Capítulo 2

OmniTech le pagaba a Kendall el viaje a Tahoe, y disfrutó del breve vuelo en primera clase. Incluso le habían alquilado un coche, un pequeño descapotable, que recogió al llegar al aeropuerto.

Aquello sí que era vida, se dijo mientras se ponía cómoda en el asiento de cuero y apretaba un botón para bajar la capota. Luego se abrochó el cinturón de seguridad, se puso las gafas de sol y sintonizó una emisora de jazz antes de salir del aparcamiento del aeropuerto.

Era el comienzo de una nueva y fantástica vida para ella y hacía un día realmente espléndido, un día que nada podría estropear. Nada… excepto el hecho de que, de pronto y sin saber por qué, se puso a pensar en Matthias.

En las dos últimas semanas no había dejado de acordarse de él, de revivir una y otra vez su último día en Barton Limited. Cuando salió a la autopista trató de pensar en otra cosa, en cualquier cosa para apartar aquello de su mente.

Todavía no podía creerse que la hubiera despedido. Después de cinco años trabajando para él, cinco largos años en los que Matthias no había tenido ni una sola queja de ella…

Le había visto darle la patada a unos cuantos empleados durante ese tiempo, pero siempre habían sido personas que se lo merecían, ya fuera por su incompetencia o porque le hubiesen mentido o engañado. Y ahora ella, que no había faltado ni un solo día al trabajo, y cuya ética profesional había sido siempre intachable, había recibido el mismo tratamiento.

Sin embargo, no era eso lo que más le molestaba. Lo que le molestaba realmente era el modo en que había reaccionado al ser despedida. Debería estar furiosa e indignada en vez de dolida.

Y lo primero que tenía que hacer era dejar de pensar en ello, se dijo. Ahora tenía que concentrarse en encontrar el hotel donde iba a alojarse; el Timber Lake Inn.

Para ser un lugar donde se celebraban reuniones de empresa y cosas así, era un nombre un poco raro. Parecía más bien el nombre de un hotelito rural. En fin, tal vez la idea fuese hacer que se sintiese más relajada.

Estaba entrando ya en la calle principal de Tahoe y comenzó a mirar los números de las tiendas y las casas para orientarse. Calculó que debía de estar a unas siete u ocho manzanas del hotel.

No había estado, en Tahoe desde sus años de universidad, pero apenas había cambiado, se dijo sonriendo. En el invierno las tiendas para turistas vendían esquíes y ropa para la nieve, pero ahora era verano y lo que se veían eran pistolas de agua, sombrillas, sombreros de paja para el sol, cañas de pescar… Algunas personas paseaban, parándose a curiosear en las tiendas, ataviadas con gafas de sol y ropa de verano, ligera y de brillantes colores, mientras que otras tomaban algo en una de las terracitas que había a lo largo de la calle.

Hacía un tiempo perfecto. El cielo estaba despejado a excepción de unas pocas nubes blancas, y soplaba una ligera brisa procedente del lago.

Una sonrisa acudió a los labios de Kendall. Iba a pasar una semana entera en uno de los lugares más hermosos del mundo, y se abría ante ella un futuro prometedor en OmniTech. Si se esforzaba, tal vez algún día llegase a presidenta de la compañía. Stephen DeGallo rondaba ya los cincuenta, era soltero y no tenía familia. Además, era conocido por lo generoso que era con sus empleados; no como Matthias, que…

Diablos, ya estaba pensando otra vez en él. Volvió a apartarlo de su mente y miró el número que había en la fachada del edificio que estaba pasando. Sólo un par de bloques más.

Cuando paró en un semáforo, miró su reloj de pulsera. Eran casi las tres de la tarde, justo la hora a la que había previsto que llegaría. Le habían dicho que a esa hora estaría lista su habitación. Se suponía que tenía que reunirse a las seis con Stephen y las otras personas que iban a participar en el seminario para una cena informal.

Era un alivio que después del viaje no tuviese que vestirse de etiqueta. Naturalmente, había metido en la maleta un par de trajes de chaqueta y pantalón, pero también vaqueros, pantalones cortos, camisetas y sandalias, para poder ponerse cómoda.

Sabía disfrutar de su tiempo libre; no era una adicta al trabajo como Matthias, que… No podía ser, ya estaba pensando otra vez en él.

El semáforo se puso en verde en ese momento, y Kendall apartó de nuevo a su ex jefe de su mente y pisó con suavidad el acelerador. Seguía sin ver ningún edificio que pareciese un hotel. Estaba llegando al último bloque cuando vio una señal que indicaba que girando a la derecha se llegaba al aparcamiento del Timber Lake Inn. Entró por allí con el coche, pero lo que se encontró fue un pequeño Bed & Breakfast. Si no fuera por el cartel sobre la entrada, que ponía Timber Lake Inri, habría pensado que se había equivocado de dirección. Qué raro. Parecía uno de esos hotelitos a los que iban las parejas de recién casados. En fin, tal vez Stephen DeGallo quisiese que sus empleados se sintiesen cómodos, al contrario que Matthias, que…

Oh, por el amor de Dios. Ya estaba otra vez. Kendall sacudió la cabeza y se bajó del coche.

Un hombre salió a recibirla. Debía de ser el botones, pero en vez de un uniforme llevaba unos pantalones cortos de color caqui y un polo con el logotipo del establecimiento. Entre ese atuendo y su bronceado, parecía más un surfista que un botones.

—Hola, bienvenida a Timber Lake Inn —la saludó con una sonrisa—. Soy Sean. Déjeme sus maletas; las llevaré dentro.

—Yo soy Kendall Scarborough —contestó ella, devolviéndole la sonrisa mientras abría el maletero—. Vengo al seminario de orientación de OmniTech.

Sean asintió.

—Ya. Bueno, sea donde sea el sitio en el que se celebra, seguro que podrá llegar a pie desde aquí. Esto es bastante céntrico.

—Pero si se celebra aquí —replicó ella, señalando el edificio.

El joven frunció el entrecejo.

—Pues es la primera noticia que tengo. Claro que estaba de vacaciones y he vuelto hoy. Lo único que sé es que tenemos aquí alojados a los invitados de una boda y a los miembros de un club de remo que siempre celebran aquí su reunión anual.

Qué extraño, pensó Kendall. OmniTech era una empresa que sólo en San Francisco tenía cientos de empleados, así que había pensado que a aquel seminario acudirían todos.

Sean tomó su maleta y ella lo siguió al interior. El hotel era muy acogedor, con techos y suelos de madera, alfombras indias, cuadros de paisajes…

Subieron por unas escaleras a la derecha del área de recepción, y ya en el piso de arriba Kendall no vio ninguna sala de reuniones; sólo habitación tras habitación. La puerta de una se abrió y de ella salieron un hombre y una mujer que, por cómo iban agarrados el uno al otro y por el modo en que se miraban y se sonreían, debían de ser recién casados.

Cuando llegaron a su habitación y el botones abrió la puerta Kendall descubrió que la decoración era similar a la del resto del hotel. Había un balcón desde el que podía admirarse una vista magnífica del lago, un moderno televisor, un minibar y hasta jacuzzi.

Sobre la mesa de la sala de estar había un cesto con fruta y vino y, junto a éste, un enorme ramo de flores. Kendall se acercó y vio que en las flores había un pequeño sobre con su nombre escrito en él; su nombre de pila.

—¿Todavía crees que DeGallo te ha contratado por tu curriculum y tus aptitudes?

Kendall se giró al oír esa voz tan familiar y vio a Matthias apoyado en el marco de la puerta. Se quedó boquiabierta, aunque no tanto por la sorpresa de verlo allí como por el hecho de que estaba… distinto. Y no era porque estuviese vestido de un modo informal.

La ropa que llevaba estaba arrugada, tenía ojeras y parecía que hubiese perdido peso, como si no estuviese durmiendo ni comiendo bien y hubiese estado trabajando demasiado.

Bueno, ¿y qué si era así?, se dijo. No era asunto suyo si no se cuidaba, y no era problema suyo que la persona a la que hubiese contratado para reemplazarla no fuese competente. Ella no era su madre, ni él era ya su jefe.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó, felicitándose por la indiferencia que había inyectado en su voz. Nunca antes se habían tuteado, pero él acababa de hacerlo, así que ella no iba a ser menos—. En mi hotel, quiero decir; ya sé porque estás aquí, en Tahoe.

Matthias encogió un hombro y entró en la habitación. Sean, el botones, le entregó la llave a Kendall y se retiró, cerrando tras de sí.

—He hecho el trayecto desde San Francisco en menos tiempo del que tenía previsto, y hasta dentro de una hora no tengo que reunirme con la persona que está al cargo de la cabaña, así que me dije que pasaría por aquí para verte.

«Ya, seguro», pensó ella. Matthias Barton no era de la clase de personas que hacían visitas de cortesía.

—¿Qué quieres?

Matthias se metió las manos en los bolsillos y se preguntó qué respuesta podría darle. Quería muchas cosas. Quería hacerse con la contrata Perkins, quería que las acciones de Barton Limited se disparasen… y de acuerdo, sí, también quería una secretaria eficiente, como lo había sido ella. Todas las candidatas a las que había entrevistado hasta ese momento o bien no estaban suficientemente cualificadas para el trabajo, o bien tenían el cerebro del tamaño de un mosquito.

Pero, sobre todo, lo que quería era que Kendall abriese los ojos y se diese cuenta de algo que a él le parecía más que obvio: que DeGallo estaba tramando algo para sacarle información.

¿Qué había sido de la Kendall avispada y pragmática a la que él conocía? De hecho, mirando a la mujer que tenía frente a sí, Matthias apenas podía reconocer en ella a Kendall.

No llevaba el cabello recogido en un rígido moño, como siempre, sino que se lo había dejado suelto, y le caía sobre los hombros en una masa sedosa. Nunca había imaginado que lo tuviese tan largo. Bueno, la verdad era que nunca se había parado a pensar demasiado en el pelo de Kendall. También había prescindido de las gafas, y le sorprendió ver lo grandes que parecían sus ojos sin ellas, y el descubrir que eran de un verde grisáceo.

—¿A qué has venido? —insistió ella, devolviéndolo al momento presente.

Era una buena pregunta, se dijo Matthias, que aún no estaba muy seguro de cuál era el motivo por el que había ido allí. Le pillaba de camino, sí, pero aunque hubiese tenido que desviarse habría ido allí de todas maneras.

Había indagado un poco… Bueno, había tenido que indagar bastante para averiguar en qué hotel iba a alojarse. El topo que tenía infiltrado en OmniTech… sí, tenía un topo, pero estaba seguro de que DeGallo tenía uno también en Barton Limited… pues bien, su topo en OmniTech no había podido averiguar mucho acerca de ese supuesto seminario de orientación por el que Kendall iba a pasar una semana allí en Tahoe, y resultaba más que sospechoso.

Su topo le había dicho que DeGallo no había contratado a nadie más para un puesto de relevancia recientemente, y además lo normal habría sido que ese supuesto seminario de orientación se hiciese en las oficinas de OmniTech y no en un romántico y acogedor hotelito a orillas del lago Tahoe.

—He venido a ofrecerte tu antiguo puesto —le dijo, sorprendiéndola tanto a ella como a sí mismo.

No, aquél no era en absoluto el motivo por el que había ido allí, pero tenía sentido que lo hiciera. De las candidatas a las que había entrevistado, ninguna estaba ni la mitad de preparada de lo que lo estaba ella. Además, estaba seguro de que, si le ofrecía un aumento de sueldo lo bastante tentador, conseguiría convencerla para que volviera. Al fin y al cabo, todo el mundo tenía un precio.

La razón por la que Kendall había dejado Barton Limited era que no se sentía valorada. Y tenía razón; él nunca le había dicho lo importante que era para la compañía.

No sabía cómo no se le había ocurrido antes aquello. Bueno, era probable que inconscientemente lo hubiese estado considerando y que eso fuera lo que lo había llevado allí. Sí, tenía que ser eso. ¿Por qué si no iba a haber ido allí?

Kendall, sin embargo, no parecía muy abierta a la posibilidad de volver a trabajar para él. De hecho, estaba mirándolo llena de indignación.

—Ya tengo un trabajo —le contestó con aspereza—, y estoy muy ilusionada con él.

En vez de responder a eso, Matthias se dirigió hasta las puertas cristaleras que daban al balcón y se quedó admirando el hermoso paisaje en silencio. Aquel lugar era otro mundo comparado con San Francisco y sus rascacielos, los coches, el ruido, la polución… En un lugar como aquél en lo último en lo que uno querría pensar sería en el trabajo, y eso era lo que hacía que fuese tan sospechoso que DeGallo lo hubiese escogido para aquel «seminario».

Sintió a Kendall acercarse por detrás y, cuando se detuvo junto a él, una extraña sensación de paz lo invadió. Había estado en tensión desde el momento en que había salido de San Francisco. Los viajes lo impacientaban; le parecían una pérdida enorme de tiempo. Siempre estaba deseando llegar a su destino cuanto antes para poder ponerse a trabajar.

Pero esa tensión no se había disipado al llegar a Tahoe; ni siquiera al entrar en aquella habitación. Había sido justo en ese momento, al tener a Kendall a su lado. No había sentido esa calma, esa paz, desde… Bueno, al menos desde hacía dos semanas, las dos semanas que hacía que la había despedido.

Ella no dijo nada; simplemente se quedó mirando a través del cristal, igual que él, pero Matthias sabía que ella también debía de estar preguntándose si Stephen DeGallo no tendría algún motivo oculto para llevarla allí. Tenía que sospechar como sospechaba él. Kendall era una mujer inteligente, con buen instinto.

—Fíjate qué vista —comentó Matthias—. No se disfruta de vistas así en la ciudad… que es donde normalmente tienen lugar los seminarios de orientación —añadió con retintín.

Kendall no respondió; simplemente exhaló un suspiro cansado.

—Y fíjate en esta habitación —añadió él, dándose la vuelta y señalando en derredor con un ademán—. ¿A quién lo alojan en un sitio así para un seminario de orientación?

Kendall suspiró de nuevo y se giró hacia él.

—Voy a ser la nueva subdirectora de la compañía. Stephen sólo quiere causarme una buena impresión; eso es todo.

Matthias asintió levemente y fue hasta la mesa, donde había un enorme ramo de flores. Ningún hombre iba por ahí regalando flores así, ni para declararle su amor a una mujer, ni tampoco para pedirle que lo perdonara. Tomó el sobre que había en el ramo con el nombre de Kendall y se disponía a abrirlo cuando…

—Matthias, no…

Matthias se detuvo y alzó la cabeza, pero no porque ella estuviera pidiéndole que no abriera el sobre, sino porque lo había sorprendido que lo hubiese llamado por su nombre de pila.

Nunca, ni una sola vez en los cinco años que había estado trabajando para él, lo había llamado por su nombre de pila. Y no lo había hecho porque él nunca le había dado permiso para hacerlo.

Le resultaba chocante que de pronto hubiera cruzado esa línea, pero no estaba molesto. De hecho, le había gustado cómo había sonado su nombre en labios de Kendall.

Es más, le gustaba el modo en que sus labios se habían quedado entreabiertos, probablemente porque se sentía algo avergonzada de haberlo llamado por su nombre, o quizá porque lo había hecho sin querer.

—No lo hagas —le dijo en un tono más firme.

Alargó la mano hacia el sobre y, sin saber muy bien por qué, él apartó la suya, poniendo el sobre fuera de su alcance. Kendall dio un paso adelante, pero vaciló, y finalmente dejó caer la mano.

Aquella victoria dejó extrañamente vacío a Matthias, pero aun así abrió el sobre y sacó la tarjeta. No estaba seguro de que la hubiera escrito DeGallo de su puño y letra, pero sin duda había sido él quien había escogido las palabras. Sacudió la cabeza y la leyó en voz alta:

—«Kendall, estoy impaciente por que te conviertas en un miembro más de la tripulación de OmniTech. ¡Bienvenida a bordo!» —luego miró a Kendall—. ¿Un miembro más de la tripulación? —repitió con desdén—. ¿No se le podía haber ocurrido nada más cursi?

Kendall lo miró irritada.

—Es una forma de hablar. Además, ¿qué le dirías tú a una nueva empleada?

—Le diría «A trabajar» —contestó él—. Y se lo diría en persona; no le escribiría una nota ñoña ni le mandaría un ramo de flores para hacerle creer que es más importante de lo que en realidad es.

Los ojos de Kendall relampaguearon y sus mejillas se tiñeron de rubor.

—No, claro que no. Porque nadie es importante para ti. Crees que el éxito de tu empresa se debe a ti y nada más que a ti. No aprecias la labor de todas las personas que trabajan para ti. Además, no te preocupas ni lo más mínimo por tus empleados, y cuando te descuides…

De pronto se quedó callada y con los ojos muy abiertos, como si se hubiera dado cuenta de que acababa de cruzar otra línea. Nunca lo había desafiado de aquel modo.

—¿De verdad es eso lo que piensas de mí? —inquirió Matthias.

Ella sólo vaciló unos segundos antes de asentir.

—Sí, Matthias, eso es lo que pienso.

Una sensación cálida lo invadió cuando pronunció su nombre de nuevo. Debería irritarle que se tomase con él esas confianzas cuando no le había dado permiso, pero con aquella nueva Kendall mirándolo, aquella Kendall de sedoso cabello y fascinantes ojos verdes, lo único que acertó a decir fue:

—¿Ah, sí?

Durante un breve instante los dos permanecieron callados y no se movieron; ni siquiera respiraron. Luego los labios de Kendall se arquearon de un modo casi imperceptible en una sonrisa. Puso los brazos en jarras, en un gesto a la vez relajado y desafiante, y le preguntó de nuevo:

—¿Vas a decirme a qué has venido? ¿Querías algo?

Matthias no sabía qué contestarle. Por primera vez en su vida no sabía qué era lo que quería. Estaba demasiado aturdido por aquella desconocida, pero no quería parecer un tonto, así que metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó de él una agenda electrónica que se había comprado el día que Kendall se había marchado de la empresa. Se la tendió y le dijo:

—Sí. ¿No sabrás cómo funciona este chisme? No hago más que recibir correo basura y no sé qué he tocado, pero me salta cada dos por tres no sé qué aviso del calendario.

Alzó la vista hacia Kendall, que estaba mirándolo como si no pudiese dar crédito a lo que estaba oyendo.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —inquirió él.

Kendall fue hasta la puerta en unas cuantas zancadas, la abrió y señaló el pasillo con un dedo.

—Fuera. Ahora.

Matthias la miró boquiabierto.

—¿Cómo? ¿Estás diciendo que no vas a ayudarme?

—Ya no soy tu secretaria, Matthias.

—Pero…

—Fuera. Ahora mismo —repitió ella.

Matthias sacudió la cabeza con incredulidad, pero obedeció, y en cuanto hubo salido ella cerró dando un portazo.

Se dio la vuelta y pensó en llamar con los nudillos, pero se detuvo antes de hacerlo. Había mejores maneras de solucionar aquello, se dijo. Sólo tenía que averiguar cuáles, porque Kendall estaba cometiendo un error creyendo que OmniTech era el lugar donde debía estar. Él la necesitaba, o más bien su empresa la necesitaba, se apresuró a corregirse. Sólo tenía que encontrar el modo de hacer que ella se diera cuenta también.