CAPÍTULO CINCO
DEAN
Día 12
Decidí convertir al Tren y a la sala de estar en algo más como una unidad apartada —un pequeño hogar dentro de la gran tienda. De esa forma podríamos iluminarlo y calentarlo cuando fuera necesario y hacerlo más alegre y menos aterrador para los pequeños.
Era un proyecto bastante grande. Necesitaba un gran proyecto para distraerme de lo que había sucedido entre Astrid y yo.
Primero tomé mi linterna y fui al Departamento de Juguetes. Había notado que los separadores de filas de ahí, a diferencia de la mayoría, parecían tener ruedas. Estaban asegurados, por supuesto, pero podían moverse.
Destrabé uno del pasillo que tenía los juegos de mesa. El separador tenía repisas (en lugar de ganchos). Me di cuenta que eso era grandioso —podríamos utilizar las repisas para suministros.
Me agaché y descubrí cómo destrabar las ruedas, entonces lo empujé de regreso al Tren.
Era un trabajo duro, el separador era alto (¿tal vez un poco más de dos metros de alto?) pesado y difícil de manejar. Por supuesto no rodaba bien, así que tuve que empujarlo angularmente, como un mal carrito de supermercado.
Estaba sudando y me pesaba el pecho para cuando lo llevé a la sala de estar.
Era largo y haría una pared de la habitación de tres lados que planeaba situar alrededor de la sala de estar.
Astrid y los niños estaban en la cocina, seguramente almorzando.
No quería sentirme marginado, pero por supuesto que lo sentía.
Me enfoqué en mi plan de reconfigurar nuestra distribución de vivienda.
Terminaríamos con el espacio alfombrado afuera de cubículos, donde estarían nuestra “cocina” y los suministros principales. Y entonces tendríamos el Tren, con nuestras camas, justo aquí. Sólo necesitaríamos salir para ir al Basurero y conseguir más suministros.
Probablemente había una parte de mi mente que estaba consciente de que estaba adelantándome, como si fuéramos a quedarnos en el Greenway durante un largo, largo tiempo, pero en todo lo que podía pensar por el momento era en que quería mostrarle a Astrid que tenía buenas ideas y que era inteligente e independiente y que podía mover cosas realmente pesadas.
Ésa es la verdad.
Para cuando logré llevar el segundo separador a la sala de estar, Astrid y los niños habían vuelto de la cocina. Astrid y yo nos ignoramos el uno al otro.
Me tendió, sin palabras, un emparedado de mantequilla de maní y jalea y, sin palabras, me lo comí y regresé al trabajo.
Los de MM&J son deliciosos, pero supongo que es de conocimiento general.
Los niños estaban intentando jugar un juego de mesa bajo las luces de navidad. Caroline estaba tendida en su costado mientras jugaba, lucía agotada.
—Dean, ven a jugar Monopoly con nosotros —ordenó Chloe—. Caroline y Henry no lo comprenden.
—¡No! —espeté.
Las cabezas de los tres niños saltaron hacia arriba y Astrid me miró, una pregunta en los ojos.
Supongo que en el Greenway, un tono cortante de cualquiera de los tipo O requería una inmediata valoración de riesgos.
—Estoy bien —dije—. Olvídenlo.
Me alejé.
Que miren lo que quieran.
El Monopoly nos pertenecía a mí y a Alex. Era nuestro juego y ellos nunca lo entenderían, había estrategias y tradiciones y ellos nunca comprenderían todas sus complejidades.
No quería que lo jugaran.
Me dirigí a zancadas al Departamento de Juguetes por otro separador, pensando que nunca jugaría Monopoly con nadie más que con Alex, nunca. Nunca, nunca, nunca, nunca.
Era posible que me estuviera comportando como un niño.
Y probablemente era lo mejor que estuviera trabajando en un gran proyecto que requiriera mover objetos pesados.
Escoger un tercer separador me dio algunos problemas; llevé uno a la mitad, pero una rueda se atoró y ya no rodó, así que tuve que volver por otro.
Mientras estaba sobre mi estómago en el Departamento de Juguetes, trabajando en destrabar el cerrojo de un nuevo separador, escuché los silenciosos pasos de Astrid detrás de mí.
—Dean —dijo—. Lamento si antes fui… demasiado grosera o algo así.
No sonaba como si lo lamentara, sonaba preocupada.
Levantando la vista, desde el piso, pude ver su vientre debajo del extremo inferior de su camisa térmica. Ahí estaba esa elevación, el pequeño bulto.
Repentinamente como que me golpeó que estaba embarazada. Que tal vez debería recordarlo y darle un respiro si actuaba… hormonal.
—¿Puedes, por favor, sólo venir? —dijo.
Me senté y miré a Astrid.
Se estaba medio mordiendo el labio.
—Caroline se quedó dormida y cuando fui a moverla… está caliente, realmente caliente.
—No es mi culpa —Chloe hizo notar tan pronto me aproximé. Estaba vagando fuera del “dormitorio” que compartía con los gemelos—. Sólo lo digo, por todo eso de la rata, no todo es mi culpa.
Dos colchones de cuna abarcaban todo el piso de su dormitorio.
Habían cubierto el espejo con dibujos a crayola de casas, árboles, familias; todos los temas normales de los dibujos de un niño pequeño. Por supuesto, las circunstancias de la situación en que vivíamos los hacían mucho más conmovedores.
El que realmente me mató fue un dibujo que hizo Henry de tres personas, digo personas, pero básicamente sólo eran óvalos sonrientes con forma de papa con líneas por brazos y piernas. Unos dedos largos y como de pata de araña sobresalían de los extremos de los brazos y se superponían —las tres figuras se estaban agarrando de la mano. El que estaba a la izquierda tenía una pequeña mancha roja en la cabeza, el de la derecha tenía largos garabatos rojos como cabello y el del centro tenía piel café y dos nudos negros encima de la cabeza.
Josie. Era una imagen de Josie y los gemelos.
Dios, desearía que Josie estuviera aquí.
Caroline lucía pálida y sudorosa. Estaba acostada en el colchón en el piso, con las sábanas y cobijas retorcidas y revueltas.
Henry estaba acostado junto a Caroline, su rostro estaba presionado justo a su lado.
—No es contagiosa —me dijo a la defensiva—. Puedo estar aquí.
—Por supuesto que puedes estar aquí —acepté.
Me arrodillé en el colchón. Todo el cubículo apestaba, vi algunas ropas viejas y tal vez algunos pañales usados arremetidos en las esquinas. Los gemelos estaban demasiado asustados para levantarse en la noche para ir al Basurero, así que utilizaban pañales. Pero eso no importa.
—Hey, Caroline —dije con suavidad—. ¿Cómo estás?
Abrió los ojos y me miró, sus ojos estaban vidriosos y grandes.
—Estoy bien.
Unas lágrimas se derramaron del rabillo de sus ojos y no se las limpió, cayeron en Henry, porque su rostro estaba presionado junto al de ella. Él tampoco se las limpió.
—Voy a echarle un vistazo a tu pierna.
Jalé las cobijas retorcidas alrededor de sus piernas.
—Su pierna está caliente —dijo Henry.
Mientras movía las sábanas, vi que Henry tenía su pie presionado sobre el vendaje de la pierna de Caroline.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunté.
—Dejo que mi pie se enfríe, luego lo presionó sobre su pierna y ayuda. Luego lo cambió cuando mi pie se vuelve a calentar. ¡Está ayudando! ¿Verdad, Caro? Está ayudando.
Caroline asintió débilmente.
—Podemos hacer algo mejor que eso —dije—. Henry, muévete un momento, ¿sí?
—Okay —aceptó reluctante.
Lentamente levanté la pierna de Caroline y quité la bandita. Ella gimió.
La herida estaba hinchada, roja en los bordes y blanca en el centro. Definitivamente estaba infectada.
Un nudo de terror impactó mi estómago como un golpe. ¿Por qué no le había dado antibióticos inmediatamente? ¿Qué sucedía conmigo?
Silenciosamente arremetí contra mi propia estupidez. Tenía que empezar a pensar como un líder.
—Estoy bien —dijo, lucía asustada.
—Síp —dije—. Estás bien. Pero sabes qué, voy a darte un poquito de medicina, sólo para hacerte sentir aún mejor.
—Okay —respondió.
Me levanté y Henry volvió a posarse en su lugar.
—No… ya no le pongas tu pie encima, Henry. Te conseguiré algo frío que puedas ponerle para ayudarla.
Algo estéril, por el amor de dios.
Astrid me siguió a la farmacia.
—Es malo, ¿cierto? —me preguntó.
—Es malo, pero tenemos una farmacia completa aquí. Podemos remediarlo.
—Luna tampoco sale —dijo Astrid—. Le puse una lata de comida de perro y no la ha tocado.
La farmacia aún era un desastre, pero después de un rato, encontré lo que estaba buscando: un paquete de Súper-Z.
—¿Qué es eso? —preguntó Astrid.
—Antibióticos.
—¿Cómo sabes que son los correctos?
—Me corté la pierna con una estaca del jardín el verano pasado, se puso realmente rojo y feo. Esto es lo que me dio el doctor.
—¿Pero qué hay de la dosis? —Se estaba frotando las manos, retorciéndoselas.
—Astrid, no lo sé —dije—. Es nuestra mejor opción.
—Tenía que decirse, sabes —afirmó, cambiando el tema.
—Ésa es la cosa —repliqué—. No tenía qué, yo nunca habría…
Cruzó los brazos y se apartó de mí.
Respiré y empecé de nuevo.
—Sólo enfrentémoslo, apenas nos conocemos el uno al otro —dije—. Así que cualquier cosa que pudieras haber pensado sobre mí y cualquier cosa que pudiera haber pensado de ti… sólo vamos a poner todo eso de lado y empezar desde cero. Porque mira, tal vez si hacemos eso, realmente podríamos llegar a ser amigos.
Probablemente me estaba dejando llevar un poco, pero ella me estaba escuchando, así que proseguí con ello.
—Amigos de verdad, que pueden depender el uno del otro. Dios sabe que necesitamos poder hacer eso, ¿qué piensas? —pregunté.
—Sí —acordó Astrid—. Ésa es una buena idea.
Era una buena idea.
Y sería una buena idea si de alguna forma fuera capaz de realmente hacerlo y no estar enamorado de ella mientras comenzamos de nuevo.
Pero ella extendió la mano para que se la apretara.
Y muy bien, tal vez ella no sintió nada, pero cuando tomé su mano en la mía una descarga se disparó por mi brazo e impactó hasta el centro de mi pecho.
No podía fingir —Astrid Heyman me había calado hondo.
Pero tal vez podría hacer un mejor trabajo ocultándolo.
Caroline no podía tragarse las pastillas.
Se ponía una en la boca y tomaba un sorbo de Gatorade, pero entonces tosía y escupía la pastilla (y el Gatorade) en su mano. Hizo un inmenso desastre en su dormitorio.
—Sé qué hacer —ofreció Chloe—. Tienes que tomártela en jalea. ¡Eso es lo que siempre hacía mi nana!
Y se fue en un regordete relámpago, apresurándose hacia los diezmados pasillos de comida.
Tenía razón, sin embargo. Revuelta en una cucharada de jalea, Caroline se pudo tomar los antibióticos, le tomó cuatro cucharadas de jalea para bajar las dos capsulas.
Astrid y yo la movimos a la sala de estar y la acomodamos en el sillón.
Les dije a los otros dos que tenían que limpiarse muy bien con toallitas de bebé y cambiarse la ropa, tenían las caras sucias y no olían bien.
Chloe hizo sus gimoteos y quejas reglamentarias.
—Mientras ustedes se limpian, Astrid y yo vamos a ir a limpiar el Tren —les dije—. Estamos haciendo una nueva casa y todo tiene que ser agradable en la Casa nueva.
—Una Casa nueva —repitió Caroline soñolienta.
Pasamos el siguiente par de horas haciendo una renovación completa del Tren. Astrid me ayudó a poner el último separador en su lugar.
Realmente se sentía como una Casa con C mayúscula —había un área de cocina con estantes con comida y una estufa para cocinar, había una sala de estar con los sofás futón y la estantería y luego allí estaba el Tren, con nuestros dormitorios dentro.
Chloe y Henry estaban deleitados con la Casa nueva, ayudaron a Astrid a aprovisionar las estanterías con comida no perecedera; juguetes seleccionados, libros y juegos; y suministros médicos.
—¡Dean! —gritó Chloe, al regresar con los brazos cargados de bolsas de galletas—. ¡Nuestra Casa es secreta!
Caroline se agitó en sueños y Astrid silenció a Chloe.
—Tiene razón —añadió Henry—. Realmente luce secreta, ¿podemos hacerla lucir aún más secreta?
—¿Podemos, como, disfrazarla? —preguntó Chloe.
—¿Qué quieres decir? —dije.
Me arrastraron a través del hueco para mirar.
Sí lucía como “secreta.” En la tienda oscura, si no sabías a dónde mirar, puede que no supieras para nada que ahí había una Casa. Los separadores la hacían lucir como una continuación de las paredes de la tienda, más o menos. Al menos en la oscuridad lucía de esa forma.
—¿Ves donde están vacías las estanterías? —apuntó Chloe—. Si las llenamos lucirá más regular.
—Okay. —Me encogí de hombros.
—Luego sólo tenemos que averiguar cómo construir una pared allá arriba. —Henry apuntó hacia arriba.
Sobre la parte superior de los separadores, salía la luz de la Casa. Él quería construir una pared para que la luz no traspasara.
—Eso sería bastante imposible —le dije.
—¡Podríamos usar bloques! ¡Podríamos construirla con Legos! —gorjeó.
—Tenemos un montón de Legos —le concedí—. De acuerdo.
Sería bueno para ellos tener algo que hacer, pero estaba algo sorprendido de verlo tan feliz.
—Hey, Henry, ¿no estás preocupado por Caroline? —pregunté.
Se encogió de hombros, su rostro pecoso estaba completamente tranquilo.
—Ahora se está poniendo mejor —me dijo.
—¿En serio, cómo lo sabes?
—Simplemente puedo sentirlo —dijo sencillamente.
—Vamos, Henry, consigamos cosas para llenar los estantes —intervino Chloe.
Los dos encendieron sus linternas de cabeza y se adentraron en la oscuridad.
Volví a atravesar el hueco.
—Hey —le dije a Astrid, sonriendo—, Henry dice que Caroline se está poniendo bien.
Puse mi mano sobre la frente de la niña dormida. Parecía ligeramente más fría.
—¿En serio? —preguntó Astrid, se inclinó y sintió la cabeza de Caroline—. Sí, creo que está bien. Wow, ¡esas pastillas funcionan rápido! —Y sonrió con esa sonrisa radiante que siempre me mataba. En la luz cálida de nuestras lámparas LED, lucía incluso más bonita.
—Es un gran alivio —dije, intentando parecer tranquilo.
—Aunque estoy preocupada por Luna.
—He estado pensando en Luna —dije—. Tengo una idea.
Me acerqué a uno de las neveras que habíamos instalado. Había algunas hamburguesas descongeladas adentro. Tomé un paquete y lo puse en el suelo cerca del sofá.
—¿Los perros pueden comer hamburguesa cruda? —preguntó Astrid.
—Oh, sí —respondí—. La aman. Mi tío Dave tiene cuatro labradores negros, los perros más hermosos que he visto. Los alimenta con una dieta completamente cruda. Les hace una cazuela de hamburguesa y verduras ralladas y aceite de linaza.
—Cielos, eso suena… horrible.
—Entonces nunca deberías ser un perro —le dije.
—Debidamente anotado —se río.
Amaba oírla reír.
Okay, podía ser su amigo y podía hacerla reír. Tal vez eso podría ser suficiente.
—Hey, chica Luna —la llamé suavemente. Estiré mi brazo, ofreciéndole la carne a la forma temblorosa de Luna—. Mmmm… hamburguesa. Mmmmm… es tan deliciosa.
Escuché un quejido bajito.
—Ven aquí, chica —llamé.
Y lentamente, Luna se dirigió a la carne.
Dada a mi suerte, no me habría sorprendido si tenía rabia por la rata y me atacaba.
Pero no, sólo estaba herida y cansada.
Quitó la carne de mis dedos y los lamió. Tenía una especie de mirada agradecida en los ojos y su cola se agitó dos veces.
La alimenté con el resto de la hamburguesa y luego tomó algo de agua. Intentó volver debajo del sillón, pero la sujeté suavemente en mis brazos.
—¿Puedes darme el Bactine y el Neosporin? —le pedí a Astrid.
Me los tendió en silencio.
—Ésa es mi chica —le dije al perro—. Curaremos estos cortes ahora. Buena chica.
Puse algo más de ungüento en el peor de los rasguños. Lucían rojos —más rojos que las heridas de mordida de Caroline, pero realmente no sabía qué más hacer.
Me había sentado en el suelo durante tanto tiempo que mis rodillas crujieron cuando me levanté. Me volteé y encaré a Astrid.
Ella estaba simplemente viéndome con esta mirada extraña en el rostro.
—Eres un buen chico —dijo. Su voz sonaba un poco hueca.
—Sí —respondí.
Se río. Fue una risita seca, de auto desprecio.
—Mi mamá decía que cuando conoció a mi papá escuchó literalmente algo como una campana y pensó: “Éste es un buen chico.” Como si tuviera esa repentina revelación.
Asentí.
—Eso no la detuvo de salir con una larga hilera de imbéciles, te lo digo.
—¿Tus padres se divorciaron?
—Mis padres ni siquiera se casaron. Ella no podía soportarlo, lo agradable que era él.
—Oh —dije. La conversación no parecía que estuviera yendo en mi dirección.
—¿Por qué crees que se fue Jake? —preguntó, cambiando repentinamente el tema.
—Uh, creo que quería ayudar a Brayden, se sentía mal porque cuando le dispararon a Brayden no pudo hacer más…
—Sí, sé por qué dejó la tienda originalmente. Estaba siendo un gran héroe, al salir a explorar, al ir en una gran y estúpida misión.
Había amargura en su voz. Estaba hablando sobre Jake con su dureza habitual, pero casi pude escuchar bajo el sarcasmo, lo herida que estaba Astrid.
—Pero después que nos mostró en la cosa del video walkie-talkie que el hospital estaba cerrado, ¿por qué no regresó?
—No lo sé —le dije.
—Yo te diré por qué —contestó—. Porque él siempre piensa sólo en sí mismo, ésa es la clase de chico que elijo.
Las lágrimas empezaron a gotear por sus mejillas.
—Ni siquiera sabe —espetó—. Sobre el bebé. ¡Ugh! ¿Cuál es mi problema? ¡Me estoy desmoronando por completo!
Se limpió las lágrimas bruscamente con el dorso de la mano.
—¿Y dónde están los otros chicos? ¿Lo han logrado? ¿No deberían estar en Denver ahora? ¿Por qué nadie ha regresado por nosotros?
Se dejó caer para sentarse en el futón, ahora estaba realmente llorando. No sabía qué hacer, así que también me senté y la abracé. Parecía lo correcto, parecía que ella necesitaba alguien que la sostuviera.
No pensé que estuviera tomando ventaja.
Su cuerpo suave se sentía tan cálido en mis brazos.
Esperaba que no estuviera tomando ventaja.
—Astrid, lo sé. Es horrible, todo es horrible.
Patético.
Sollozó y la apreté más.
—Siento que me estoy volviendo loca —gimió en mi camiseta.
—Escucha, Astrid, si fuera tú me sentiría de la misma forma —le dije—. Hemos perdido todo y no sabemos lo que va a sucedernos y como si todo eso no fuera suficiente, estás embarazada. Estás embarazada, Astrid. Tienes que darte un respiro, de verdad.
Levantó la vista, con las pestañas húmedas y la nariz enrojecida. Su hermoso rostro estaba a sólo centímetros del mío.
Estiró la mano y con la yema de los dedos enderezó mis lentes.
Podía sentir su respiración en mis labios.
Me miró a los ojos.
Y entonces Chloe y Henry llegaron, con los brazos llenos con tres pisos de latas de Lego.
—¿Qué pasa, Astrid? —dijo Henry—. ¿Estás triste? No llores.
Se acercó a nosotros, me empujó a un lado, se retorció sobre su regazo y envolvió sus brazos delgados y pecosos alrededor del cuello de ella.
—Sí —añadió Chloe—. Deja de llorar. —Vació una lata de Legos en el piso—. Tenemos que hacer una pared de Legos y no se va a construir sola.