Capítulo 18

A la mañana siguiente, vestidos otra vez con las ropas de viaje, salieron de la casa de Grinneg antes del amanecer. Se escabulleron sin hacer ruido por la puerta trasera y cabalgaron por aquellos pasajes y callejuelas escondidas que Seda siempre lograba encontrar. Cuando llegaron a la enorme puerta de bronce del extremo sur de la isla, el cielo comenzaba a aclararse con la salida del sol.

—¿Cuánto falta para que se abran las puertas? —preguntó el señor Lobo a uno de los legionarios.

—No mucho —le respondió éste—. Lo haremos en cuanto se vea con claridad la otra orilla.

Lobo gruñó. La noche anterior había bebido más de la cuenta y esta mañana le dolía la cabeza. Desmontó, fue hacia uno de los caballos y bebió de una bota de cuero.

—Eso no te ayudará, ¿sabes? —le dijo tía Pol con un dejo de satisfacción. —Lobo prefirió no contestarle—. Creo que hoy va a hacer un día precioso —añadió con alegría, y miró primero al cielo y luego a los hombres que la rodeaban, repantigados en sus monturas con aspecto de miserable aflicción.

—Eres una mujer cruel, Polgara —dijo Barak con tristeza. —¿Has hablado con Grinneg sobre aquel barco? —preguntó el señor Lobo.

—Creo que sí —respondió Barak—. Me parece recordar algo al respecto.

—Es bastante importante —señaló Lobo.

—¿De qué se trata? —preguntó tía Pol.

—Pensé que sería buena idea que nos esperara un barco en la desembocadura del río de los Bosques —explicó Lobo—. Si hemos de ir a Sthiss Tor, será mejor hacerlo navegando que cruzar con los caballos vadeando los pantanos del norte de Nyissa.

—Es una idea muy buena —aprobó ella—. Me sorprende que se te haya ocurrido, sobre todo teniendo en cuenta el estado en que te encontrabas anoche.

—¿No podríamos cambiar de tema? —preguntó él en tono quejumbroso.

El día se aclaró de forma casi imperceptible y se oyó la orden de abrir las puertas desde la torre del vigía. Los legionarios soltaron la barra de hierro y abrieron las enormes puertas. Con Mandorallen a su lado, Seda los condujo a través del amplio portal al otro lado del puente que cruzaba las aguas del Nedrane.

A mediodía estaban a cuarenta kilómetros al sur de Tol Honeth y el señor Lobo había recobrado parte de su compostura, aunque de vez en cuando se sobresaltaba cuando un pájaro cantaba demasiado cerca, y sus ojos todavía se mostraban muy sensibles a la luz del sol.

—Vienen unos jinetes detrás —advirtió Hettar.

—¿Cuántos? —Dos.

—Tal vez sean simples viajeros —dijo tía Pol.

Los jinetes aparecieron tras dejar una curva y se detuvieron, hablaron unos instantes entre sí y luego se acercaron con actitud recelosa. Era una pareja extraña. El hombre llevaba una túnica tolnedrana verde, atuendo no demasiado apropiado para viajar. Su frente era bastante amplia y llevaba el pelo peinado con esmero para disimular su avanzada calvicie. Era muy delgado y sus orejas se proyectaban como alas a ambos lados de rostro. Su compañero parecía un niño, llevaba una túnica de viaje con capucha y un pañuelo sobre la cara para protegerse del polvo.

—Buenos días —saludó el hombre delgado mientras se acercaba.

—Hola —respondió Seda.

—Hace calor para esta época del año, ¿verdad? —dijo el tolnedrano.

—Lo hemos notado —asintió Seda.

—Me preguntaba si podríais darnos un poco de agua —pidió el hombre delgado.

—Por supuesto —respondió Seda. Miró a Garion y le señaló los caballos de carga.

Garion desmontó y desenganchó una bota de cuero de uno de los sacos. El desconocido le quitó el tapón de madera, limpió la abertura con cuidado y se la pasó a su acompañante. Ella se quitó el pañuelo y miró la bota con expresión perpleja.

—Así, alte..., eh, mi señora —titubeó el hombre, luego cogió de nuevo la bota, la levantó con ambas manos y bebió para demostrarle cómo se hacía.

—Ya veo —dijo la chica.

Garion la miró mejor. Por alguna razón, su voz le resultaba familiar y su cara le recordaba a alguien. No era una criatura, aunque era muy menuda, y en su cara pequeña se reflejaba una especie de presuntuosa arrogancia. Garion estaba casi seguro de que la había visto antes en algún sitio.

El tolnedrano le volvió a pasar la bota y la joven bebió con una mueca de disgusto por el sabor a resina. Tenía el cabello de un color negro azulado, pero unas manchas oscuras en el cuello de su túnica indicaban que no era su color natural.

—Gracias, Jeebers —dijo ella cuando acabó de beber—. Y gracias a ti, señor —añadió dirigiéndose a Seda.

Garion frunció el entrecejo. Una terrible sospecha comenzó a cobrar fuerza en su mente.

—¿Vais muy lejos? —le preguntó el hombre delgaducho a Seda.

—Bastante —respondió Seda—. Soy Radek de Boktor, un mercader drasniano, y llevo telas al sur. Este cambio de clima fastidió el mercado en Tol Honeth, así que decidí probar suerte en Tol Rane. Como está en la montaña, es probable que allí todavía haga frío.

—Entonces, te has equivocado —dijo el desconocido—; el camino a Tol Rane está más al este.

—He tenido problemas en esa ruta —dijo Seda sin pensarlo—. Ladrones, ¿sabes? Pensé que sería más seguro pasar por Tol Borune.

—¡Qué coincidencia! — le dijo el hombre delgado—. Mi alumna y yo también vamos a Tol Borune.

—Sí —admitió Seda—, toda una coincidencia.

—Entonces, podríamos cabalgar juntos. Seda dudó.

—No veo por que no —decidió tía Pol antes de que pudiera negarse.

—Eres muy amable, respetable dama —dijo el desconocido—. Soy el maestro Jeebers, miembro de la sociedad imperial y tutor de profesión. Tal vez hayáis oído hablar de mí.

—No lo creo —respondió Seda—, aunque es lógico, pues todos somos extranjeros.

—Supongo que será por eso —dijo Jeebers, al parecer un poco desilusionado—. Está es mi alumna, la señorita Sharell. Su padre es un insigne mercader, el barón Reldon. La acompaño a visitar a unos parientes de Tol Borune.

Garion sabía que no era verdad. El nombre del tutor había confirmado sus sospechas.

Cabalgaron unas cuantas millas mientras Jeebers conversaba animado con Seda. Hablaba sin parar de su ciencia y reforzaba sus comentarios con citas de gente importante que parecía creer en su juicio. Era un hombre aburrido, pero parecía inofensivo. Su alumna cabalgaba junto a tía Pol y hablaba muy poco.

—Creo que es hora de que paremos a comer algo —dijo tía Pol—. ¿Tú y tu alumna querríais acompañarnos, maestro Jeebers? Tenemos mucha comida.

—Tu generosidad me abruma —dijo el tutor—. Estaremos encantados de acompañaros.

Detuvieron los caballos cerca de un pequeño puente que cruzaba un arroyuelo y los llevaron a la sombra de un grupo de tupidos sauces, no muy lejos del camino. Durnik encendió el fuego y tía Pol comenzó a desempacar ollas y cazos.

La alumna del maestro Jeebers se quedó sentada en la montura hasta que su tutor se acercó a ayudarla. Miró el suelo embarrado a la orilla del arroyuelo con expresión de fastidio y se dirigió a Garion:

—Tú, chico —lo llamó—. Tráeme un vaso de agua fresca.

—El arroyo está ahí mismo —le dijo él, señalándolo. Ella lo miró atónita.

—Pero el suelo está lleno de barro —objetó.

—Eso parece, ¿verdad? —admitió Garion, y luego, con total premeditación le dio la espalda y se fue a ayudar a su tía—. Tía Pol... —dijo tras meditar unos momentos.

—¿Sí, cariño?

—No creo que la señorita Sharell sea de verdad quien dice ser.

—¿Ah, no?

—No estoy del todo seguro, pero tengo la impresión de que es la princesa Ce'Nedra, la que vino al jardín cuando estábamos en el palacio.

—Sí, cariño. Ya lo sé.

—¿Lo sabías?

—Por supuesto. ¿Me pasas la sal, por favor?

—¿No es peligroso que esté con nosotros?

—En realidad, no —dijo ella—. Creo que podremos arreglárnoslas.

—¿No nos traerá problemas?

—Una princesa imperial siempre ocasiona problemas, cariño. Después de comer el sabroso guiso, que a Garion le resultó muy bueno, pero que al parecer no fue del gusto de su menuda invitada, Jeebers se dispuso a tocar el tema que había tenido en mente desde que se encontraron.

—A pesar de los grandes esfuerzos de los legionarios, los caminos no resultan seguros —dijo el hombrecillo remilgado—. Viajar solo es una imprudencia, y como la señorita Sharell está a mi cargo, yo soy el responsable de su seguridad. Me preguntaba si no os importaría que viajáramos todos juntos. No causaremos ninguna molestia y estaremos encantados de pagar nuestra comida.

Seda dirigió una rápida mirada a tía Pol.

—Por supuesto —dijo ella para sorpresa de Seda—. No hay ninguna razón para que no viajemos juntos —continuó—; después de todo, vamos al mismo lugar.

—Lo que tú digas —dijo Seda encogido de hombros.

Garion sabía que tía Pol cometía un terrible error, tan grave que podría acabar en un desastre. Jeebers no sería un buen compañero de viaje y su alumna pronto resultaría insoportable. Era obvio que estaba acostumbrada a tener gran cantidad de criados y daba órdenes de forma inconsciente. Así y todo, seguían siendo órdenes y Garion supo de inmediato quién sería el encargado de cumplirlas. Se puso de pie y caminó hacia el otro extremo del grupo de sauces.

Más allá de los árboles, los campos tenían un color verde claro bajo el sol de primavera y pequeñas nubes blancas se movían con indolencia por el cielo azul. Garion se apoyó en un árbol y fijó la vista en los campos, aunque sin mirarlos de verdad. Él no se convertiría en un criado, fuera quien fuese su pequeña invitada. Le hubiese gustado encontrar un modo de dejarlo claro desde el principio y para siempre, antes de que las cosas se les escaparan de las manos.

—¿Has perdido la cabeza, Pol? —escuchó que decía el señor Lobo desde algún lugar entre los árboles—. A esta altura Ran Borune habrá movilizado a todas las legiones de Tolnedra para que la busquen.

—Esto es asunto mío, viejo Lobo —le dijo tía Pol—, así que no interfieras. Puedo arreglármelas para que las legiones no nos molesten.

—No tenemos tiempo para cuidar de ella —dijo el viejo—. Lo siento, Pol, pero esta chica es un pequeño monstruo, ya has visto cómo trata a su propio padre.

—No es tan difícil acabar con los malos hábitos.

—¿No sería más sencillo enviarla de vuelta a Tol Honeth? —Ya se ha escapado una vez —respondió Pol—, y si la enviamos de vuelta, volverá a hacerlo. Me siento mucho más tranquila con nuestra pequeña alteza imperial al alcance de la mano, por si la necesito. Cuando llegue el momento no quiero estar obligada a recorrer el mundo para encontrarla.

—Lo haremos a tu manera, Pol —suspiró Lobo.

—Por supuesto.

—Pero mantén a esa mocosa lejos de mí —dijo—; me saca de las casillas. ¿Alguien más sabe quién es?

—Garion.

—¿Garion? Es sorprendente.

—En realidad, no lo es —dijo tía Pol—; el chico es más inteligente de lo que parece.

Una nueva emoción comenzó a tomar cuerpo en la mente confusa de Garion. El evidente interés que tía Pol demostraba por Ce'Nedra le hizo sentir una aguda punzada de angustia. Un poco avergonzado, Garion advirtió que estaba celoso de la atención que recibía la joven.

Durante los días siguientes, Garion pudo comprobar que sus temores tenían fundamento. A través de un comentario casual sobre la hacienda de Faldor, la princesa se había enterado de su trabajo como pinche de cocina y había aprovechado esa información para mandarlo a hacer cientos de estúpidos recados cada día. Para colmo, cada vez que él intentaba resistirse, tía Pol le recordaba con firmeza que debía cuidar sus modales. Como era inevitable, este asunto lo puso de mal humor.

Mientras cabalgaban hacia el sur, la princesa inventó una historia para justificar su viaje desde Tol Honeth. Cada día contaba una versión nueva y se hacía más increíble a cada kilómetro que pasaba. Al principio parecía contenta de ir a visitar a unos parientes, luego insinuó que huía para no casarse con un mercader viejo y poco agraciado. Más adelante llegó a sugerir que había un complot para capturarla y solicitar un rescate, y por último, para rematarla bien, les confió que el pretendido secuestro tenía fundamentos políticos y formaba parte de un amplio plan para hacerse con el poder en Tolnedra.

—Miente muy mal, ¿verdad? —le preguntó Garion a tía Pol una tarde a solas.

—Si, cariño —asintió tía Pol—. Mentir es un arte y no hay que adornar tanto un embuste para que funcione. Necesitará mucha práctica si tiene vocación para ello.

Por fin, unos diez días después de salir de Tol Honeth, divisaron la ciudad de Tol Borune bajo el sol de la tarde.

—Parece que aquí nos separamos —le dijo Seda a Jeebers con bastante alivio.

—¿No vais a entrar en la ciudad? —preguntó Jeebers.

—No lo creo —respondió Seda—; en realidad, no tenemos nada que hacer allí y las típicas explicaciones y trámites son una pérdida de tiempo, sin contar con el gasto de los sobornos. Rodearemos Tol Borune y cogeremos el camino a Tol Rane, al otro lado de la ciudad.

—Entonces podemos seguir un poco más con vosotros —se apresuró a sugerir Ce'Nedra—. Mis parientes viven en una finca al sur de la ciudad.

Jeebers la miró atónito. Tía Pol acercó su caballo al de la joven y la miró con las cejas arqueadas.

—Éste parece un buen lugar para tener una pequeña charla —dijo. Seda se volvió hacia ella con rapidez y luego asintió con un gesto—. Creo, mi pequeña dama —dijo cuando todos hubieron desmontado—, que ha llegado el momento de que nos digas toda la verdad.

—Ya lo he hecho —protestó Ce'Nedra.

—Vamos, pequeña —dijo tía Pol—, tus cuentos han sido muy entretenidos, pero no pensarás que los hemos creído, ¿verdad? Algunos de nosotros sabemos quién eres, pero creo que deberías aclarar todo de una vez.

—¿Lo sabéis? —titubeó Ce'Nedra.

—Por supuesto, querida —respondió tía Pol—. ¿Ahora se lo dirás a los demás, o prefieres que lo haga yo?

—Diles quién soy, Jeebers —ordenó Ce'Nedra encogiendo sus hombros menudos.

—¿De verdad lo consideras conveniente, señorita? —preguntó Jeebers nervioso.

—De cualquier modo, ya lo saben —respondió ella—. Si hubiesen querido hacernos algún daño, ya lo habrían hecho. Podemos confiar en ellos.

Jeebers hizo una profunda inspiración y luego anunció con solemnidad:

—Tengo el honor de presentaros a su alteza imperial, la princesa Ce'Nedra, hija de su majestad imperial, Ran Borune XXIII, y joya de la casa de los Borune. —Seda silbó y abrió los ojos con estupor. Los demás se mostraron igualmente asombrados—. La situación política de Tol Honeth se ha vuelto muy explosiva, demasiado peligrosa para que su alteza siguiera en la capital —continuó Jeebers—. El emperador me encargó que trajera a su hija en secreto a Tol Borune, donde los miembros de la familia Borune podrán protegerla de las conspiraciones e intrigas de los Vordue, los Honeth y los Horbit. Me siento orgulloso de haber completado mi tarea con éxito, con vuestra ayuda, desde luego. Pienso mencionar vuestra colaboración en mi informe con una nota al pie, o incluso un apéndice.

Barak se mesaba la barba con aire pensativo.

—¿La princesa imperial recorre la mitad de Tolnedra con la única protección de un maestro? —preguntó—. ¿Y en un momento en que la gente se mata y envenena en medio de las calles?

—Parece un tanto peligroso, ¿verdad?

—¿Y vuestro emperador os encomendó esta misión personalmente? —le preguntó Mandorallen a Jeebers.

—No fue necesario —respondió Jeebers cortante—. Su alteza tiene un enorme respeto por mi juicio y prudencia y sabía que yo sería capaz de organizar un viaje seguro con un disfraz apropiado. La princesa me convenció de su absoluta fe en mí. Por supuesto, hubo que obrar con muchísima discreción, por eso la princesa vino a mis habitaciones por la noche para comunicarme las instrucciones de su majestad y salimos de palacio sin decir a nadie... —Su voz comenzó a balbucir y miró a Ce'Nedra con horror.

—Será mejor que le digas la verdad —le recomendó tía Pol a la joven princesa—, aunque tengo la impresión de que ya la ha adivinado.

—Las órdenes eran mías, Jeebers —reconoció con la barbilla levantada en actitud arrogante—. Mi padre no tiene nada que ver en esto.

Jeebers se puso mortalmente pálido y casi se desmaya.

—¿Qué locura te hizo huir del palacio de tu padre? —le preguntó Barak a la menuda joven—. Debe de estar toda Tolnedra en tu busca y nosotros estamos metidos justo en medio.

—Tranquilo —le dijo Lobo al corpulento cherek—. Será una princesa, pero también es una niña pequeña. No la asustes.

—El asunto está muy claro —apuntó Hettar—. Si nos cogen en compañía de la princesa imperial, conoceremos el interior de las mazmorras tolnedranas. —Se volvió hacia Ce'Nedra—: ¿Tienes alguna respuesta o sólo estabas jugando?

—No acostumbro dar explicaciones a los criados —respondió ella, al tiempo que se erguía con arrogancia.

—Por lo visto, vamos a tener que aclararle algunas ideas falsas.

—Responde a la pregunta, querida —le pidió tía Pol—, no importa quién lo hizo.

—Mi padre me tenía prisionera en palacio —dijo la princesa con naturalidad, como si eso lo explicara todo—. Era algo intolerable, así que me fui. También hay algo más, pero es un asunto de política y no lo entenderíais.

—Sin duda te sorprendería descubrir lo que somos capaces de entender, Ce'Nedra —observó el señor Lobo.

—Estoy acostumbrada a que me llamen señorita —dijo con acritud—, o alteza.

—Y yo estoy acostumbrado a que me digan la verdad.

—Creí que tú estabas al mando —le dijo Ce'Nedra a Seda. —Las apariencias engañan —sentenció Seda con dulzura—. Yo en tu lugar contestaría a la pregunta.

—Se trata de un antiguo tratado —explicó ella—. Yo no lo firmé, así que no veo por qué tengo que cumplirlo. Se supone que debo presentarme en la sala del trono de Riva cuando cumpla dieciséis años.

—Ya lo sabemos —dijo Barak con impaciencia—. ¿Y dónde está el problema?

—No pienso ir, eso es todo —anunció Ce'Nedra—. No voy a ir a Riva y nadie va a obligarme a hacerlo. La reina del bosque de las Dríadas es parienta mía y ella me dará cobijo.

—¿Qué has hecho? —preguntó espantado Jeebers cuando comenzó a recuperarse—. Me he metido en esto convencido de que sería recompensado, o incluso ascendido, y tú has puesto mi cabeza en la picota, pequeña idiota.

—¡Jeebers! —gritó ella, atónita ante sus palabras.

—Alejémonos un poco de aquí —sugirió Seda—. Por lo visto, tenemos que discutir muchas cosas, y si nos quedamos en medio del camino, lo más probable es que nos interrumpan.

—Buena idea —asintió Lobo—; busquemos un lugar tranquilo y acampemos para pasar la noche. Decidiremos lo que tenemos que hacer y saldremos mañana a primera hora.

Volvieron a montar y cabalgaron a través de los campos ondulados hacia una hilera de árboles, a la vera de un camino serpenteante, un kilómetro más allá.

—¿Qué tal ahí? —propuso Durnik, señalando un gran roble al costado del sendero cuyas ramas comenzaban a replegarse bajo la luz del atardecer.

—Está bien —dijo Lobo.

Las ramas extendidas del roble proyectaban una agradable sombra y el fresco sendero estaba rodeado por un pequeño muro cubierto de musgo. Unos peldaños ascendían al muro y conducían, por un estrecho camino, a un estanque cercano de aguas brillantes bajo el sol.

—Podríamos hacer fuego contra uno de esos muros —sugirió Durnik—, así no se verá desde el camino.

—Traeré leña —ofreció Garion, mirando las ramas secas que cubrían el suelo debajo del árbol.

A esta altura, la organización del campamento para pasar la noche se había convertido en una especie de rutina, así que montaron las tiendas, dieron agua a los caballos, los amarraron y encendieron el fuego en menos de una hora. Luego, Durnik, que había visto unos círculos sospechosos sobre la superficie del estanque, calentó una aguja de hierro y la martilló para convertirla en un anzuelo.

—¿Para qué es? —preguntó Garion.

—Pensé que unos peces vendrían bien para la cena —dijo el herrero mientras limpiaba el anzuelo en la falda de su túnica de cuero. Luego lo dejó a un lado y sacó otra aguja del fuego con unas pinzas—. ¿Te gustaría probar suerte?

Garion le respondió con una sonrisa. Barak, que estaba sentado cerca y se desenredaba la barba, levantó la vista, esperanzado.

—Supongo que no tendrás tiempo para hacer otro anzuelo, ¿verdad?

—Sólo lleva un par de minutos —respondió con una risita entre dientes.

—Necesitaremos una carnada —dijo Barak y se incorporó con rapidez—. ¿Dónde está tu pala?

Poco después, los tres cruzaron el campo en dirección al estanque, cortaron algunas ramas para usar como cañas y se acomodaron dispuestos a pescar en serio.

Por lo visto, los peces estaban famélicos y se abalanzaban sobre los anzuelos con gusanos. Después de una hora, unas dos docenas de truchas de considerable tamaño se apilaban, lustrosas, sobre la hierba de la orilla.

Cuando regresaron, tía Pol examinó el botín con seriedad bajo la luz rosada del crepúsculo.

—Muy bien —les dijo—, pero olvidasteis limpiarlas.

—Ah —dijo Barak un tanto herido—, pensamos que..., bueno, quiero decir que como nosotros las pescamos... —se interrumpió.

—Sigue —dijo tía Pol con una mirada de igual a igual. Barak suspiró.

—Creo que será mejor que las limpiemos —les dijo con tristeza a Durnik y a Garion.

Con la caída de la tarde el cielo se volvió púrpura, y, cuando se sentaron a comer, las estrellas comenzaban a brillar. Tía Pol había freído las truchas hasta que quedaron crujientes y doradas, y ni siquiera la joven princesa tuvo quejas sobre la comida.

Cuando terminaron, colocaron los platos a un lado y se dispusieron a tratar el problema de Ce'Nedra y su huida de Tol Honeth. Jeebers estaba sumido en una depresión tan espantosa que no pudo aportar mucho a la discusión del tema y Ce'Nedra repetía con obstinación que si la llevaban de vuelta a palacio, volvería a escaparse. Al final no llegaron a ninguna conclusión.

—Hagamos lo que hagamos, tendremos problemas —resumió Seda con desconsuelo—. Aun si intentamos devolverla a su familia, tendremos que responder preguntas comprometedoras, y sin duda ella inventará una emocionante historia que nos va a dejar en la peor situación posible.

—Volveremos a hablar de esto por la mañana —dijo tía Pol con una serenidad que indicaba que ya había tornado una decisión, aunque no se explayara sobre ella.

Jeebers se escapó poco después de medianoche. El tutor, víctima del pánico, huyó a todo galope en dirección a Tol Borune, y todos se despertaron sobresaltados por los ruidos de su caballo.

Seda, inmóvil bajo la luz mortecina del fuego, tenía una expresión de furia.

—¿Por qué no lo has detenido? —le preguntó a Hettar, que estaba de guardia.

—Me dijeron que no lo hiciera —dijo el algario vestido de piel con una miraba de soslayo a tía Pol.

—Esto resuelve el único problema real que teníamos —explicó tía Pol—. El maestro era una verdadera carga.

—¿Sabías que iba a escapar?

—Por supuesto, yo le ayudé a tomar la decisión. Irá directamente a los Borune e intentará salvar su pellejo diciéndoles que la princesa escapó del palacio sola y que ahora la tenemos nosotros.

—Entonces tenéis que detenerlo —dijo Ce'Nedra con voz estridente—. ¡Id tras el! ¡Traedlo aquí!

—¿Después de todo el trabajo que me costó convencerlo de que se largara? —preguntó tía Pol—. ¡No seas tonta!

—¿Cómo te atreves a hablarme de ese modo? —la riñó Ce'Nedra—. ¿Olvidas quién soy yo?

—Joven dama —dijo Seda con cortesía—, creo que te sorprendería descubrir la poca importancia que tiene para Polgara tu identidad.

—¿Polgara? —balbució Ce'Nedra—. ¿La verdadera Polgara? Creí que habías dicho que era tu hermana.

—He mentido —confesó Seda—, tengo ese vicio.

—Tú no eres un simple mercader —lo acusó la joven.

—Es el príncipe Kheldar de Drasnia —anunció tía Pol—, y todos los demás tienen rangos similares. Como podrás apreciar, tu título no nos impresiona en lo más mínimo; nosotros tenemos los nuestros y sabemos lo poco que significan.

—Si tú eres Polgara, él debe de ser...

La princesa se volvió hacia el señor Lobo, que se había sentado a ponerse los zapatos en el primer peldaño de la tapia.

—Si —respondió tía Pol—, aunque no lo parece, ¿verdad?

—¿Qué hacéis en Tolnedra? —preguntó Ce'Nedra con tono de asombro—. ¿Pensáis emplear algún tipo de magia para controlar la sucesión?

—¿Por qué íbamos a hacer una cosa así? —dijo el señor Lobo mientras se ponía en pie—. Los tolnedranos creen que sus problemas políticos afectan al mundo entero, pero la verdad es que al resto de la humanidad no le preocupa en lo más mínimo quién consiga llegar al trono de Tol Honeth. Estamos aquí por un asunto mucho más importante. —Fijó la vista en la oscuridad, hacia los muros de Tol Borune—. Jeebers tardará bastante en convencer a la gente de la ciudad de que no es un lunático —dijo—, pero de todos modos sería buena idea irnos de aquí. Supongo que será mejor no pasar por el camino principal.

—Eso es fácil —le aseguró Seda.

—¿Y qué pasa conmigo? —preguntó Ce'Nedra.

—Tú querías ir al bosque de las Dríadas —le respondió tía Pol— y nosotros tenemos que pasar por allí. Veremos qué dice la reina Xantha cuando te llevemos a ella.

—Entonces, ¿debo considerarme una prisionera? —preguntó la princesa con dramatismo.

—Hazlo si te hace sentirte mejor, cariño —respondió tía Pol. Luego miró a la joven con ojo crítico bajo la tenue luz del fuego—. Voy a tener que hacer algo con tu pelo. ¿Con qué te lo teñiste? Tiene un aspecto deplorable.