DECONSTRUIR LA EXPERIENCIA
DECONSTRUIR LA EXPERIENCIA
Una tarde de finales del siglo XIX, el físico y filósofo Ernst Mach examinó atentamente unas tiras de papel uniformemente coloreadas y colocadas una junto a la otra. Interesado por las cuestiones de la percepción, hubo algo que le dio que pensar: había algo raro en aquellas tiras. Tenían un aspecto extraño. Las separó, las miró una a una, y a continuación volvió a juntarlas. Finalmente se dio cuenta de lo que ocurría: aunque cada tira aislada era de un color uniforme, cuando se las colocaba una junto a otra todas parecían mostrar un gradiente de sombreado: se veían un poco más claras en el lado izquierdo y un poco más oscuras del derecho. (Si quiere comprobar que cada tira de la figura tiene un color uniforme, tápelas todas menos una).[13]
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Bandas de Mach.
Ahora que es testigo de la ilusión de las «bandas de Mach», las encontrará en todas partes: por ejemplo, en el rincón donde se encuentran dos paredes, las diferencias de iluminación a menudo dan la impresión de que la pintura es más clara o más oscura al llegar a la esquina. Es de suponer que aun cuando lo haya experimentado innumerables veces, se le haya pasado por alto hasta ahora. Del mismo modo, los pintores renacentistas observaron en cierto momento que las montañas lejanas parecían tener un tinte un poco azulado, y en cuanto se hubo extendido la novedad, comenzaron a pintarlas así. Pero hasta ese momento a la historia del arte se le había pasado totalmente por alto, aun cuando lo tuvieran delante de las narices. ¿Cómo es que no observamos cosas tan evidentes? ¿Realmente somos tan malos observadores de nuestras propias experiencias?
Sí. Somos unos observadores fatales. Y nuestra introspección no nos sirve de nada en estas cuestiones: creemos ver el mundo perfectamente hasta que alguien nos dice que no es así. Al igual que Mach observó atentamente la gradación de las franjas, nosotros también hemos de aprender a observar nuestra experiencia. ¿Cómo es en realidad nuestra experiencia consciente, y cómo no es?
La intuición sugiere que uno abre los ojos y voilà: ahí está el mundo, con sus hermosos rojos y dorados, sus perros y sus taxis, las populosas ciudades y los floríferos paisajes. La visión parece algo natural, y, con escasas excepciones, exacta. Podría parecer que no hay una gran diferencia entre sus ojos y una cámara de vídeo digital de alta resolución. En cuanto a las orejas, parecen micrófonos compactos que registran de manera exacta los sonidos del mundo, y sus dedos parecen detectar la forma tridimensional de los objetos del mundo exterior. Lo que la intuición sugiere es algo totalmente erróneo. Veamos qué ocurre en realidad.
Consideremos lo que sucede cuando mueve el brazo. Su cerebro depende de miles de fibras nerviosas que registran estados de contracción y estiramiento, y sin embargo usted no percibe ni un ápice de esa tormenta de actividad nerviosa. Simplemente es consciente de que su extremidad se mueve y de que ahora está en otro lugar. Sir Charles Sherrington, uno de los pioneros de la neurociencia, a mediados del siglo pasado se ocupó durante un tiempo de ese hecho. Le asombraba hasta qué punto ignorábamos la mecánica que había debajo de la superficie. Después de todo, a pesar de su considerable pericia con los nervios, los músculos y los tendones, observó que cuando cogía un trozo de papel: «No tengo ninguna conciencia de los músculos en cuanto que tales. (…) Ejecuto el movimiento perfectamente y sin ninguna dificultad».[14] Razonó que, de no ser neurocientífico, no se le habría ocurrido sospechar de la existencia de nervios, músculos y tendones. Aquello intrigó a Sherrington, y finalmente dedujo que su experiencia de mover el brazo era «un producto mental (…) derivado de elementos que no se experimentan como tales y que sin embargo (…) la mente utiliza para producir la percepción». En otras palabras, la tormenta de actividad nerviosa y muscular queda registrada en el cerebro, pero lo que llega a la conciencia es algo totalmente distinto.
Para comprenderlo, regresemos a la metáfora de la conciencia como un periódico nacional. La labor del titular es ofrecer un resumen muy comprimido. De la misma manera, la conciencia es la manera de proyectar toda la actividad de su sistema nervioso de una manera más sencilla. Los miles de millones de mecanismos especializados operan debajo del radar: algunos recogen datos sensoriales, otros mandan programas motores, y la mayoría lleva a cabo las principales tareas de trabajo nervioso: combinar información, hacer predicciones acerca de lo que viene a continuación, tomar decisiones acerca de lo que hay que hacer ahora. Ante tal complejidad, la conciencia ofrece un resumen que resulta útil a la hora de hacerse una idea global, útil a la escala de las manzanas, los ríos y los humanos con los que quizá podría aparearse.