Capítulo 4
Esa tarde, cuando Kendall entró en el comedor del hotel, se encontró con que la decoración estaba en consonancia con la del resto del establecimiento, y la suave iluminación hacía que el ambiente fuese incluso… íntimo.
Matthias tenía razón; aquél no era el tipo de hotel en el que solían organizarse seminarios de empresa. Claro que estaba segura de que Stephen DeGallo debía de tener sus motivos para haber elegido ese lugar, se apresuró a pensar, expulsando a su ex jefe de sus pensamientos. El hecho de que aquel lugar fuera tan romántico era una pura casualidad.
Se tiró un poco de los puños de la blusa, como hacía siempre que estaba nerviosa. Stephen le había dicho que sería una cena informal y ella había escogido para la ocasión una blusa de color crema y unos pantalones marrones. De acuerdo, no difería mucho de como había ido vestida a la oficina durante el tiempo que había trabajado con Matthias, pero aun así no era demasiado formal.
Y si se había recogido el cabello en su habitual moño no era para compensar el ambiente tan poco profesional que había en aquel lugar, sino porque se sentía más cómoda sin tener que estar echándose el pelo hacia atrás todo el tiempo.
Respecto a las gafas… Bueno, podía haberse puesto las lentes de contacto, pero le había dado pereza.
Paseó la vista por las mesas, buscando una mesa con personas jóvenes que tuviesen aspecto de empleados que estuviesen allí por el seminario, pero sólo había alguna que otra pareja y un matrimonio con dos hijos adolescentes.
Miró su reloj de pulsera. Era temprano; tal vez los demás aún no hubiesen llegado, se dijo. Fue entonces cuando un hombre sentado en el ángulo más alejado del comedor… y también el que estaba más en penumbra, se puso de pie y le hizo señas con la mano. Era Stephen.
Kendall levantó una mano también para responderle, algo vacilante, y se dirigió hacia allí.
—Me alegra verte de nuevo, Kendall —la saludo él en un tono cálido—. ¿Te ha ido bien el viaje?
—Oh, sí, sin problemas —contestó ella tendiéndole la mano—. Gracias por darme esta oportunidad.
Para su sorpresa, Stephen no le estrechó la mano, como ella había esperado, sino que la tomó suavemente entre las suyas. Kendall se dijo que aquello era un poco raro, pero de inmediato desechó ese pensamiento. Stephen simplemente estaba comportándose de un modo amistoso con ella, nada más. Lo que pasaba era que Matthias le había contagiado su paranoia de que, si le había ofrecido ese puesto, había sido sólo para sacarle información.
Era lo que ocurría cuando te pasabas cinco años trabajando para un adicto al trabajo; acababas olvidándote de que la gente también podía ser amable, aun en el ámbito de lo laboral.
De hecho, la sonrisa que en ese momento estaba dirigiéndole Stephen la hizo relajarse un poco. No era un hombre guapo, pero tenía cierto atractivo. Estaba en forma, y siguiendo sus propias normas se había vestido de un modo informal: un polo blanco y unos vaqueros. Sus ojos azules brillaban con inteligencia y buen humor, y a pesar de que el cabello rubio ya mostraba bastantes canas, el peinado que llevaba le daba un aspecto más joven de la edad que tenía en realidad.
Además, lo que le faltaba de guapo lo compensaba con su carisma. Era una de esas personas que sabía hacer que la gente se sintiese a gusto.
Después de que Stephen DeGallo le ofreciese el puesto, Kendall había estado indagando un poco sobre él en Internet. Al contrario que Matthias, para quien todo giraba siempre en torno al trabajo, Stephen DeGallo era un hombre que sabía disfrutar al máximo de su tiempo libre y que tenía otros intereses aparte de los puramente corporativos. Por ejemplo, participaba frecuentemente en campeonatos de vela y había fundado una asociación benéfica hacía diez años que proporcionaba becas de estudios a jóvenes brillantes pero sin recursos.
El hecho de que no sólo fuera bueno en los negocios sino que además fuese una buena persona que se preocupase por los demás era algo digno de admiración.
Tomó asiento en la silla que él estaba sosteniéndole caballerosamente y entrelazó las manos sobre la mesa. Cuando él se hubo sentado también, esbozó una sonrisa profesional y, aunque era evidente que así era, le preguntó:
—¿Soy la primera en llegar?
—Bueno, en realidad ahora mismo eres la única que está aquí —contestó él.
Tal vez sólo hubiese sido producto de su imaginación, pero a Kendall le había dado la impresión de que Stephen parecía un poco incómodo. No, debía de ser que verdaderamente estaba paranoica por lo que le había dicho Matthias, aunque resultaba extraño que nadie más hubiese llegado todavía.
—Verás, es que los demás no vendrán hasta el miércoles.
¿El miércoles? Pero para el miércoles todavía faltaban dos días, pensó Kendall, confusa.
—Oh.
—Los otros ocuparán puestos de menor importancia, así que pensé que sería mejor que tuviéramos un par de días a solas para poder hablar de los procedimientos y protocolos que sólo atañen a tu cargo —le explicó él.
Bueno, visto de esa manera, tenía sentido, pensó Kendall.
—Pero antes, tomemos algo —dijo Stephen, haciéndole señas a un camarero para que se acercase—. ¿Qué te apetece tomar? Creo que aquí tienen un Pinot Noir que es excelente.
—Te agradezco la sugerencia, pero me parece que sólo tomaré agua mineral con gas —respondió.
Él se fingió ofendido.
—Vamos, Kendall; se supone que vamos a celebrar tu incorporación a OmniTech.
—Bueno, lo que he pedido tiene burbujas —apuntó ella con una sonrisa.
Stephen no insistió más y sonrió gentilmente.
—En ese caso, yo tomaré lo mismo —le dijo al camarero—. Bueno, Kendall —continuó cuando el hombre se hubo alejado—, ¿qué te parece si empiezas por hablarme un poco de…?
—¡Stephen DeGallo!
Kendall dio un respingo al oír la voz de Matthias, pero logró contener su irritación.
A Stephen no pareció agradarle más que a ella que los hubiesen interrumpido, pero siendo como era un verdadero caballero, se puso de pie elegantemente para saludarlo y sonrió.
Kendall, por su parte, se giró hacia él en su asiento pero no se levantó, confiando en que esa pequeña descortesía le diese a entender que la molestaba que estuviese interfiriendo en su vida profesional como lo estaba haciendo.
—Matthias Barton… —lo saludó Stephen mientras se estrechaban la mano—. Cuánto tiempo. ¿Qué te cuentas?
—Bueno, aparte de que vamos a ser nosotros y no OmniTech quienes consigamos la contrata Perkins, la verdad es que no demasiado —respondió Matthias. Luego se volvió hacia Kendall y, fingiéndose muy sorprendido de verla allí, exclamó—: ¡Vaya, pero si es Kendall Scarborough! No te veía desde… —hizo como que estaba esforzándose por recordar. Desde luego, como actor no tendría mucho futuro, se dijo ella—. Bueno, desde que me presentaste tu dimisión con dos semanas de preaviso para irte a trabajar en otra empresa.
Kendall suspiró hastiada.
—Sí, si no contamos con que hace unas horas te presentaste aquí y me ofreciste recuperar mi puesto.
Entonces fue Stephen quien se mostró sorprendido, con la diferencia de que su sorpresa no era fingida.
—¿De veras? —inquirió, sonriendo divertido a Matthias.
Éste carraspeó incómodo.
—Bueno, fue únicamente un formalismo —contestó—. Siempre le ofrezco a mis ex empleados la posibilidad de volver una vez han tenido tiempo de reflexionar y darse cuenta del error que han cometido al abandonar Barton Limited.
Kendall resopló. Ya, seguro. Cuando un empleado abandonaba la empresa, en cuestión de una hora ya había ordenado al departamento de personal que destruyesen su expediente, y desde luego nunca se había oído que hubiese ido a buscar a ninguno de esos empleados para ofrecerles la posibilidad de volver.
De hecho, en su caso la única razón por la que había ido donde ella estaba había sido para pedirle que le ayudara con la nueva agenda electrónica que se había comprado. Era evidente que la oferta que le había hecho para que volviera a ser su secretaria había sido algo que se le había ocurrido sobre la marcha, por si picaba.
—Bueno, Barton, yo diría que si apreciases de verdad las posibilidades de Kendall como yo lo hago no la habrías dejado marchar —apuntó Stephen.
Kendall iba a sonreír, pero en vez de eso frunció ligeramente el entrecejo. Aquello de sus «posibilidades» no había sonado muy profesional. Además, ¿qué había querido decir con eso? ¿Por qué no había dicho «aptitudes», o «talento», o «experiencia»? «Posibilidades» sonaba como si la considerase una hoja en blanco, o alguien a quien podría moldear a su antojo.
—Te aseguro, DeGallo, que Kendall era una de las posesiones más preciadas de Barton Limited. Espero que seas consciente de que va a ser un importante activo para tu empresa —respondió Matthias.
Kendall lo miró boquiabierta. Aquello era el colmo. ¿Una de las posesiones más preciadas de Barton Limited? ¿Un importante activo?
—¿Estás hablando de una persona o de un robot? —le espetó irritada.
Matthias bajó la vista hacia ella y pareció darse cuenta, por la expresión de su rostro, de que con ese comentario había metido la pata hasta el fondo.
—Eh…
—Porque si es así —continuó ella sin dejarle decir nada—, tal vez deberías revisar bien mis instrucciones de uso. No querría que Stephen pensara que ha adquirido un robot defectuoso.
Matthias tuvo la decencia de mostrarse casi avergonzado. Casi.
—Kendall, eso no es lo que yo…
Esa vez fue la risa de Stephen lo que lo interrumpió.
—A mí me parece que funciona perfectamente, Barton. De hecho, creo que este modelo va a resultar mucho mejor de lo que había pensado en un principio.
Matthias apretó los labios.
—Sí, es única en su género —masculló mirando a DeGallo con rabia.
—Y ahora trabajo para otra persona —añadió ella con una sonrisa burlona.
Matthias abrió la boca para responder, pero en ese momento regresó el camarero con dos copas y una botella de agua mineral con gas. Miró a Matthias y le preguntó amablemente:
—¿Va a unirse a los señores?
Ni siquiera alguien como Matthias podía ser tan insensible como para hacer algo así sólo por fastidiar, pensó Kendall. Y no lo hizo. En vez de eso le dijo al camarero que no, que se sentaría solo porque no quería entrometerse en una cena privada, pero, aunque había al menos doce mesas libres en el comedor, tuvo que ir a sentarse justo en la que estaba al lado de la suya.
Increíble, se dijo Kendall. Parecía que después de todo sí estaba dispuesto a fastidiarle la noche. Era evidente que con él al lado Stephen no iba a ponerse hablar de asuntos referentes a OmniTech, así que se pasaron la cena hablando de temas tan triviales como el tiempo, libros, películas y cine… entre los comentarios que Matthias hacía cuando le parecía, aunque nadie le hubiera dado vela en aquel entierro. Parecía que iba a ser una semana muy larga.