CONÓCETE A TI MISMO

CONÓCETE A TI MISMO

Conócete, pues, a ti mismo, no te tomes la libertad de juzgar a Dios. A quien debe estudiar el hombre es al hombre.

ALEXANDER POPE

El 28 de febrero de 1571, en la mañana de su trigésimo octavo aniversario, el ensayista francés Michel de Montaigne decidió llevar a cabo un cambio radical en su vida. Dejó su carrera en la vida pública, reunió una biblioteca de mil volúmenes en una torre situada en un rincón apartado de su propiedad, y pasó el resto de su vida escribiendo ensayos acerca del tema complejo, fugaz y proteico que más le interesaba: él mismo. Su primera conclusión fue que el intento de conocerse a uno mismo es una empresa vana, porque el yo cambia continuamente y desafía cualquier firme descripción. Pero eso no le impidió seguir investigando, y su pregunta ha resonado a través de los siglos: Que sais-je? (¿Qué sé?).

Era, y sigue siendo, una buena pregunta. Nuestra exploración del cosmos interior desde luego nos desengaña de la idea inicial, intuitiva y sin complicaciones de conocernos a nosotros mismos. Nos damos cuenta de que este conocimiento de nosotros mismos exige tanto esfuerzo desde fuera (bajo la forma de la ciencia) como desde dentro (la introspección). Lo que no quiere decir que haya mejorado nuestra capacidad introspectiva. Después de todo, podemos aprender a prestar atención a lo que vemos realmente ahí fuera, como hace un pintor, y podemos analizar detenidamente nuestras señales internas, como hace un yogui. Pero la introspección tiene límites. Consideremos el hecho de que los sistemas nerviosos periféricos utilizan cien millones de neuronas para controlar las actividades de los intestinos (lo que se llama sistema nervioso entérico). Cien millones de neuronas y no hay introspección que pueda controlar eso. Y lo más probable es que tampoco quisiera. Es mejor que funcione como la maquinaria automatizada y optimizada que es, transportando la comida por sus intestinos y emitiendo señales químicas para controlar la fábrica de la digestión sin preguntarle qué opina del asunto.

Aparte de la falta de acceso, podría darse una prevención del acceso. Mi colega Read Montague especuló en una ocasión que podríamos poseer algoritmos que nos protejan de nosotros mismos. Por ejemplo, los ordenadores poseen bloques de arranque que son inaccesibles para el sistema operativo: son demasiado importantes para el funcionamiento del ordenador como para que ningún otro sistema de nivel superior encuentre un camino de acceso, bajo ninguna circunstancia. Montague observó que cada vez que intentamos pensar demasiado en nosotros tendemos a «desconectarnos», y quizá se debe a que nos acercamos demasiado al bloque de arranque. Tal como escribió Ralph Waldo Emerson un siglo antes: «Todo nos intercepta de nosotros mismos».

Gran parte de lo que somos permanece fuera de nuestra opinión o elección. Imagine que intenta cambiar su idea de la belleza o de la atracción. ¿Qué ocurriría si la sociedad le pidiera que a partir de ahora se sintiera atraído por el sexo que no le atrae en la actualidad? ¿O por alguien de una horquilla de edad que no le atrae en la actualidad? ¿O por otra especie? ¿Podría hacerlo? Es dudoso. Sus impulsos más básicos están bordados en el tejido de su circuito nervioso y le resultan inaccesibles. Ciertas cosas le resultan más atractivas que otras, y no sabe por qué.

Al igual que el sistema nervioso entérico y su idea de la atracción, casi todo su universo interior le es ajeno. Las ideas que se le ocurren, lo que piensa durante una ensoñación, el extravagante contenido de sus sueños: todo eso se le aparece desde las invisibles cavernas intracraneales.

¿Qué significa todo esto para la admonición griega γνώθι σεαυτόν —conócete a ti mismo— inscrita de manera prominente a la entrada del templo de Apolo en Delfos? ¿Podemos conocernos más profundamente estudiando nuestra neurobiología? Sí, pero con algunas salvedades. Ante los misterios profundos que presentaba la física cuántica, el físico Niels Bohr sugirió una vez que comprender la estructura del átomo sólo podría conseguirse cambiando la definición de «comprender». Uno ya no podría dibujar el átomo, cierto, pero en cambio ahora podía predecir experimentos acerca de su comportamiento con una precisión de hasta catorce decimales. Los supuestos de antaño eran sustituidos por algo más rico.

Del mismo modo, conocerse a uno mismo puede que requiera un cambio en la definición de «conocer». Conocerse a uno mismo ahora exige comprender que el yo consciente ocupa una pequeña habitación en la mansión del cerebro y que posee poco control sobre la realidad construida para usted. La invocación del conócete a ti mismo tiene que considerarse de una manera nueva.

Supongamos que le gustaría saber algo más acerca de la idea de conocerse a uno mismo y que me ha pedido que le explique un poco más. Probablemente no ayudaría que le dijera «Todo lo que necesita saber está en las letras por separado: γ ν ώ θ ι σ ε α υ τ ό ν». Si no sabe griego, los elementos no son más que formas arbitrarias. Y aun cuando sepa griego, una idea es mucho más que las letras; más bien querría saber la cultura de donde surgió, el énfasis en la introspección, cómo sugieren un camino hacia la iluminación.[223] Comprender la frase exige algo más que aprender las letras. Y ésta es la situación en que nos encontramos al observar los billones de neuronas y sus quintillones de proteínas y productos bioquímicos que se desplazan. ¿Significa eso que nos conocemos desde una perspectiva totalmente desconocida? Como veremos en un momento, necesitamos los datos de la neurobiología, pero también algo más para conocernos a nosotros mismos.

La biología es un enfoque magnífico pero limitado. Imagine que observa por un microscopio la garganta de su amante mientras lee poesía. Observa muy de cerca las cuerdas vocales de su amante, viscosas y relucientes, contrayéndose y dilatándose a espasmos. Podría estudiarlas hasta que le entraran náuseas (quizá más pronto que tarde, según su tolerancia a la biología), pero no le ayudaría a comprender por qué le encanta hablar con esa persona en la cama. En sí misma, en su forma más tosca, la biología sólo nos ofrece una visión parcial. Es lo mejor que podemos conseguir ahora, pero está lejos de ser algo completo. Veámoslo con algo más de detalle.