Capítulo 7

Matthias observó a Kendall a través de la ventana mientras ésta se dirigía hacia su coche.

Era cierto lo que le había dicho sobre que lo habían asaltado los buenos recuerdos desde que había llegado a la cabaña, pero también se había sentido atormentado. No se trataba sólo de la muerte de Hunter, sino también de cómo se habían ido distanciado los siete, y de cómo había dejado que se rompieran los lazos entre su hermano Luke y él.

En sus años de universidad Hunter había logrado que dejaran a un lado esa competitividad que siempre había habido entre ellos, pero a su muerte parecía como si lo que los había unido en el pasado hubiese muerto con él.

En aquella época él había sido Matt, un chico normal al que le gustaba ir al cine con los amigos, jugar al rugby

No había empezado a usar su nombre completo hasta después de acabar sus estudios universitarios. «Matthias» sonaba más estudiado que «Matt», más serio, más maduro.

Luego había fallecido su padre, y su testamento había hecho que Luke y él se viesen abocados a competir de nuevo el uno contra el otro por aquella ridícula condición de que quien ganase antes un millón de dólares con su trabajo sería quien heredase la propiedad. El otro se quedaría sin nada.

Al principio sólo había sido un juego, y habían bromeado con hacer que el otro mordiera el polvo. Los dos habían iniciado su propio negocio y se habían esforzado por igual, pero cuando finalmente había sido él quien se había adjudicado la victoria, Luke lo había acusado de haber hecho trampas.

Aquella acusación había provocado una fuerte discusión entre ellos, y durante años no se habían hablado… hasta que Matthias había descubierto que Luke había estado en lo cierto.

No era que él no hubiese jugado limpio, pero dentro de su empresa un empleado había estado llevando a cabo un doble juego a la par que una serie de maniobras turbias y luego se había esfumado con el dinero que se había agenciado.

Al darse cuenta de que aquel canalla se había aprovechado de ambos habían hecho borrón y cuenta nueva, pero todavía había una cierta tensión entre ellos.

Nunca volverían a ser aquellos jóvenes despreocupados de su época universitaria, pero podían volver a ser de verdad hermanos el uno para el otro. Y lo serían, se propuso Matthias. Empezaría por llamar a Luke con regularidad y se aseguraría de que se viesen también más a menudo. Después de todo los dos vivían en San Francisco; no era como si estuviesen a miles de kilómetros.

Kendall se había metido ya en el coche y estaba encendiendo el motor. Por algún motivo alzó la vista hacia la casa y en ese momento sus miradas se encontraron, pero ella se había puesto unas gafas de sol y Matthias no pudo ver la expresión en sus ojos.

Matthias alzó una mano y la agitó sin mucho entusiasmo a modo de despedida. Al cabo de un instante ella levantó su mano también, pero no la agitó, ni sonrió. Luego la dejó caer, dio marcha atrás hasta llegar a la carretera y Matthias siguió el coche con la mirada mientras se alejaba.

Aun después de que el vehículo se hubiera perdido de vista permaneció allí de pie, frente a la ventana. Se recordó que debería ponerse a trabajar, se recordó que dentro de unas horas tenía una entrevista con la persona que iba a enviarle aquella otra empresa de trabajo temporal a la que había llamado… Se recordó un montón de cosas, pero no podía dejar de pensar en cómo se había sentido cuando Kendall le había apretado el brazo suavemente para reconfortarlo.

Se había marchado donde creía que debía estar, pero estaba equivocada. Había cometido un error al aceptar la oferta de Stephen DeGallo. Aquel hombre la utilizaría para intentar sonsacarle todo lo que pudiera, y luego se inventaría una excusa para deshacerse de ella.

A DeGallo no le gustaba tener en puestos importantes a personas ajenas a la empresa. Su concepto de un empleado era como el de un perro al que tenía que adiestrar personalmente partiendo de cero para que le obedeciera. Matthias lo conocía bien, y estaba seguro de que veía a Kendall como si fuera algo de segunda mano, algo usado que sólo tenía valor por la información que podía proporcionarle.

DeGallo no la valoraba como él. Y no tenía nada que ver con la sensación cálida que lo había invadido cuando le había apretado el brazo con los dedos, ni con el modo en que lo había estado mirando mientras le hablaba de sus amigos, como si quisiese que le contase más sobre ellos… y sobre él; ni por supuesto tenía nada que ver con el hecho de que la cabaña hubiese parecido cobrar vida con su presencia y que se hubiese tornado de nuevo fría y silenciosa al irse ella. Qué ridiculez; las casas no tenían vida propia, ni tampoco sentimientos.

Claro que eso era lo que mucha gente decía de él.

Matthias exhaló un pesado suspiro y se pasó una mano por el cabello. No tenía tiempo para pensar en tonterías, se dijo. Tenía trabajo por hacer y una entrevista dentro de unas horas.

Hacia el final de la semana Matthias había llamado a todas las empresas de trabajo temporal de la zona, y aun así no había logrado encontrar a nadie lo suficientemente preparado como para ocupar el puesto de Kendall; ni siquiera sólo durante ese mes.

La candidata que acababa de llegar era su última esperanza, y desde el momento en que abrió la puerta y la vio, supo que aquello no iba a funcionar.

Para empezar, iba hecha un adefesio, como si se hubiese puesto lo primero que hubiese encontrado al abrir el armario. ¿A quién se le ocurría ir con esa pinta a una entrevista?

La hizo pasar al salón, le pidió que tomara asiento en el sofá y él se sentó en un sillón orejero que había cerca de la chimenea. Cuanto antes acabasen con aquello, mejor.

—Bien, señorita… —bajó la vista al curriculum que le había enviado la empresa de trabajo temporal— Carrigan. Veo que es usted licenciada por la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad de Stanford.

La joven le dirigió una sonrisa forzada que casi hizo que Matthias contrajera el rostro.

—Así es. Me licencié el pasado mayo.

—¿Y cuáles son sus aspiraciones con respecto a este empleo?

La señorita Carrigan se irguió en el asiento, cruzó los tobillos, entrelazó las manos y ladeó la cabeza, como pensativa.

—¿Puedo serle franca, señor Barton?

—Claro —asintió él, temiéndose la clase de respuesta que iba a obtener.

—Verá, no es que quiera ser una secretaria toda mi vida, pero creo que este empleo sería para mí una forma de abrirme camino. Me daría la oportunidad de aprender… en fin, de aprender de usted, que es un ejemplo para todos los jóvenes emprendedores de este país —respondió ella con otra sonrisa dulzona.

Perfecto, ahora estaba haciéndole la pelota.

—Además, aunque carezco de experiencia puedo asegurarle que no se arrepentirá si me da una oportunidad. Soy muy meticulosa y organizada —continuó ella—. Modestia aparte, siempre era la primera de la clase en entregar los trabajos que nos pedían, y los profesores me felicitaban por lo bien estructurados que estaban.

Y encima se creía que era la reina de Saba.

—Entiendo. Bien, pues… le agradezco que haya venido —dijo poniéndose de pie y tendiéndole la mano—. Como tengo su curriculum y el número de la empresa temporal, ya me pondré en contacto con ellos para comunicarles mi decisión.

La joven parpadeó, sorprendida sin duda por la rapidez con que iba a despacharla, pero se puso de pie y le estrechó la mano.

Sí, debía de haber sido la entrevista más corta de la historia, pero Matthias no quería perder más tiempo con alguien que obviamente no daba la talla.

¿Qué les enseñaban en la universidad en esos días?, se preguntó mientras la veía marcharse. Entre las personas a las que había entrevistado en San Francisco y allí en Tahoe debían de ir ya dos docenas, y cada candidato que se había presentado para el puesto había sido peor que el anterior.

Bueno, no le quedaba otro remedio, se dijo. No podía sentarse a esperar a que Kendall entrara en razón. Haría o diría lo que fuera necesario para recuperarla, ya fuese doblarle el sueldo, o lo que fuera.

Kendall llevaba quince minutos esperando a Stephen en el comedor del hotel. Cuando levantó la vista de su reloj de pulsera y volvió a mirar en dirección a la puerta, para su sorpresa, fue a Matthias a quien vio allí.

Nuevamente iba vestido de un modo informal, esa vez con unos pantalones cortos de color azul y un polo gris bajo el cual se adivinaban las líneas esculpidas de su pecho.

Kendall se dijo que debería sentirse irritada de verlo allí, pero la verdad era que no era así. En lo que llevaba de semana el seminario de orientación no estaba siendo en absoluto lo que ella había imaginado. Hasta el momento prácticamente había consistido únicamente en encuentros a solas entre Stephen y ella, y casi siempre en cafeterías o restaurantes. Pero lo peor era que siempre parecían desviarse de lo que se suponía que había ido a aprender allí, la política de empresa de OmniTech y lo que se esperaría de ella como la nueva subdirectora, y Stephen empezaba a hacerle preguntas sobre su trabajo en Barton Limited.

No quería creer lo que Matthias había sugerido acerca de que Stephen DeGallo le había ofrecido aquel puesto sólo para sacarle información, pero estaba empezando a pensar que tal vez tuviese razón.

Mientras se acercaba a la mesa donde estaba sentada, un cosquilleo eléctrico recorrió a Kendall de arriba abajo. Dios, aquello era una locura. Hasta hacía un par de semanas Matthias había sido para ella el «señor Barton», su jefe, y aunque había admitido para sus adentros que se sentía atraída hacia él, había creído que al dejar la empresa lo olvidaría.

Con lo que no había contado era con que fuese a buscarla cuando estuviese allí en Tahoe, y tampoco con que, ahora que ya no era su secretaria ni él su jefe, una vocecita traviesa empezase a susurrarle que ya no había impedimento alguno para dejarse llevar por esa atracción.

Aquello era una locura, se dijo de nuevo, una absoluta locura. Enamorarse de un hombre casado no conducía más que a problemas, pero enamorarse de uno casado con su negocio podía ser aún peor.

Matthias, que había llegado junto a su mesa, apoyó las manos en el respaldo de la silla que Kendall tenía enfrente y esbozó una sonrisa.

—Hola —la saludó.

Kendall se preguntó dónde diablos estaría Stephen. No era propio de él retrasarse. ¿Y por qué de repente estaba alisándose la camisa y tocándose el pelo para asegurarse de que no estaba despeinada? Lo único que tenía claro era que si el que estuviera frente a ella fuese Stephen y no Matthias ni siquiera se habría preocupado, y tampoco se quitaría las gafas, como estaba haciendo en ese momento.

—Hola —respondió mientras se las metía en el bolsillo de la camisa.

—¿Estás esperando a DeGallo?

Ni muerta le diría Kendall que su nuevo jefe no se había presentado, porque entonces le preguntaría por qué, y ella tendría que decirle que no lo sabía, a menos que fuera porque Stephen hubiese llegado a la conclusión de que después de todo no quería tenerla como parte de la «tripulación» de OmniTech, y eso sería muy humillante.

—¿Y qué estás haciendo tú aquí otra vez? —inquirió en vez de responderle.

Había dicho aquello de «otra vez» con un cierto retintín, pero Matthias o bien no lo advirtió, o bien optó por hacer como que no lo había advertido, porque se limitó a sonreír y a contestar:

—La verdad es que había venido a preguntarte si querías cenar conmigo. He subido a tu habitación, y al ver que no contestabas he pensado que tal vez estuvieras aquí.

Kendall asintió brevemente pero no dijo nada, y Matthias se quedó mirándola expectante, sin decir tampoco nada.

Fue entonces cuando se le ocurrió a Kendall que tal vez estuviese esperando a que lo invitase a sentarse.

No podía hacer eso. ¿Y si de pronto apareciese Stephen, con una excusa perfectamente válida para haberse retrasado tanto y la encontrase allí sentada con Matthias?

—Si estás esperando a DeGallo, creo que deberías saber que lo he visto marcharse en su coche con una rubia despampanante cuando llegaba —le dijo Matthias de pronto, sacándola de sus pensamientos.

Kendall lo miró boquiabierta.

—No puede ser; habíamos quedado para cenar…

—Siento decirlo, Kendall, pero me parece que tu nuevo jefe te ha dado plantón —murmuró Matthias—. Pero no deberías dejar que te afecte. Si no se da cuenta de la suerte que tiene de tenerte en su equipo es que es un idiota.

La satisfacción que le proporcionó el cumplido de Matthias fue sólo momentánea, porque rápidamente fue reemplazada por un sentimiento de profunda rabia y frustración. No, Matthias tenía que estar equivocado; Stephen no podía haberla dejado plantada.

Hacía apenas tres horas que le había dicho que quedarían en el comedor a las seis y media. Miró su reloj de pulsera y vio que pasaban de las siete menos diez. ¿Por qué estaba tratando de engañarse a sí misma? Era imposible que alojándose en el mismo hotel estuviese retrasándose tanto.

Estaba esperando a que Matthias le dijese «te lo advertí», pero en vez de eso le preguntó:

—¿Qué te parece si te invito a cenar?

Kendall estaba pensando que debería rehusar su invitación, que de lo único que tenía ganas era de subir a su habitación, pedir que le subieran algo y darse un baño para relajarse. Sin embargo, la verdad era que estaba cansada de hacer eso cada noche, cansada de irse a la cama preguntándose cuáles podían haber sido los motivos por los que Stephen la había contratado y si había hecho lo correcto aceptando aquel trabajo.

Trabajo… Ja! No se sentía como si fuese a trabajar para él. En vez de eso había momentos en que se sentía como si estuviese intentando ganársela con lisonjas y otros en los que le parecía que estuviese tratando de sonsacarle información, como había dicho Matthias.

Sí, había cometido un error, admitió con un suspiro para sus adentros, pero no por haber dejado su trabajo, sino por haber aceptado la oferta de Stephen DeGallo. Mañana hablaría con él; le preguntaría sin rodeos si le había ofrecido aquel puesto porque esperaba que le proporcionase información sobre el funcionamiento interno de Barton Limited. Si era así, le presentaría inmediatamente su dimisión. Y si no…

Esperaría a que tuviesen esa conversación antes de decidir nada más, se dijo. Entretanto, tenía que tomar otra decisión, y esa vez más le valía que fuera la correcta.

Sin embargo, en lugar de responder a la invitación de Matthias con un «no», como su cabeza estaba diciéndole que debería hacer, optó por escuchar a su corazón. Sí, normalmente dejarse llevar por los sentimientos y las emociones hacía que luego uno se arrepintiese, pero la razón no había sido una buena consejera en esas últimas semanas.

—Bueno, ¿por qué no? —contestó finalmente.

Matthias sonrió.

—Estupendo, pero mejor vayamos a otro sitio —le dijo. Y luego, inclinándose, añadió en voz baja—: El bistec que tomé aquí la otra noche dejaba mucho que desear.

Kendall se rió suavemente. Era verdad que la comida del hotel no era gran cosa.

—Conozco el sitio perfecto —le dijo él—. Tendremos que ir en coche porque está un poco lejos, pero te va a encantar. El ambiente es muy agradable, la comida excelente y el servicio, inmejorable.

En un gesto de caballerosidad se acercó por detrás y le retiró la silla cuando ella fue a levantarse para luego tenderle la mano. Kendall la tomó sin pensar siquiera en lo que estaba haciendo y, cuando los dedos de él se cerraron suavemente sobre los suyos, sintió que una ola de calor la invadía.

Quizá después de todo estuviese cometiendo otro error, se dijo mientras salían del comedor. ¿No estaría haciéndose ilusiones? Si algo había aprendido en los cinco años que había estado trabajando para Matthias era que no era la clase de hombre que buscase una relación seria, ni que tuviese siquiera interés en tener una relación. Su único amor era su negocio.

En fin, siempre y cuando tuviese eso bien presente, su corazón no tenía por qué correr ningún peligro…