8
Y fue allí, en un raro movimiento, cuando se quedaron, con la cara casi junta.
Ella, por alzarla, y él, por inclinar la suya para decirle buenas noches.
Hubo un raro destello.
Un movimiento de labios confuso.
Lucas jamás sabría decir cómo fue. Ni por qué fue.
Pero el caso es que estaba siendo.
Sin soltar el brazo de ella, que aún sujetaba, sus labios se pegaron a la boca de Marcela. La besó largamente. Una sola vez, como si en ello fuera toda su fuerza, toda su contenida ansiedad, su deseo frenado.
Marcela se estremeció.
Jamás hombre alguno la había besado así. También es cierto que no conocía a ningún hombre que la hubiese besado, salvo David. Y el beso de Lucas no se parecía en nada a los besos de David.
Sentía que la sangre le subía por el cuerpo como si la abrasara, y se le metía en las piernas a borbotones. Algo le agitaba el pecho, y un loco palpitar le sacudía los pulsos.
Jamás en toda su vida sintió ella tales sensaciones, tales agitaciones. No supo cuándo abrió los labios y cuándo su pecho se pegó instintivamente al de Lucas.
Fue entonces cuando él la soltó.
No le miró a los ojos en seguida.
Pero sí dijo roncamente:
—¿Te das cuenta de cómo un hombre y una mujer no pueden estar juntos sin sentir estas necesidades?
La empujó blandamente.
Pero Marcela se desprendió y se quedó pegada a la puerta con las manos tras la espalda.
No había rabia en sus ojos, ni ira en la crispación de sus labios.
Pero sí había un interrogante.
Era peor, pensaba Lucas, que la sabía tan lejana y tan ausente, por cerca de él que estuviera.
—Lucas... es la primera vez que me sentí sofocada —dijo ella con voz temblorosa—. La primera vez que deseé muchas cosas juntas —su voz se apagaba—. No sé si es amor, si es deseo, o si no es nada, Lucas. David me emocionó muchas veces, pero a una edad en que las emociones son fáciles de despertar. Cuando maduré me sentí lejana, como si hubiera vivido una barbaridad y el hastío me confundiera. No era por haber vivido, Lucas. Era porque David ya no decía nada a mis sentimientos.
—Cállate, Marcela.
—¿Por qué? ¿Hay algo más bello que ser sincero?
—Hay sinceridades que uno prefiere ignorar.
—¿La mía, Lucas?
—La de los dos.
—Sin embargo, tú sabes que la proximidad de ambos de ahora, en adelante, será difícil. A menos que nos aceptemos como somos.
—¿Y cómo somos, Marcela?
—Acabamos de demostrarlo. Ni el pudor me haría callar algo que está vivo y palpitante y que acabo de descubrir.
Lucas intentó separarla de la puerta, para abrirla. Pero Marcela se mantuvo firme.
—No debiste besarme —dijo ella de una forma intimista—. Ha sido peligroso, Lucas. Ya sé que no intentas apurar una amistad, que nada de sucio te empuja a ello. Tú eres un hombre leal.
—Soy un hombre simplemente —dijo él, casi gritando—. ¿Por qué he de diferenciarme de los demás?
—¿Es que pretendes que te odie, Lucas?
—Vete, Marcela. Es peligroso esto. Tienes razón, es muy peligroso. Se juega con fuego, y uno sale escaldado. Hay que ser consecuentes. Nos hemos besado, nos ha gustado a los dos, pero es todo muy pasajero. Muy por encima de sentimientos profundos. Muy instintivo.
—No hay nada instintivo; tú lo sabes, Lucas.
—¿Quieres irte de una vez?
—¿Tus escrúpulos te llevan a tanto, Lucas, o es que te temes, me temes a mí, que sigues pensando que no te vas a casar jamás?
La separó de la puerta con cierta precipitación y abrió ésta.
—Vete, Marcela. Sé buena chica.
—¿Y si te dijera que me quiero quedar?
—¡Marcela!
—¿Por qué no?
—¡Marcela!
—Me has perturbado, Lucas. No debiste besarme. Has despertado algo que estaba amodorrado y que yo misma ignoraba que existía. Es muy lamentable que nuestra preciosa amistad termine de esta manera.
—Marcela, sé razonable. Un beso más o menos...
—No digas eso —le acalló con su voz tensa—, no ha sido un beso más o menos. Ha sido algo revelador; tú lo sabes perfectamente. Yo no sé si me amas o si me deseas. Pero sí sé diferenciar un beso que se siente de otro que se da sólo por acallar ansiedades desconocidas. Lo he vivido yo. Lo he vivido con David, y te diré más —ella misma cerró la puerta y volvió a apoyarse en ella, sin que Lucas pudiera evitarlo— Tengo pudor y escrúpulos Evidentemente no soy nada física Lo físico para mí, va emparejado con los sentimientos, porque cuando empecé a sentir desvío hacia David, no toleré, ¡no pude!, sus besos ni sus caricias. La intimidad se cortó ahí mismo.
—Marcela, no analicemos una situación que se desvió por unos segundos.
—¿Quién de los dos la desvió, Lucas?
—Los dos, los dos. Yo, por instinto. Tú, por tolerarme.
—Estamos destruyendo con nuestras palabras algo precioso, Lucas. ¿Por qué hemos de huir de un sentimiento si éste nos atrapa? Porque hasta ahora todo fue amistad. O quizá algo más fuerte, encubierto. ¿De ahora en adelante nos vamos a mirar con recelo? ¿Es que nuestra franqueza ya no existe?
—Escucha —y la voz de Lucas era persuasiva, mientras la sujetaba de un brazo—. Escucha bien. Tengo motivos más que poderosos para no aceptar cuestiones sentimentales. No me mires así. No hay otra mujer, no hay ningún amor, no existe pasado borrascoso o censurable en mi persona. Pero hay cosas que saltan a la vista. Tu situación económica y social. Tu calidad de heredera de una gran fortuna. Yo no soy ningún oportunista, ni ningún cazadotes. Y para evitar mayores males, vamos a ser razonables. Nos hemos besado. Te he besado yo y me has besado tú. Nos ha gustado hacerlo, quizá lo hayamos sentido. Por favor, déjame continuar. Pero aquí se acabó, Marcela. Nos separa un mundo, una situación, un sinfín de cosas muy significativas.
* * *
La soltó y le dio la espalda. Con las manos en los bolsillos del pantalón, como si se calara los pantalones, se fue hacia el medio del salón. Marcela avanzó también con lentitud.
—¿Eso es todo, Lucas? ¿Todo eso que tú dices, es lo que nos separa?
Él se giró.
Se quedó erguido enfrente de ella.
—Eso, y que nos estamos equivocando. Estamos destruyendo una preciosa amistad por algo que no tiene consistencia. O somos realistas, o somos dos muñecos que van y vienen y que se agitan según las marejadas de la vida. No soy tan escrupuloso como tú supones, Marcela. Ni tengo prejuicios de ningún tipo.
—Pero estás siendo contradictorio. Porque, si no tienes escrúpulos ni prejuicios, ¿a qué fin sacas a relucir ahora mi situación económico-social y la tuya?
—¿Es que no has entendido aún que no quiero enamorarme de ti?
—¿Por mi situación de rica heredera?
—Por muchas razones. Te aprecio, pero no me da la gana confundirte. Esto que nos ocurre pasará, se olvidará. Es tan fácil olvidar... —hizo una pausa, que Marcela no interrumpió, porque a cada momento que transcurría lo entendía menos—. Tu casta, tu casa, tu responsabilidad en dar herederos a tu nombre. Yo no sería un buen marido. Ni estoy seguro de quererlo ser. Como amante o como pareja ocasional no te quiero tomar. Arriesgo demasiado.
—Yo me he ofrecido a ti, Lucas. Me parece que estás destruyendo algo precioso.
—Te lo decía antes.
—Pero yo lo estoy calibrando en otro sentido.
Él se pasó los dedos por el pelo.
—Me siento tan pequeño en este instante —confesó— que me da hasta vergüenza. Me obligas a decir cosas. Divago. No sé ni por dónde entro ni por dónde salgo. No soy tu futuro más idóneo, Marcela. Eso es todo.
—¿Y no seré más bien yo quien tenga que decir si lo eres o no lo eres?
—Estamos siendo sinceros, ¿no?
—No, Lucas, no. Te entendía cuando eras mi amigo y mi confidente. Te entendía bien. Pero ahora...
—Ahora es que estamos complicando las cosas. Si no hubieras subido, todo se quedaría así, en una conversación sin terminar. Pero has subido. ¿Por qué, Marcela?
—¿Y me preguntas eso? Yo qué sé. He subido porque tenía que subir, porque, porque sentía la sensación de perder a un amigo.
—¿Y no lo has perdido, Marcela?
—Es lo que me pregunto. Pero, si perdí un amigo y hallé un sentimiento amoroso, ¿no es mejor?
Lucas se agitó.
—Mira, sigues siendo una soñadora. Una sentimental empedernida. Yo soy la novedad. El hombre diferente. ¿Una aventura? Contigo no, Marcela. Contigo, no. No tengo seguridad ninguna en mí mismo en cuanto a amores. No me casaré. Eso lo tengo muy claro. Ni formaré una vida en común de pareja.
—Pero —se asombraba cada vez más Marcela—, ¿por qué has de saber tú lo que harás en el futuro?
—Lo tengo muy reflexionado.
—Pero habrá una causa. Y ya no te la pregunto por mí, sino por ti mismo. Dejando a un lado los sentimientos que nos puedan acercar el uno al otro, ¿qué motivos tienes tú para decidir un futuro del cual, por mucho que digas, no eres el dueño?
—Voy a ser dueño todo lo que yo quiera ser.
Y avanzando hacia ella, la asió delicadamente por el hombro y la empujó hacia la puerta.
Su gesto tierno y protector conmovió a la joven.
—Vete, Marcela, y olvidemos este cambio de palabras. No conducen a nada, y sí que pueden destruir algo precioso como es la amistad que nos une. Un beso más o menos carece de importancia. Eres una chica preciosa y yo no estoy mal. Nos gustamos un segundo, nos vimos con otros ojos y nos besamos, ¿qué importancia puede tener eso?
—Buenas noches, Lucas.
Él mismo abrió la puerta, sin soltar el hombro que aprisionaba.
—¿Estás enfadada conmigo?
—Estoy muy desconcertada. Eres un hombre difícil. Yo pensé que eras más diáfano. No me dejas quererte, ¿verdad?
—Con amor, no, Marcela. Por favor, sé razonable. Nos dañaríamos y nos destruiríamos.
—Pero, ¿por qué?
—Anda, vete, y otro día, si te apetece, continuaremos este debate que hoy por hoy no tiene sentido.
—Buenas noches, Lucas.
—Gracias, Marcela.
—¿De qué?
—Qué más da.
Y empujando a la joven hacia el pasillo, cerró y se quedó pegado a la puerta. Dos gotas de sudor le resbalaban por la frente.
Las apartó de un manotazo y algo tambaleante se dirigió al cuarto y se tendió en la cama cuan largo era.
Tenía los ojos fijos en el techo y una crispación amarga en los labios.
Su mano morena, de cuidadas uñas y largos dedos, se pasaba una y otra vez por el cabello que se le había alborotado en el debate sostenido con Marcela.
¡Marcela!
Era como un regalo, como una joya valiosa, como... una íntima fascinación.
Apretó los labios con fuerza y se quedó inmóvil. Al verlo, se pensaría que estaba muerto, o quizá fuese tan sólo que él deseaba estarlo.