Introducción

Mis amigos me han dicho a menudo que debía escribir mi historia y describir el mundo de mi juventud, tan diferente del de hoy en día. No tengo diarios que me sirvan de ayuda, sólo unas exiguas notas sobre las actividades sociales en las que participé, recortes de prensa de acontecimientos documentados. Pero en la memoria llevo grabados los retratos de mis amigos, que se destacan como las figuras de un cuadro de El Veronés, brillantes y festivas, contra fondos de espacios y colores donde los placeres arquitectónicos y la cortesía añaden belleza al gusto por la vida.

Volviendo la vista atrás a 1895, cuando me casé con el noveno duque de Marlborough y me fui a vivir a Inglaterra, recuerdo una sociedad cuyas convenciones estaban más cerca del siglo XVIII que del XX. La época de la reina Victoria estaba llegando a su fin, pero aquellos que como yo misma fuimos testigos del espléndido desfile organizado con motivo del sexagésimo aniversario de su subida al trono no podíamos prever que su muerte supusiera el fin de una etapa. Quedamos ya pocos que podamos recordar el mundo con su total aceptación de los privilegios aristocráticos, y aún quedan menos para quienes tales anacronismos sigan estando justificados. Incluso entonces, si bien en voz baja, se podían escuchar dudas acerca de su legitimidad. De modo que ¿puede sorprenderle a alguien que a una muchacha americana con opiniones democráticas le resultara difícil aceptar la idea de que la cuna por sí sola confiere superioridad? ¿No es natural que cuando mi matrimonio se fue a pique y pude llevar mi vida en la relativa libertad que garantiza una separación legal, influida por las doctrinas más liberales del siglo XX y siguiendo la tradición inglesa, buscara una mayor utilidad en el servicio social?

Años después, cuando el divorció me dio libertad completa, encontré la felicidad en mi matrimonio con Jacques Balsan. Al escribir sobre aquellos años recuerdo los hogares que creamos juntos, las amables personas entre las que vivíamos, el país que adoraba. Y ahora, de vuelta en mi tierra natal, tras obtener de nuevo una ciudadanía a la que jamás hubiera renunciado si las leyes de mi época me hubieran permitido conservarla, miro en retrospectiva a una larga vida bajo tres banderas. He sido testigo de las escenas descritas; las impresiones grabadas son fiel reflejo de su época. No puedo contar otra historia sino la mía propia. Espero que pueda interesar a mis lectores.

Sin el apoyo constante de mis amigos me hubiera sido difícil llevar este trabajo a término. Entre ellos me gustaría mostrar particularmente mi gratitud al señor Henry May por ayudarme a esbozar el plan original del libro. También doy las gracias al actual duque de Wellington por refrescar mis recuerdos de un baile en Apsley House; asimismo, estoy muy agradecida al señor Stuart Preston por su minucioso escrutinio de las pruebas de imprenta. Mi agradecimiento final es para la señorita Mae Lovey, que se ha encargado de la pesada tarea de escribir a máquina el libro y de hacer un seguimiento de las numerosas correcciones sucesivas del manuscrito.

 

CONSUELO VANDERBILT BALSAN, 1953