VER CON EL CEREBRO
VER CON EL CEREBRO
En los años sesenta, el neurocientífico Paul Bach-y-Rita, de la Universidad de Wisconsin, comenzó a reflexionar sobre el problema de cómo dar visión a los ciegos.[37] Su padre acababa de recuperarse milagrosamente de una apoplejía, y Paul estaba cautivado por la posibilidad de reconfigurar dinámicamente el cerebro.
Había una cuestión que le preocupaba cada vez más: ¿podía reemplazar el cerebro un sentido por otro? Bach-y-Rita decidió intentar presentar una «muestra» táctil a los ciegos.[38] La idea era la siguiente: colocar una cámara de vídeo en la frente de una persona y convertir la información en vídeo que entraba en una serie de diminutas vibraciones adosadas a su espalda. Imaginemos que nos ponemos ese dispositivo y caminamos por una habitación con los ojos vendados. Al principio sentirá una extraña pauta de vibraciones en la zona lumbar. Aunque las vibraciones cambian en estrecha relación con sus movimientos, le será bastante difícil averiguar qué está ocurriendo. En cuanto se dé con la espinilla contra la mesita baja, pensará: «No hay nada como poder ver».
¿O sí? Cuando a un sujeto ciego se le colocan estas gafas de sustitución visual-táctiles y las lleva durante una semana, aprende bastante bien a moverse en un nuevo entorno. Puede traducir las sensaciones de su espalda y aprender a moverse con ellas. Pero ésa no es la parte más asombrosa. Lo increíble es que realmente comienza a percibir la entrada, a ver con ella. Con un poco de práctica, la entrada táctil se convierte en algo más que un rompecabezas cognitivo que hay que traducir; se convierte en una sensación directa.[39]
Si le parece extraño que las señales nerviosas que proceden de la espalda puedan representar la visión, tenga en cuenta que su propio sentido de la visión obedece a millones de señales nerviosas que viajan por cables distintos. Su cerebro está sumido en una negrura absoluta dentro de la bóveda de su cráneo. No ve nada. Todo lo que sabe es que existen esas pequeñas señales, y nada más. Y sin embargo usted percibe el mundo en todos los tonos de brillo y color. Su cerebro está oscuras, pero su mente construye luz.
Al cerebro le da igual de dónde procedan esos pulsos: de los ojos, los oídos, o de donde sea. Siempre y cuando se correlacionen de una manera coherente con sus movimientos mientras empuja, golpea y da patadas a las cosas, su cerebro puede construir la percepción directa que denominamos visión.[40]
En la actualidad se están investigando otras sustituciones sensoriales.[41] Consideremos a Eric Weihenmayer, practicante de la escalada extrema, que se dedica a trepar por peligrosas caras de una roca impulsando su cuerpo hacia arriba y agarrándose a cornisas precariamente superficiales. A sus proezas hay que añadir el hecho de que es ciego. Nació con una rara enfermedad ocular llamada retinosquisis, que le dejó ciego cuando tenía trece años. Sin embargo, no permitió que eso acabara con su sueño de ser montañero, y en 2001 fue la primera (y hasta el momento única) persona ciega en escalar el Everest. Hoy en día escala con una red de seiscientos diminutos electrodos en la boca, algo denominado BrainPort.[42] Este dispositivo le permite ver con la lengua mientras escala. Aunque la lengua normalmente es un órgano del gusto, su humedad y entorno químico la convierten en un excelente interfaz cerebral cuando se coloca una cosquilleante red de electrodos en su superficie.[43] La red traduce la entrada de vídeo en pautas de pulsos eléctricos, lo que permite que la lengua discierna cualidades generalmente atribuidas a la visión, como la distancia, la forma, la dirección del movimiento y el tamaño. El aparato nos recuerda que no vemos con los ojos, sino más bien con el cerebro. La técnica se desarrolló originariamente para ayudar a los ciegos como Eric, pero aplicaciones más recientes introducen entradas de sónar o de infrarrojos en la red de la lengua y permiten a los submarinistas ver en aguas turbias y a los soldados poseer una visión de 360 grados en la oscuridad.[44]
Eric cuenta que aunque al principio percibió los estímulos en la lengua como bordes y formas inidentificables, rápidamente aprendió a reconocer la estimulación a un nivel más profundo. Ahora es capaz de coger una taza de café o de jugar al fútbol con su hija.[45]
Si ver con la lengua parece extraño, piensen en la experiencia de un ciego que aprende a leer Braille. Al principio no son más que protuberancias, pero, con el tiempo, esas protuberancias acaban teniendo sentido. Si les cuesta imaginar la transición del rompecabezas cognitivo a la percepción directa, piensen en la manera en que están leyendo las letras de esta página. Sus ojos pasan sin esfuerzo por estas formas elaboradas sin conciencia alguna de que las están traduciendo: el significado de las palabras le resulta simplemente evidente. Percibe el lenguaje, no los detalles elementales de los grafemas. Para comprender este punto, intente leer lo siguiente:
Si fuera usted un sumerio de la Antigüedad, comprendería el significado enseguida: los dibujos de la tablilla se convertirían enseguida en significado sin conciencia alguna de las formas que actúan de mediadores. Y el significado de la frase siguiente se comprende de inmediato si es usted de Jinghong, China (pero no de otras regiones de China):
La frase siguiente resulta hilarante si es lector del idioma baluchi, del noroeste de Irán:
Para el lector de la escritura cuneiforme, el nuevo tai lue, o el baluchi, el resto de la escritura en español de esta página le resulta tan ajeno e ininterpretable como sus lenguajes para usted. Pero estas letras no le suponen ningún esfuerzo, porque usted ya ha convertido la tarea de la traducción cognitiva en percepción directa.
Lo mismo ocurre con las señales eléctricas que llegan al cerebro: al principio no tienen sentido, pero con el tiempo lo van adquiriendo. Del mismo modo que usted «ve» inmediatamente el significado de estas palabras, su cerebro «ve» un aluvión regulado de señales eléctricas y químicas como si fuera, digamos, un caballo galopando entre pinos cubiertos de nieve. Para el cerebro de Mike May, las letras nerviosas que llegan todavía necesitan traducción. Las señales visuales generadas por el caballo son arrebatos de actividad ininterpretables, ofrecen pocas indicaciones, si es que ofrecen alguna, de lo que hay fuera; las señales que aparecen en su retina son como las letras del baluchi que hay que traducir una por una. En el caso del cerebro de Eric Weihenmayer, la lengua le envía mensajes en nuevo tai lue, sólo que con suficiente práctica su cerebro aprende a comprender el lenguaje. En ese punto, su comprensión del mundo visual es tan directa como las palabras de su lengua nativa.
He aquí una asombrosa consecuencia de la plasticidad del cerebro: en el futuro puede que seamos capaces de introducir otro tipo de flujos de datos directamente en el cerebro, tales como la visión por infrarrojos o ultravioleta, o incluso datos climatológicos o de la bolsa.[46] Al principio al cerebro le costará asimilar los datos, pero finalmente aprenderá a hablar el lenguaje. Seremos capaces de añadir una nueva funcionalidad y desarrollar un Cerebro 2.0.
Esta idea no es ciencia ficción; el trabajo ya ha empezado. Recientemente, los investigadores Gerald Jacobs y Jeremy Nathans cogieron el gen del fotopigmento humano —una proteína de la retina que absorbe la luz de una longitud de onda concreta— y lo injertaron en ratones ciegos al color.[47] ¿Y cuál fue el resultado? La visión del color. Los ratones ahora distinguían los distintos colores. Imagine que les otorga una tarea en la que pueden obtener una recompensa apretando un botón azul, junto al cual hay otro rojo que si lo aprietan no da ninguna recompensa. En cada prueba cambia la posición de los botones. El ratón modificado aprende a escoger el botón azul, mientras que los ratones normales no pueden distinguir los botones, de ahí que los elijan al azar. Los cerebros de los nuevos ratones han aprendido a escuchar el nuevo dialecto que hablan sus ojos.
En el laboratorio natural de la evolución encontramos un fenómeno afín en los seres humanos. Al menos el 15% de las mujeres poseen una mutación genética que les proporciona un tipo de fotorreceptor extra del color (el cuarto), lo que les permite discriminar entre colores que nos parecen idénticos a la mayoría, que sólo poseemos tres tipos de fotorreceptores del color.[48] Esas mujeres son capaces de distinguir dos muestras de color que a la mayoría nos parecerían idénticas. (Nadie ha determinado qué tanto por ciento de las polémicas del mundo de la moda proceden de esta mutación).
Así pues, el poder introducir otro tipo de datos en el cerebro no es una idea teórica; ya existen varias formas. Podría parecer sorprendente lo fácil que resulta operar con nuevos tipos de datos, aunque, tal como lo resumió Paul Bach-y-Rita tras décadas de investigación: «No hay más que darle la información al cerebro y él acaba descifrándola».
Si lo que acaba de leer ha cambiado su idea de cómo percibimos la realidad, abróchese el cinturón, porque lo que viene ahora es aún más extraño. Ahora descubriremos por qué ver tiene poca relación con los ojos.