Capítulo 22

A la mañana siguiente, antes de la salida del sol y cuando el fino rocío aún flotaba en el aire bajo las ramas de los enormes robles, Seda y el señor Lobo se prepararon para partir hacia Nyissa. Garion, sentado sobre un tronco, miraba con tristeza al viejo, que guardaba la comida.

—¿Por qué estás tan deprimido? —le preguntó Lobo.

—Preferiría que no tuviéramos que separarnos —respondió Garion.

—Es sólo por un par de semanas.

—Ya lo sé, pero, aun así, me gustaría... —Garion se encogió de hombros.

—Cuida a tu tía Pol mientras yo no esté —dijo Lobo, y terminó de atar el saco.

—Bueno...

—Y no te quites el amuleto, Nyissa es un lugar muy peligroso.

—Lo recordaré —prometió Garion—. Tendrás cuidado, ¿verdad, abuelo?

El viejo lo miró con seriedad. Su barba blanca brillaba bajo la luz brumosa.

—Yo siempre tengo cuidado, Garion —respondió.

—Se hace tarde, Belgarath —le recordó Seda, quien se acercaba con dos caballos.

Lobo asintió con la cabeza.

—Te veremos en Sthiss Tor dentro de dos semanas —le dijo a Garion.

El chico le dio un rápido abrazo y se volvió para no verlos partir. Cruzó el claro y se acercó a Mandorallen, que tenía la vista fija en el rocío.

—Las despedidas resultan melancólicas —dijo el caballero con tristeza y suspiró.

—Hay algo más, Mandorallen, ¿no? —preguntó Garion. —Sois un joven muy perspicaz.

—¿Qué te preocupa? En los últimos dos días has actuado de una forma extraña.

—He descubierto un curioso sentimiento en mi interior, Garion, y no me gusta nada.

—¿De qué se trata?

—Miedo —dijo Mandorallen contundente. —¿Miedo? ¿De qué?

—De los hombres de barro. No sé por qué, pero su mera existencia ha producido terror en mi alma.

—Nos asustaron a todos, Mandorallen —le dijo Garion. —Yo nunca había sentido miedo —afirmó Mandorallen.

—¿Nunca?

—Ni siquiera cuando era un niño. Los hombres de barro me pusieron la piel de gallina y me provocaron un deseo imperioso de escapar.

—Pero no lo hiciste —señaló Garion—, te quedaste a pelear.

—Esta vez, sí —admitió Mandorallen—. Pero ¿qué pasará la próxima? Ahora que el miedo conoce el camino hasta mi alma, ¿quién me garantiza que no va a volver? ¿Y si en un momento de desesperación, cuando el éxito de nuestra misión esté en juego, ese odioso temor apoyara su mano helada sobre mi corazón y me privara del valor? Estoy sumamente avergonzado de mi cobardía y de mi debilidad.

—¿Avergonzado? ¿Por actuar como un ser humano? Eres demasiado duro contigo mismo.

—Sois muy amable al justificarme, joven, pero mi flaqueza es demasiado grave para una disculpa tan simple. Luché por alcanzar la perfección y estuve, según creo, bastante cerca de lograrla. Pero ahora que la perfección, que es la mayor maravilla del mundo, se ha esfumado, es muy difícil aceptarlo. —Se volvió y Garion se asombró de ver lágrimas en sus ojos—. ¿Me ayudaréis a ponerme la armadura? —preguntó.

—Por supuesto.

—Siento la imperiosa necesidad de revestirme de acero. Quizás así consiga endurecer mi cobarde corazón. —Tú no eres ningún cobarde —insistió Garion.

—¡Sólo el tiempo podrá demostrarlo! —suspiró Mandorallen con tristeza.

Cuando llegó el momento de partir, la reina Xantha les dedicó unas palabras:

—Os deseo lo mejor —dijo—. Me gustaría colaborar en vuestra misión, pero las dríadas estamos unidas a nuestros árboles con lazos que no pueden romperse. Mi árbol es muy viejo, y debo cuidar de él —añadió, dirigiéndole una mirada afectuosa al enorme roble que se erguía bajo el rocío de la mañana—. Estamos atados el uno al otro, pero con un vínculo de amor.

Garion sintió otra vez aquel pequeño roce que había experimentado el día anterior al ver el enorme árbol por primera vez. En esta ocasión se trataba de un toque de despedida y de algo parecido a una advertencia. La reina Xantha intercambió una mirada de asombro con tía Pol y después examinó a Garion con atención.

—Mis hijas menores os acompañarán hasta el río que marca la frontera sur de nuestro bosque —continuó—; desde allí es sencillo llegar hasta el mar.

La voz de la reina no dejaba traslucir ningún cambio, pero sus ojos tenían un aire pensativo.

—Gracias, Xantha —dijo tía Pol con afecto mientras abrazaba a la reina de las dríadas—. Si puedes comunicar a los Borune que Ce'Nedra está a salvo conmigo, tal vez el emperador se quede más tranquilo.

—Lo haré, Polgara —prometió Xantha.

Entonces montaron sus caballos y siguieron a la media docena de dríadas que revoloteaban delante como mariposas y los guiaban hacia la frontera del sur. Garion se sentía deprimido sin saber bien por qué, y mientras cabalgaba junto a Durnik por el zigzagueante sendero del bosque, no presto la más mínima atención al paisaje.

A media mañana comenzó a oscurecer bajo los árboles, pero continuaron su avance en silencio a través del bosque cada vez más sombrío. Daba la impresión de que la advertencia que Garion había percibido en el claro de la reina Xantha, se repetía ahora en el crujir de las ramas y en el murmullo de las hojas.

—El tiempo debe de estar cambiando —dijo Durnik alzando la vista—. Ojalá pudiera ver el cielo.

Garion asintió con un gesto e intentó desechar aquella sensación de peligro inminente que lo embargaba.

Al frente del grupo cabalgaban Mandorallen con su armadura y Barak con su cota de malla; Hettar, que llevaba la chaqueta de piel de caballo con remaches de metal, iba detrás. Por lo visto, aquel imperioso presentimiento también los había alcanzado a ellos, y avanzaban con cautela, sus manos cerca de las armas y los ojos alerta a cualquier problema.

De repente se encontraron rodeados de soldados tolnedranos que surgían de atrás de los arbustos o de los árboles. No hicieron ademán de atacar, simplemente les cortaron el paso, con sus pulidos petos y sus espadas cortas prontas.

Barak murmuró una maldición y Mandorallen se irguió en su caballo con solemnidad.

—¡Haceos a un lado! —ordenó a los soldados al tiempo que los amenazaba con su lanza.

—Tranquilo —le advirtió Barak.

Las dríadas, tras dirigir una mirada de asombro a los legionarios, se esfumaron entre los árboles oscuros.

—¿Qué pensáis, señor Barak? —preguntó Mandorallen con aire despreocupado—. No son muchos más de cien, ¿los atacamos?

—Uno de estos días tú y yo tendremos que charlar largo y tendido sobre algunas cosas —respondió Barak. Echó un vistazo por encima de su hombro y advirtió que Hettar se acercaba. Luego suspiró—. Bueno, supongo que será mejor acabar de una vez. —Apretó las correas de su escudo y aflojó la espada en su funda—. ¿Qué opinas, Mandorallen? ¿Deberíamos darles una oportunidad para que escaparan?

—Una sugerencia muy caritativa, señor Barak —asintió Mandorallen.

Entonces, un poco más arriba en el sendero, un grupo de hombres montados salió de entre los árboles. El jefe era un hombre alto y llevaba una capa azul con festones plateados, su peto y su casco estaban grabados en oro y montaba un caballo castaño cuyas patas se hundían en las hojas húmedas que cubrían el suelo.

—Espléndido —dijo mientras se acercaba con su caballo—, absolutamente espléndido.

—¿Acaso las legiones no tienen nada mejor que hacer que demorar a los viajeros? —le preguntó tía Pol al recién llegado con una mirada severa.

—Ésta es mi legión, señora —dijo con arrogancia el hombre de la capa azul—, y hace lo que yo le ordene. Veo que tenéis con vosotros a la princesa Ce'Nedra.

—Donde yo vaya y con quién es asunto mío, excelencia —dijo Ce'Nedra, altiva—, y no de la incumbencia del gran duque Kador de la familia Vordue.

—Vuestro padre está muy preocupado, princesa —aseguró Kador—, y Tolnedra entera te está buscando. ¿Quiénes son estas personas?

Garion intentó advertirle que callara con un gesto ceñudo y un movimiento de cabeza, pero ya era demasiado tarde.

—Los dos caballeros que van delante son Mandorallen, barón de Vo Mandor, y Barak, duque de Trellheim —anunció ella—. El guerrero algario que va detrás es Hettar, hijo de Cho-Hag, jefe del Clan de los Jefes de Algaria. La dama...

—Yo puedo hablar por mi misma, querida —interrumpió tía Pol con dulzura—. Me gustaría saber que trae al gran duque de Vordue tan al sur de Tolnedra.

—Tengo asuntos aquí, señora —dijo Kador.

—Es evidente —respondió tía Pol.

—Todas las legiones del imperio están buscando a la princesa y he sido yo quien la ha encontrado.

—Me sorprende ver a un Vordue tan interesado en colaborar en la búsqueda de la princesa Borune —observó tía Pol—. Sobre todo si se tienen en cuenta los siglos de enemistad entre ambas familias.

—Acabemos con esta farsa inútil —sugirió Kador con hostilidad—. Mis razones sólo me incumben a mí.

—Y sin duda son deshonrosas —agregó ella.

—Creo que olvidas quién soy, señora —le recordó Kador—; después de todo, soy quien soy, y lo más importante es quién llegaré a ser.

—¿Y quién llegarás a ser, excelencia? —preguntó ella. —Seré Ran Vordue, emperador de Tolnedra —anunció Kador.

—¿Ah, sí? ¿Y qué hace el futuro emperador de Tolnedra en el bosque de las Dríadas?

—Hago lo necesario para proteger mis intereses —respondió Kador con solemnidad—. Por el momento, es fundamental que la princesa Ce'Nedra quede bajo mi custodia.

—Es probable que mi padre tenga algo que decir al respecto, duque Kador —le recordó Ce'Nedra—, y también sobre tu ambición.

—Lo que diga Ran Borune no me interesa, alteza —respondió Kador—. Tolnedra me necesita y ningún truco de los Borune va a privarme de la corona imperial. Es obvio que el viejo piensa casarte con un Honeth o con un Horbit para apelar a un ilegítimo derecho al trono. Eso podría complicar las cosas y yo me propongo simplificarlas.

—¿Casándote conmigo? —preguntó burlona Ce'Nedra—. Pues no te hagas ilusiones.

—No —respondió Kador—, a mi no me interesa una dríada como esposa. Al contrario de los Borune, los Vordue creemos que debemos mantener nuestra sangre pura y sin contaminar.

—Entonces, ¿me tomarás prisionera? —preguntó la princesa.

—Me temo que eso sería imposible —respondió el duque Kador—. El emperador tiene espías por todos lados. Es una pena que hayas escapado justo ahora, alteza. Me costó mucho meter a uno de mis agentes en la cocina del palacio y conseguir un extraño veneno nyissano. Incluso me tomé la molestia de escribir una carta de pésame para tu padre.

—Eres muy considerado —dijo Ce'Nedra, al tiempo que palidecía.

—Por desgracia, ahora tendré que ser más directo —continuó Kador—. Una daga afilada y unos metros de tierra acabarán con tu desafortunada intromisión en la política tolnedrana. Lo siento mucho, princesa, no es nada personal, pero como comprenderás, tengo que defender mis intereses.

—Vuestro plan, duque Kador, tiene un pequeño fallo —afirmó Mandorallen mientras apoyaba con cuidado su lanza sobre un árbol.

—No veo cuál —dijo Kador con presunción.

—Vuestro error reside en la imprudencia de poneros al alcance de mi espada —dijo Mandorallen—. Vuestra cabeza está en juego y un hombre sin cabeza no necesita una corona.

Garion sabía que gran parte de la insolencia de Mandorallen se debía a la imperiosa necesidad de demostrarse a sí mismo que ya no tenía miedo.

Kador miró con recelo al caballero.

—Tú no harías una cosa así —dijo no demasiado convencido —. Sois muy inferiores en número.

—Sois imprudente al pensar así —replicó Mandorallen—. Yo soy el caballero más fuerte del mundo y tengo una armadura completa. Vuestros soldados serán como malezas para mí. Estás perdido, Kador. —Y con esas palabras desenvainó su enorme espada.

—Tenía que suceder —le dijo Barak a Hettar con ironía y también sacó su espada.

—Yo no haría eso —interrumpió otra voz con brusquedad.

Una figura familiar, vestida de negro, salió de atrás de un árbol cercano, montada en un caballo negro. Musitó unas pocas palabras e hizo un rápido ademán con su mano derecha. Garion sintió una confusa ansiedad y un extraño rugido en su mente. Entonces la espada de Mandorallen voló de su mano.

—Gracias, Asharak —dijo Kador con alivio—, no esperaba tu ayuda.

Mandorallen se sacó el guante de malla y se acarició la mano como si le hubiesen pegado un duro golpe. Los ojos de Hettar se entrecerraron y se volvieron extrañamente inexpresivos. El caballo negro del murgo le dedicó una breve mirada de curiosidad y luego desvió la vista casi con satisfacción.

—Bien, Sha-dar —se regocijó Asharak con una horrible mueca en su cara llena de cicatrices—, ¿te gustaría intentarlo otra vez?

—No es un caballo —dijo Hettar con una expresión de asco y repulsión—. Parece un caballo, pero es otra cosa.

—Si —asintió Asharak—, algo bastante distinto. Puedes sumergirte en el fondo de su mente, si te apetece, pero no creo que te guste lo que encontrarás en ella. —Se bajó del caballo y caminó hacia ellos con los ojos brillantes, luego se detuvo frente a tía Pol y le hizo una reverencia burlona—. Volvemos a encontrarnos, Polgara.

—Has estado ocupado, Chamdar —respondió ella. Kador, que estaba desmontando, pareció sorprendido. —¿Conoces a esta mujer, Asharak?

—Su nombre es Chamdar, duque Kador —dijo tía Pol—, y es un sacerdote grolim. Tú creíste que sólo compraba tu honor, pero pronto descubrirás que ha comprado mucho más que eso. —Ella se irguió en la montura y de repente el mechón blanco de su pelo cobró un brillo incandescente—. Has sido un enemigo interesante, Chamdar. Casi te echaré de menos.

—No lo hagas, Polgara —dijo el grolim con rapidez—. Tengo el corazón del chico en la mano, y en cuanto invoques tu voluntad, él morirá. Sé quién es y cuanto lo quieres.

—Es fácil decirlo, Chamdar —dijo ella con el entrecejo fruncido.

—¿Te gustaría comprobarlo? —se burló él.

—¡Bajad de los caballos! —ordenó Kador con severidad mientras los legionarios daban un paso adelante en actitud amenazadora.

—Haced lo que dice —ordenó tía Pol en voz baja.

—Ha sido una larga persecución, Polgara —dijo Chamdar—. ¿Dónde está Belgarath?

—No muy lejos —respondió ella—. Quizá si empiezas a correr ahora, puedas escapar antes de que vuelva.

—No, Polgara —rió él—, si estuviera cerca yo lo sabría. —Se volvió y miró a Garion con atención—: Has crecido, chico. Hace tiempo que no teníamos oportunidad de hablar, ¿verdad?

Garion fijó la vista en la cara llena de cicatrices de su enemigo, alerta, pero por extraño que pareciera, sin temor. La lucha que le había esperado durante años estaba a punto de comenzar y en el fondo de su corazón sabía que estaba preparado. Chamdar fijó sus ojos en los del joven con una expresión inquisitiva.

—No sabe nada, ¿verdad? —le preguntó a tía Pol y luego rió—. ¡Eres una mujer típica, Polgara! Guardaste el secreto sólo por el placer de guardarlo. Debí haberlo llevado conmigo hace años.

—Déjalo en paz, Chamdar.

—¿Cuál es su verdadero nombre, Polgara? He estado pendiente de él casi tanto como tú. —Volvió a reír—. Tú has sido su madre y yo he sido su padre. Entre los dos hemos criado un hijo estupendo, pero aún me falta conocer su verdadero nombre.

—Creo que esto ya ha llegado demasiado lejos —dijo ella con frialdad y adquirió una postura erguida—. ¿Cuáles son tus condiciones?

—No hay condiciones —respondió el grolim—. Tú, el chico y yo iremos al lugar donde Torak espera el momento de despertar. El corazón del chico estará en mis manos todo el tiempo, por lo tanto serás tan dócil como corresponde. Zedar y Ctuchik se destruirán el uno al otro en su lucha por el Orbe, a no ser que Belgarath los encuentre primero y se encargue de ello, pero a mí el Orbe no me interesa. Lo único que quería desde el principio era atraparte a ti y al chico.

—Entonces, ¿no intentabas detenernos? —preguntó ella.

—¿Deteneros? —rió Chamdar—. He hecho todo lo posible para ayudaros. Ctuchik y Zedar tienen hombres en todo el Oeste y yo los he engañado y los he demorado siempre que ha sido necesario para que vosotros pudierais seguir adelante. Sabía que tarde o temprano Belgarath tendría que perseguir el Orbe solo, y que, llegado ese momento, yo podría atraparos a ti y al chico.

—¿Con qué fin?

—¿Todavía no te das cuenta? —preguntó—. Las dos primeras cosas que Torak vea cuando despierte serán su novia y su enemigo mortal, arrodillados y encadenados junto a él. Tras un regalo tan majestuoso, yo seré ascendido por encima de todos.

—En tal caso, deja marchar a los demás —dijo ella. —No tengo ningún interés en ellos —respondió Chamdar—, así que los dejaré con el noble Kador. No creo que él encuentre razones para mantenerlos con vida, pero eso es asunto suyo. Yo ya tengo lo que quiero.

—¡Cerdo! —se enfureció Polgara sin poder evitarlo—. ¡Maldito cerdo!

Con una sonrisa imperturbable, Chamdar le cruzó la cara de una bofetada.

—Debes aprender a controlar tu lengua, Polgara —le dijo.

Garion sintió que le estallaba la cabeza. De forma casi inconsciente advirtió que los legionarios vigilaban a Durnik y a los demás, pero que a él ninguno parecía considerarlo una amenaza. Sin pensarlo dos veces, comenzó a caminar hacia su enemigo mientras se llevaba la mano a la daga.

«¡Así no!», advirtió la voz seca que siempre había estado en el fondo de su mente, aunque ya no tenía un tono pasivo ni desinteresado.

«¡Lo mataré!», dijo Garion en su mente.

«así no! —volvió a advertir la voz—. No te permitirán hacerlo con el cuchillo.»

«Entonces, ¿cómo?»

«Recuerda lo que te dijo Belgarath: la Voluntad y la Palabra.»

«Yo no podría, no sé cómo se hace.»

«Tú eres quien eres. Te lo demostraré, ¡mira!»

De forma espontánea y con tanta claridad que a Garion le parecía estar presenciándolo, se presentó ante sus ojos la imagen del dios Torak retorcido de dolor en el fuego del Orbe de Aldur. Vio cómo el rostro de Torak se deshacía y sus dedos ardían. Luego aquella cara cambió y se convirtió en la del tenebroso personaje cuya mente había estado unida a la suya desde la infancia. Tuvo la sensación de que una tremenda fuerza crecía en su interior, mientras veía ante sí la imagen de Chamdar envuelta en llamas.

«¡Ahora! —le ordenó la voz— , ¡hazlo!»

Necesitaba darle un golpe, estaba tan furioso que no se conformaría con menos. Se abalanzó sobre el grolim con tal rapidez que los legionarios no alcanzaron a detenerlo. Balanceó el brazo derecho y un instante después su palma chocó con la mejilla izquierda de Chamdar, al tiempo que sentía surgir toda la fuerza que había crecido en su interior a través de la señal blanquecina de su palma.

«¡Quema!», ordenó, y deseó con todas sus fuerzas que ocurriera.

Chamdar retrocedió, cogido por sorpresa. Una momentánea furia se reflejó en su rostro, pero luego sus ojos se abrieron ante el terrible descubrimiento. Miró a Garion con terror y su cara se desfiguró por el sufrimiento.

—¡No! —gritó con voz ronca justo cuando su mejilla comenzaba a arder en el mismo lugar donde Garion le había pegado.

Nubes de humo surgían de la túnica negra como si la hubieran dejado sobre una estufa al rojo vivo. Chamdar gritó y se cubrió la cara con las manos, pero sus dedos se encendieron en llamas. Volvió a gritar y se desplomó retorciéndose de dolor sobre la tierra húmeda.

«¡Quédate donde estás!» Esta vez era la voz de tía Pol, que se escuchaba severa en la mente de Garion.

La cara de Chamdar estaba envuelta en llamas y sus gritos resonaban en el bosque sombrío mientras los legionarios retrocedían y se alejaban del grolim. De repente Garion sintió nauseas.

«¡No aflojes! —dijo la voz de tía Pol justo cuando iba a volverse—. Mantén tu voluntad sobre él.»

Garion se quedó junto al grolim mientras se quemaba. Las hojas húmedas que cubrían el suelo ardían y humeaban mientras Chamdar se agitaba y luchaba con el fuego que lo consumía. Las llamas surgían de su pecho y sus gritos se hacían cada vez más débiles. Con un esfuerzo sobrehumano, se puso en pie y extendió sus manos llameantes hacia Garion en actitud de súplica. Su cara estaba chamuscada y un humo negro y espeso manaba del suelo y envolvía su cuerpo.

—Maestro —gimió—, ¡ten piedad!

El corazón de Garion se encogió de pena. Todos aquellos años de secreta proximidad lo refrenaban.

«¡No! —ordenó la voz firme de tía Pol —. Si lo sueltas te matará.»

«No puedo hacerlo —dijo Garion—, voy a detener el fuego.»

Tal como lo había hecho antes, comenzó a concentrarse en su voluntad y la sintió cobrar vida en su interior como un torrente de pena y compasión. Se acercó a Chamdar con el pensamiento fijo en salvarlo.

«¡Garion! —resonó con vigor la voz de tía Pol en su cabeza—. ¡Chamdar fue el que mató a tus padres!» El pensamiento cobró forma en su mente. «Chamdar mató a Geran y a Ildera, los quemó vivos, tal como él se esta quemando ahora. ¡Véngalos, Garion! ¡Mantén el fuego sobre él!»

Todo el odio y la furia que había llevado consigo desde que Lobo le había hablado sobre la muerte de sus padres pasó por su mente. El fuego, que un momento antes había estado a punto de apagar, no le pareció suficiente. La mano que había empezado a extender en un gesto de compasión se endureció y, con una furia terrible, la giró hacia arriba; entonces experimentó un extraño cosquilleo en la palma y su propia mano comenzó a arder. Mientras las llamas azuladas surgían de la señal de su palma y se extendían hacia los dedos, Garion no sintió dolor, ni siquiera calor. El fuego azul se hizo más intenso, tan brillante que Garion no podía mirarlo.

Pese a su estado de mortal agonía, Chamdar retrocedió al ver la mano encendida. Con un grito ronco y desesperado, intentó cubrir su cara chamuscada, se arrastró unos pasos hacia atrás y luego, como una casa en llamas, se desmoronó y se desplomó sobre la tierra.

«¡Ya está! —volvió la voz de Polgara—. Ya han sido vengados.» Y luego resonó en la mente de Garion con enorme regocijo: «¡Belgarion! —cantó—. ¡Mi Belgarion!».

Kador, tembloroso y con la cara cenicienta, retrocedió un par de pasos ante la visión del horrible bulto en llamas que era todo lo que quedaba del grolim.

—¡Brujería! —balbució.

—Así es —respondió tía Pol con frialdad—. No creo que estés preparado para esta clase de juegos, Kador.

Los asustados legionarios también retrocedían, con los ojos salidos de sus órbitas por lo que acababan de presenciar.

—Creo que el emperador va a tomarse este asunto muy en serio —afirmó tía Pol—. Cuando se entere de que queríais matar a su hija, se lo tomará como algo personal.

—No fuimos nosotros —dijo con rapidez uno de los soldados—. Fue Kador; nosotros sólo cumplíamos órdenes.

—Es probable que acepte esa excusa —dijo con tono de duda—. Aunque yo, en vuestro lugar, le llevaría algún tipo de obsequio como prueba de lealtad, algo apropiado a las circunstancias —añadió con una mirada significativa hacia Kador.

Varios legionarios comprendieron sus palabras, sacaron sus espadas y rodearon al gran duque.

—¿Qué vais a hacer? —los increpó Kador.

— Creo que hoy has perdido algo más que el trono, Kador —comentó tía Pol.

—No podéis hacerme esto —les dijo Kador a los legionarios.

—Somos leales al emperador, señor —dijo con voz severa uno de los soldados y apoyó la punta de su espada en la garganta de Kador—. Quedas arrestado por alta traición, y si nos causas algún problema, tendremos que conformarnos con llevar sólo tu cabeza a Tol Honeth, ¿comprendes lo que quiero decir?

—Majestad imperial —dijo uno de los oficiales de la legión mientras se arrodillaba junto a Ce'Nedra—. ¿Cómo puedo servirte?

La princesa, todavía pálida y temblorosa, recobró sus fuerzas.

—Llevad a este traidor ante mi padre —dijo con voz sonora—, y contadle lo que ha ocurrido aquí. Informadle que habéis arrestado al gran duque Kador por orden mía.

—De inmediato, majestad —dijo el oficial y se puso de pie—. ¡Amarrad al prisionero! —ordenó con severidad y luego se volvió a Ce'Nedra—: ¿Podemos escoltarte hasta tu destino, alteza?

—No será necesario, capitán —respondió ella—. Ahora quitad a este traidor de mi vista.

—Como su alteza desee —dijo el capitán con una gran reverencia, luego hizo un gesto preciso y los soldados se llevaron a Kador.

Garion se miraba la palma de la mano, que no tenía señales del fuego que la había abrasado.

Durnik, ahora libre de la vigilancia de los legionarios, contemplaba a Garion con los ojos muy abiertos.

—Creí que te conocía —susurró—. ¿Quién eres, Garion, y cómo has hecho esto?

—Querido Durnik —explicó tía Pol con cariño al tiempo que lo cogía del brazo—, ¿todavía quieres creer sólo lo que ves? Garion es el mismo chico de siempre.

—¿Quieres decir que has sido tú? —Durnik miró el cuerpo de Chamdar y desvió la mirada con rapidez.

—Por supuesto —asintió ella—. Ya conoces a Garion, es el chico más normal del mundo.

Pero Garion sabía que no era así. La Voluntad había sido suya y la Palabra también.

«¡No digas nada! —le advirtió la voz en su mente—, nadie debe enterarse.»

«¿Por qué me has llamado Belgarion?», preguntó él en silencio.

«Porque es tu nombre —respondió la voz—. Ahora intenta actuar con naturalidad y no me molestes con preguntas. Más tarde hablaremos de ello.»

Luego aquella voz enmudeció. Los demás permanecieron quietos y cohibidos hasta que los legionarios se marcharon con Kador. Más tarde, cuando los soldados se perdieron de vista y la necesidad de demostrar una entereza digna de su posición desapareció, Ce'Nedra se echó a llorar. Tía Pol cogió a la joven menuda entre sus brazos y comenzó a consolarla.

—Será mejor que enterremos esto —dijo Barak y rozó con un pie lo que quedaba de Chamdar—. Las dríadas se ofenderían si nos fuéramos y lo dejáramos echando humo.

—Traeré mi pala —asintió Durnik.

Garion dio media vuelta y pasó cerca de Mandorallen y de Hettar. Las manos le temblaban con violencia y se sentía tan cansado que sus piernas casi no lo sostenían.

Ella lo había llamado Belgarion, y aquel nombre había sonado en su mente como si siempre hubiese sabido que era el suyo, como si durante todos aquellos años él hubiera sido un ser incompleto y ahora encontrara el nombre que lo completaba. Pero Belgarion era una persona con Voluntad y Palabra, y el roce de su mano podía convertir la carne en fuego.

«¡Lo has hecho tú!», acusó a aquella voz seca en el fondo de su mente.

«No —respondió la voz—, sólo te he enseñado como hacerlo. La Voluntad, la Palabra y el tacto han sido tuyos.»

Garion sabía que era verdad. Recordó con horror las últimas súplicas de su enemigo y la mano encendida e incandescente con que había rechazado aquel agónico ruego de clemencia. La venganza que había deseado con tanta desesperación en los últimos meses se había cumplido, pero le había dejado un sabor amargo, muy amargo.

Entonces sus rodillas se aflojaron y Garion cayó al suelo llorando como un niño desconsolado.