Agradecimientos
Vender puede ser humano. Escribir un libro, no tanto, al menos no de la manera torpe y dolorosa en que yo lo hago.
Y por eso estoy muy agradecido a todos los que me han apoyado.
Rafe Sagalyn, el mejor agente literario del mundo, reconoció las posibilidades de este libro mucho antes que el propio autor. Su consejo y amistad significan todo para mí. Gracias también a Lauren Clark por ocuparse de todo en el frente internacional.
En Riverhead Books, Jake Morrissey fue, como siempre, inteligente e imperturbable, en especial cuando personas como yo ni eran tan inteligentes y eran de lo más perturbables. Geoff Kloske aportó su considerable perspicacia y potencia editorial a este proyecto, por lo cual le estoy muy agradecido. Mi gratitud al departamento de producción de Riverhead por sus heroicos esfuerzos cuando les obligué a hacer horas extraordinarias.
Elizabeth McCullough me ayudó en mayor o menor medida: desde escarbar en oscuros estudios de la biblioteca de la Universidad de Virginia hasta descubrir errores tipográficos que todos habían pasado por alto o ilustrarme en los formatos de notas finales. Cindy Huggett, una de las mejores mentes en formación y desarrollo de Estados Unidos, fue magistral a la hora de ayudarme a convertir los casos del «Muestrario» en útiles y coherentes. Rob Ten Pas aportó de nuevo varias ilustraciones de calidad.
Los maravillosos niños Pink —Sophia, Eliza y Saul— aguardaron pacientemente mientras su papá escribía otro libro. (Por desgracia, convencerles de lo fabuloso que era perderse unas vacaciones, comer a toda prisa y saltarme los partidos de béisbol fueron una venta durísima.)
Pero la persona más importante, en esta y todas las cosas, fue Jessica Lerner. Jessica leyó este libro de principio a fin. Varias veces. En voz alta. Por si eso no fuera bastante, me oyó leer todas las páginas. Varias veces. En voz alta. Ella corrigió, apoyó y rechazó, y lo hizo con la misma combinación asombrosa de capacidad intelectual y ternura que pone en todo lo que hace. Yo no lo sabía entonces, pero el discurso más inteligente que jamás he pronunciado fue hace veintidós años cuando la convencí para que saliera conmigo. Desde entonces, he estado vendido.