41
Tom se sobresaltó, tan atónito se quedó al oír la voz de su hermano Philip salir de ese cadáver viviente. Se inclinó para escudriñarle la cara, pero no encontró ningún parecido. Retrocedió horrorizado. Por una llaga de su cuello pululaban gusanos.
—¿Philip? —susurró Vernon.
La voz graznó un sí.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Morir. —Philip habló con toda naturalidad.
Tom se arrodilló y miró más de cerca la cara de su hermano. Seguía demasiado horrorizado para hablar o reaccionar. Puso una mano en su hombro huesudo.
—¿Qué ha pasado?
El hombre cerró los ojos un momento, luego los abrió.
—Más tarde.
—Por supuesto. ¿En qué estoy pensando? —Tom se volvió hacia su hermano.
—Vernon, ve a buscar a don Alfonso y a Sally. Diles que hemos encontrado a Philip y que acamparemos aquí.
Siguió mirando a su hermano, demasiado conmocionado para hablar. Philip estaba completamente tranquilo…, como si se hubiera resignado a morir. No era natural. En sus ojos se veía la serenidad de la apatía.
Don Alfonso llegó y, aliviado al enterarse de que el demonio del río había resultado ser un ser vivo, empezó a despejar una zona para montar un campamento.
Cuando Philip vio a Sally, se sacó la pipa de la boca y parpadeó.
—Soy Sally Colorado —dijo ella, tomándole la mano entre las suyas.
Philip logró asentir con la cabeza.
—Necesitamos lavarte y curarte.
—Gracias.
Llevaron a Philip río abajo, lo tendieron sobre un lecho de hojas de plátano y lo desnudaron. Tenía el cuerpo cubierto de llagas, muchas de las cuales estaban infectadas, y en algunas pululaban gusanos. Los gusanos, pensó Tom al examinar las heridas, habían sido en realidad una bendición, ya que habían consumido el tejido séptico y reducido las posibilidades de gangrena. Vio que en algunas de las heridas donde habían actuado los gusanos ya había un nuevo tejido de granulación. Las demás no tenían tan buen aspecto.
Con una sensación horrible miró a su hermano. No tenían medicinas, ni antibióticos, ni vendas, solo las hierbas de Sally. Lo lavaron con cuidado, lo llevaron de nuevo al claro y lo tendieron, totalmente desnudo, en un lecho de hojas de palma junto al fuego.
Sally empezó a clasificar los manojos de hierbas y raíces que había recogido.
—Sally es herbolaria —dijo Vernon.
—Preferiría una inyección de amoxicilina.
—No tenemos.
Philip permaneció tumbado de espaldas sobre las frondas y cerró los ojos. Tom le curó las llagas, rascándole la carne necrosada, e irrigando y haciendo salir a los gusanos. Sally espolvoreó un antibiótico de hierbas sobre las heridas y las vendó con tiras de corteza golpeada que había esterilizado en agua hirviendo y curado al humo. Lavaron y secaron las ropas raídas y volvieron a vestirlo con ellas, pues no tenían otras. Empezaba a ponerse el sol cuando terminaron. Lo sentaron, y Sally le trajo una infusión de hierbas.
Philip cogió la taza. Tenía mejor aspecto.
—Date la vuelta, Sally —dijo—, y déjame ver si tienes alas.
Sally se ruborizó.
Philip bebió un sorbo y luego otro. Mientras tanto, don Alfonso había pescado media docena de peces en el río y los asaba ensartados en palos al fuego. Les llegó el olor a pescado asado.
—Es curioso, pero no tengo apetito —comentó Philip.
—No es raro cuando estás famélico —replicó Tom.
Don Alfonso sirvió el pescado en hojas. Comieron en silencio, luego Philip habló:
—Vaya, vaya, aquí estamos todos. Una pequeña reunión familiar en la selva hondureña. —Miró alrededor con los ojos centelleantes, luego añadió—: Te.
Hubo un silencio y Vernon dijo:
—Ha.
—To —dijo Tom.
—Ca —dijo Philip.
Hubo otro largo silencio y Vernon dijo:
—Maldita sea. Do.
—¡Vernon lava los platos! —canturreó Philip.
Tom se volvió hacia Sally para explicarlo.
—Es un juego al que jugábamos —dijo con una sonrisa tímida.
—Supongo que sois realmente hermanos.
Philip soltó una carcajada.
—Pobre Vernon. Siempre terminabas en la cocina, ¿verdad?
—Me alegra ver que estás mejor —dijo Tom.
Philip volvió su cara demacrada hacia él.
—Lo estoy.
—¿Te ves con fuerzas para contarnos qué ha ocurrido?
Philip se puso serio, perdiendo toda su expresión maliciosa.
—Es una historia salida del corazón de las tinieblas, con Mistah Kurtz y todo. ¿Están seguros de que quieren oírla?
—Sí —dijo Tom—. Queremos oírla.