17. Paz indivisible

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PAZ INDIVISIBLE

Fen se detuvo para birlarle otro cigarrillo al director, y el director se recostó en su butaca emitiendo un suspiro.

—¡Maravilloso! —exclamó lleno de admiración.

—En absoluto lo es. —El desdén de Gervase Fen, por una vez, no fue fingido—. Aunque había un montón de detalles que analizar, el caso me pareció inusualmente sencillo y claro. Y cuando pienso en la estupidez que cometí al no ir armado a Melton Chart, me sonrojo como una virginal doncella enamorada.

—Bueno —ordenó el director sin dar más opciones—, haz una narración clara de los hechos, por favor. Hay todavía algunas cosas que no entiendo sobre el asuntillo de los manuscritos.

—Una parte de los hechos son solo conjeturas —le advirtió Fen—. Los cuatro protagonistas han muerto sin decirnos nada al respecto, y hay escenas y episodios que solo podemos suponer o imaginar. Pero una reconstrucción probable de los hechos sería aproximadamente como la que sigue:

»Todo comenzó el lunes pasado, cuando, en el pub The Beacon, Taverner le contó a Somers por casualidad la existencia de un manuscrito: probablemente incluso mencionó el título, Trabajos de amor logrados. Somers, como profesor de lengua que era, seguramente estaría lo suficientemente instruido como para prestarle atención. Así que el martes por la noche visitó a la señora Bly para echarle un vistazo a los documentos, consideró que tenían valor y le preguntó a la mujer cuánto quería por todo aquello. Ella, sin duda, dijo la cifra de las cien libras, como un chiste al principio y luego en serio, porque vería que Somers realmente estaba deseoso de comprarlo. Y él, tras unos vanos regateos, le habría dicho algo así como: «Bien, de acuerdo, le daré un cheque». Como vieja y suspicaz que era, la señora Bly seguramente rechazó la idea del cheque y le exigió que le pagara en dinero contante y sonante. Él le diría: «De acuerdo: mañana sacaré el dinero del banco y se lo traeré». Y ella le contestaría: «Pues no va a poder ser, porque mañana me voy a visitar a mi hijo, y no estaré aquí hasta el sábado; puede traerme el dinero el sábado si quiere».

—No soporto ese estilo hipotético en condicional —se quejó el director—. Olvídate del «iría» y el «vendría», y del «probablemente» y del «seguramente», y cuéntame la historia con claridad y sin rodeos. Yo te pararé los pies si dices algo que no tenga sentido.

—Yo nunca digo cosas sin sentido, amigo —replicó Fen con frialdad—. Pero acepto que tu sugerencia no está mal —dijo con mejor humor—. Aquí va:

»Resulta que a Somers no le gustaba en absoluto la idea de que transcurriera tanto tiempo antes de que aquellos documentos de incalculable valor llegaran a sus manos; también temía que la señora Bly, sospechando el verdadero valor de los manuscritos, se los vendiera a otra persona entre el martes y el sábado, y por una suma mucho mayor. Así que le pidió que firmara un «compromiso de venta», y ella, para quien cien libras era toda una fortuna, aceptó. Encontramos ese documento, por cierto, en el bolsillo de Galbraith; evidentemente lo cogió del cadáver de Somers. Con sus propias palabras, Somers escribió: «Yo, la abajo firmante, me comprometo a que mediante el pago de cien libras le entregaré incondicionalmente a Michael Somers del Instituto Castrevenford el manuscrito hallado en mi casa y titulado Trabajos de amor logrados; en el entendido que dicho pago ha de efectuarse en el plazo de una semana, a partir de la firma de este acuerdo». La señora Bly lo firmó, y Somers se volvió a casa con el papel firmado. Como era un acuerdo condicionado, supongo (aunque no soy un experto en leyes contractuales) que no era legalmente vinculante, pero Somers no se dio cuenta de eso, ni tampoco la señora Bly, ni el propio Galbraith cuando se enteró de su existencia.

»No es de extrañar, pues, que Somers estuviera contento cuando fue a The Beacon a tomar una copa el martes pasado por la noche, porque si el manuscrito era el que él creía que era, probablemente podría vivir como un rey el resto de su vida. Consideró la posibilidad de que el manuscrito fuera una simple falsificación, pero al final decidió rechazar esa idea. Cien libras era una cantidad demasiado escasa: por una falsificación moderna seguramente le pedirían más; Taverner y la señora Bly eran unos falsificadores y unos estafadores más que improbables, y parecía también increíble que hubieran enterrado una falsificación en el pasado con la idea de gastar una broma que el falsificador ni siquiera podría disfrutar. Además, el propio Somers había examinado el manuscrito y, aunque no era un experto, sabía lo suficiente sobre esas cosas como para estar seguro de que valía la pena arriesgar ese dinero.

»Leyó algunos libros sobre las obras perdidas y falsificadas de Shakespeare, pero para quedarse más tranquilo se le ocurrió que a la mañana siguiente podría consultar al experto local: Galbraith. Y dicho y hecho, se lo llevó a un aparte y, confiado con el documento que le aseguraba la venta, le contó toda la historia. Galbraith se mostró interesado (y secretamente muy interesado) pero no se comprometió a dar una respuesta segura. Ninguno de los dos estaba preparado para lidiar con la circunstancia de que el profesor Love los oyera hablar del tema, regañara a Somers por comprar semejante manuscrito por una suma tan ridicula, y erróneamente dio por supuesto que Galbraith estaba involucrado en el negocio. Se enfrentó a ambos, y les dijo que tenía toda la intención de ponerles todas las trabas que estuvieran en su mano, y con esas se fue.

Fen hizo un gesto de disculpa.

—Esa es la mejor hipótesis que se me ha ocurrido, aunque naturalmente puede que no ocurriera exactamente así.

»Somers y Galbraith se despidieron, y en ambos empezó a crecer el gusano de la malsana avaricia. Somers estaba espantado ante la posibilidad de que Love, por culpa de sus ridículos escrúpulos, pudiera arrebatarle una inmensa fortuna. Cierto: tenía un acuerdo firmado, pero también sabía de la férrea determinación de Love, y sabía que no dudaría en plantarse en la puerta de la señora Bly, que podía estar allí hasta que regresara y después convencerla de que rompiera el acuerdo y tomara medidas por abuso de contrato. Love era, francamente, un formidable contrincante, y era perfectamente capaz de convencer incluso al propio Somers de que abandonara la idea de comprar el manuscrito. La conclusión, para Somers, era inevitable: Love tenía que morir antes de que la señora Bly regresara el día de las fiestas del instituto.

»Pero Galbraith sabía que Somers tenía motivos para matar al profesor Love. El caso es que Somers pensó que tenía que procurarse una buena coartada… y ya sabemos el complejo entramado que inventó. No necesito enumerar todos los diversos factores que le favorecieron. El principal peligro del plan era que algún otro profesor pudiera entrar en la sala de profesores y no lo encontrara allí, pero, tal y como nos dijo Wells, eso era improbable, y si ocurría, tal vez podría decir que había estado en los baños; algún riesgo tenía que correr. El principal problema era conseguir el ácido sulfúrico, porque no se atrevía a comprarlo abiertamente en una tienda, pero el armario en el laboratorio de química, con sus livianas cerraduras, resolvió esa dificultad.

»Lo robó el jueves por la tarde, y fue entonces cuando Brenda lo sorprendió. De un modo bastante pusilánime, si nos ponemos en su lugar, intentó atemorizarla para que guardara silencio. Entonces, o tal vez a la mañana siguiente, se encargó de escribir el número adecuado de cartillas de notas, como las que escribiría durante una hora, y con tinta invisible. El viernes por la tarde supo por Etherege que Brenda no había sido capaz de ocultar su temor, así que decidió asaltarla y la estranguló, o al menos lo intentó, y dejó aquella carta falsa (un adorno completamente innecesario) en el estudio de la muchacha. Todo quedaba dispuesto ya para la noche.

—Pero… ¿y el revólver? —preguntó el director.

—Ah, sí…, se me había olvidado. Supongo que Somers, al pasar junto a la armería el viernes por la tarde y encontrarla abierta y sin vigilancia, debió de robar el arma…, no porque pensara utilizarla, sino como un impulso, por si acaso. En realidad no importaba el arma que utilizó, sino la oportunidad: se le presentó la ocasión y la aprovechó. Aquella misma pistola fue utilizada varias veces, por cierto: para el secuestro de Brenda, para disparar a Love, para disparar a Somers, y para dispararnos a Brenda y a mí en Melton Chart. Siento decir que, con los nervios de la pasada noche, desbaraté por completo las posibles huellas dactilares que podría haber en el arma, pero en esos momentos en realidad ya no importaban.

»Bueno, Somers entró en la sala de profesores justo antes de las diez de la noche del viernes… y seguramente se sintió un tanto desconcertado al encontrarse allí con Etherege. Este, sin embargo, se fue casi enseguida, e inconscientemente contribuyó al plan de Somers al contar el número de cartillas de notas que aún le quedaban por rellenar.

—Ese es un punto importante, de hecho —interrumpió el director—. Obviamente la coartada no podía mantenerse a menos que hubiera algún testigo independiente que confirmara que a las diez en punto Somers tenía que completar toda aquella cantidad de cartillas de notas. ¿Cómo se las habría arreglado si Etherege no hubiera estado allí por casualidad?

—Bueno, también tenía a Wells y lo hubiera utilizado, supongo. Podía confiar en su testimonio. Habría dicho entonces: «Mira, Wells, he hecho una apuesta. Le he dicho a un amigo que puedo rellenar noventa y siete cartillas de notas antes de las once. ¿Te importaría contarlas para confirmar que realmente hay noventa y siete?». Seguro que tenía algo de eso en mente para salir del paso.

El director asintió.

—Continúa.

—Etherege y Wells se fueron, y entonces Somers cerró las cortinas de la sala de profesores para que nadie desde el exterior pudiera tener la oportunidad de observar que él no estaba allí; luego bajó las escaleras y salió del edificio Hubbard saltando por una ventana. Creo que debía de tener una bicicleta a mano…, en parte porque no deseaba ausentarse durante mucho más tiempo del necesario y en parte por una razón que te mencionaré enseguida. En cualquier caso, se dirigió a casa del profesor Love, entró por los ventanales franceses de su despacho, le pegó un tiro allí mismo, donde estaba sentado, y regresó aquí, y a la sala de profesores; y todo eso no le llevó más de un cuarto de hora.

—Pero… espera un momento —protestó el director—. Si Somers utilizó una bicicleta, deberíamos haberla encontrado o quizás…

—A menos que Galbraith se la llevara —dijo Fen—, lo cual pudo hacer perfectamente. En todo caso, no me voy a poner pesado con la bicicleta. Lo único que digo es que Somers tuvo que estar aquí hacia las diez y media como muy tarde. Y habría llegado un poco justo si hubiera ido andando, aunque no es imposible.

»Los movimientos del profesor Love durante los días anteriores podemos suponerlos con bastante exactitud. El jueves visitó el cottage de la señora Bly, y se encontró con que no estaba, así que intentó averiguar dónde se encontraba, pero no lo consiguió. De todos modos supo que pensaba regresar el día de la entrega de diplomas, y yo supongo que tenía toda la intención de volver a visitar a la señora a su regreso, y ponerla al tanto del verdadero valor del manuscrito.

—La señora Bly podría no haberlo creído, ¿sabes? —dijo el director—. Podría haber seguido queriendo venderle el manuscrito a Somers de todos modos.

—De acuerdo, pero Somers no estaba seguro de que eso fuera a suceder de ese modo. En fin, Love ya no hizo nada más al respecto, salvo comenzar a redactar una declaración. Y luego lo mataron. ¿Qué se proponía al redactar dicha declaración? Se me escapa. Y supongo que él tampoco lo tenía muy claro, pues no lo terminó y abandonó la idea. La única teoría que se me ocurre y que tiene algún sentido es que pensaba que necesitaba un confidente, y decidió que un trozo de papel serviría a ese propósito mejor que cualquier persona. Es el mismo sentimiento que impulsa a la gente a escribir diarios.

—Entonces, ¿tú crees que no se lo comentó a nadie?

—Me parece improbable. Creo que lo habría hecho si solo hubiera estado implicado Galbraith, pero Somers era harina de otro costal. Somers era el protegido de Love, y para el profesor Love, confesar que Somers andaba envuelto en una transacción (para Love, indigna) sería tanto como admitir un error de bulto a la hora de valorar a las personas, y por lo tanto le dolería en su autoestima y en su orgullo. Y yo supongo que a pesar de la desilusión, Love aún conservaría algo de aquella antigua confianza en Somers y aún lo apreciaría; haría cualquier cosa para impedir que Somers comprara el manuscrito, pero seguramente no le apetecía nada someter a Somers a la ignominia y al escarnio público.

»Entretanto, Galbraith no había estado mirando. Las razones circunstanciales que influyeron en Somers a la hora de asegurar la autenticidad o no del manuscrito también le afectaron a él. En cualquier caso, decidió que por las buenas o por las malas, tenía que hacerse con él. Pero… ¿cómo? El compromiso de venta que poseía Somers le parecía un obstáculo insuperable. Naturalmente, podía esperar a que Somers tuviera el manuscrito y luego intentar robárselo, pero si este tenía dos dedos de frente, se iría directamente a un banco y lo metería en una caja fuerte, y Galbraith jamás tendría la menor oportunidad de verlo ni de cerca. El robo en el cottage era una solución que al menos le servía parcialmente, y lo intentó, pero probablemente la señora Bly, impresionada con la oferta de las cien libras, se llevó el manuscrito de viaje para mantenerlo a salvo. En cualquier caso, Galbraith no lo encontró. Así que llegó a la conclusión de que Somers tenía que morir antes de que pudiera hacer valer su derecho sobre el manuscrito al regreso de la señora Bly; y seguramente también pensó que, al final y como remate, Love también debería morir, porque Love, vivo, estaría en condiciones (a) de poner el manuscrito fuera del alcance de Galbraith; y (b), gracias a lo que había oído de la conversación que habían mantenido Galbraith y Somers, ofrecer a la policía una razón muy sólida por la que Galbraith podría haber matado a Somers. Con Somers y Love muertos, la policía no tendría ninguna razón para considerar a Galbraith como a un potencial asesino, porque aun cuando el asunto del manuscrito saliera a la luz (si es que salía), nadie podría demostrar que Galbraith estaba al tanto de su existencia. No tendría más motivos para matar a Love y a Somers que cualquier otro individuo del mundo.

»Galbraith no hizo ningún plan especial, supongo, más allá de apropiarse de algún arma; era lo suficientemente perspicaz como para darse cuenta de que los planes demasiado elaborados para cometer un asesinato incrementaban y multiplicaban las claves y las pistas. El viernes por la noche simplemente siguió a Somers con la idea de aprovechar la oportunidad más favorable, y fue por cierto fuera de la sala de profesores cuando Somers le habló de su reloj a Wells. Cuando Wells y Etherege se marcharon, Galbraith tuvo tiempo de esconderse en los servicios, o en una de las aulas. Probablemente pretendía entrar y matar a Somers allí, en aquel mismo momento, pero Somers lo impidió porque de repente se fue del edificio para matar a Love. Puede que Galbraith lo siguiera hasta el domicilio del profesor Love, o puede que simplemente sospechara qué pensaba hacer el otro; porque él sabía, naturalmente, que Somers tenía una importante razón para desear que Love estuviera muerto. En cualquier caso, a Galbraith le interesaba muchísimo que Somers le hiciera ese trabajo en particular, y simplemente esperó a que regresara; o lo siguió en su visita a la casa del profesor Love y regresó tras él; y una vez que Somers entró en la sala de profesores, entró allí y le pegó un tiro.

»Una vez que lo hizo, la situación se le presentó nítida y clara ante sus ojos, y comprendió que podía utilizar la coartada de Somers para fabricarse una para sí mismo. Terminó de calentar las cartillas de notas, para que apareciera la tinta, si es que Somers no lo había hecho ya; manipuló el reloj, por las razones que ya he mencionado; abrió las cortinas para que el escenario estuviera exactamente igual que cuando Etherege y Wells salieron de allí; y cogió las cien libras y el compromiso de venta que Somers llevaba encima, con el fin de crear confusión en las pistas. Pero cometió tres errores fatales: después de quitarle el reloj y poner las huellas de Somers en él, se lo volvió a poner mal en la muñeca; tampoco se dio cuenta de la importancia de la hoja de papel secante impoluta en el bolsillo de Somers, o no la encontró; y, de un modo casi increíble, se olvidó de apagar la estufa eléctrica.

»Para cuando todo esto sucede, debían de ser ya, creo yo, entre las diez y media y las once menos veinticinco. Y digo «debían de ser» porque a las once menos veinticinco Galbraith llamó al capellán por teléfono, probablemente desde una cabina que hay a la puerta del colegio, y no es muy probable que matara a Somers y preparara toda la escena entre esa llamada de teléfono y las 10:44, cuando llegó a tu despacho. De ahí, por cierto, mi insistencia en el hecho de que Somers ya hubiera regresado de matar a Love a las diez y media. Y ahora viene un problema que tú podrías aclararme. Ese asunto del lío en las asignaciones de asientos en la capilla… ¿era un embuste?

—No, no… —dijo el director un poco atribulado—, no era un embuste. El lío realmente existía, y Galbraith no pudo haberlo preparado en el momento y sin pensar. Estoy dispuesto a admitir que Galbraith no tenía necesariamente que importunarme con ese asunto… pero no era del todo ilógico que lo hiciera.

—Ya. Entonces fue un pretexto que le vino muy bien en el momento. Al abandonar la sala de profesores tenía que proporcionarse una buena coartada para las once menos cuarto y en adelante; entonces fuisteis a vuestra reunión para la preparación de los eventos del trimestre y eso le vino como caído del cielo. Otras consideraciones aparte, tú tenías coartadas perfectas para los dos crímenes, y por tanto se podía confiar en tu palabra. Galbraith telefoneó al capellán a propósito de la asignación de asientos para dar verosimilitud a su tardanza, concediéndose así un intervalo de tiempo suficiente para explicar el camino desde sus dependencias a Davenant, y así llegar justo cuando se daba por terminada la reunión para ordenar los eventos del trimestre.

—Supongo que no esperaría que estuviera allí hablando indefinidamente —dijo el director con un tono defensivo.

—No lo necesitaba, porque Wells encontraría el cadáver de Somers a las once (y suponía, naturalmente, que el cadáver del profesor Love lo encontraría su mujer a las once menos cuarto). Lo único que necesitaba es que tú estuvieras hablando allí hasta las once… y en eso sí podía confiar, supongo.

»Y a la mañana siguiente mató a la señora Bly. Tuvo todo el tiempo del mundo, porque, que yo sepa, no tenía compromisos durante el día de fiesta.

—No, después del servicio religioso, no —asintió el director—. Yo di por supuesto que andaría por ahí, por si lo necesitaba, pero no le había encomendado ninguna tarea concreta a ninguna hora concreta.

—Ya. Bueno, lo que ocurrió exactamente en el cottage de la señora Bly, no lo sabemos. Galbraith no tendría en principio ninguna necesidad de matar a la vieja, dado que podía haberse ido con los manuscritos sin que nadie lo viera. Pero como la mujer sí le había visto la cara…, tenía que morir.

—¿Por qué?

—Porque si vivía, podía hablarle a la policía del interés de Somers por el manuscrito; y el hecho de que, tras la muerte de Somers, Galbraith hubiera robado el manuscrito, o lo hubiera comprado incluso, podría hacer que la policía se diera cuenta de que tenía un motivo poderoso y bastante incómodo para matar al propio Somers.

—Sí, claro. Continúa.

—Como te digo, esta parte del asunto es bastante difusa. Posiblemente la señora Bly lo pilló intentando robar, o posiblemente…, bueno, hay un buen número de situaciones posibles que puedes imaginar tú solo. A lo que se reduce todo es a que la señora Bly le vio la cara y, por lo tanto, Galbraith tuvo que matarla. Y luego tuvo que golpear a Plumstead por temor a que este pudiera verlo escapar y, en consecuencia, pudiera identificarlo. Una vez cumplidos estos objetivos, se largó con los Trabajos de amor logrados bajo el brazo.

»Y lo siguiente que ocurrió fue que en la fiesta del jardín oyó a Elspeth Murdoch decirme que sabía dónde encontrar a Brenda Boyce. Eso no le preocupaba mucho, dado que, al igual que yo, daba por seguro que Somers había matado a Brenda. Y apenas a renglón seguido, alrededor de las seis y media (como Weems me dijo esta mañana), llegó el supuesto informe de Stagge sobre el caso. Podía ser una trampa, pero también podía no serlo. Si por alguna remota casualidad Brenda aún seguía viva (pensaría Galbraith), se podría descubrir el truco de la tinta invisible y todas sus coartadas saltarían por los aires; toda la seguridad de sus coartadas dependían del informe de Stagge. Tenía que asegurarse de que Brenda había muerto, y para ello nos siguió a Elspeth y a mí hasta Melton Chart. Elspeth me dijo, cuando fui a visitar a Brenda esta misma mañana, que mientras estábamos adentrándonos en el bosque tuvo la sensación de que una tercera persona andaba cerca de nosotros, pero no puedo decir que yo tuviera la más mínima sospecha.

»Y ya sabes lo que sucedió después. Sin saber que nosotros ya éramos conocedores de la coartada de la tinta invisible y de que por tanto su acción era una confesión de culpabilidad, Galbraith intentó silenciar a Brenda. Y falló. Me es difícil concebir su estado de nervios después de habernos intentado asesinar. Cuando Stagge y yo regresamos aquí después de estar en casa de Brenda, él nos esperaba apostado en la puerta, en un desesperado intento por averiguar qué sabíamos y hasta dónde sabíamos. Lo pillé escuchando, y… —Fen hizo un gesto expresivo—, sic transit.

Se produjo un largo silencio. Fen estaba bostezando como una gallina con pepita. Al final, el director dijo:

—Supongo que ni Somers ni Galbraith tendrían ninguna dificultad en disponer del manuscrito sin que la…, eh…, bueno…, la identidad de la vendedora fuera conocida.

—Había varios modos de hacerlo —contestó Fen—. Y probablemente los dos estaban planeando abandonar el país y vivir en el extranjero con otro nombre, porque un enriquecimiento tan repentino de cualquier persona relacionada con el asunto obviamente levantaría sospechas. Sin duda sus coartadas solo servían hasta que concluyera el curso… Después, cualquiera de los dos simplemente se habría evaporado.

Fen se quedó pensativo.

—Pero hay un aspecto del caso, ¿sabes?, del que es posible establecer una explicación alternativa. Puede que Somers no matara a Love; puede que lo hayamos convertido en un asesino sin serlo. Aunque, como intentó asfixiar a Brenda, no creo que otra mancha sobre el expediente de su recuerdo deba perturbar mucho nuestras conciencias.

—¿A qué te refieres?

—Bueno, Somers evidentemente tenía previsto matar al profesor Love, pero puede que lo mataran a él antes de que pudiera salir a matar a su protector. Resumiendo: puede que Galbraith fuera el asesino de Love, porque sabemos que, al igual que Somers, también él tenía un motivo para liquidarlo. Puedes elegir cualquiera de las dos posibilidades. Nunca sabremos qué ocurrió exactamente con total seguridad… pero en la mayoría de los casos criminales siempre quedan flecos ambiguos o inexplicables sin resolver al final.

—¿Y la investigación en el cottage de la señora Bly dio algún resultado? —preguntó el director.

—Ninguno en absoluto. La verdad es que creo que debió de seguir el consejo de Taverner y quemó las cartas. Las cartas… —murmuró Fen lastimeramente—. Las cartas de Shakespeare fueron utilizadas como papel para encender chimeneas… —se quedó sin habla, víctima del abatimiento.

—No importa. —El director procuró consolarlo—. Aún nos queda una página indemne de los Trabajos de amor logrados. Aunque no sé cómo pudo sobrevivir, porque el resto se convirtió en puras cenizas en el accidente.

—Yo sabía que él llevaba los manuscritos encima —dijo Fen, no muy animado—. Lo único que podía hacer era quedarme allí mirando y verlos convertirse en humo… Sin embargo, como dices, aquí tenemos al menos una página…, muy chamuscada, cierto, pero todavía entera y legible. Stagge me dejó copiarla esta mañana.

—Oh. ¿Puedo verla?

Fen sacó una hoja de papel y se la tendió al director, que se puso sus gafas de pasta para leerla:

— TRABAJOS DE AMOR LOGRADOS

(La corte del rei de Navarra.)

CABALLERO 1°

¿Y decís pues que han venido aquesta parte?

CABALLERO 2°

Así con la delicadeza de un pajarillo volandero

que aturdido con principiante ardor busca de nuevo

el hojarasqueño nido, vienen nuestra graciosa

Majestad, señor y rei

y los burlescos Berowne, Dumain y Longaville,

que en su lar permanecieron, a causa de la promesa

inviolable que hicieron a las apasionadas

damiselas de Francia, de esperar un año entero.

Desde aquellas remotas regiones eremíticas,

en las níveas cumbres de los cárdenos Cárpatos,

donde los Hielos

a los campesinos confinan en sus lúbricos hogares,

y Febo apenas osa asomar su faz radiante a las feroces

agujas montaraces, nuestra noble

Majestad,

viene nuevamente, más amable con los sabañones

de los pobres, que nacen de sus puros sufrimientos.

Y ese Berown(e) del que decíamos era

un insaciable vicioso incapaz de apacible sosiego,

extrañamente cambiado viene del lazareto,

y curado de aquellas inflamaciones e hinchazones

que el amor de Rosalinda le provocaba…

CABALLERO 1°

¿Las damas pues en la corte están?

CABALLERO 2°

Sin tardanza las hemos de ver.

Pero mirad, por ahí viene ese gracioso loco

Armado, y su ingenioso criado.

CABALLERO 1°

¿Nos hacemos a un lado para escuchar,

y saber en qué andan y qué dicen?

(Entra Armado con Moth.)

ARMADO

Dime, mozo, dime, ingenioso Sócrates:

¿crees que mi [Jaque] Netta habrá olvidado

las promesas de amor de matrimonio que nos diéramos?

MOTH

Ea, anciano caballero, con más verdad le contestaría

si barba tuviera, la suficiente para que una dama

en mí viniera a fijarse; porque vuestra barba, señor,

es pasaporte seguro al corazón de una dama.

ARMADO

Un corazón poco firme, su corazón.

MOTH

Aunque lo que le complace al señor es su camisón.

Pero vayamos por partes, y en lugar primero,

hablemos del corazón de las damas […]

—Hum… —farfulló el director al devolverle el papel a Fen—. Creo que el Bardo no debía de estar muy inspirado cuando escribió esto. Al parecer es una secuela de Trabajos de amor perdidos[35].

—Sí. Trabajos de amor perdidos exige una secuela, si uno lo piensa bien; y desde luego hay material para una comedia con el segundo encuentro de los amantes. Pero me he estado preguntando si no será una secuela de la obra de Shakespeare escrita por otra persona. La extrema pobreza de su estilo parece indicarlo…, aunque si tenemos en cuenta Tito Andrónico… el estilo no sería un rasgo relevante. Y además, la obra podría haberse modificado al representarse…, podría haber acogido a un Bottom, o al menos a un Dogberry[36].

—¿Y qué me dices de la caligrafía?

—Desde luego recuerda a la de sus firmas, eso sí.

—¿Crees que se llegó a representar?

—Meres dice que sí, y supongo que así sería. Por supuesto, puede que fuera un completo fracaso, y que no mereciera la pena ni copiarla ni representarla; las secuelas con frecuencia son fiascos. Pero en la hoja que yo he visto no hay indicios de que fuera utilizada como una copia de apuntador o de actor, si es eso a lo que te refieres.

—¿Cómo crees que pudo llegar a ese cottage?

—Yo apuesto por la teoría de una joven —dijo Fen— que le pidió a su amante un ejemplar de su obra, y la engatusó con esto. Las cartas podrían habernos dicho algo más… pero así, Dios sabe. Podrás leer las disputas sobre el tema en la prensa académica, a las cuales sin duda yo contribuiré. Uno de los aspectos más melancólicos de la vida es el hecho de que no hay ni un solo aspecto de Shakespeare en el que todo el mundo pueda estar de acuerdo… Siempre me sentí solidario con aquel crítico que, después de años de trabajo sobre los problemas que presentan sus sonetos, públicamente expresó el deseo de que Shakespeare jamás los hubiera escrito.

Alguien llamó con los nudillos a la puerta, y entró Wells con el montón de los periódicos vespertinos. El director los hojeó por encima y miró los titulares sobre el caso.

—Veo que no te mencionan… —observó con sorpresa.

—Por supuesto que no. No conviene que un hombre de mi posición ande mezclado en asuntos tan turbios —dijo Fen con aire de santurrona superioridad.

El director lo miró con gesto severo.

—Espero que Stagge no se atreva a arrogarse el mérito… —dijo.

—Cielo santo, ¡no! Es demasiado honrado y bueno como para que se le pase siquiera por la cabeza una cosa así. Fui yo quien insistió en que se le atribuyera a él el éxito, si es que lo hay. Y además, me costó un mundo. Tuve que decirle que le había prometido a mi mujer que nunca volvería a ocuparme de otro caso criminal, y tuve que mentirle mil veces antes de que se convenciera de que me debía dejar fuera… Pero al final…, al final, fíjate, cuando todo quedó resuelto…, me dio esto.

Fen sacó de su bolsillo la miniatura que el superintendente Stagge había encontrado en el cottage de la señora Bly, y lo miró con singular cariño.

—Me dijo Stagge: «Es gracioso, señor, pero no había nadie en aquella estancia cuando me encontré esto, y no le he hablado a nadie de ello, salvo a usted. Me parece que, a la hora de conservar esta pieza, usted es más adecuado que el hijo que la señora Bly tenía en Coventry o donde fuera, y esa página del manuscrito, por lo que usted me ha dicho, lo hará más rico de lo que se merece seguramente. Así que si está usted dispuesto a correr el riesgo de admitir que usted se lo llevó, sin darse cuenta, por supuesto, en caso de que alguien empiece a hacer preguntas raras, puede llevárselo a casa con toda tranquilidad».

El director se reía en silencio.

—No hay nada más divertido que oír a un policía participando de algo amablemente ilegal… —dijo.

Fen se guardó de nuevo la miniatura y miró su reloj.

—Bien, ahora debo regresar a Oxford y a la Honours School of English Literature. Los mecánicos del pueblo, por cierto, han hecho un maravilloso trabajo con Lily Christine. Después de los esfuerzos de Plumstead anoche, pensé que jamás volvería a verlo entero y armado, pero ahora va mejor que nunca. Un poco abollado, claro —admitió—, en el lugar donde Stagge le dio su toquecito. Pero eso ya lo arreglo yo cuando vuelva a casa.

—Tienes que tomarte un té conmigo antes de marchar.

—Me encantaría. —A Fen se le ocurrió algo, y su ánimo resplandeció considerablemente—. Y durante el té puedo acabar de contarte la trama de mi novela de detectives.

El director dejó escapar un gruñido.

—¡Oh, Gervase! —dijo—. Si no hay más remedio que escribas una novela policíaca (y ya hay demasiados profesores universitarios haciéndolo), ¿por qué no utilizas los acontecimientos de este fin de semana? —El director pareció encantado con su propia idea—. Lo veo como una aventura simenoniana, con un montón de psicología, para complacer a los críticos intelectualoides…

—¿Galbraith? —dijo Fen—. ¿Somers? ¿Trabajos de amor logrados? —Con un gesto desdeñoso apartó aquella idea de su mente—. Mi querido amigo, no hay nadie que pueda sacar una novela detectivesca de esta historia y estos personajes… Ahora bien, mi chica de los Catskills, verás…

Poco queda por contar ya. La amistad entre el señor Plumstead y Daphne Savage acabó en matrimonio, y el señor Plumstead, quien, por culpa de un confuso relato de los hechos, llegó a suponer que Fen lo había salvado de la horca, invitó a Fen a la boda. La ceremonia tuvo lugar durante las vacaciones de verano, y como Fen tenía que estar en Londres investigando un caso el día concreto, aceptó la invitación de buena gana. La mañana de la ceremonia cogió el primer tren de Oxford a Paddington.

—Confiemos en no toparnos con un viejo marinero[37]… —dijo.