Capítulo 12

Cuando Kendall se despertó, no estaba segura de dónde estaba. El sol todavía no había salido, pero había un brillo dorado difuso bailando a los pies de la cama. Tampoco estaba segura de qué podía ser aquel brillo. Apenas podía abrir los ojos, pero se sentía maravillosamente feliz por alguna razón, y muy a gusto. Se acurrucó y se arrebujó bajo las sábanas.

Iba a exhalar un suspiro cuando su cerebro comenzó a funcionar, aunque no demasiado deprisa. Estaba desnuda… ¿Por qué estaba desnuda? Y… un momento… ese brillo a los pies de su cama no podía ser otra cosa más que… fuego. ¡Oh, Dios había fuego en su habitación!

Se incorporó como un resorte, preparada para salir corriendo, y al hacerlo empujó a un lado a la persona que estaba junto a ella, que rodó y cayó al suelo con un golpe seco.

¿Por qué había alguien en su cama? Aquella persona emitió un gruñido, que le resultó muy familiar, y Kendall recordó entonces que aquélla no era su cama, que aquél no era su apartamento y también se dio cuenta de que lo que había creído que era fuego no lo era, sino simplemente unas velas. Y la razón por la que se sentía tan bien era porque Matthias y ella habían estado haciendo…

Matthias lanzó un brazo sobre el colchón con un nuevo gruñido, se levantó del suelo, y volvió a subir a la cama.

—¿Qué pasa? ¿Hay algún problema? —inquirió en un tono preocupado.

¿Que si había algún problema? Para empezar no debería haberse acostado con él, se dijo Kendall. Matthias volvía a ser su jefe, y tener un romance con el jefe no era algo muy inteligente.

Sin embargo, el despertarse a su lado había sido tan maravilloso… Habría sido una idiota si se hubiese negado a hacer el amor con él la noche anterior, sobre todo sintiendo lo que sentía por él.

Sí, ya no podía seguir engañándose. Se había enamorado de su jefe. Dios, se había enamorado de su jefe. ¿Cómo podía haber hecho algo tan estúpido?

Además, estaba segura de que Matthias no sentía lo mismo por ella. No iba a ser tan ingenua como para pensar que el que hubiesen hecho el amor… varias veces… significaba que sintiese algo por ella.

—No, claro que no —mintió, confiando en que él no advirtiera la agitación en su voz—. No hay ningún problema. Todo es maravilloso, fantástico, fabuloso. Las cosas no podían ir mejor. De hecho, va todo tan bien que quiero marcharme ahora mismo, antes de que ocurra algo que lo estropee. Llámame cuando estés de regreso en San Francisco. Adiós.

Iba a bajarse de la cama cuando él la agarró por la muñeca, tiró de ella, haciendo que volviera a tumbarse, y la besó hasta dejarla sin aliento.

—¿Vas a algún sitio? —inquirió con voz acariciadora.

—Eh… no —fue todo lo que acertó a decir ella, aturdida aún por el beso.

—Bien, porque no hemos acabado; ni de lejos.

«Oh, cielos», pensó Kendall.

—Claro que primero deberíamos desayunar —dijo él riéndose suavemente.

Bueno, sí, por supuesto, primero tendrían que desayunar, se dijo ella.

—Y lo que me apetece para desayunar es algo dulce, una joven de cabello rubio y ojos verdes —añadió él con una sonrisa lobuna.

Ya ella le apetecía algo picante y sensual, como aquel hombre moreno de ojos negros que estaba a su lado. ¡No! ¿En qué estaba pensando? ¿Es que se le habían fundido las neuronas o algo así?

—Matthias, tenemos que hablar —le dijo en un tono de suave reproche.

Él levantó una mano para acariciarle el pecho.

—No, yo creo que éste no es un buen momento para hablar cuando podemos hacer cosas mucho más… interesantes.

Estaba inclinándose para besarla cuando Kendall le puso una mano en el pecho para mantener las distancias entre ellos.

—Tenemos que hablar —le repitió con más firmeza.

Matthias exhaló un suspiro.

—¿De qué tenemos que hablar? —inquirió, como irritado.

Sí, debía de estar irritado porque no quería darse otro revolcón con él y en vez de eso quería que hiciesen algo tan propio de las mujeres como hablar de sus sentimientos. Pero es que ella necesitaba saber qué sentía Matthias hacia ella.

Inspiró profundamente, y le preguntó:

—¿Qué hemos hecho, Matthias? ¿Qué ocurrió anoche?

Él vaciló un instante antes de contestar, como si estuviese tratando de escoger cuidadosamente las palabras.

—Bueno, estábamos en el salón, mirando por la ventana, y tú me besaste y…

—No, fuiste tú quien me besaste.

—… y seguimos besándonos —continuó el, ignorando su puntualización. Y subimos aquí, al dormitorio, y… bueno, hubo sexo. Después nos entró hambre y decidimos bajar a comer algo, pero nos detuvimos en el pasillo y allí nos regalamos con un pequeño… «aperitivo». Y luego lo hicimos otra vez en las escaleras, y en la alfombra del salón… y por fin paramos un poco para ir a la cocina a tomar algo antes de volver aquí y hacerlo otra vez. Después nos quedamos dormidos, y ahora nos hemos despertado y estamos hablando.

—Así que… ¿eso es todo? ¿Todo se reduce a eso, a sexo? —inquirió ella.

Matthias vaciló de nuevo y Kendall escrutó su rostro en la penumbra, deseando que hubiese más luz para poder verlo mejor. No sabría lo que pensaba de verdad, ni si estaría diciéndole la verdad si no podía verle bien la cara y mirarlo a los ojos.

—¿Qué quieres decir con que se reduce a eso? Dicho así suena como si hubiese sido algo de lo más prosaico, y lo de anoche fue espectacular. ¿No lo fue también para ti?

Oh, para ella había sido más que espectacular; había sido especial, pero tenía la impresión de que para Matthias había sido distinto.

—Estuvo bien —contestó.

—¿Que estuvo bien? —repitió él incrédulo—. Que te toque un premio en una rifa está bien; que te den un regalo que no esperabas está bien… Pero lo de anoche estuvo mejor que bien; fue espectacular.

Kendall no pudo evitar sonreír a pesar de todo.

—De acuerdo, sí, estuvo mejor que bien.

—Fue espectacular —insistió él.

—De acuerdo, de acuerdo: espectacular —claudicó ella finalmente para contentarlo.

Sin embargo, seguía sin saber si sentía algo hacia ella, y estaba segura de que si seguía por ese camino no conseguiría nada, así que tomó una ruta distinta. Necesitaba adentrarse en un terreno donde él se sintiera cómodo, un terreno que lo hiciese soltarse y hablar.

—Matthias… ¿puedes decirme algo más sobre mi nuevo puesto en Barton Limited?

Matthias frunció el entrecejo ante aquel radical cambio de tema.

—¿Por qué me preguntas eso ahora?

—Porque aún no me has dicho nada concreto.

Él carraspeó.

—Bueno, la verdad es que no puedo darte muchos detalles.

Ella asintió lentamente.

—Pero podrás decirme por lo menos en qué consistirá exactamente; cuáles serán las tareas que desempeñaré.

—Pues… va a ser algo que supondrá un gran reto para ti —comenzó él—. Tendrás muchas responsabilidades.

—¿Como por ejemplo?

—Eh… bien, pues… para empezar cada mañana te encargarás de realizar tareas de aprovisionamiento.

A Kendall se le cayó el alma a los pies.

—En otras palabras, que quieres que te lleve el café.

—No sólo el café —contestó él, como ofendido, cuando debería ser ella la que se sintiese ofendida.

—Oh, no claro, un bollo suizo también, o unas tostadas con mantequilla y mermelada —dijo ella con sarcasmo—. Es una gran responsabilidad, desde luego; continúa.

No era que no se estuviese imaginando qué otras responsabilidades tenía en mente Matthias; sólo quería cerciorarse antes de hacer la maleta y volver a San Francisco, aunque tuviese que hacer autostop.

—Bueno, también te ocuparías de la adquisición de nuevas tecnologías.

—Ya. De comprar nuevo software para tu portátil, quieres decir.

—Estás simplificándolo demasiado.

—Perdona, es verdad; tienes razón. También tendría que hacer los trámites de la garantía de cada programa; eso también conlleva una gran responsabilidad.

Matthias la ignoró y prosiguió.

—También serías responsable de asegurarte de que nuestra empresa contribuye al desarrollo sostenible.

—En otras palabras, enviar a reciclar el papel, los cartuchos de tinta de tu impresora y cosas así —tradujo ella.

—Kendall, eso no es lo que…

—Mira, Matthias, no sigas; estás describiendo punto por punto el trabajo que hacía antes de presentarte mi dimisión.

—Está bien, sí, quiero que vuelvas a ser mi secretaria, pero te pagaré cuatro veces más de lo que te pagaba —le dijo él.

—¿Por hacer el mismo trabajo?

—Sí.

—¿Por qué?

Matthias no contestó de inmediato, sino que se quedó mirándola de un modo que Kendall no supo interpretar.

—Porque eres la mejor secretaria que he tenido; por eso —respondió finalmente.

Kendall cerró los ojos y suspiró hastiada.

—No quiero ser tu secretaria, Matthias —le dijo abriendo los ojos de nuevo—. Quiero ser una ejecutiva, quiero hacer cosas importantes, cosas que me hagan sentirme realizada.

—Pero es que soy incapaz de arreglármelas sin ti.

—Por supuesto que puedes arreglártelas sin…

—No —la cortó él con vehemencia—. Mira, sé cómo hacer mi trabajo, pero me fastidian todas las cosas mundanas, como tener que leerme los manuales de instrucciones de los aparatos que se supone que deberían hacerme la vida más fácil, o tener que aprender cómo funciona un nuevo programa que tengo que instalar en el ordenador.

—¿Y crees que a mí me encanta hacer esas cosas? —le espetó ella—. ¿Que eso es lo único para lo que valgo?

—No me refería a eso.

Kendall sacudió la cabeza exasperada.

—Admítelo, Matthias, lo que pasa es que te crees más importante que yo y crees que tu trabajo tiene más valor que el mío. Pues te diré una cosa: todo el mundo es importante de una manera u otra, el trabajo de todas las personas tiene un gran valor —hizo una pausa para tomar aliento—. Yo soy una persona con capacidad para más cosas que llevarte el café y ajustar las opciones de tu agenda electrónica. Puedo llegar tan alto como tú y voy a hacerlo.