Capítulo 19

Durante los días siguientes cabalgaron hacia el sur con rapidez, a menudo por la noche, para evitar encontrarse con las patrullas de legionarios que recorrían los campos en busca de Ce'Nedra.

—Tal vez habría sido mejor seguir con Jeebers —musitó Barak con amargura después de que casi se toparan con los soldados—. Nos ha echado detrás a todas las patrullas desde aquí a la frontera. Habría sido preferible abandonarlo en algún lugar solitario o algo por el estilo.

—Ese «algo por el estilo» suena a conclusión irrevocable, viejo amigo —apuntó Seda con una sonrisita de astucia.

—Habría solucionado el problema —dijo Barak encogiéndose de hombros.

—Deberías evitar que el cuchillo pensara siempre por ti —rió Seda—. Esa es una de las características de nuestros primos chereks que encontramos menos atractivas.

—Y a nosotros nos parece igualmente desagradable esa obsesión de nuestros hermanos drasnianos por hacer comentarios ingeniosos todo el tiempo —replicó Barak con frialdad.

—Muy bien expresado —dijo Seda con falsa admiración.

Siguieron su camino, siempre alerta y listos para esconderse o huir. Durante aquellos días dependieron en gran medida de la extraña facultad de Hettar. Como las patrullas que los perseguían iban siempre montadas, el alto algario con cara de halcón recorría la zona con su mente en busca de caballos, y de ese modo les advertía con tiempo de la cercanía de los soldados.

—¿Cómo es? —le preguntó Garion una mañana nublada, mientras cabalgaban a lo largo del camino abandonado y cubierto de malezas al cual los había conducido Seda—. Me refiero a escuchar los pensamientos de los caballos.

—No podría describirlo con exactitud —respondió Hettar—. Yo siempre lo he hecho, así que no puedo imaginar cómo sería no hacerlo. La mente del caballo tiene otro tipo de alcance, una especie de sentimiento colectivo. Un caballo piensa en términos de «nosotros» en lugar de «yo», supongo que es debido a que en su condición natural son miembros de una manada y a menudo olvidan que no eres un caballo... —Se interrumpió de repente—. Belgarath, viene otra patrulla —anunció en tono apremiante—; allí, detrás de esa colina. Son treinta o cuarenta hombres.

El señor Lobo echó un rápido vistazo a los alrededores.

—¿Tenemos tiempo para alcanzar aquellos árboles? —dijo señalando un tupido bosquecillo de arces a unos setecientos metros.

—Si nos damos prisa.

—Entonces, ¡corramos! —ordenó Lobo, y todos espolearon sus caballos y salieron al galope. Llegaron a los árboles justo cuando caían sobre las grandes hojas las primeras gotas de una llovizna primaveral que los había amenazado durante toda la mañana. Desmontaron y se perdieron entre las ramas flexibles, tirando de sus caballos y arrastrándose para ocultarse.

La patrulla tolnedrana apareció sobre la cima de la colina y descendió hacia el valle. El capitán a cargo de los legionarios detuvo su caballo no muy lejos del grupo de arces y dispersó a sus hombres con unas cuantas órdenes estrictas. Los legionarios se separaron en pequeños grupos, recorrieron el sendero cubierto de malezas en ambas direcciones y examinaron el campo de los alrededores desde lo alto de una pequeña elevación de terreno. El oficial detuvo su caballo a un lado del sendero y se quedó atrás junto con un civil que llevaba una capa de viaje gris. Contempló la lluvia con expresión de disgusto y elevó la mirada hacia el cielo.

—Va a ser un día húmedo —dijo mientras desmontaba y se arropaba con su capa carmesí.

Su acompañante también bajó del caballo y se giró de modo que desde los arces pudieron divisar su cara. Garion percibió cómo Hettar se ponía en tensión, pues el hombre de la capa gris era un murgo.

—Aquí, capitán —dijo el murgo, y condujo su caballo bajo las ramas de los arces, al borde del bosquecillo.

El tolnedrano asintió y siguió al hombre de la capa gris.

—¿Has tenido oportunidad de meditar sobre mi oferta? —preguntó el murgo.

—Creí que sólo se trataba de una especulación —respondió el capitán—. Ni siquiera tenemos la seguridad de que esos extranjeros se encuentren en esta zona.

—Tengo información de que se dirigen hacia el sur, capitán —le dijo el murgo—. Creo que puedes estar seguro de que están en algún lugar de esta región.

—Pero no hay garantías de que los encontremos —replicó el capitán—, e incluso si lo hiciéramos sería difícil hacer lo que propones.

—Capitán —explicó el murgo con paciencia—, después de todo se trata de la seguridad de la princesa. Si la devolvemos a Tol Honeth los Vordue van a matarla, ya has leído los documentos que te traje.

—Con los Borune estará a salvo —afirmó el capitán—. Los Vordue no la van a seguir al sur de Tolnedra.

—Los Borune la van a llevar de vuelta junto a su padre. Tú mismo eres un Borune, ¿desafiarías acaso la voluntad de un emperador de tu propia familia?

El capitán tenía cara de preocupación.

—Sólo estará segura con los Horbit —insistió el murgo. —¿Qué garantías tengo yo de que con ellos estará a salvo? —La mejor garantía de todas: la política. Los Horbit están haciendo todo lo posible para evitar que el gran duque Kador llegue al poder, y como éste quiere matar a la princesa, los Horbit pretenden mantenerla con vida. Es la única forma de garantizar su seguridad, y además tú te convertirás en un hombre rico —dijo el murgo en tono sugestivo mientras hacía resonar una bolsa de monedas.

El capitán todavía tenía expresión de desconfianza.

—Supongamos que doblo la cantidad —dijo el murgo con una voz casi ronroneante.

—Es por su seguridad, ¿verdad? —Por supuesto que sí.

—Y no sería una traición a la familia Borune.

—Tú eres un patriota, capitán —le aseguró el murgo con una sonrisa impersonal.

Tía Pol sujetaba el brazo a Ce'Nedra, mientras ambas se agazapaban entre los árboles. La menuda joven tenía una expresión de furia en el rostro y sus ojos echaban chispas.

Más tarde, después de que los legionarios y el murgo se hubieran ido, la princesa explotó:

—¡Cómo se atreven! —gritó fuera de si—. ¡Y todo por dinero!

—Es una muestra de la política tolnedrana —comentó Seda mientras todos conducían los caballos fuera de los árboles y salían a la mañana lluviosa.

—Pero él es un Borune —protestó ella—, un miembro de mi propia familia.

—La primera lealtad de un tolnedrano es con su bolsillo —afirmó Seda—. Me sorprende que no lo hayas descubierto antes, alteza.

Pocos días después, desde lo alto de una colina, divisaron el bosque de las Dríadas, que se extendía como una enorme mancha verde en el horizonte. Las lluvias habían cesado y el sol brillaba con intensidad.

—Cuando lleguemos al bosque estaremos seguros —dijo la princesa—, los legionarios no entrarán allí.

—¿Qué va a detenerlos? —preguntó Garion.

—El tratado con las dríadas —repuso ella—. ¿Es que no sabes nada?

A Garion le disgustó ese comentario.

—No viene nadie —le comunicó Hettar al señor Lobo—. Podemos ir despacio o esperar a que anochezca.

—Démonos prisa —dijo Lobo—. Me estoy cansando de esquivar a las patrullas.

Bajaron la colina al galope en dirección hacia el bosque. No había los típicos arbustos que solían señalar la transición entre el campo y el bosque, la zona de los árboles comenzaba sin más. Lobo los condujo hacia el interior de la selva y el cambio fue tan abrupto como si de repente hubiesen penetrado en una casa. El bosque era increíblemente antiguo y los enormes robles desplegaban sus ramas con tal amplitud que apenas podía verse el cielo. Garion tuvo la impresión de que las plantas eran pequeñísimas en comparación con los grandes árboles y de que el bosque tenía una cualidad extraña y secreta. El aire estaba calmo, sólo se oía el zumbido de los insectos y un coro de pájaros sobre sus cabezas.

—Es extraño —dijo Durnik mirando a su alrededor—. No veo señales de leñadores.

—¿Leñadores? —exclamó Ce'Nedra, muy asombrada—. ¿Aquí? Jamás se atreverían a entrar en este bosque.

—Es un lugar inviolable, Durnik —explicó el señor Lobo—. La familia Borune tiene un tratado con las dríadas. Nadie ha tocado uno de estos árboles en los últimos tres mil años.

—Es un sitio curioso —apuntó Mandorallen—. Tengo la impresión de percibir una presencia, y no del todo amistosa.

—El bosque está vivo —dijo Ce'Nedra— y no le gustan mucho los extraños. Pero no te preocupes, Mandorallen, mientras estéis conmigo estaréis seguros —agregó con un dejo de presunción.

—¿Estás seguro de que las patrullas no nos seguirán? —le preguntó Durnik al señor Lobo—. Jeebers sabía que veníamos hacia aquí y sin duda se lo habrá contado a los Borune.

—Los Borune no romperán el tratado con las dríadas —le aseguró Lobo—, ningún motivo los induciría a hacerlo.

—Nunca supe de ningún acuerdo que los tolnedranos no se saltaran según su conveniencia —afirmó Seda con escepticismo.

—Éste es distinto —dijo Lobo—. Las dríadas entregaron a una de sus princesas a un joven noble de la familia de los Borune que luego sería la madre del emperador de la primera dinastía. La suerte de los Borune depende en gran medida de este tratado y no arriesgarían algo así por ningún motivo.

—¿Qué es una dríada, exactamente? —preguntó Garion. Garion sintió la necesidad de hablar para romper aquel silencio opresivo y vigilante, aquella extraña sensación de que había otro tipo de presencia y de que el bosque tenía una conciencia propia.

—Forman un pequeño grupo —dijo el señor Lobo— y son bastante agradables, siempre me han gustado. No son humanas, por supuesto, pero eso no tiene ninguna importancia.

—Yo soy una dríada —afirmó Ce'Nedra orgullosa. Garion la observó con atención.

—Desde el punto de vista legal, tiene razón —reconoció Lobo—. El linaje de las dríadas se sucede a través de las mujeres de la familia Borune. Ésa es una de las razones por las cuales los hombres de la familia respetan el tratado: todas sus esposas madres los abandonarían si lo rompieran.

—Ella parece humana —objetó Garion, todavía con la vista fija en la princesa.

—Las dríadas tienen un parentesco tan cercano con los humanos que las diferencias son insignificantes —dijo Lobo—. Quizá por eso no se volvieron locas como los demás monstruos cuando Torak dividió el mundo.

—¿Monstruos? —protestó Ce'Nedra con voz estridente. —Con perdón, princesa —se disculpó Lobo—. Es el término con que los ulgos describen a los seres no humanos que apoyaron a Gorim en Prolgu cuando éste se encontró con el dios Ul.

—¿Acaso tengo aspecto de monstruo? —lo increpó ella, enfadada y con la cabeza erguida.

—Tal vez haya elegido mal las palabras —musitó Lobo—. Perdóname.

—¡Nada menos que monstruos! —repitió Ce'Nedra, enfurecida.

Lobo se encogió de hombros.

—Si no recuerdo mal, cerca de aquí hay un arroyuelo. Pararemos allí hasta que la reina Xantha se entere de nuestra llegada. No es conveniente entrar en territorio de las dríadas sin permiso de la reina. Si uno las provoca, pueden resultar bastante fastidiosas.

—Creí que habías dicho que eran agradables —apunto Durnik. —Dentro de lo razonable —respondió Lobo—. Cuando uno se encuentra en medio del bosque, es preferible no hacer enfadar a gente capaz de comunicarse con los árboles, pues podrían suceder cosas muy molestas. —Frunció el entrecejo—. Esto me recuerda que será mejor que escondas tu hacha. Las dríadas reaccionan mal ante las hachas y los fuegos, son muy sensibles al respecto. Tendremos que hacer un fuego muy pequeño y sólo para cocinar.

Se detuvieron bajo un roble enorme, junto a un arroyuelo espumoso que caía sobre unas rocas cubiertas de musgo. Allí desmontaron y armaron sus tiendas grisáceas. Después de comer, Garion vagaba por ahí aburrido, el señor Lobo dormía la siesta y Seda había convencido a los demás para que jugaran con él a los dados. Tía Pol había hecho sentar a Ce'Nedra sobre un tronco y le estaba quitando el tinte del pelo.

—Garion —dijo—, si no tienes nada mejor que hacer, ¿por qué no te das un baño?

—¿Un baño? —preguntó él—. ¿Dónde?

—Estoy segura de que encontrarás un sitio adecuado en el arroyo —respondió mientras jabonaba con cuidado el cabello de Ce'Nedra.

—¿Quieres que me bañe en esta agua? ¿No tienes miedo de que me resfríe?

—Eres un chico saludable, cariño —replicó ella—, pero muy sucio. Ahora ve a bañarte.

Garion le dirigió una mirada sombría y se acercó a los sacos para buscar ropa limpia, jabón y una toalla. Luego caminó río arriba, refunfuñando a cada paso.

Una vez solo bajo los árboles, experimentó aún con más fuerza la sensación de que lo observaban. No era nada tangible, sólo la impresión de que los robles tenían conciencia de su presencia allí y se pasaban información sobre sus movimientos a través de un tipo de comunicación vegetal que él era incapaz de comprender. No parecía encerrar ninguna amenaza, simplemente se trataba de una especie de vigilancia.

A una distancia considerable de las tiendas, encontró un pozo bastante grande donde las aguas del arroyo caían en cascada desde unas rocas. El agua era tan transparente que Garion podía ver las piedrecillas brillantes del fondo y varias truchas de gran tamaño que lo miraban con desconfianza. Tocó el agua con la mano y sintió un escalofrío. Luego consideró la posibilidad de una triquiñuela, como salpicarse el cuerpo con agua y ponerse un poco de jabón en los lugares más visibles, pero tras meditarlo un poco, desechó la idea. Tía Pol sólo se conformaría con un baño completo, así que suspiró con amargura y comenzó a quitarse la ropa.

La primera impresión fue horrible, pero después de unos minutos descubrió que podía soportarlo y un rato más tarde le pareció divertido. La cascada hacía que se formara espuma y en poco tiempo Garion advirtió que estaba disfrutando del baño.

—Estás armando un gran alboroto —dijo Ce'Nedra, que apareció junto a la orilla y lo contempló con total serenidad.

Garion se zambulló hasta el fondo del arroyo. Sin embargo, si uno no es pez, no puede permanecer indefinidamente bajo el agua, y no transcurrió más de un minuto antes de que sacara la cabeza a la superficie en busca de aire, entre jadeos y maldiciones.

—¿Qué haces? —le preguntó Ce'Nedra.

La joven llevaba una túnica blanca, corta, sin mangas y con un cinturón, y sandalias abiertas con cintas que se cruzaban sobre sus delgados tobillos y pantorrillas hasta debajo de las rodillas. Llevaba una toalla en una mano.

—¡Vete! —barboteó Garion.

—No seas tonto —respondió ella mientras se sentaba sobre una roca y comenzaba a desatarse las sandalias. Su cabello rojizo todavía estaba húmedo y caía como una pesada mata sobre sus hombros.

—¿Qué vas a hacer?

—Quiero bañarme —contestó ella—. ¿Vas a tardar mucho más?

—¡Vete a otro sitio! —le gritó Garion, que aunque estaba temblando seguía acurrucado bajo el agua y asomaba sólo la cabeza.

—Este lugar me parece apropiado —dijo ella—. ¿Cómo está el agua?

—Fría —respondió él haciendo castañetear los dientes—, pero no pienso salir hasta que te vayas. —No seas tan memo —dijo ella.

Garion, ruborizado, sacudió la cabeza obcecado y ella suspiró con exasperación.

—¡Muy bien! —dijo—. No miraré, pero pienso que te comportas como un tonto. En los balnearios de Tol Honeth nadie le da importancia a estas cosas.

—No estamos en Tol Honeth —repuso él con sarcasmo.

—Me pondré de espaldas si eso hace que te sientas mejor —dijo ella al tiempo que se incorporaba y se volvía de espaldas al arroyo.

Sin creerle del todo, Garion se arrastró fuera del agua y se puso los calzoncillos y las calzas sobre el cuerpo mojado.

—Muy bien —dijo—. Ya puedes meterte en el agua. —Se secó el pelo y la cara con la toalla—. Yo vuelvo a las tiendas.

—La señora Polgara dice que debes quedarte conmigo —le comunicó ella mientras se desataba el cinturón con calma.

—¿Que tía Pol dice qué? —preguntó enfurecido.

—Se supone que debes quedarte a protegerme —respondió ella al tiempo que cogía los extremos de la túnica con la intención evidente de quitársela.

Garion dio media vuelta y fijó la vista en los árboles. Le ardían las orejas y le temblaban las manos de forma incontrolable. Ella dejó escapar una risita breve y cristalina, y Garion oyó el chapoteo de su cuerpo al sumergirse en el agua. La princesa chilló por el frío del agua y luego se oyeron más chapoteos.

—Alcánzame el jabón —le ordenó.

Garion se agachó a recoger el jabón sin detenerse a pensarlo y no pudo evitar verla por un instante, de pie y con el agua hasta la cintura, pero después cerró los ojos con fuerza. Caminó hacia atrás en dirección al arroyo con los ojos cerrados y la mano extendida torpemente para darle el jabón.

Ella volvió a reír y cogió el jabón que le ofrecía. Después de un rato, que a Garion le pareció una eternidad, la princesa terminó de bañarse, salió del arroyo, se secó y se vistió, sin que el joven abriera los ojos en todo ese tiempo.

—Los sendarios tenéis unas ideas muy extrañas —observó ella mientras se sentaban en un claro alumbrado por el sol, junto al arroyo. La princesa peinaba su húmeda y espesa cabellera de color rojo intenso con la cabeza inclinada hacia un lado, y empujaba el peine hacia abajo para desenredar los nudos—. Los balnearios de Tol Honeth están abiertos a todos y la gente hace competiciones atléticas sin ropa. El verano pasado yo misma corrí con una docena de chicas en el Estadio Imperial. Los espectadores quedaron muy satisfechos.

—Me lo imagino —respondió Garion con sequedad.

—¿Qué es eso? —preguntó ella señalando el amuleto sobre su pecho desnudo.

—Me lo regaló mi abuelo para la última celebración del Paso de las Eras —respondió Garion.

—Déjame ver —dijo ella y extendió la mano. El se inclinó hacia delante—. Quítatelo para que pueda verlo mejor —le ordenó ella.

—No puedo quitármelo —repuso él—. El señor Lobo y tía Pol dicen que no debo hacerlo por ningún motivo. Creo que tiene algún tipo de hechizo.

—¡Qué idea tan extraña! —exclamó ella mientras se inclinaba para examinar el amuleto—. Ellos no son hechiceros de verdad, ¿no es cierto?

—El señor Lobo tiene siete mil años —respondió Garion— y conoció al dios Aldur. He visto cómo hacía crecer un árbol de una ramita en unos pocos minutos y cómo prendía fuego a unas rocas. Tía Pol curó a una mujer ciega con una sola palabra y es capaz de convertirse en un búho.

—Yo no creo en esas cosas —dijo Ce'Nedra—. Estoy segura de que tendrán alguna otra explicación.

Garion se encogió de hombros y se puso la camisa de hilo y la túnica marrón. Sacudió la cabeza y se pasó los dedos por el cabello todavía húmedo.

—Te estás haciendo un lío —observó ella con reprobación—. Ven —dijo, se levantó y se puso detrás de él—, deja que lo haga yo. —Comenzó a peinarlo con cuidado—. Tienes un cabello muy bonito para ser un hombre —le dijo.

—Es sólo pelo —respondió él con indiferencia.

Siguió peinándolo en silencio durante unos minutos, luego le cogió la barbilla con la mano, le hizo girar la cabeza y lo miró con ojo crítico. Entonces le alisó el pelo de los costados con las manos una o dos veces, hasta que quedó satisfecha con el resultado.

—Así está mejor —decidió Ce'Nedra.

—Gracias —dijo él, un poco confundido por el cambio que se había operado en ella.

La princesa volvió a sentarse sobre la hierba, entrelazó las manos sobre una rodilla y miró con fijeza el agua burbujeante del arroyo.

—Garion —dijo por fin.

—¿Si?

—¿Cómo es crecer como una persona normal?

—Yo nunca he sido otra cosa —respondió él—, así que no sabría con qué compararlo.

—Ya sabes lo que quiero decir. Háblame del lugar donde te criaste, lo que hacías, todas esas cosas.

Entonces él le habló de la hacienda de Faldor, de la cocina, de la fragua de Durnik y de Doroon, Rundorig y Zubrette.

—Estás enamorado de Zubrette, ¿verdad? —preguntó ella con un tono casi acusatorio.

—Creí que lo estaba, pero han pasado tantas cosas desde que dejamos la hacienda que a veces ni siquiera puedo recordar su cara. De todos modos, creo que es mejor no enamorarse; por lo visto, casi siempre es una experiencia bastante dolorosa.

—Eres imposible —dijo ella y le sonrió, con su cara pequeña enmarcada por la refulgente mata de cabello con reflejos de sol.

—Es probable —admitió él—. Bueno, ahora dime cómo es crecer como una persona muy especial.

—¡Ah, eso! —dijo ella con una risita—. ¿Sabes una cosa?, desde que estoy con vosotros casi he olvidado que soy la princesa imperial.

—Casi —replicó él con una sonrisa—, pero no del todo. —No —reconoció ella—, no del todo. —Volvió a mirar hacia el arroyo—. Ser una princesa casi siempre resulta aburrido. Todo son formalidades y ceremonias y pasas el tiempo escuchando discursos o recibiendo visitas de Estado. Siempre estoy rodeada de guardias, aunque a veces me escapo para poder ser yo misma. Eso los pone furiosos. —Se rió otra vez y luego su mirada se volvió pensativa—. Déjame que te lea el futuro —le dijo mientras le cogía una mano.

—¿Puedes leer el futuro? —preguntó Garion.

—Es sólo un juego —admitió ella—. A veces lo hacemos con mis doncellas y nos prometemos maridos importantes y muchos hijos. —Le dio vuelta la mano y la miró. Ahora que estaba limpio, la señal en la palma era más clara—. ¿Qué es eso? —le preguntó.

—No lo sé.

—No es una enfermedad, ¿verdad?

—No —respondió él—, siempre ha estado aquí. Creo que tiene algo que ver con mi familia. Tía Pol no quiere que la gente la vea, así que intenta ocultarla.

—¿Cómo puedes ocultar algo así?

—Casi siempre me manda a hacer cosas para que me ensucie las manos.

—¡Qué extraño! —dijo ella—. Yo también tengo una marca de nacimiento, justo encima del corazón. ¿Quieres verla? —añadió y se llevó la mano al escote de la túnica.

—¡No! —dijo Garion, rojo como un tomate—. Te creo. —Eres un chico extraño —afirmó ella con una risa suave y cristalina—. No te pareces en nada a los demás chicos que he conocido.

—Sin duda, serán tolnedranos —señaló Garion—. Yo soy sendario, o al menos fui educado como tal, así que es lógico que haya diferencias.

—Parece que no estuvieras seguro de tu nacionalidad.

—Seda dice que no soy sendario —explicó Garion— y que no está seguro de dónde soy. Eso es muy raro, porque Seda puede reconocer la nacionalidad de cualquiera en un instante. Tu padre pensó que yo era rivano.

—Si la señora Polgara es tu tía y Belgarath tu abuelo, lo más probable es que seas un hechicero —sugirió Ce'Nedra.

—¿Yo? —rió Garion—. Eso es ridículo. Además, los hechiceros no constituyen una raza como los chereks, los tolnedranos o los rivanos. Más bien creo que se trata de una profesión, como la de abogado o mercader. Aunque no hay ninguno nuevo y todos los hechiceros tienen miles de años. El señor Lobo dice que la gente ha cambiado y por eso no hay más hechiceros.

—Garion... —dijo Ce'Nedra. Se había reclinado hacia atrás y lo miraba apoyada sobre los codos.

—¿Sí?

—¿Te gustaría besarme?

El corazón de Garion comenzó a latir con fuerza. Justo en ese momento escucharon a Durnik, que llamaba desde muy cerca. Por un instante, Garion odió a su viejo amigo.