Capítulo 6
Tras llamar al timbre, Kendall resopló impaciente mientras esperaba a que Matthias le abriera y se pasaba el vaso de plástico con el café de una mano a otra. Le quemaba los dedos. Había resultado bastante embarazoso, por llamarlo de algún modo, tener que explicarle a Stephen por qué en el primer día del seminario iba a tener que tomarse la mañana libre. Y aunque él no se había mostrado muy contento, le había dicho que hiciese lo que tenía que hacer y que ya se verían después del almuerzo.
Él almuerzo… pensó Kendall. Con quien debería almorzar sería con él, su nuevo jefe, no con su ex jefe.
Cuando por fin Matthias le abrió, la sonrisa de alivio que se dibujó en su rostro al verla hizo que se ablandara un poco. En cierto modo la halagaba que aún la necesitara.
Matthias alargó las manos para tomar el vaso de plástico, levantó la tapa y se lo acercó a la nariz para inspirar profundamente. Luego tomó un sorbo y cerró los ojos mientras saboreaba el café. Cuando los abrió de nuevo bajó la vista al vaso y sonrió.
—Ah, sí, esto es lo que necesitaba.
Fue entonces cuando Kendall se dio cuenta de que aquella expresión de alivio había sido por el café, y no por ella. Sintió deseos de pegarle en la cabeza, pero apretó los dientes y se contuvo.
¿Por qué había accedido siquiera a ir allí a revisar aquel contrato? Ya no trabajaba para él, y no creía que fuese a demandarla por haber cometido un error en un estúpido contrato.
Si había ido allí no había sido por hacerle un favor, ni para complacerlo, se dijo. Había ido allí porque era una profesional; porque era concienzuda y responsable en su trabajo.
De hecho, le costaba creer que hubiese algún error en aquel contrato. Recordaba haberlo revisado un par de veces antes de entregárselo a Matthias. Además, ¿cómo era que todavía estaba pendiente ese contrato? Se suponía que tenía que habérselo enviado a Elliott Donovan hacía dos semanas.
¿Y por qué estaba tan desaliñado? De acuerdo, estaba de vacaciones, pero eran más de las diez de la mañana y parecía que acabase de levantarse de la cama.
Los pantalones de chándal que llevaba puestos estaban muy arrugados, la camiseta tenía marcas de haber estado doblada, y además no se había peinado ni se había afeitado.
A pesar de que desaprobaba la dejadez en un hombre, Kendall sintió un cosquilleo en el estómago. ¿Cómo podía estar tan sexy con ese aspecto desaliñado?
De pronto se encontró imaginándolo en la cama una mañana de domingo, así, con el oscuro cabello revuelto, los ojos pegados aún por el sueño… Se lo imaginó desperezándose sensualmente para luego sonreír a la mujer que yacía a su lado… que curiosamente se parecía mucho a ella.
Luego le acariciaba el hombro desnudo con un dedo y se inclinaba para besarla. La hacía rodar sobre la espalda, comenzaba a acariciar cada centímetro de su cuerpo por debajo de las sábanas y…
Reprimió un gemido y apartó esos pensamientos de su mente, pero cuando Matthias volvió a tomar otro sorbo de café y se pasó luego la lengua por los labios, no pudo evitar ponerse a fantasear con esos labios y esa lengua.
«El contrato», se recordó, «has venido por el contrato».
—Bueno, y… ¿cuál es…? Eh… ¿qué problema hay con el contrato Donovan? —consiguió decir al fin.
Matthias se quedó mirándola un instante, como si no supiera de qué estaba hablándole.
—Oh, sí, el contrato —murmuró—. Pasa —le dijo haciéndose a un lado.
Kendall entró y se esforzó por ignorar el agradable aroma del café mezclado con el aroma característico de Matthias. Era un aroma fresco, como una mezcla de olor a bosque y especias. Probablemente era el gel de baño que usaba, o su champú. Había echado de menos ese olor durante esas dos semanas.
Kendall suspiró en silencio. ¿Qué era lo que le pasaba esa mañana? Estaba comportándose como si Matthias fuese un ex novio con el que hubiese cortado sin estar preparada.
Se giró en el momento en que Matthias estaba cerrando la puerta.
—¿Y bien? —volvió a preguntarle.
En vez de responder, él señaló las escaleras con un movimiento de la cabeza.
—Por aquí.
Mientras lo seguía, Kendall paseó la mirada por el salón. Quien hubiese decorado la casa tenía buen gusto y había logrado darle un toque acogedor sin que resultase demasiado femenino.
Al llegar al rellano inferior de la escalera sus ojos se posaron en una fotografía enmarcada que colgaba de la pared. Incapaz de contener su curiosidad, Kendall se detuvo para mirarla más de cerca. En ella estaban retratados siete jóvenes, uno de los cuales era obviamente Matthias. Claro que otro era su hermano gemelo, por lo que en un primer momento no habría podido decir con seguridad cuál era cuál.
Luego, sin embargo, al fijarse en la sonrisa de ambos, observó que la comisura izquierda de los labios de uno estaba más arqueada que la derecha, y supo sin lugar a dudas que era Matthias.
Curiosamente, de los dos era el que tenía el cabello más largo y también el que estaba vestido de un modo más desastrado. Tenía su gracia, porque Matthias siempre había hablado de su hermano como si fuese la oveja negra de la familia, el rebelde, al que le gustaba ir contracorriente, pero, al menos en la fotografía, era él quien se ajustaba a esa descripción.
—Tengo el contrato en el estudio —le oyó decir.
Al alzar la vista se dio cuenta de que él había continuado escaleras arriba, como si no se hubiese dado cuenta de que se había parado.
—¡Oye! —lo llamó, sorprendiéndose a sí misma.
Nunca antes le había dicho «¡oye!» a su ex jefe; sonaba demasiado coloquial, demasiado informal. Siempre había dicho algo parecido a «Disculpe, señor Barton». Era sólo que… bueno, estaban en aquella cabaña tan acogedora, él iba vestido con un pantalón de chándal y una camiseta, y estaba mirando esa vieja fotografía suya en la que tenía pinta de delincuente juvenil, y no había podido evitar que le saliese aquella exclamación.
Cuando Matthias se volvió parecía tan sorprendido como ella de esa repentina familiaridad. Luego él vio lo que estaba mirando y…
Habría esperado que sonriese como ella había estado sonriendo hacía un momento, pero en vez de eso parecía molesto. Probablemente no quería que una empleada… o, en su caso, una ex empleada, lo viese como otra cosa que el hombre de negocios que era.
Pues lo sentía, pero la culpa era de él, se dijo. Si eso era lo que quería, no haberle pedido que fuese allí, y que no se hubiera vestido así.
Matthias bajó las escaleras y puso los brazos en jarras.
—¿Qué? —le preguntó.
Curiosamente no miró la fotografía, aunque era evidente que sabía que ése era el motivo por el que lo había llamado.
—¿Quiénes son éstos con los que sales aquí? —inquirió ella señalándola.
Matthias se volvió hacia la fotografía de mala gana y la miró sólo un instante antes de girarse de nuevo hacia Kendall.
—Amigos de la universidad. Nos llamábamos entre nosotros «los siete samuráis».
—¿Erais fans de Akira Kurosawa o algo así? —inquirió ella, recordando que había una película del director japonés con ese título.
—De hecho, creo que Hunter era el único de nosotros que había visto esa película. Fue él quien nos puso ese nombre; sólo Dios sabe por qué.
—¿Cuál de todos es Hunter? —le preguntó Kendall.
Aún con más desgana que antes, Matthias levantó la mano y señaló al joven que estaba en el centro de la fotografía.
—¿Y dónde está ahora?
Matthias vaciló un momento antes de contestar.
—Ha muerto.
Oh. De modo que ése era el amigo que había muerto, ése que había pedido en su testamento que Matthias y los demás pasasen cada uno un mes en aquella cabaña.
—¿De qué murió? —inquirió.
—Cáncer —contestó Matthias—. Esta cabaña era suya, aunque no vivió lo suficiente como para verla terminada.
—Lo siento muchísimo, Matthias —le dijo ella en un tono quedo. Dejándose llevar por un impulso, extendió la mano y le apretó suavemente el brazo—. Perdona, no era mi intención hacerte rememorar algo tan doloroso.
Matthias sacudió la cabeza.
—En realidad, desde que estoy aquí me han venido a la mente buenos recuerdos —le confesó—, cosas que había olvidado —añadió esbozando una sonrisa.
Era una sonrisa triste, pero infinitamente mejor que la expresión desolada que había ensombrecido su rostro hacía sólo unos instantes.
Kendall permaneció callada, creyendo que iba a continuar hablando, pero al ver que no decía nada más no quiso insistir, por mucha curiosidad que sintiera.
—¿Y qué va a pasar ahora con esta casa? ¿La compartiréis los demás? —inquirió.
—No, pasará a ser propiedad del pueblo, Hunter's Landing.
Kendall sonrió. No se le había ocurrido hasta ese momento que el difunto amigo de Matthias y el pueblo compartían el mismo nombre.
—¿Hunter era de aquí? ¿O es que le pusieron ese nombre por este sitio?
Matthias volvió a sacudir la cabeza.
—No, creo que simplemente pasó por aquí un día y le hizo gracia la coincidencia. Le pareció que sería el lugar perfecto para construir una cabaña —contestó—. Hablábamos de hacer algo así cuando estábamos en la universidad, construir una cabaña y pasar temporadas en ella todos juntos, pero después de graduarnos nunca llegamos a hacerlo. Estábamos todos demasiado… ocupados —la palabra sonó como si le hubiese dejado un regusto amargo en la boca. Aquello era cuanto menos chocante, porque él era un hombre que veía el trabajo casi como un camino para llegar al Nirvana—. Estábamos demasiado ocupados como para hacer algo inútil, como perseguir nuestros sueños de juventud —concluyó en un murmullo, mirando de nuevo la fotografía.
Cuando se volvió otra vez hacia ella, Kendall vio algo en sus ojos que no había visto jamás: melancolía.
—¿Y sigues viendo a los otros «samuráis»? —le preguntó—. Aparte de a tu hermano, quiero decir.
Sabía que a su hermano en concreto no lo había vuelto a ver hasta hacía un par de meses, después de que hubiesen pasado varios años sin hablarse.
Y aun entonces había sido sólo porque Matthias necesitaba cambiar con su hermano el mes que le había tocado pasar en la cabaña para poder hacer aquel viaje a Stuttgart.
Después de que Lauren se enamorase de Luke y Matthias y ella rompiesen su compromiso las aguas se habían calmado un poco, pero Kendall sabía que la relación entre los hermanos era aún algo tensa.
Matthias volvió a mirar la fotografía.
—Hace años desde la última vez que los vi, pero en septiembre estarán todos aquí —le explicó—. Cuando cada uno de nosotros haya pasado un mes aquí, la cabaña pasará, como te decía, a ser propiedad del pueblo. Me parece que la idea de Hunter era convertirla en un centro de salud o algo así. En fin, el caso es que en septiembre habrá una ceremonia con el alcalde y los miembros del Ayuntamiento, y todos nosotros asistiremos también.
Kendall sonrió.
—Hunter debía de ser un gran tipo.
—Lo era —asintió Matthias—; era el mejor de nosotros —y esa vez, cuando sonrió, fue con calidez. Luego, sin embargo, la sonrisa se desvaneció de sus labios y contrajo ligeramente el rostro, como si se sintiera culpable—. Perdona, estoy quitándote tiempo.
Bueno, en realidad no era culpa de él; era ella la que se había puesto a hacerle preguntas. Tendría que ser ella quien estuviese preocupándose por estar perdiendo el tiempo, pero curiosamente hacía ya un rato que había dejado de pensar en Stephen.
—Oye —lo llamó de nuevo cuando Matthias ya estaba dándose la vuelta.
Matthias se giró hacia ella.
—¿Qué?
—Te quedaba bien el pelo largo —le dijo Kendall con una sonrisa, señalándolo en la fotografía.
Los ojos de Matthias se fijaron un momento en la instantánea antes de mirarla con curiosidad.
—¿Cómo estás tan segura de que ése soy yo? Podría ser mi hermano Luke —dijo mirándola fijamente.
Kendall negó con la cabeza.
—No, sé que eres tú.
Matthias se cruzó de brazos.
—¿Por qué?
No podía decirle que lo había reconocido por esa forma ligeramente arrogante que tenía de sonreír a veces.
—Por el brillo en tus ojos. Cuando sonríes y cuando te ríes brillan de un modo travieso, como los de un niño.
«Oh, estupendo, Kendall», se felicitó a sí misma. Eso había sido mucho más inteligente que decirle que lo había reconocido por su sonrisa.
Matthias enarcó una ceja y esbozó una sonrisa divertida, y en ese momento Kendall vio que sus ojos brillaban precisamente de esa manera.
—¿En serio? —inquirió muy interesado.
—Eh… bueno, lo que quiero decir… —comenzó Kendall azorada.
Matthias, sin embargo, no le dejó dar marcha atrás.
—¿De verdad te parece que mis ojos brillan de un modo especial? ¿Y cuándo te percataste de ese detalle?
Ni en sueños iba a confesarle que había sido cinco años atrás, el día en que la había entrevistado.
—No lo sé —contestó—. Tampoco es que sea algo tan especial.
Aquella sonrisita impertinente no se borraba de sus labios.
—Pues debe de serlo cuando has sido capaz de distinguirme de mi hermano Luke en esa foto.
Era evidente que estaba disfrutando con aquello, que estaba disfrutando haciéndola sentirse incómoda, se dijo Kendall.
—En realidad me lo acabo de inventar; no ha sido por eso.
Matthias volvió a enarcar una ceja.
—¿Y si no ha sido por el brillo en mis ojos… entonces, por qué ha sido?
Kendall suspiró exasperada.
—Está bien, ha sido por tu sonrisa. He sabido que eras tú por tu sonrisa.
Una sonrisa iluminó el rostro de Matthias, una sonrisa que hizo que el corazón de Kendall palpitara con fuerza. Deberían inventar una vacuna para proteger a las mujeres del efecto de esa sonrisa.
—¿En serio? ¿Qué tiene de especial mi sonrisa?
—Oh, por favor, ¿puedes ser un poco más vanidoso? —le reprochó ella—. Sólo quieres que te regale los oídos.
—Bueno, no todos los días una mujer hermosa le dice a uno algo agradable de su sonrisa.
Ya, como si a él no se lo hubiesen dicho cientos de… Fue entonces cuando cayó en la cuenta de lo que había dicho.
—¿Crees que soy hermosa?
Matthias frunció ligeramente el entrecejo.
—¿He dicho yo eso?
Kendall asintió con vehemencia.
—Lo has dicho.
Matthias cambió el peso de un pie a otro, como incómodo.
—¿Estás segura?
—Muy segura.
—Bueno, yo… —comenzó él—. Quiero decir que… En, yo sólo…
—¿Qué? —lo instó Kendall.
Matthias señaló detrás de sí con el pulgar y dijo:
—El contrato; no quiero hacerte perder más tiempo.
Kendall abrió la boca para protestar, pero Matthias ya se había dado la vuelta y estaba subiendo de nuevo, así que lo siguió.
Momentos después entraban en el estudio. Tras el escritorio había un enorme corcho con fotografías de Matthias y los otros seis «samuráis» fijadas a él con chinchetas. También había una cuartilla escrita a mano. Nota para Matt, rezaba en la parte superior. ¿Matt?, se repitió Kendall. Nunca había oído a nadie llamarlo así. Se le hacía raro.
Matt, buena suerte, amigo, nos consejos. Estas a punto de empezar tu mes en «la guarida del amor». ¿Te acuerdas de las conclusiones sobre las mujeres a las que llegamos en la Nochevieja de nuestro último año en la universidad? ¿Que te atan y no te dejan hacer nada peligroso? Olvídate de todo eso. Esto es lo que debes saber realmente de la mujer de tu vida: te hará libre y amarla será lo más peligroso que harás jamás.
Ryan
¿Qué sería eso de «la guarida del amor»?, se preguntó Kendall.
—Aquí está —dijo Matthias sacándola de sus pensamientos.
Cuando lo miró, vio que estaba sacando de una carpeta los papeles del contrato.
—He encontrado al menos tres errores —añadió mientras ella se acercaba para ponerse junto a él—. El primero está aquí, en la segunda página —continuó señalándole un párrafo—. Te has saltado una coma.
—¿Cómo? —inquirió ella alzando la vista hacia él. Debía de haber oído mal.
—Que aquí tenías que haber puesto una coma —repitió él—. Y luego, en la página siguiente… —continuó pasando la hoja—… este punto y coma debería ser una coma. Y en la última página… —añadió yendo hasta el final del contrato—. ¿Lo ves?, aquí la línea que has puesto para la firma es demasiado corta. Deberías haberla hecho unos cuantos milímetros más larga para que quepa bien la firma de Donovan.
Kendall no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. ¿Ésos eran los errores que había cometido? ¿Una coma que faltaba? ¿Un punto y coma que debería ser una coma? ¿Una línea que no era lo bastante larga, según él?
¿Por aquellas insignificancias la había hecho ir allí? ¿Para aquello se había arriesgado a enfadar a su nuevo jefe? ¿Para aquello había hecho un trayecto de media hora hasta allí y le había pagado de su bolsillo el café?
Pero lo que más le irritaba era que lo que él llamaba errores no lo eran en absoluto. No hacía falta ninguna coma en la frase en la que él decía que se la había saltado. El punto y coma también estaba correcto, y respecto a aquella ridiculez de la línea donde tenía que firmar Donovan… había espacio más que de sobra.
—¿Me has hecho venir hasta aquí por una coma, un punto y coma y una línea? —inquirió mirando a Matthias con los ojos entornados.
A él por lo visto le parecía que no había nada de malo en ello.
—Son esos pequeños detalles en los que se fija la gente, Kendall.
—No a menos que de verdad sean errores, y en este caso no lo son —le recalcó ella.
Matthias la miró sorprendido.
—¿No lo son?
—No, no lo son.
—¿Estás segura?
Kendall apretó los dientes.
—Completamente segura.
—Oh. Bueno, en ese caso me temo que te he hecho venir para nada.
Kendall sintió que le hervía la sangre en las venas. Si las miradas matasen, lo habría fulminado en ese momento.
—Pero ya que estás aquí, ¿por qué no te quedas a comer?
Ella quería gritarle, agarrarlo por los hombros y sacudirlo, pero en vez de eso se contuvo. Apretando los dientes de nuevo y mirándolo furibunda, le respondió:
—No, gracias.
Matthias sonrió, tan contento.
—Deberías considerar lo que te dije de volver a trabajar para mí. Así no tendrías que preocuparte por que DeGallo esté esperándote, porque ya estarías donde tienes que estar.
Kendall decidió que ya había aguantado bastante.
—No, gracias —repitió—. Y ahora, si me disculpas, tengo que ir donde debería estar y, desde luego, no es aquí.
Dicho eso, se dio media vuelta y salió del estudio sin despedirse y sin mirar atrás.