un día nos enamoraríamos y un día, un día en un futuro lejano, quizá tendríamos sexo?

Sí. Duh. Claro que lo había hecho. Eso es lo que haces cuando alguien te gusta horriblemente.

Ahora se sentía como si ella lo estuviera poniendo al descubierto. Sólo diciéndolo. No era gentil y no era justo.

Me sumergí dentro de la oscuridad, dentro de los pasillos desordenados de nuestro estúpido refugio comercial. Necesitaba un proyecto.