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Lewis Skiba se quedó mirando las llamas temblorosas, absorto en los colores cambiantes. No había hecho nada en todo el día, no había respondido ninguna llamada telefónica, ni acudido a ninguna reunión, ni escrito ningún memorándum. En lo único que podía pensar era: «¿Lo había hecho Hauser? ¿Le había convertido ya en un asesino?». Ocultó la cabeza entre las manos y pensó en los edificios cubiertos de hiedra de Wharton, la embriagadora sensación de que todo era posible de aquellos primeros tiempos. Tenía el mundo entero ante él, listo para ser tomado. Y ahora… Se recordó que había proporcionado empleos y brindado oportunidades a miles de personas, que había hecho crecer la compañía y había fabricado medicamentos que curaban enfermedades y dolencias terribles. Había tenido tres hijos sanos. Sin embargo, a lo largo de toda esa semana, lo primero que había acudido a su mente al despertarse había sido: «Soy un asesino». Quería retirar sus palabras. Pero no podía: Hauser no había llamado y él no tenía forma de ponerse en contacto con él.
¿Por qué le había dicho a Hauser que lo hiciera? ¿Por qué había permitido que lo intimidara? Trató de decirse que Hauser lo habría hecho de todos modos, que él personalmente no había causado la muerte de nadie, que tal vez había sido una fanfarronada. A ciertas personas les gustaba hablar de violencia, alardear de sus armas, esa clase de cosas. Personas enfermas. Hauser podía ser una de ellas, que hablaban mucho pero no hacían nada.
Sonó el interfono y apretó con una mano temblorosa el botón.
—El señor Fenner, de Administración de Activos Dixon, para su cita de las dos.
Skiba tragó saliva. Era la única reunión que no podía eludir.
—Hágale pasar.
Fenner, como la mayoría de los analistas de la Bolsa que conocía, era un tipo menudo y seco que manifestaba una seguridad en sí mismo desmesurada. Ése era el secreto de su éxito: era el tipo a quien uno quería creer. Skiba le había hecho un montón de pequeños favores, le había dado varios chivatazos sobre ofertas públicas iniciales, había ayudado a matricular a sus hijos en un selecto colegio privado de Manhattan, había donado un par de veces cien mil dólares a la organización benéfica preferida de su esposa. A cambio Fenner había seguido recomendando «comprar» acciones Lampe durante todo su descenso, conduciendo a sus desafortunados clientes de cabeza a la quiebra, sin dejar en ningún momento de ganar millones él mismo. En pocas palabras, era el típico analista triunfador.
—¿Cómo estás, Lewis? —preguntó Fenner, sentándose junto al fuego—. Esto no puede ser muy divertido.
—No lo es, Stan.
—Me ahorraré las palabras de cortesía en un momento como éste. Hace demasiado que nos conocemos. Quiero que me des una sola razón por la que debería aconsejar a mis clientes mantener sus Lampe. Solo necesito una buena razón.
Skiba tragó saliva.
—¿Puedo ofrecerte algo, Stan? ¿Agua mineral? ¿Jerez?
Fenner sacudió la cabeza.
—El comité de inversión va a desautorizarme. Es el momento de liquidar. Están asustados y, con franqueza, yo también lo estoy. Confiaba en ti, Skiba.
¡Qué estupidez! Fenner llevaba meses al corriente de la situación real de la compañía. Sencillamente se había sentido demasiado tentado por todos los regalos que Skiba había arrojado en su camino, así como por el negocio de banca de inversión que Lampe había ofrecido a Dixon. Cabrón codicioso. Por otra parte, si Dixon recomendaba «mantener» o «vender» en lugar de «comprar», Lampe estaría acabada. Sería la quiebra.
Tosió, carraspeó. Era incapaz de pronunciar una palabra y volvió a toser para disimular su parálisis.
Fenner esperó.
Skiba habló por fin.
—Stan, hay algo que puedo darte.
Fenner ladeó ligeramente la cabeza.
—Es secreto, confidencial, y si actuaras en consecuencia sería un caso claro de abuso de información privilegiada.
—Solo es abuso de información privilegiada cuando abusas de ella. Yo estoy buscando una razón para no hacerlo. Tengo clientes que están hasta arriba de acciones Lampe y necesito darles una razón para aguantar.
Skiba respiró hondo.
—Lampe va a anunciar dentro de unas semanas la adquisición de un manuscrito de dos mil páginas, un ejemplar único, compilado por los indios mayas antiguos. Ese manuscrito enumera cada planta y animal de la selva tropical que tiene propiedades terapéuticas, junto con recetas sobre cómo extraer los componentes activos, posología y efectos secundarios. El manuscrito es un compendio de los conocimientos médicos mayas antiguos, perfeccionado tras miles de años de vivir en la zona de mayor biodiversidad del planeta. Todo estará en poder de Lampe, absolutamente todo. Nos llegará limpiamente, sin derechos de autor, ni sociedades, ni pleitos ni gravámenes. —Se interrumpió.
La expresión de Fenner no había cambiado. Si pensaba algo, no se reflejó en su cara.
—¿Cuándo se hará este anuncio? ¿Puedes darme una fecha?
—No.
—¿Es seguro?
—Prácticamente.
Mentir era fácil. El códice era su única esperanza, y si fracasaba ya no importaría nada de todos modos.
Un largo silencio. Fenner permitió que en las finas y adustas facciones de su rostro se dibujara lo que podría haber sido una sonrisa. Cogió su maletín y se levantó.
—Gracias, Lewis. Me has dejado anonadado.
Skiba asintió y observó cómo Fenner salía discretamente de la oficina.
Si él supiera…