Capítulo 5

A la mañana del día siguiente a su llegada, el timbre de la puerta despertó a Matthias. Debía de ser la persona que había pedido que le mandaran de la empresa de trabajo temporal, pensó maldiciendo, incapaz de abrir los ojos. Haciendo un esfuerzo, miró el reloj despertador que había sobre la mesilla. Las ocho.

Debía de haber hecho algo mal al poner el despertador por la noche antes de acostarse, porque lo había programado para que lo despertase a las siete, la hora a la que solía levantarse. Medio dormido, miró de nuevo el reloj y se dio cuenta de que no era que hubiese hecho nada mal; el condenado reloj se había parado. Seguramente se habrían acabado las pilas. Tomó su reloj de pulsera, que estaba al lado, y vio que eran las nueve. Diablos. Nunca dormía hasta tan tarde. Además, le fastidiaba que lo pillaran desprevenido.

Apartó las sábanas, se incorporó y se frotó el rostro con ambas manos para acabar de despertarse.

Sacó una camiseta blanca de la bolsa de viaje, pues todavía no había deshecho el equipaje, y se la puso mientras bajaba las escaleras.

Bueno, por lo menos no desentonaba con los pantalones de chándal grises con los que había dormido, se dijo.

Estaba ya alargando la mano hacia el picaporte cuando se dio cuenta de que estaba descalzo. «En fin, ¿qué le vamos a hacer?», se dijo con filosofía antes de abrir la puerta. El joven que estaba de pie en el porche lo miró con extrañeza, pero no hizo ningún comentario sobre su atuendo, su pelo revuelto, sus pies descalzos, ni el hecho de que estuviera sin afeitar.

Tendría unos veintidós o veintitrés años e iba vestido impecablemente con un traje gris.

—¿Es usted el señor Barton?

Matthias se peinó ligeramente el cabello con una mano.

—El mismo.

—William Dentón, de DayTimers —se presentó el joven tendiéndole la mano— su nuevo secretario.

—Eh, eh, eh… —lo cortó Matthias levantando una mano—. No he dicho que estés contratado.

El joven William lo miró muy contrariado.

—Pero me dijeron que iba a pasar un mes aquí, en Hunter's Landing, y que necesitaba un secretario.

—Y así es —respondió Matthias—, pero no voy a dar por bueno al primero que me manden. Antes tengo que asegurarme de que tiene la preparación académica necesaria y…

—Oh, por eso no tiene que preocuparse —lo interrumpió el joven con una sonrisa—. Me apunté a la empresa de trabajo temporal para trabajar ahora en verano y sacarme un dinero y adquirir experiencia, pero me licencié en Ciencias Empresariales por la Universidad de Berkeley en el mes de mayo, y en otoño volveré para hacer un master en gestión de empresas. Estoy más que preparado.

Matthias miró largamente al presuntuoso joven.

—¿Ah, sí? —inquirió en un tono frío.

La confianza del joven Dentón pareció tambalearse un poco.

—Eh… sí —respondió a pesar de todo—, señor.

Matthias asintió y puso los brazos en jarras. Eso ya se vería. Sin invitarlo siquiera a pasar, le preguntó abruptamente:

—¿Cuáles son los principales desafíos que presenta el comercio electrónico en términos de organización y administración?

William parpadeó, como si los faros de un coche lo hubieran deslumbrado.

—¿Perdón?

Matthias sacudió la cabeza y suspiró.

—Muy bien, si esa pregunta le parece demasiado difícil, probemos con otra. En el modelo Ricardiano, el comercio entre dos economías similares no suele generar grandes beneficios. ¿Verdadero o falso?

William abrió y cerró la boca como un pez, pero no contestó.

Dios, pensó Matthias. Aquel chico no llegaría a ningún sitio si no sabía responder siquiera a las preguntas más simples.

—De acuerdo, aquí va una sencilla: El coeficiente de liquidez y el coeficiente de disponibilidad son el indicador por el cual se miden… A) la liquidez de una compañía; B) su eficiencia en el mercado; C) su rentabilidad; D) su tasa de crecimiento.

William frunció el entrecejo y volvió a abrir la boca, pero su cerebro no parecía dispuesto a cooperar.

Matthias sacudió la cabeza decepcionado.

—Lo lamento, señor Dentón, pero me temo que no tiene los conocimientos necesarios para…

—¡Espere! —lo interrumpió el joven—. ¡Ésa la sé!

—Lo siento, pero se le ha acabado el tiempo —le dijo Matthias—. Dígale a la gente de DayTimers que ya me pondré en contacto con ellos.

Y dicho eso cerró la puerta y se dio media vuelta.

—¡Es la A, liquidez!, ¿no? ¿No es así? —gritó el joven William desde fuera.

Sí, era la A, pero había tardado mucho en contestar, pensó Matthias. La persona a la que contratara durante un mes tendría que ser más ágil de mente, no tener miedo a dar su opinión y también tendría que ser sagaz. Como Kendall. Aquel tal William Dentón no le llegaba ni a la suela de los zapatos.

En fin, otro candidato que no tenía ni siquiera los conocimientos más rudimentarios. Tendría que seguir buscando.

Fue hasta la cocina, puso la cafetera y fue al salón a por la guía de las páginas amarillas, que había encontrado el día anterior después de mucho buscar. Se sentó en el sofá y buscó la sección de empresas de trabajo temporal. Se saltó el anuncio de DayTimers. Si después de lo mucho que había recalcado que necesitaba a alguien preparado le habían mandado a aquel chico, era evidente que no tenían nada mejor que ofrecer.

Tomó el teléfono, marcó el número de otra empresa de trabajo temporal y, después de pedir que le enviasen a una persona para que la entrevistase por la tarde, volvió a la cocina para servirse una generosa taza de café.

Pero la cafetera seguía vacía; ni una gota de café. Además, la jarra de cristal estaba fría. Estaba seguro de que le había puesto agua y café la noche anterior. Lo comprobó por si acaso. Sí; tenía las dos cosas. Comprobó también que el cable estuviese enchufado a la corriente. Volvió a pulsar el botón. Nada.

Diablos. No era que fuese uno de esos personajes patéticos que no podían ponerse en marcha sin tomarse una taza de café bien cargado al empezar el día, de esos a los que les daban unos cambios de humor terribles cuando se veían privados de su dosis diaria de cafeína. No, claro que no.

Pero como a cualquier otra persona, le gustaba tomarse una o dos tazas a lo largo de la mañana; quizá tres si tenía tiempo. De acuerdo, a veces eran cuatro o cinco cuando tenía reuniones.

Volvió a pulsar el botón de la cafetera y se quedó mirándola fijamente mientras tamborileaba impaciente con los dedos en la encimera, ordenándole mentalmente que se pusiera en marcha.

Nada. Qué manera tan estupenda de empezar el día.

Sus ojos se posaron en unos papeles que había dejado sobre la mesa de la cocina la noche anterior. Era la última tarea que había hecho Kendall antes de comunicarle oficialmente su dimisión; un contrato entre Barton Limited y una empresa consultora que había pasado a ordenador y había impreso.

Matthias sonrió, volvió al salón y tomó el teléfono para marcar un número de móvil que se sabía de memoria.

—Kendall —dijo cuando ésta contestó—. Soy Matthias. Hay un problema con el contrato Donovan, el que hiciste justo antes de marcharte. ¿Podrías tomarte un par de horas libres esta mañana para venir a revisarlo? —le preguntó. Cuando ella comenzó a poner objeciones, añadió—: Lo comprendo, pero esto es responsabilidad tuya. Y es urgente. ¿A qué hora podrías estar aquí? —sonrió al oír la respuesta de ella—. Bien. Te prometo que no te retendré más de lo estrictamente necesario. Oh, y… Kendall —añadió antes de que pudiera colgar—: ¿te importaría pararte de camino en alguna cafetería y traerme un poco de café?