Capítulo 23

El mundo seguía siendo el mismo. Los árboles no habían cambiado; tampoco el cielo. Todavía era primavera, pues las estaciones no habían alterado su majestuoso curso, pero para Garion, nada volvería a ser igual.

Cabalgaban por el bosque de las Dríadas en dirección al río de los Bosques, que señalaba la frontera sur de Tolnedra, y, de vez en cuando, Garion notaba las miradas asombradas de sus compañeros clavadas en él. Eran expresiones de duda, reflexivas, y Durnik, el bueno y confiado Durnik, se comportaba como si le tuviese miedo. Sólo tía Pol era la misma y no demostraba la menor preocupación.

«No te preocupes, Belgarion», murmuraba la voz de ella en su mente.

«¡No me llames así!», contestó él con un pensamiento furioso.

«Es tu nombre —replicó la voz—, será mejor que te acostumbres a él.»

«Déjame en paz.»

Y entonces desaparecía la sensación de su presencia en lo más profundo de su mente.

Tardaron varios días en llegar al mar. El tiempo se mantuvo intermitentemente nublado, pero no llovió. Cuando llegaron a la amplia playa, en la desembocadura del río, soplaba un fuerte viento marino. Las olas golpeaban contra la arena y las coronaba con ondulaciones blancas.

Anclado entre el oleaje, había un estrecho y oscuro barco cherek cubierto de gaviotas que chillaban sin cesar. Barak detuvo su caballo y miró a lo lejos haciéndose sombra con la mano.

—Me resulta familiar —rugió mientras escudriñaba con atención la nave estrecha.

—A mi me parecen todos iguales —respondió Hettar encogido de hombros.

—Hay enormes diferencias —dijo Barak, como si lo hubiera ofendido—. ¿Qué pensarías si te dijera que todos los caballos son iguales?

—Pensaría que estás ciego.

—Es exactamente lo mismo —sonrió Barak.

—¿Cómo les avisamos que hemos llegado? —preguntó Durnik.

—Ya se habrán enterado —respondió Barak—, a no ser que estén borrachos. Los marineros suelen vigilar muy bien una costa enemiga.

—¿Enemiga? —preguntó Durnik.

—Todas las costas son enemigas para un barco de guerra cherek —respondió Barak—. Creo que es una especie de superstición.

El barco levó anclas y comenzó a acercarse. Sus remos se asomaron como si fueran las largas patas de una araña que parecía caminar sobre las olas espumosas hacia la desembocadura del río. Se dirigieron a la orilla con Barak delante y luego siguieron el curso de la corriente hasta encontrar un sitio con la suficiente profundidad para que el barco pudiera atracar.

Los soldados vestidos con pieles que le arrojaban la soga de amarre a Barak tenían aspecto familiar, y el primero en saltar a la orilla fue Greldik, el viejo amigo de Barak.

—Estás muy al sur —le dijo éste, como si se hubiesen visto el día anterior.

—Me enteré de que necesitabas un barco —respondió Greldik encogiéndose de hombros—, y como no tenía nada mejor que hacer, se me ocurrió venir a ver en que lío te habías metido.

—¿Hablaste con mi primo?

—¿Grinneg? No. Fuimos de Kotu al puerto de Tol Horb para llevar a unos mercaderes drasnianos y allí me encontré con Elteg, ¿lo recuerdas?, es tuerto y tiene una barba negra. —Barak asintió con un gesto—. Me dijo que Grinneg le había pagado para que viniera a buscarte aquí, yo recordé que tú y Elteg no os llevabais muy bien y me ofrecí a venir en su lugar.

—¿Y él aceptó?

—No —respondió Greldik mientras se mesaba la barba—. La verdad es que me dijo que me ocupara de mis asuntos.

—No me sorprende —dijo Barak—, Elteg siempre fue muy ambicioso y sin duda Grinneg le habrá ofrecido mucho dinero.

—Es muy posible —sonrió Greldik—, aunque no quiso decirme cuánto.

—¿Cómo lo convenciste para que cambiara de opinión?

—Tuvo problemas con su barco —respondió Greldik, con cara inexpresiva.

—¿Qué tipo de problemas?

—Por lo visto, una noche, cuando estaban borrachos, un pillo subió a bordo y derribó el mástil.

—¡Dónde vamos a ir a parar! —exclamó Barak meneando la cabeza.

—Lo mismo pienso yo —asintió Greldik.

—¿Cómo lo tomó?

—Me temo que no muy bien —dijo Greldik, con falsa tristeza—. Cuando salíamos del puerto nos dedicó unos cuantos insultos injustificados. Podía oírsele desde una distancia considerable.

—Debería aprender a controlar sus nervios. Los chereks tenemos tan mala reputación en todos los puertos del mundo gracias a ese tipo de conducta.

Greldik asintió muy serio y se volvió a tía Pol:

—Señora —dijo con una cortés reverencia—, mi barco está a tu disposición.

—Capitán —preguntó ella tras responder a su saludo—, ¿cuánto tardaremos en llegar a Sthiss Tor?

—Depende del tiempo —respondió él y estudió el cielo—. Diez días como máximo. De camino hacia aquí paramos para comprar pienso para los caballos, pero tendremos que detenernos de vez en cuando a buscar agua.

—Entonces será mejor que partamos —dijo ella.

Llevó bastante tiempo convencer a los caballos para que subieran a bordo, aunque Hettar lo consiguió por fin sin demasiadas dificultades. Luego se alejaron de la orilla, cruzaron el banco de arena en la desembocadura del río y se encontraron en mar abierto. La tripulación desplegó las velas y se dejaron llevar por el viento a lo largo de la costa gris y verde de Nyissa.

Garion fue directamente a su lugar acostumbrado en la proa del barco y se sentó allí, con la vista fija en el mar agitado, incapaz de borrar de su mente la imagen de aquel hombre en llamas. Entonces sintió unos pasos firmes y olió una fragancia suave y familiar.

—¿Quieres que hablemos de ello? —preguntó tía Pol.

—¿Hay algo que decir?

—Muchas cosas —respondió ella.

—Tú sabías que yo podía hacer ese tipo de cosas, ¿verdad?

—Lo sospechaba —respondió ella y se sentó a su lado—. Había varios indicios; sin embargo, nunca puedes estar seguro hasta que se hace por primera vez. He conocido a mucha gente con esta capacidad que no la ha puesto en práctica.

—Yo preferiría no haberlo hecho —dijo Garion.

—Creo que no tenías otra alternativa. Chamdar era tu enemigo.

—Pero ¿tenía que ocurrir de ese modo? —preguntó él—. ¿Tenía que ser con fuego?

—La elección fue tuya —respondió ella—. Si el fuego te preocupa tanto, la próxima vez hazlo de otro modo.

—No va a haber una próxima vez —afirmó de modo contundente—. Nunca.

«Belgarion —dijo la voz de tía Pol en su mente—, olvida estas tonterías de una vez. Deja de compadecerte de ti mismo.»

—¡Para ya! —exclamó él en voz alta—. Sal de mi mente y no me llames Belgarion.

—Tú eres Belgarion —insistió ella—, y te guste o no, volverás a usar tus poderes. Una vez que los has liberado, no puedes volver a reprimirlos. Cuando te enfades, te asustes o te excites, los usarás sin darte cuenta. No puedes proponerte no emplearlos, así como no podrías negarte a usar una mano. Lo importante ahora es que aprendas a controlarlos, no puedes ir por el mundo arrancando árboles y aplastando colinas por medio de pensamientos casuales. No te he criado para que te convirtieras en un monstruo.

—Es demasiado tarde —afirmó él—, ya soy un monstruo. ¿Acaso no viste lo que hice allí?

«Tu autocompasión resulta muy aburrida, Belgarion —dijo la voz de tía Pol—. Así no llegaremos a nada.» Entonces se puso de pie.

—Intenta crecer un poco, cariño —le aconsejó en voz alta—; es difícil instruir a alguien que está tan pendiente de sí mismo que es incapaz de escuchar a nadie.

—No volveré a hacerlo —repitió él en tono desafiante.

«Claro que lo harás, Belgarion. Aprenderás, te ejercitarás y adquirirás la práctica que requiere esta disciplina. Si no lo haces por propia voluntad, tendremos que hacerlo de otro modo. Piénsalo y toma una decisión, pero no te demores, se trata de algo demasiado importante para posponerlo.»

«Ella tiene razón y tú lo sabes», dijo la voz en su mente.

«Tú no te metas en esto», contestó Garion.

Durante los días siguientes, hizo todo lo posible por rehuir a tía Pol, aunque no pudo evitar su mirada. Fuera donde fuese en el estrecho barco, sabía que ella lo vigilaba con sus ojos serenos y pensativos.

Entonces, durante el desayuno del tercer día, tía Pol le miró la cara con atención, como si notara algo en ella por primera vez.

—Garion —le dijo—, ya tienes bastante barba, ¿por qué no te afeitas?

Garion se ruborizó y se pasó la mano por la barbilla. Era cierto que tenía barba, unos pelos blandos y suaves, más bien una pelusa, pero barba al fin.

—De verdad estáis convirtiéndoos en un hombre, joven Garion —aseguró Mandorallen con tono de aprobación.

—No hay por qué tomar la decisión tan pronto, Polgara —comentó Barak mientras acariciaba su propia barba roja y espesa—. Deja que crezca un poco; si no sale bien, siempre podrá afeitarse más tarde.

—Me parece que tu opinión sobre el asunto no es demasiado imparcial, Barak —señaló Hettar—. ¿No es cierto que todos los chereks usáis barba?

—Ninguna navaja ha rozado jamás mi cara —admitió Barak—, pero pienso que no hay por qué apresurarse. Si después uno decide que en realidad no quería afeitarse, es difícil volver a pegar todos los pelos.

—Yo creo que son muy graciosos —dijo Ce'Nedra, y antes de que Garion pudiera evitarlo, alzó sus dedos pequeños y le acarició la barbilla.

Garion se sobresaltó y volvió a ruborizarse.

—Tendrás que afeitarte —ordenó tía Pol con firmeza.

Durnik bajó a la bodega sin decir una palabra y volvió poco después con un cubo, un trozo de jabón marrón y un pedazo de espejo.

—No es muy difícil, Garion —dijo mientras acomodaba las cosas sobre la mesa frente al joven. Luego sacó la navaja que llevaba cuidadosamente plegada en la cintura—. Sólo deberás poner atención en no cortarte, eso es todo. El secreto está en no darse prisa.

—Ten mucho cuidado cuando pases por la nariz —le aconsejó Hettar—. Un hombre sin nariz tiene un aspecto muy curioso.

El afeitado se desarrolló entre innumerables consejos y el resultado final no estuvo tan mal. Casi todas las heridas dejaron de sangrar en pocos minutos, y a pesar de sentirse como si le hubieran despellejado la cara, Garion quedó bastante satisfecho con el resultado.

—Así está mucho mejor —dijo tía Pol.

—Ahora cogerá frío en la cara —predijo Barak.

—¿Por qué no paras de una vez? —replicó ella.

La costa de Nyissa se deslizaba a su izquierda como un tupido muro de vegetación enmarañada coronado por enredaderas y largas tiras de musgo. De vez en cuando algún remolino de viento traía hasta el barco las espantosas emanaciones de los pantanos. Garion y Ce'Nedra miraban hacia la jungla desde la proa.

—¿Qué es eso? —preguntó Garion y señaló a unos seres largos, cuyas patas se deslizaban sobre el barro a la orilla de un arroyo que desembocaba en el mar.

—Cocodrilos —contestó Ce'Nedra. —¿Qué es un cocodrilo?

—Un lagarto grande —respondió ella.

—¿Son peligrosos?

—Muy peligrosos, se comen a la gente. ¿Nunca has leído nada sobre ellos?

—No sé leer —admitió Garion sin pensarlo. —¿Qué?

—Que no sé leer —repitió Garion—. Nadie me enseñó.

—¡Eso es ridículo!

—No es culpa mía —se defendió Garion.

Ella lo miró pensativa. Después del encuentro con Chamdar, a Garion le había dado la impresión de que le tenía miedo, y es probable que se sintiera insegura por no haberlo tratado demasiado bien. El hecho de que al principio lo hubiese considerado un criado había motivado que la relación empezara mal, pero Ce'Nedra era demasiado orgullosa para admitir su error. Garion casi podía percibir los pequeños engranajes que se movían en la mente de la joven.

—¿Te gustaría que te enseñara? —propuso ella.

Garion sintió que su ofrecimiento era lo más cercano a una disculpa que podía esperar.

—¿Llevará mucho tiempo?

—Eso depende de lo listo que seas.

—¿Cuándo podemos empezar?

—Yo tengo un par de libros —dijo ella con el entrecejo fruncido—, pero necesitaremos algo para escribir.

—No creo que necesite aprender a escribir —observó él—, con leer será suficiente por el momento.

—Es lo mismo, tonto —rió ella.

—No lo sabía —repuso Garion ruborizado—. Yo pensé... —perdió el hilo de la idea—. Supongo que nunca pensé de verdad en ello —concluyó sin convicción—. ¿Qué necesitamos para escribir?

—El pergamino es ideal —respondió ella—, y también una varilla de carbón, así podremos borrar y volver a escribir sobre e mismo pergamino.

—Iré a hablar con Durnik —decidió él—, seguro que se le ocurrirá algo.

Durnik sugirió que usaran tela de vela y una ramita con punta quemada. Una hora después, Garion y Ce'Nedra estaban sentados a la sombra en la proa del barco, con las cabezas juntas e inclinadas sobre un cuadrado de lona clavado a una tabla. Garion levantó la vista y vio a tía Pol que los miraba con una expresión indescifrable. Luego bajó la vista otra vez hacia aquellos extraños y fascinantes símbolos de la lona.

Las clases continuaron durante varios días. Sus dedos, hábiles por naturaleza, no tardaron en cogerle el truco al dibujo de las letras.

—No, no —le decía Ce'Nedra una tarde—, lo has escrito mal, te has equivocado de letras. Tu nombre es Garion, no Belgarion.

Garion sintió un repentino escalofrío y miró hacia el trozo de lona. El nombre estaba escrito con toda claridad: Belgarion. Levantó la vista deprisa. Tía Pol estaba de pie en el lugar acostumbrado y sus ojos lo miraban con la expresión de siempre.

«Sal de mi mente», le ordenó con el pensamiento.

«Estudia mucho, cariño —le respondió la voz muda de su tía—. El estudio siempre es útil y tú tienes mucho que aprender. Cuanto antes adquieras el hábito, mejor.»

Luego tía Pol le sonrió y se alejó.

Al día siguiente el barco de Greldik llegó a la desembocadura del río de las Serpientes, en el centro de Nyissa, y la tripulación plegó las velas y puso los remos en posición, listos para la empinada subida por el río hacia Sthiss Tor.