Introducción
MI primera experiencia de la
curación por imposición de las manos, junto con otras técnicas
terapéuticas, fue en 1983, durante el Festival de música femenina
de Michigan. A partir de aquel instante supe que deseaba dedicar mi
vida a sanar, y deseé tener «facultades psíquicas» y aprender a
hacer aquellas cosas que otras mujeres, por lo visto, conseguían
con tanta facilidad. Después de esto, durante cinco años leí todos
los libros que pude hallar acerca del tema (aunque no eran muchos
por aquel entonces) y luego me dediqué a experimentar lo que había
aprendido, principalmente conmigo misma. Me pareció que había
progresado algo, pero todavía me resultaba muy difícil y deseaba
aprender más y adquirir más eficacia. Me veía poco potente como
sanadora. También empecé a enseñar algunas técnicas terapéuticas,
como la gematria y la imposición de manos, mientras seguía buscando
maneras de aprender más y actuar más eficazmente en bien de los
demás. De alguna manera intuía que me faltaba un fragmento de
información, algo que mejoraría la eficacia de mi curación por
imposición de las manos y, al mismo tiempo, haría de ello algo tan
sencillo como yo sospechaba que debía ser.
En agosto de 1987, en vísperas de la
Convergencia Armónica, hallé la clave pero resultó que, según las
apariencias, estaba del todo fuera de mi alcance. En una convención
de ciencias esotéricas conocí a dos gais muy bien parecidos que me
observaron durante la sesión de imposición de manos. Luego, durante
el banquete, me preguntaron:
—¿Quién te ha enseñado el Reiki?
Yo les contesté que no me lo había enseñado
nadie y que ni siquiera sabía lo que era. Entonces ellos
insistieron asegurando que lo que yo hacía era Reiki, y me pidieron
que les dejara tocarme las manos. Luego ambos afirmaron que las
tenía calientes y que ése era el distintivo inconfundible de los
sanadores Reiki. Quise averiguar más.
Poco después, en mi casa, los dos hombres me
hicieron la demostración de una sesión Reiki de cuerpo completo, y
yo supe que aquél era el sistema sencillo de curación que siempre
había buscado. Pregunté dónde podía recibir enseñanza de Reiki, y
cuánto costaría. Con no poco asombro por mí parte, supe que la fase
de iniciación, Reiki I, costaba por aquel entonces 150 dólares, y
que en toda la ciudad existía una sola mujer capaz de enseñarla.
Reiki II costaba 600 dólares y para acceder a Reiki III, el grado
de maestría que autoriza a transmitir las enseñanzas, era preciso
soltar 10.000 dólares. Este nivel no tenía mucha demanda, ni
siquiera por parte de quienes se hallaban en condiciones de
desembolsar dicha cantidad. En cuanto a solicitar una beca, ni
pensarlo, y en aquellos tiempos yo trabajaba como camarera para
ganarme la vida y apenas conseguía pagar el alquiler. Reiki tendría
que esperar.
Poco después uno de aquellos conocidos
recibió su grado Reiki II. Tuvimos muchas conversaciones sobre el
arte de la curación y un tema frecuente de aquéllas fue el coste
elevado de los cursos. Uno de mis interlocutores opinaba que estaba
justificado y era necesario para asegurar el compromiso del
educando, mientras que el otro decía más o menos lo mismo que yo,
que la curación y la formación como sanador deberían estar al
alcance de quien deseara utilizar esa experiencia en beneficio
propio o de otras personas. A mí me parecía que como escritora y
sanadora yo tenía —y tengo— el deber de enseñar mi método y
comunicar cualquier información de que yo disponga sobre el arte de
la curación. Que el coste y la remuneración no debían ser
cuestiones fundamentales, y que cualquier coste que convirtiese la
información en algo prohibitivo era una inmoralidad. Los dos
hombres quedaron enterados de que cualesquiera revelaciones que yo
recibiese de ellos tarde o temprano acabarían por aparecer en
alguno de mis libros.
Cuando mi amigo el iniciado de grado Reiki
II quiso empezar a pasar los alineamientos Reiki pese a estar
todavía en el nivel segundo y no haber recibido la formación Reiki
III que conlleva el grado de maestro, le propuse que lo intentara
conmigo. Durante muchos meses el no se atrevió. Cambió de parecer
en enero de 1988, cuando los tres decidimos practicar juntos la
curación en una unidad de tratamiento del sida. Recibí mi
alineamiento Reiki I el día de la Candelaria, 2 de febrero de 1988,
y pronto quedó de manifiesto que el proceso de alineamiento había
funcionado para mí pese a haberme sido administrado por uno que
sólo tenía el grado Reíkí II.
Me sentí llena de una energía que jamás
había experimentado antes y que ni siquiera sospechaba pudiera
existir. Estaba llena de luz y de amor hacia todas las Entidades.
Mi capacidad para sanar se fortaleció inmediatamente, y más de lo
que nunca habría creído posible. La facilidad del uso de Reiki
corroboraba que éste era el método de curación que yo andaba
buscando. Si mis manos se calentaban antes cuando practicaba
curaciones, ahora se calentaban muchísimo más. Ya por aquel
entonces supe que deseaba llegar a enseñar el Reiki, aunque aún no
tenía ni la menor idea de cómo iba a ser posible tal cosa.
Comenzamos nuestra labor como sanadores en
el hospital, pareciéndome que durante este período de prácticas
progresé de iniciada a sanadora, El verano siguiente mí amigo
completó su formación Reiki III y yo estuve presente en su primera
clase oficial. Como ganaba todavía menos de 300 dólares al mes y no
podía pagar los 150 dólares de la matrícula, asistí en calidad de
oyente y aunque había recibido los alineamientos tradicionales no
se me extendió el correspondiente certificado de estudios. Mi amigo
revisó el capítulo sobre Reiki que incluí en mi libro All Women Are Healers (The Crossing Press, 1990),
pero luego no quiso enseñarme más. En mis grupos de trabajo empecé
a enseñar las imposiciones de Reiki I y comenté con asiduidad mi
intención de profundizar en los estudios de Reiki y sus métodos de
enseñanza.
En noviembre de 1989 viajé al Medio Oeste
con objeto de tomar parte en un grupo de trabajo patrocinado por
dos mujeres a quienes había conocido en el Festival de Michigan de
1988, lo cual dio lugar a una buena amistad. Una de ellas había
recibido recientemente su grado Reiki III de un maestro que también
juzgaba necesaria una mayor disponibilidad de este método de
curación, Ella no tenía los 10.000 dólares tradicionalmente
exigidos como matrícula del Reíkí III pero recibió la investidura a
cambio de una cantidad bastante inferior. El maestro experimentaba
métodos modernos de enseñanza y también había recibido la formación
tradicional. Con gran sorpresa de todos durante el fin de semana,
ella inició en Reiki I a varios de los asistentes y además de
impartirme el Reiki II me extendió un certificado para ambos
grados, mientras prometía darme el Reiki III la próxima vez que nos
viéramos y agregaba:
—Estaba a punto de hacerlo ahora, pero no he
podido encontrar 105 símbolos que deben transmitirse.
Aunque nos vimos en dos ocasiones durante el
año siguiente, la mujer adujo varios pretextos para no continuar
con las enseñanzas, lo cual me contrarió no poco. Puesto que había
recibido los primeros alineamientos Reiki I de un practicante del
segundo grado, me pareció que podría adivinar cómo se hacía. Pensé
que la base del proceso consistía en posicionar los símbolos de
Reiki II sobre el chakra corona y el chakra cordial del receptor,
así como en las manos. Y no andaba del todo descaminada, pero como
sólo había recibido el Reiki II me faltaban varios símbolos clave y
por supuesto no tenía manera de averiguar cuáles eran.
Después de una conversación por teléfono con
una mujer a quien no había visto nunca recibí por correo una hoja
arrancada de una agenda con el símbolo tradicional del Maestro
Reiki III. Con esto mis experimentos cobraron mayor eficacia y en
algunos de mis intentos los receptores se abrieron a la energía. Yo
seguía enseñando en mis cursillos toda la información de que
disponía, y explicaba que estaba en fase de experimentación de
Reiki II.
En 1990 y durante otra conversación
telefónica le mencioné a mi maestra Reiki II del Medio Oeste que
había tratado de pasar los alineamientos. El enfado de mi
interlocutora fue tan inmediato como intenso, y tuvimos una fuerte
discusión sobre el asunto. —Prometiste pasarme toda la información,
pero no lo has cumplido —le recordé.
La mujer volvió a llamar como una hora más
tarde para decirme:
—Si vas a hacerlo de todas maneras, —era
mejor que lo hagas como es debido —y seguidamente me explicó por
teléfono el proceso necesario para pasar los alineamientos
Reiki.
Empecé a utilizar su método, que era uno de
los de la escuela moderna, y mis receptores empezaron a abrirse a
la energía Reiki I de una manera inconfundible. Pero las aperturas
no eran muy intensas, sin embargo, y no todos desarrollaron las
manos calientes ni las sensaciones internas que son el distintivo
de la apertura Reiki I Mi profesora de Reiki II seguía
instruyéndome por teléfono con informaciones fragmentarias que
luego yo me veía obligada a encajar por mi cuenta. Cada vez me
contrariaba más el no poder recurrir a otra fuente de
enseñanzas.
En junio de 1990, solsticio de verano,
enseñé en un grupo de trabajo cerca de Denver y durante las clases
ofrecí alineamientos Reiki I a quien quisiera recibirlos, con
carácter experimental. Seis mujeres aceptaron y todas ellas se
abrieron a la energía Reiki. Después de este fin de semana en
Denver la compañera de mi profesora Reiki II, que se había
desplazado también a la región, vino a pasar un día conmigo. Una
amiga de ella, a quien yo no conocía, la llevó en coche hasta mi
casa y se quedó a cenar. Durante la charla se me ocurrió mencionar
los grupos de trabajo y cuánto deseaba recibir la investidura Reiki
III «para poder hacerlo como es debido». La amiga de mi amiga
dijo:
—No dispongo de tiempo para dedicarme a la
enseñanza, pero si no necesitas nada más que el alineamiento
podemos hacerlo ahora mismo.
Y así, sentadas en el comedor, a los
postres, me administró la iniciación del grado Reíkí III. Nunca he
vuelto a verla, pero le estoy profundamente agradecida. Después de
esto los alineamientos pasados por mí fueron más potentes y de
resultados totalmente seguros; todas las receptoras se abrieron a
la energía y por consiguiente, yo era ya una Maestra Reiki III es
decir enseñante a título pleno.
—En febrero de 1991, otro día de la
Candelaria, asistí a otro cursillo de fin de semana en otra ciudad.
Mientras daba clases de Reiki I y II me fijé en una asistente que
escuchaba con el ceño fruncido, en actitud de total desaprobación,
y así permaneció durante toda la jornada. Finalmente se acercó a
decirme que ella era una maestra/enseñante de la escuela
tradicional y que deseaba hablar conmigo. Lo que hizo fue echarme
una fuerte bronca a cuenta de diversos aspectos de mis enseñanzas;
en particular le parecía mal que se permitiera la presencia de todo
el alumnado mientras yo pasaba los sagrados alineamientos, cosa que
por otra parte he seguido haciendo hasta la fecha. Dijo que mi
método para pasar los alineamientos no era conforme al
procedimiento tradicional, y afirmó que ningún método que se
desviase del tradicional podía llamarse Reiki. En lo cual no estuve
de acuerdo.
Mi anfitriona intervino en este punto para
sugerirle a la mujer que me enseñase el método "correcto" y
expidiese allí mismo la certificación, o que de lo contrario no
siguiera abusando más de mi tiempo. La mujer aceptó la propuesta y
dedicó algo más de una hora a enseñarme los métodos de alineamiento
y enseñanza tradicionales, corroborando también mi alineamiento
Reiki m, pero esta vez dentro de las formas tradicionales. Luego me
prometió un certificado —el cual no he recibido nunca— pero
diciendo que no me lo entregaría hasta que yo me comprometiese a
seguir estrictamente los métodos tradicionales. En la época yo
utilizaba una combinación de los métodos de enseñanza Reiki II con
mis descubrimientos propios, y como me daba muy buenos resultados
no tenía la menor intención de cambiarla.
El primero de mayo de 1991 —es decir, en la
fecha de la ancestral fiesta céltica de Beltane, y ahora me doy
cuenta de cómo la mayoría de mis grandes vicisitudes Reiki han
coincidido con señaladas fechas mágicas— mi anterior maestro Reiki
II me envió una copia de un «nuevo» símbolo Reiki III instándome a
utilizarlo. Lo cual hice no muy convencida, aunque luego he seguido
usando dicho nuevo símbolo porque he tenido ocasión de persuadirme
de su potencia. Con esto mis enseñanzas se alejaban todavía más del
método tradicional para transmitir el arte de la curación Reiki. Al
final de aquel mes asistí al Festival femenino de música y teatro
del Sur, y tuvo lugar otra estación culminante de mi camino hacia
la conversión en Maestra Reiki.
Durante el festival mencionado no me dediqué
a enseñar Reiki porque la concurrencia a los cursos era demasiado
nutrida, muy superior al limitado número de alineamientos que soy
capaz de pasar en una sola jornada. En su lugar participé en un
grupo de trabajo sobre remedios naturales, y fue entonces cuando
dos de las asistentes me revelaron que eran enfermas en estado
terminal. Les ofrecí los alineamientos Reiki si creían que pudieran
serles de alguna utilidad, y quedamos para después de la sesión de
trabajo. Pedí prestadas dos sillas plegables e inicié a aquellas
mujeres con la esperanza de aliviarlas un poco y para poner en sus
manos un instrumento de curación. Cuando se me ocurrió mirar a mí
alrededor vi una cola formada por mujeres que también querían
recibir el alineamiento. Una practicante de Reiki II presente en el
grupo me ayudó a enseñar las posturas de las manos, ¡y estuve
pasando alineamientos Reiki durante casi dos horas! Quedé algo
preocupada por haber pasado los alineamientos sin impartir una
instrucción completa, pero mis espíritus— guías me instaban a
continuar cada vez que me detenía a consultarlos.
Al día siguiente me tocaba una firma de
libros en el taller de artesanías del festival, y volvió a formarse
la cola, y seguí pasando alineamientos Reiki I. Más tarde supe que
había corrido la voz entre la asistencia: «Poneos a la cola, poneos
a la cola, Diane Stein está dispensando a
las mujeres la experiencia espiritual más importante de sus vidas.
Muchas ni siquiera tenían la menor idea de por qué se habían puesto
a la cola, y sin embargo mis espíritus—guías seguían diciéndome
"continúa". En conjunto debí pasar unos 150 alineamientos en el
decurso de aquellos dos días, siempre sin cobrar nada. Para mí fue
físicamente agotador y estuve enferma durante tres semanas después
de eso. Veinticinco alineamientos por sesión son muchos. La
experiencia, cualquiera que haya sido definitivamente su utilidad,
sirvió para que yo echase de ver la enorme necesidad existente de
Reiki por parte de tantísimas personas.
Después de este festival me pareció que por
fin me había sido revelada mi misión: enseñar Reiki a tantas
mujeres (y hombres) como lo desearan y a mí me fuese posible. Este
magnífico sistema de curación debe ponerse en manos de todos, tanto
si pueden pagar el coste de la enseñanza como si no. En este camino
he perseverado hasta la fecha, aunque muchas veces me resulta
difícil explicar a los organizadores de los grupos de trabajo y los
festivales por qué es tan importante dicho método de curación. En
cuanto a mi maestra de Reiki II, la que estuvo jugando tanto tiempo
al gato y al ratón conmigo y negándome la enseñanza y el
certificado de Reiki III, se negó a continuar facilitándome
información. Según ella, yo hacía un mal uso del Reíkí al
impartirlo gratis, y canceló todos los planes que teníamos
previstos para proseguir mi aprendizaje.
De tal manera que, sí bien soy enseñante de
Reiki desde hace cuatro años y he iniciado a varios cientos de
aspirantes, todavía no tengo la certificación tradicional y
oficial. Pero ha dejado de parecerme necesaria. Yo ofrezco a mi
alumnado mi propia certificación a título de Reiki no tradicional,
totalmente persuadida de que esto no afecta para nada a mi
capacidad de enseñar y mi eficacia. Cuando celebré mi aniversario,
el equinoccio de otoño de 1992, una de mis alumnas me regaló un
certificado diciendo:
—Tú me has enseñado a mí, por consiguiente
yo te certifico.
Ambas celebramos sobremanera la broma. En el
momento de escribir estas líneas he enseñado a varios centenares de
aspirantes al Reíkí III, muchos de los cuales han emprendido a su
vez la actividad enseñante. Yo les pido que se atengan a mi ética
de precios baratos y becas siempre que hagan falta, y que continúen
mi desmitificación de un sistema curativo que necesariamente debe
alcanzar la universalidad. Muchas mujeres, así como algunos
hombres, me siguen en ese camino.