Capítulo 20

—La señora Pol dice que ya es hora de que volváis al campamento —les dijo Durnik al llegar al claro.

En su rostro vulgar y amable había una ligera expresión divertida y miró a los dos jóvenes de una forma intencionada.

Garion se sonrojó y luego se enfadó consigo mismo por haberlo hecho. Ce'Nedra, por el contrario, no demostró la más mínima preocupación.

—¿Han llegado ya las dríadas? —preguntó ella mientras se ponía en pie y se sacudía la parte de atrás de la túnica.

—Aún no —respondió Durnik—. Lobo dice que pronto nos encontrarán. Parece que se acerca una tormenta desde el sur y la señora Pol pensó que debíais volver.

Garion levantó la vista y divisó unas nubes oscuras que avanzaban pesadamente desde el sur y cubrían el brillante cielo azul en su camino hacia el norte.

—Nunca había visto unas nubes así. ¿Y tú, Durnik?

—Son extrañas —asintió Durnik, tras mirar hacia arriba. Garion recogió las dos toallas y comenzaron a caminar arroyo abajo. De repente las nubes ocultaron el sol y el bosque quedó muy oscuro. La impresión de que los vigilaban seguía latente, la misma sensación de peligro que habían experimentado al entrar en el bosque, pero ahora había algo más. Los enormes árboles se agitaban inquietos y parecía que sus hojas murmuraban millones de breves mensajes.

—Tienen miedo —susurró Ce'Nedra—. Hay algo que les asusta.

—¿Qué? —preguntó Durnik.

—Los árboles tienen miedo. ¿No te das cuenta?

Él la miró atónito. De repente los pájaros que cantaban a lo lejos se callaron y comenzó a soplar un viento frío que levantaba a su paso un hediondo vaho a agua estancada y a vegetación putrefacta.

—¿De dónde viene ese olor? —preguntó Garion, y miró alrededor con nerviosismo.

—Nyissa queda al sur —dijo Ce'Nedra—, y está llena de pantanos.

—¿Está tan cerca? —preguntó Garion.

—La verdad es que no —dijo ella con el entrecejo fruncido—. Debe de estar a unos trescientos kilómetros o más.

—¿Y el olor llega tan lejos?

—No es posible —aseguró Durnik—; o al menos no lo sería en Sendaria.

—¿Cuánto falta para llegar al campamento? —preguntó Ce'Nedra.

—Unos setecientos metros —respondió Durnik. —Tal vez deberíamos correr —sugirió ella.

—El terreno es irregular —dijo Durnik meneando la cabeza—, y correr con poca luz es peligroso, pero podemos caminar un poco más aprisa.

Apresuraron el paso mientras la oscuridad se cernía sobre ellos. El viento comenzó a soplar más fuerte y los árboles se agitaban y se inclinaban por su intensidad. El extraño temor que parecía irradiar del bosque se hizo más apremiante.

—Allí hay algo que se mueve —susurró nervioso Garion, y señaló los árboles oscuros al otro lado del arroyo.

—No veo nada —dijo Ce'Nedra.

—Allí, detrás del árbol con la rama grande y blanca. ¿Es una dríada?

Bajo la luz mortecina divisaron una figura borrosa que iba de un árbol para otro. Había algo raro y aterrador con respecto a aquella figura y Ce'Nedra la miró con repulsión.

—No es una dríada —dijo—; es un ser extraño.

Durnik levantó una rama del suelo y la cogió con ambas manos como si fuera una porra. Garion miró rápidamente a su alrededor hasta encontrar otra rama y él también se armó con ella.

Otra figura se arrastró entre dos árboles, esta vez un poco más cerca.

—Tendremos que arriesgarnos —dijo Durnik sombrío—. Tened cuidado, pero corred hacia donde están los demás. ¡Ahora!

Garion cogió la mano de Ce'Nedra y ambos comenzaron a correr a lo largo de la orilla, tropezando con frecuencia. Durnik se quedaba cada vez más atrás y agitaba amenazador el palo que sujetaba con las dos manos.

Ahora estaban completamente rodeados por esos seres y Garion tuvo los primeros síntomas de pánico. Entonces, oyó un grito de Ce'Nedra: una de aquellas figuras había surgido de atrás de un arbusto justo enfrente de ellos. Era grande, deforme, y en la parte delantera de su cabeza no había ningún rostro. Los agujeros de sus ojos miraban al vacío mientras se arrastraban hacia delante y extendían sus brazos contrahechos para atraparlos. Aquellos seres eran del color del barro y estaban cubiertos de un musgo hediondo y putrefacto que se adhería a sus cuerpos pegajosos.

Sin detenerse a pensarlo, Garion empujó a Ce'Nedra detrás de él y saltó al ataque. El primer golpe de su palo dio de lleno en un costado de la criatura, pero se hundió en su cuerpo sin ningún efecto aparente. Una de las manos le tocó la cara y Garion retrocedió asqueado por aquel tacto baboso. Blandió el palo otra vez con desesperación, le asestó un fuerte golpe en el antebrazo y vio horrorizado cómo el brazo se partía a la altura del codo. La criatura se detuvo un momento a recoger el brazo, que todavía se movía.

Ce'Nedra volvió a gritar y Garion dio media vuelta. Otro de los hombres de barro había aparecido detrás de ella y la cogía de la cintura con ambas manos. La princesa se resistía, pero aquel ser la había levantado del suelo y empezaba ya a girarse cuando Garion lo golpeó con todas sus fuerzas. El impacto no iba dirigido a la cabeza ni a la espalda, sino a los tobillos, y el hombre de barro se tambaleó hacia atrás con los dos pies rotos. Sin embargo, mientras caía, no dejó de sujetar la cintura de Ce'Nedra.

Garion saltó hacia delante, tiró el palo y sacó su daga. La sustancia de aquellos seres era de una dureza sorprendente, pues había hojas y ramitas secas adheridas a la arcilla que formaba sus cuerpos. Garion, desesperado, le cortó un brazo e intentó liberar a la princesa, que gritaba con histeria y que todavía estaba sujeta por el otro brazo. A punto de llorar de ansiedad, Garion intentó cortárselo.

—¡Cuidado! —gritó Ce'Nedra—. ¡Detrás de ti!

Garion miró rápido por encima de su hombro. El primer hombre de barro estaba a punto de agarrarlo, y en ese mismo momento sintió una mano fría en el tobillo. El brazo que acababa de cortar se había arrastrado por el suelo hasta cogerle la pierna.

—¡Garion! —rugió la voz de Barak bastante cerca de allí.

—¡Aquí! —gritó Garion—. ¡Date prisa!

Se oyó un ruido entre los arbustos y apareció el enorme cherek de barba roja con la espada en la mano, seguido por Hettar y Mandorallen. Con un poderoso golpe, Barak seccionó la cabeza del primer hombre de barro, que voló por los aires y aterrizó con un ruido sordo y nauseabundo varios metros más allá. La criatura sin cabeza se volvió y buscó a tientas a su atacante. Entonces Barak, visiblemente pálido, le cortó los dos brazos extendidos; pero, a pesar de todo, aquella criatura continuó su avance.

—Las piernas —dijo Garion con rapidez, se inclinó y comenzó a cortar la mano de barro que sujetaba el tobillo.

Barak se abalanzó a las piernas del hombre de barro y lo hizo caer, pero los trozos desmembrados siguieron arrastrándose hacia él.

Mientras tanto habían aparecido otros hombres de barro. Hettar y Mandorallen repartían golpes a diestra y siniestra con sus espadas, haciendo volar por el aire miembros vivos y trozos de barro.

Barak se agachó y seccionó el brazo que todavía sujetaba a Ce'Nedra, luego ayudó a la joven a levantarse y la empujó hacia donde estaba Garion.

—¡Volved a las tiendas! —ordenó—. ¿Dónde está Durnik?

—Se quedó atrás para retenerlos —respondió Garion.

—Iremos a ayudarlo —dijo Barak—. ¡Corred!

Ce'Nedra estaba histérica y Garion tuvo que arrastrarla hasta el campamento.

—¿Qué ocurre? —preguntó tía Pol.

—Hay monstruos en el bosque —dijo Garion mientras arrojaba a Ce'Nedra a los brazos de Pol—. Están hechos de barro y es imposible matarlos. Tienen a Durnik —añadió; luego se metió en una de las tiendas y salió un momento después, enfurecido, con una espada en la mano.

—¡Garion! —gritó tía Pol al tiempo que intentaba desembarazarse de la princesa llorosa—. ¿Qué vas a hacer?

—Tengo que ayudar a Durnik —respondió él. —Tú te quedas donde estás.

—¡No! Durnik es amigo mío —gritó, y corrió en dirección a la pelea con la espada en la mano.

—¡Garion! ¡Vuelve aquí!

El joven la ignoró y siguió adentrándose en el bosque oscuro hacia la batalla que tenía lugar a unos cien metros de las tiendas. Barak, Hettar y Mandorallen cortaban de forma sistemática a los hombres de barro en pedacitos, mientras Seda entraba y salía de la refriega, tras agujerear con su espada corta los cuerpos gruesos y cubiertos de musgo de los monstruos. Garion se metió en la pelea; los oídos le zumbaban y lo embargaba una extraña sensación de regocijo.

Entonces aparecieron el señor Lobo y tía Pol, seguidos de la temblorosa y pálida Ce'Nedra. Los ojos de Lobo echaban chispas y, mientras tomaba fuerza, pareció encumbrarse por encima de todos los demás. Luego extendió una mano con la palma hacia arriba.

—¡Fuego! —ordenó y un rayo siseante surgió de su mano y se elevó hacia las nubes que se arremolinaban en el cielo.

La tierra tembló con la violencia de un trueno demoledor y Garion retrocedió ante la fuerza de los rugidos en su cabeza.

Tía Pol levantó la mano.

—¡Agua! —ordenó con voz potente.

Las nubes estallaron y cayó tanta lluvia que parecía que el aire mismo se había convertido en agua.

Los hombres de barro, que todavía avanzaban torpes y tambaleantes, comenzaron a ablandarse y disolverse bajo el descomunal diluvio. Con una mezcla de asco y fascinación, Garion observó cómo se desintegraban hasta convertirse en grumos de barro y musgos podridos, agitados y jadeantes mientras la lluvia los destruía.

Barak extendió su espada chorreante y tocó con cautela un grumo informe de barro que había sido la cabeza de uno de los atacantes. El grumo se abrió y la serpiente que había en su interior comenzó a desenroscarse. Cuando subió, dispuesta a atacar, Barak la partió en dos.

Otras serpientes empezaron a salir a la superficie a medida que la lluvia deshacía los cuerpos de barro que las habían albergado hasta entonces.

—Aquélla —dijo tía Pol señalando una serpiente de color verde opaco que intentaba salir del barro—; cógela para mí, Garion.

—¿Yo? —musitó Garion con la carne de gallina.

—Lo haré yo —dijo Seda.

Cogió una rama terminada en punta e inmovilizó la cabeza de la serpiente. Luego, con cuidado, cogió la piel húmeda de la nuca del ofidio y levantó al reptil, que se retorcía.

—Tráela aquí —ordenó tía Pol mientras se secaba la cara mojada por la lluvia.

Seda le acercó la serpiente. Su lengua bífida se agitaba nerviosa y sus ojos inexpresivos quedaron fijos en los de Pol.

—¿Qué significa esto? —le preguntó tía Pol a la serpiente.

La serpiente dejó escapar un silbido y luego, con una voz que parecía un siseo, le contestó:

—Eso, Polgara, es asunto de mi ama.

Cuando la serpiente habló, Seda palideció y la sujetó con más fuerza.

—Ya veo —dijo tía Pol.

—Abandona esta búsqueda —siseó la serpiente—. Mi ama no te permitirá ir más lejos.

—¿Permitirme? —rió burlona tía Pol—. Tu ama no tiene poder suficiente para prohibirme nada.

—Mi ama es la reina de Nyissa —dijo la serpiente con su voz susurrante—. Allí su poder es absoluto. Los caminos de las serpientes no son los caminos de los hombres y mi ama es la reina de las serpientes. Si entráis a Nyissa sufriréis las consecuencias; nosotras somos pacientes y no tenemos miedo, así que apareceremos donde menos lo esperéis. Nuestra picadura es una herida pequeña, que apenas notaréis, pero supone la muerte.

—¿Qué interés tiene Salmissra en este asunto? —preguntó tía Pol.

—Ella no ha considerado necesario revelármelo —respondió la serpiente con su lengua aleteando hacia Polgara—, y la curiosidad no es propia de mí. Yo he transmitido mi mensaje y recibido la recompensa, ahora haz lo que quieras conmigo.

—Muy bien —dijo tía Pol, con una mirada hostil a la serpiente y la cara empapada por la lluvia.

—¿La mato? —preguntó Seda, con las facciones tensas y los nudillos blancos por el esfuerzo de sostener al grueso y zigzagueante reptil.

—No —respondió ella en voz baja—. No tiene sentido destruir una excelente mensajera. —Le dedicó una mirada severa—. Regresa con las demás a Salmissra —dijo—, y dile que si vuelve a interferir, yo iré a buscarla, y que ni la más profunda ciénaga de Nyissa podrá ocultarla de mi ira.

—¿Y mi recompensa? —preguntó la serpiente.

—Tu vida es tu recompensa —respondió tía Pol.

—Es cierto —siseó la serpiente—. Le daré tu mensaje, Polgara.

Seda se agachó y bajó su brazo hasta el suelo, la serpiente se desenroscó y el hombrecillo la soltó al tiempo que pegaba un salto hacia atrás. La serpiente le echó un breve vistazo y luego se alejó arrastrándose.

—Creo que ya ha llovido bastante, Pol —observó Lobo y se limpió la cara.

Tía Pol agitó su mano con un ademán indiferente y la lluvia se detuvo como si hubiese surgido de un cubo que se hubiera vaciado de repente.

—Tenemos que encontrar a Durnik —les recordó Barak.

—Venía detrás de nosotros —dijo Garion, y señaló hacia arriba del arroyo que ahora estaba inundado.

El miedo de que le hubiera ocurrido algo le producía una presión en el pecho, pero se armó de valor y se internó en el bosque al frente de los demás.

—El herrero es un buen compañero —dijo Mandorallen—, y no me gustaría perderlo.

La voz del caballero tenía un dejo extraño y melancólico y su rostro se veía inusualmente pálido bajo la luz tenue. La mano que sujetaba su enorme espada era firme como una roca, pero sus ojos lo traicionaban y reflejaban una duda que Garion nunca había notado en ellos. A medida que se internaban en el bosque empapado, los salpicaba el agua de las plantas.

—Lo dejamos aquí —dijo Garion, echando un vistazo alrededor—, pero ahora no hay ningún rastro de él.

—Estoy aquí arriba —dijo Durnik desde encima de sus cabezas. Estaba en lo alto de un enorme roble y espiaba hacia abajo—. ¿Se han ido? —preguntó mientras comenzaba a descender por el tronco resbaloso del árbol—. La lluvia llegó justo a tiempo —dijo y dio un salto desde el último metro—, ya me resultaba difícil mantenerlos alejados del árbol.

De repente, sin mediar palabra, tía Pol abrazó al bondadoso herrero y luego, como si se avergonzara de aquel gesto imprevisto, comenzó a reñirlo.

Durnik soportó sus reproches con paciencia y una curiosa expresión en el rostro.