SENTENCIAS BASADAS EN LA MODIFICABILIDAD
SENTENCIAS BASADAS EN LA MODIFICABILIDAD
Personalizar la ley puede ir en varias direcciones; aquí quiero sugerir una. Regresemos al caso en el que su hijo pinta la pared de su casa con un lápiz. En el primer supuesto, es una travesura; en el otro, es sonámbulo. La intuición dicta que lo castigaría sólo si está despierto, pero no si está dormido. ¿Por qué? Propongo que la intuición podría incorporar una importante distinción acerca del propósito del castigo. En este caso, lo que importa no es tanto su intuición acerca de la culpabilidad (aunque desde luego no es culpable cuando duerme), sino de la modificabilidad. La idea consistiría en castigarle sólo cuando el comportamiento es modificable. Él no puede modificar su comportamiento si esta sonámbulo, por lo que el castigo sería cruel e inútil.
Especulo que algún día seremos capaces de basar los castigos en la neuroplasticidad. Hay gente cuyo cerebro es más capaz de responder al condicionamiento clásico (castigo y recompensa), mientras que otros —debido a la psicosis, la sociopatía, un desarrollo anormal frontal u otros problemas— son refractarios al cambio. Tomemos a los que han sufrido una severa condena a picar piedra: si lo que se pretende es incentivar a los presos para que no vuelvan a la cárcel, no tiene sentido el castigo si el cerebro no posee una plasticidad apropiada para recibirlo. Si existe alguna esperanza de utilizar el condicionamiento clásico para llevar a cabo un cambio en el comportamiento que permita la reintegración social, entonces el castigo es apropiado. Si un convicto no va a cambiar con ese castigo, es mejor meterlo simplemente en la cárcel.
Algunos filósofos han sugerido que el castigo debería basarse en las opciones de las que dispone cada uno. Una mosca, por ejemplo, es naturalmente incapaz de moverse entre decisiones complejas, mientras que un humano (sobre todo un humano inteligente) posee muchas opciones y por tanto más control. Por tanto, habría que idear un sistema de castigo en el que el grado de punición guarde relación directa con la cantidad de opciones de las que dispone la persona. Pero no creo que éste sea el mejor enfoque, porque alguien podría tener pocas opciones pero sin embargo ser modificable. Tomemos a un cachorro no enseñado. Ni siquiera se le ocurre aullar y arañar la puerta cuando tiene que orinar; no contempla esa opción, porque no ha desarrollado la idea de tenerla. Sin embargo, usted lo riñe para modificar su sistema nervioso central y que tenga un comportamiento apropiado. Lo mismo ocurre con el niño que roba. Al principio no entiende la cuestión de la propiedad y la economía. Lo castigas no porque creas que tiene muchas opciones, sino más bien porque entiendes que es modificable. Le estás haciendo un favor: lo estás socializando.
Esta propuesta pretende que el castigo y la neurociencia formen un matrimonio bien avenido. La idea consiste en reemplazar las intuiciones populares acerca de la culpabilidad por un enfoque más justo. Aunque ahora sería caro, las sociedades del futuro podrían crear de manera experimental un índice para medir la neuroplasticidad, es decir, la capacidad para modificar el circuito. En los casos modificables, como los de un adolescente que necesita un mayor desarrollo frontal, un castigo severo (picar piedra todo el verano) sería apropiado. Pero a alguien con una lesión en el lóbulo frontal, que nunca desarrollará la capacidad de socialización, el Estado debería internarlo en un tipo de institución diferente. Lo mismo se puede decir de los retrasados mentales o los esquizofrénicos; la acción punitiva podría saciar el ansia de sangre de algunos, pero para la sociedad en general no tendría ningún sentido.
Hemos dedicado los cinco primeros capítulos a explorar hasta qué punto guiamos la nave de nuestra vida. Hemos visto que la gente tiene poca capacidad para escoger o explicar sus actos, motivaciones y creencias, y que el timón está guiado por el cerebro inconsciente, conformado por innumerables generaciones de selección evolutiva y toda una vida de experiencia. El presente capítulo ha explorado las consecuencias sociales de todo eso: ¿qué importancia tiene la inaccesibilidad del cerebro a nivel social? ¿Cómo nos guía en nuestra manera de pensar acerca de la culpabilidad, y cómo deberíamos comportarnos con la gente que se comporta de manera muy distinta?
En la actualidad, cuando un delincuente comparece delante del juez, el sistema legal pregunta: ¿se puede considerar culpable a esta persona? En el caso de Whitman, o de Alex o de un paciente con el síndrome de Tourette, o un sonámbulo, el sistema dice que no. Pero si no padece ningún problema biológico evidente, el sistema dice que sí. Ésta no es una manera sensata de estructurar el sistema legal, dada la certeza de que la tecnología seguirá mejorando cada año y moviendo la posición de la línea de la «responsabilidad». Quizá es demasiado pronto para decir si algún día se verá que todos los aspectos del comportamiento humano están más allá de nuestra volición. Pero mientras tanto, la marcha de la ciencia seguirá empujando el lugar en el que tratamos las líneas del espectro entre volición y no volición.
Como director de la Iniciativa sobre Neurociencia y Derecho del Baylor College of Medicine, he recorrido el mundo dando conferencias sobre estos temas. La mayor batalla que he tenido que librar ha sido el error que comete la gente al pensar que una mayor comprensión biológica del comportamiento y las diferencias internas entre la gente significa que perdonaremos a los delincuentes y ya no los sacaremos de las calles. Eso es incorrecto. La explicación biológica no exculpa a los delincuentes. La ciencia del cerebro mejorará el sistema legal, no impedirá que actúe.[216] Para un buen funcionamiento de la sociedad, seguiremos sacando de las calles a esos delincuentes que demuestren ser muy agresivos, carecer de empatía y no saber controlar sus impulsos. El gobierno seguirá encargándose de ellos.
El cambio importante consistirá en la manera de castigar la amplia variedad de actos delictivos: con condenas racionales y utilizando nuevas ideas para la rehabilitación. Ya no se pondrá tanto énfasis en el castigo como en reconocer los problemas (tanto nerviosos como sociales) y abordarlos de una manera coherente.[217] Por poner un ejemplo, en este capítulo hemos aprendido cómo el esquema del equipo de rivales puede ofrecer una nueva esperanza en términos de una estrategia rehabilitadora.
Además, a medida que comprendemos mejor el cerebro, podemos concentrarnos en construir iniciativas sociales que alienten el buen comportamiento y pongan freno al malo. Una ley eficaz requiere modelos de comportamiento eficaces: comprender no sólo cómo nos gustaría que la gente se comportara, sino cómo se comporta en realidad. A medida que exploremos las relaciones entre neurociencia, economía y toma de decisiones, la política social se podrá estructurar mejor para aplicar estos descubrimientos de manera más eficaz.[218] Con ello se pondrá menos énfasis en la punición y más en una política preventiva y proactiva.
En este capítulo no he pretendido redefinir la responsabilidad, sino más bien eliminarla del argot legal. La responsabilidad es un concepto que mira hacia atrás y exige la tarea imposible de desenmarañar la complejísima red de genética y entorno que construye la trayectoria de una vida humana. Consideremos, por ejemplo, que todos los asesinos en serie conocidos sufrieran abusos de niños.[219] ¿Eso les hace menos culpables? ¿A quién le importa? Ésa no es la cuestión que hay que plantear. El saber que sufrieron abusos nos anima a prevenir el abuso infantil, pero no a cambiar la manera en que nos enfrentamos a cada asesino en serie cuando está delante del juez. La necesidad de encerrarlo es la misma. Queremos sacarlo de las calles, sean cuales sean sus infortunios pasados. El abuso infantil no puede servir de excusa biológica significativa; el juez debe actuar para que la sociedad sea segura.
El concepto de la palabra con el que hemos de sustituir la responsabilidad es la modificabilidad, un concepto que mira hacia delante y pregunta: ¿qué podemos hacer a partir de ahora? ¿Es posible la rehabilitación? Si lo es, estupendo. Y si no, ¿modificará el ir a la cárcel su comportamiento futuro? Si el castigo no va a servir de ayuda, entonces que el Estado se encargue de esa persona para incapacitarla, no para castigarla.
Mi sueño es construir una política social basada en las pruebas y neuralmente compatible, en lugar de una política basada en intuiciones cambiantes que han demostrado ser erróneas. La gente se pregunta si es injusto aplicar un enfoque científico a la hora de dictar sentencia; después de todo, ¿dónde está ahí la humanidad? Pero a ello siempre se puede contestar con otra pregunta: ¿cuál es la alternativa? Hoy en día, las personas feas reciben condenas más largas que las atractivas; los psiquiatras no tienen manera de saber qué delincuentes sexuales volverán a reincidir; y nuestras cárceles están sobrepobladas de drogadictos a quienes sería más útil rehabilitar que mantener confinados. Así pues, la manera en que hoy en día se dicta sentencia, ¿es mejor que un enfoque científico y basado en las pruebas?
La neurociencia está comenzando a arañar la superficie de cuestiones que hasta ahora pertenecían exclusivamente al dominio de los filósofos y los psicólogos, cuestiones acerca de cómo la gente toma decisiones y si son realmente «libres». No se trata de cuestiones baladíes, sino de cuestiones que conformarán el futuro de la teoría legal y el sueño de una jurisprudencia basada en la biología.[220]