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Esa noche Borabay sirvió una cena de tres platos: para empezar una sopa de pescado y verdura, seguida de filetes asados y un revoltillo de diminutos huevos hervidos con pajarillos dentro, y, de postre, una compota de fruta. Los instó a repetir una y otra vez, obligándolos a comer casi hasta sentirse enfermos. Cuando terminaron el último plato, sacaron las pipas para ahuyentar los insectos nocturnos. Era una noche despejada y por detrás de la oscura silueta de la Sierra Azul se elevaba una luna casi llena. Estaban sentados en un semicírculo alrededor del fuego, los tres hermanos y Sally; todos fumando en silencio, esperando a que Borabay hablara. El indio fumó un rato, luego dejó la pipa y miró alrededor. Sus ojos, brillantes a la luz del fuego, se clavaron en cada una de sus caras, por turnos. Habían empezado a croar las ranas nocturnas, mezclándose con los ruidos de la noche más misteriosos: aullidos, ululatos, tambores, chillidos.

—Aquí estamos, hermanos —dijo Borabay, e hizo una pausa—. Yo comienzo historia desde el principio, hace cuarenta años, un año antes que yo nazco. Ese año hombre blanco viene solo subiendo río y cruzando montañas. Llega a pueblo tara casi muerto. El primer hombre blanco que alguien ve. Llevan a hombre a cabaña, dan de comer, devuelven la vida. El hombre vive con gente tara, aprende idioma. Ellos preguntan por qué viene. Él dice busca Ciudad Blanca, que nosotros llamamos Sukia Tara. Es ciudad de nuestros antepasados. Ahora nosotros enterramos muertos allí. Ellos llevan a hombre a Sukia Tara. No saben él quiere robar Sukia Tara.

»Ese hombre pronto toma mujer tara por esposa.

—Me lo imagino —dijo Philip con una risa sarcástica—. Padre nunca dejaba pasar una oportunidad.

Borabay lo miró fijamente.

—¿Quién está contando historia, hermano, tú o yo?

—Vale, vale, continúa. —Philip hizo un ademán.

—Este hombre, digo, toma mujer tara por esposa. Esa mujer es mi madre.

—¿Se casó con tu madre? —dijo Tom.

—Por supuesto que se casa con mi madre —dijo Borabay—. ¿Cómo si no somos hermanos, hermano?

Tom se quedó sin habla cuando asimiló el significado de las palabras. Se quedó mirando a Borabay, mirándolo realmente por primera vez. Abarcó con la mirada la cara pintada, los tatuajes, los dientes afilados, los discos en las orejas…, pero también los ojos verdes, la frente alta, el gesto obstinado de sus labios, los pómulos hermosamente marcados.

—Dios mío —dijo jadeando.

—¿Qué? —preguntó Vernon—. ¿Qué pasa, Tom?

Tom miró a Philip y vio que estaba igualmente estupefacto. Philip se levantó despacio, mirando a Borabay.

—Luego, después que padre se casa con mi madre, mi madre tiene a mí. Mi nombre Borabay, como padre.

—Borabay —murmuró Philip, luego añadió—: Broadbent.

Hubo un largo silencio.

—¿No lo entendéis? Borabay, Broadbent…, son el mismo nombre.

—¿Quieres decir que él es hermano nuestro? —preguntó Vernon fuera de sí, comprendiéndolo por fin.

Nadie respondió. Philip, de pie, dio un paso hacia Borabay y se inclinó para examinarlo de cerca, como si fuera una especie de bicho raro. Borabay cambió de postura, se sacó la pipa de los labios y soltó una risa nerviosa.

—¿Qué ves, hermano? ¿Fantasma?

—En cierto modo, sí. —Alargó una mano y le tocó la cara.

Borabay permaneció sentado con calma, sin moverse.

—Dios mío —susurró Philip—. Eres nuestro hermano. Eres mi hermano mayor. Santo cielo, yo no fui el primero. Soy el hijo segundo y nunca lo he sabido.

—¡Es lo que digo! Todos hermanos. ¿Qué crees que quiero decir con «hermano»? ¿Crees que bromeo?

—No pensamos que lo decías literalmente —dijo Tom.

—¿Por qué crees que yo salvo vuestras vidas?

—No lo sabíamos. Parecías un santo.

Borabay rio.

—¿Yo, santo? ¡Muy gracioso, hermano! Todos nosotros hermanos. Todos el mismo padre, masseral Borabay. Tú Borabay, yo Borabay, todos Borabay. —Se golpeó el pecho.

—Broadbent. El nombre es Broadbent —corrigió Philip.

—Borabeyn. Yo no hablo bien. Vosotros entendéis. Yo Borabay tanto tiempo que sigo Borabay.

La risa de Sally se elevó de pronto hacia el cielo. Se había puesto de pie y caminaba alrededor de la hoguera.

—¡Como si no tuviéramos suficientes Broadbent aquí! ¡Ahora hay otro! ¡Cuatro! ¿Está preparado el mundo?

Vernon, el último en comprender, fue el primero en recuperarse. Se levantó y se acercó a Borabay.

—Es un placer tenerte como hermano —dijo, y dio a Borabay un abrazo. Borabay pareció un poco sorprendido y luego dio a Vernon otros dos abrazos, al estilo indio.

A continuación Vernon se hizo a un lado mientras Tom se acercaba y le tendía la mano. Borabay la miró confundido.

—¿Qué problema tienes con mano, hermano?

Es mi hermano y no sabe ni dar un apretón de manos, pensó Tom. Con una sonrisa abrazó a Borabay, y el indio respondió con sus abrazos rituales. Tom retrocedió, mirando a su hermano a la cara, y de pronto se vio a sí mismo en esa cara. A sí mismo, a su padre, a sus hermanos.

Lo siguió Philip, quien le tendió una mano.

—Borabay, no soy muy dado a los abrazos y los besos. Lo que hacemos los gringos es estrecharnos la mano. Te enseñaré. Alarga una mano.

Borabay así lo hizo. Philip la cogió y le dio un fuerte apretón. El brazo de Borabay se sacudió, y cuando Philip le soltó la mano, Borabay la retiró y la examinó para comprobar si había desperfectos.

—Bueno, Borabay —dijo Philip—, bienvenido al club. El club de los hijos jodidos de Maxwell Broadbent. La lista de socios aumenta a diario.

—¿Qué quiere decir eso, club de jodidos?

Philip le restó importancia con un ademán.

—No importa.

Sally también abrazó a Borabay.

—Yo no soy Broadbent —dijo con otra sonrisa—, gracias a Dios.

Se sentaron de nuevo alrededor del fuego y se produjo un silencio incómodo.

—Menuda reunión familiar —dijo Philip sacudiendo la cabeza asombrado—. Nuestro querido padre, lleno de sorpresas aun después de muerto.

—Pero eso es lo que quiero decir —dijo Borabay—. Padre no muerto.