Capítulo 13
Matthias sintió que una sensación de pánico se apoderaba de él cuándo se dio cuenta de que Kendall iba a marcharse, y aquella vez de verdad. ¿Cómo podía pensar que su trabajo no era importante? Su trabajo era esencial. ¿Y cómo podía pensar que no la valoraba? Por supuesto que la valoraba. Para él significaba más que cualquier otra cosa en el mundo.
Más que cualquier otra cosa en el mundo… Fue entonces cuando comprendió. No necesitaba a Kendall porque fuese la mejor secretaria que había tenido; no la necesitaba porque hiciese su vida más fácil. La necesitaba porque lo hacía feliz, porque lo era todo para él.
—Kendall, espera —la llamó cuando la vio apartar las sábanas a un lado y bajarse de la cama.
Ella lo ignoró y dio un fuerte tirón a la sábana para arrancarla del colchón y envolverse en ella.
—Kendall, tú no lo entiendes —le dijo levantándose de la cama también.
Tomó su batín azul de seda y se lo puso mientras la seguía al pasillo.
—Ya lo creo que lo entiendo; lo entiendo perfectamente —le espetó ella antes de entrar en el cuarto de invitados donde había dejado la maleta el día anterior.
Ni siquiera la había deshecho, lo cual significaba que no tendría más que vestirse y salir por la puerta, pensó Matthias frenético. No le quedaban más que unos minutos antes de que se marchara.
—No, no lo entiendes —insistió—. No puedes entenderlo porque yo no lo he comprendido hasta ahora mismo.
Kendall se giró sobre los talones y lo miró furibunda. Todo su cuerpo temblaba por la ira.
—¿Qué es lo que no entiendo? —exigió saber.
Matthias abrió la boca para intentar explicarse, para intentar decirle todo lo que quería decirle: cuánto significaba para él, y no como empleada, sino como mujer, como persona; que no podía vivir sin ella, y no porque supiese ajustar las opciones de los teléfonos móviles y las agendas electrónicas que se compraba, sino porque llenaba el vacío que había en su interior. Sin embargo, todo lo que acertó a decir fue:
—Te quiero.
Kendall parpadeó y la expresión de su rostro se suavizó.
—¿Qué? —inquirió en un hilo de voz.
—Te quiero —repitió él.
Ella volvió a ponerse tensa.
—No te atrevas a decir algo así sólo porque quieras que vuelva a trabajar para ti, Matthias; no…
—Lo digo en serio, Kendall —la interrumpió él—. Ya sé, ya sé que todo el mundo piensa que no tengo corazón, pero nunca le diría algo así a una mujer si no lo sintiese de verdad.
Dio un par de pasos vacilantes, adentrándose en la habitación, y le infundió valor el hecho de que ella no retrocediera. Sin embargo, tampoco avanzó hacia él ni pronunció palabra.
—Hasta hace un momento creía que lo que quería era que volvieses a ser mi secretaria —le dijo—. Tú me conoces, Kendall; sabes que siempre he estado casado con mi trabajo. Nunca se me había ocurrido que pudiese haber nada más que me hiciese feliz. Soy un idiota —admitió—, pero no soy tan estúpido como para no aprender de mis errores. Sólo ahora me doy cuenta de que no importa qué trabajo hagas: ya sea volver a ser mi secretaria… o convertirte en la nueva directora del departamento comercial de Barton Limited.
Kendall lo miró con los ojos entornados.
—¿De qué estás hablando? El departamento comercial de Barton Limited ya tiene una directora: Michelle Valentine.
—Cierto, pero vino a verme hace una semana para decirme que está embarazada y que quiere dejar su puesto para criar a su hijo. Ha sido tan repentino que no he tenido tiempo siquiera de pensar en cómo voy a encontrar a alguien para un puesto así, pero creo que ya tengo a la candidata perfecta. Me gustaría que tú fueses la nueva directora del departamento comercial.
Kendall se quedó callada y Matthias no supo si eso era una buena señal o una mala señal, así que decidió dar un salto de fe jugando su última carta.
—Sólo hay un problema —añadió.
Ella lo miró recelosa.
—¿Cuál?
—El reglamento interno de Barton Limited impide que dos empleados de la compañía se casen y sigan trabajando en ella.
Kendall lo miró con los ojos muy abiertos.
—Claro que los reglamentos pueden modificarse, y además yo soy el presidente de la compañía y puedo hacer lo que me plazca, qué demonios. En el caso, claro está, de que accedieras a casarte conmigo.
Fue entonces cuando se le ocurrió que Kendall nunca le había dicho que estuviese enamorada de él, ni de que sintiese nada por él.
—¿Estás pidiéndome que me case contigo? —inquirió ella.
Matthias asintió.
—¿Quieres decir que de verdad me quieres?
Él volvió a asentir.
—Más que a nada en este mundo.
Esa vez Kendall asintió también, lentamente, como si no estuviese asintiendo realmente, sino considerándolo. Por fin, después de lo que a Matthias le pareció una eternidad, le dijo:
—Entonces creo que deberíamos hablar de las condiciones.
Como la mujer de negocios que era, Kendall insistió en que se vistieran para continuar aquella conversación. Matthias accedió, y propuso que antes desayunaran también, así que cuando se hubieron vestido y hubieron desayunado, salieron al porche y se sentaron en el sofá de mimbre, el uno al lado del otro.
—Bueno, ¿por dónde quieres que empecemos? —le preguntó Matthias a Kendall.
Ella miró hacia delante con un suspiro y fijó la vista en el lago.
—Pues… estaba pensando que no es la primera vez que consideras esta posibilidad, y que antes de aceptar quiero asegurarme de que, aunque no soy la primera mujer a la que le has hecho esta oferta, esta vez no se trata sólo de negocios.
Matthias frunció el entrecejo.
—Me parece que no te sigo.
Kendall volvió a suspirar y se volvió hacia él.
—Lauren Conover; ¿te dice algo ese nombre?
Matthias esbozó una media sonrisa.
—Ah, ya veo por dónde vas. En fin, supongo que quieres que te hable de aquello.
Kendall asintió.
—Estaba intentando decírtelo de un modo sutil, pero parece que el gen de la sutileza los hombres lo tenéis defectuoso.
Matthias se rió y se quedó mirándola un momento. El sol arrancaba destellos dorados del cabello rubio de Kendall, y el fresco aire de la mañana había teñido sus mejillas de un suave rubor. Toda ella parecía resplandecer. ¿Cómo no se había dado cuenta en aquellos cinco años de lo hermosa que era? ¿Cómo podía haber pensado, con ella a su lado todos esos años, que el trabajo era lo más importante?
—¿Matthias? —lo llamó ella con voz suave.
—¿Hmm? —inquirió él distraído.
—Ibas a hablarme de tu compromiso con Lauren —le recordó ella.
—Oh. Sí. Perdona —murmuró él—. En realidad fue idea del padre de Lauren —comenzó—. Una noche habíamos quedado para cenar, y estábamos hablando de la posibilidad de una fusión entre nuestras compañías. Entonces mencionó que su hija acababa de volver de París después de haber cancelado por tercera vez su boda. No con la misma persona; quiero decir que estuvo tres veces a punto de casarse, con tres hombres distintos, y las tres veces, en el último momento, acabó cancelando la boda.
—¿Había estado comprometida tres veces antes de comprometerse contigo?
Matthias asintió.
—De hecho, ésa fue la razón por la que se dejó convencer por su padre para comprometerse conmigo. Había llegado a dudar de su propio criterio en lo que se refería a los hombres, así que se dejó convencer cuando su padre le dijo que un matrimonio concertado sería lo mejor.
—¿Y cómo te convenció él a ti? —quiso saber Kendall—. Nunca me has parecido la clase de hombre que dude de su propio criterio.
—Cierto —concedió él, aunque a ese respecto también había estado equivocado. En los asuntos del corazón su criterio, hasta ese momento, había resultado ser pésimo—. El caso es que Conover es un hombre muy persuasivo e hizo hincapié en lo ventajoso que sería unir a ambas familias además de nuestros negocios. Y dado que yo nunca había planeado casarme, casarme con Lauren tenía sentido.
—Alto, alto, alto —lo interrumpió Kendall—. A mí me parece que eso que acabas de decir no tiene ningún sentido.
—Eso es porque eres una mujer —la picó Matthias sonriendo—. El gen de la lógica inversa es un gen defectuoso en las mujeres, te lo aseguro.
—Ya.
—Verás, la lógica inversa funciona de esta manera: yo nunca había planeado casarme porque nunca creí posible llegar a enamorarme, así que no tenía sentido que me casase por amor. Casarme por negocios, en cambio…
—Ah, ya comprendo. Para ti, que eres un hombre de negocios, te pareció que casarte por negocios sí tenía sentido.
—Justamente. O al menos eso era lo que pensaba hasta ahora, antes de darme cuenta de lo que verdaderamente era importante. Supongo que nunca pensé que el matrimonio fuera algo tan maravilloso como quieren hacerte creer en las películas. De hecho, cuando uno se para a pensar en todos los divorcios que hay hoy en día… En fin, la cosa siempre se fastidia porque hay sentimientos de por medio, así que en cierto modo llegué a la conclusión de que un matrimonio de conveniencia en el que no había amor de por medio podría funcionar.
—¿Y Lauren qué pensaba?
—Bueno, en ese momento estaba de acuerdo conmigo. Como te he dicho, había estado comprometida tres veces, y las tres veces había estado segura de que estaba enamorada y no le había salido bien. Sin embargo, un día recobró el sentido y se dio cuenta de que estábamos a punto de cometer un error monumental.
—¿El día en que conoció a tu hermano Luke?
Matthias creyó que sentiría una punzada de celos, aunque nunca había estado enamorado de Lauren, o que se sentiría furioso de nuevo por cómo su hermano se había hecho pasar por él y la había seducido, pero lo único que sentía era alivio de que Lauren hubiese parado aquello a tiempo y no se hubiesen casado.
—Sí. Se conocieron, se enamoraron y ahora van a casarse.
—¿Y tú cómo te sientes respecto a eso, respecto a que tu hermano vaya a casarse con la mujer con la que tú estabas planeando casarte?
—Bueno, Lauren es una mujer realmente maravillosa, y me alegro mucho de que haya encontrado por fin a alguien que de verdad la ame.
—¿Y también te alegras por Luke?
Matthias recordó la última vez que había visto a su hermano, lo angustiado y aterrado que Luke había, estado, creyendo que había perdido a Lauren. Le había ayudado a recuperarla, y aquélla debía de haber sido la primera vez en muchos que habían colaborado para conseguir algo. De hecho, se corrigió con una sonrisa, de hecho quizá hubiera sido la primera vez en sus vidas que habían hecho algo semejante.
—Sí, me alegro por Luke —respondió finalmente—. Un día de éstos tengo que hacerle una llamada. Me gustaría empezar a tender puentes con él, algo que debería haber hecho hace años. Y también quiero preguntarle si no le importaría ser el padrino en la boda. En la mía, quiero decir, no en la suya —luego contuvo el aliento antes de añadir—: En el caso de que esa boda llegue a celebrarse.
Kendall lo miró a los ojos durante un largo rato. Matthias no sabía qué estaba buscando en ellos, pero cuando la vio sonreír se dijo que fuera lo que fuera debía de haberlo encontrado. No era una sonrisa muy amplia, pero era una sonrisa al fin y al cabo, y dio a Matthias esperanza.
—¿Cómo que tu boda? —le espetó divertida—. Digo yo que a tu lado en el altar tendrá que haber alguien más, ¿no?
Matthias se rió.
—Eso espero; si no, no será una boda.
—¿Y estás seguro de que quieres casarte? ¿No te entrará el pánico luego, como a esos hombres que piensan que el matrimonio es como si le echaran a uno una soga al cuello?
Matthias volvió a reírse.
—Yo aquí, con el corazón en la mano, y tú no haces más que picarme.
Kendall tomó su mano, la abrió y escudriñó la palma, como buscando algo.
—Yo no lo veo por ninguna parte —le dijo alzando el rostro con una sonrisa traviesa en los labios.
Matthias la agarró por debajo de los brazos y la levantó para sentarla en su regazo.
—Te quiero, Kendall —le dijo mirándola a los ojos.
—Y yo a ti —murmuró ella con una sonrisa.
—¿Lo bastante como para casarte conmigo?
—Mientras no sea un matrimonio de conveniencia…
Matthias la besó una, dos, tres veces… y luego apoyó su frente contra la de ella.
—No. En este matrimonio sólo habrá cabida para el amor, la comprensión y el respeto —le dijo—. Te quiero, Kendall Scarborough.
—Y yo a ti, Matthias Barton.
—¿Te casarás conmigo?
Kendall asintió.
—Pero tienes que prometerme que no dejarás que nadie excepto yo ajuste las opciones de tu agenda electrónica.
Matthias se rió y la besó de nuevo en los labios.
—Hecho.
Aquel trato que acababa de hacer era el primero que enriquecería su vida personal en vez de su vida profesional. A partir de ese día ya no sería un hombre casado con su negocio; iba a casarse por amor.
La vida era maravillosa, se dijo mientras inclinaba la cabeza para besar a Kendall de nuevo; y a partir de ese día, lo sería aún más.