Abriendo los ojos

 

 

Llegamos a la clínica fácilmente, no tenía pérdida con las indicaciones que nos había dado Raúl, y a las cinco y diez ya estábamos allí. Estaba situada en pleno centro, en una placita rodeada de terrazas, que por cierto estaban llenas de personas terminando de comer o tomando café. Mi padre me dejó en la puerta, decía que tenía que aprender a desenvolverme sola en el mundo de los adultos. Suspiré para calmar mis nervios y entré en la clínica, aquello parecía el salón de una casa, Raúl se había tomado muy en serio en que los pacientes no viesen aquello como un hospital. Todos los detalles estaban muy cuidados, no sabía dónde dirigirme, me sentía un poco perdida, pero por suerte vi que   Raúl estaba en el mostrador de la entrada hablando con la que suponía que era la recepcionista.

—Hola Cloe, me alegra verte. Mira esta es Miriam, nuestra recepcionista. Qué bueno que llegaste temprano, así podré explicarte cómo funciona todo esto, firmar el contrato y cambiarte de ropa, antes de que lleguen los pacientes. Acompáñame por favor.

Dios que rápido hablaba este hombre, ¿o era que con los nervios mi capacidad de comprensión había disminuido?

Entramos en su despacho y me explicó cuál sería mi cometido.

—Mira, quiero que te dediques especialmente de dos de mis pacientes. Son mis hijos, hace poco tuvieron un accidente de tráfico, uno de ellos quedó paralítico y el otro tiene un brazo dañado, aunque su mayor lesión es que se culpa por el estado de su hermano.

Me estuvo explicando que Bruno, el mayor, era el que iba conduciendo, él se había fracturado el hombro y se culpaba por el estado de su hermano Chris, quien había quedado en una silla de ruedas de la que podía librarse si realizaba los ejercicios, cosa que se negaba a hacer. Por lo visto era un chico muy popular, con mucho éxito entre las chicas y desde el accidente la gente lo miraba con lástima.

—De acuerdo, a ver si me ha quedado claro, ¿mi cometido es ayudar a sus dos hijos con sus ejercicios a la vez que los animo, no?

—Exacto, ahora cuando ellos lleguen te enseñaré cuales son los ejercicios correspondientes, pero por favor no les digas que sabes que son mis hijos, ¿de acuerdo?

—Está bien —no entendí bien por que aquello debía de ser un secreto, pero como buena trabajadora acaté las indicaciones de mi nuevo jefe.

—Mira aquí tienes el contrato, cuando lo firmes puedes ir al vestuario a cambiarte, hay una taquilla con tu nombre y allí encontrarás tu uniforme.

—Gracias Raúl, ahora mismo estoy con usted.

—Por favor, de tú, usted me hace sentir viejo. Cámbiate mientras que yo preparo a los pacientes —me reí ante su comentario, aquel hombre era realmente simpático, pero ¿por qué todo el mundo tenía problemas con el usted? A mí siempre me enseñaron que aquella palabra era una señal de respeto no de vejez.

Firmé mi contrato y lo dejé encima de su mesa. Fui a cambiarme al vestuario, la verdad es que el uniforme era bonito, las mayas se me pegaban al cuerpo pero sin que pareciesen una segunda piel, y la camiseta me quedaba perfecta. Todo el uniforme era negro, y en la espalada se encontraba el logotipo de la clínica. En mi taquilla también encontré una placa con mi nombre y en la que decía que estaba en prácticas. Me miré al espejo, aquel uniforme realzaba mi figura, me había recogido el pelo en una cola alta y bien tirante y me había maquillado con un poco de rímel, algo de colorete y bálsamo labial, tampoco era plan de que mis “nuevos pacientes” me viesen con peor cara de la que ellos traerían.

Salí del vestuario buscando a Raúl, estaba en una sala en la que había dos camillas, era un espacio muy grande y con muchos aparatos que no tenía ni idea de cómo funcionaban. Allí había dos chicos, a cual más guapo. Ambos eran morenos, de complexión atlética, uno tenía un cabestrillo y el otro estaba en una silla de ruedas, la verdad, es que se parecían bastante, supuse que serían los hijos de Raúl.

—Mirad chicos, esta es Cloe, como no queréis que os ayuden profesionales, ni médicos ni tampoco queréis mi ayuda pues tendréis la de ella. Cloe quiere estudiar fisioterapia y va a estar aquí de prácticas —dijo mi jefe presentándome—. Ellos son Bruno y Chris —y ambos me miraron, aunque la mirada de uno de ellos no era para nada cordial.

—Yo paso de que me toque una niñita de papá que no tiene ni idea de lo que hace y además seguramente consiga siempre lo que quiere —dijo Chris mirándome con desprecio.

Me tocó la moral. Hasta entonces me había quedado callada mientras Raúl me explicaba su situación y viendo como Chris cargaba contra su hermano Bruno. Esto era injusto. Y esperando que mi jefe no me despidiese, le dejé a aquel chaval las cosas muy claras.

—Mira niño, o niñato, no sé cómo llamarte, tu hermano no tuvo la culpa de ese accidente, el único culpable fue un conductor borracho, que de forma inconsciente cogió un coche y lo puso a más de ciento veinte kilómetros por hora. La única culpa que tuvo tu hermano, eh, fue la de llevarte al concierto que querías. No hagas que tu hermano se sienta peor de lo que ya se siente, si no quieres recuperarte y quieres que la gente se compadezca de ti, adelante, da pena, pero con eso no conseguirás volver a andar. Estuviste a punto de morir en un accidente y alguien ahí arriba te dio una segunda oportunidad, sin embargo mi mejor amigo no lo consiguió. A mí sí que me da pena ver que aquellos que lucharon por su vida están muertos y aquellos que tienen la opción de seguir viviendo, la desprecian. Te voy a ayudar lo quieras o no porque para eso estoy aquí, yo no soy ninguna niña rica que viva a base de caprichos. ¿Te ha quedado claro?

Que a gusto me había quedado, ahora, las caras de Raúl y de Bruno eran un poema. Estaban mirándome con los ojos desencajados. Chris sin embargo bajaba la mirada, me daba la impresión de que era la primera vez que alguien le ponía las cosas claras a aquel chico.

Sin decir nada salí de la habitación y oí como alguien me seguía.

—Cloe, gracias —dijo Raúl apartándome de sus hijos. Eres la primera persona que le planta cara a mi hijo, siento lo de tu amigo.

—Era mentira, solo quería hacerle ver a tu hijo lo afortunado que es por tener una oportunidad que otras personas no han tenido.

—Gracias —por primera vez vi sincero agradecimiento en los ojos de un hombre, al que no conocía de nada.

—Si quieres puedes empezar conmigo Cloe —me giré para ver de quien se trataba, Bruno también nos había seguido y ahora me sonreía, aquel gesto de repente me recordó a alguien pero no sabía a quién.

Entramos de nuevo en la sala y mi jefe comenzó a explicarme como debía de hacer mi trabajo.

—Bruno siéntate, Cloe tú tienes que colocarte aquí y controlar que Bruno haga sus ejercicios de forma correcta. Si se cansa obligarlo, ten cuidado porque tiene mucha labia y cuando te quieres dar cuenta no ha hecho nada más que la mitad de los ejercicios.

Raúl me explicó cada ejercicio que Bruno tenía que hacer. Recordé entonces mi conversación inicial con Raúl, también tenía que hacer de “psicóloga” con él y ayudarle a superar el accidente. Raúl se llevó a Chris a otra sala y me dejó sola con Bruno.

—Siento lo que te ha dicho mi hermano. Desde el accidente no es el mismo —no conocía a aquel chico pero sabía perfectamente que él, tampoco era el mismo desde el accidente.

—Ya, entiendo que se sienta mal por no poder andar, pero Raúl dice que tiene posibilidades de recuperarse, el problema es que él no quiere.

—Sabes, eres la primera persona que le planta cara a mi hermano. Aquí todo el mundo intenta que no se enfade y que haga los ejercicios pero nadie ha conseguido nunca dejar a mi hermano callado. Gracias.

—No voy a dejar que nadie piense que esto es un capricho para mí. Es mi vocación, mi sueño y no voy a dejar que nadie lo tire por tierra. Y tú deja de hablar y empieza, flojo.

Estuvimos durante una hora haciendo los ejercicios que me había dicho Raúl.

—¿Tú eres la de la foto? —preguntó Bruno de repente.

—Eh, ¿qué foto? —respondí extrañada.

Bruno me dijo que me diera la vuelta y entonces lo vi. Era yo, Raúl había colgado la foto que compró en la exposición de mi madre en el centro de la sala. Todo el mundo podía verla. Mientras estaba mirándola, entraron en la sala Raúl acompañado de su hijo Chris.

—Espero que no te importe que la haya colocado aquí. Tu sonrisa me expresó mucha fuerza y quiero que mis pacientes sientan esa misma fuerza y se tomen muy en serio sus recuperaciones.

Esto último lo dijo mirando a su hijo Chris, quien cogió la indirecta y me dijo:

—Cloe, siento haberte hablado de la manera que lo hice antes, lo siento —me lo dijo de verdad, mirándome a los ojos, tal vez no fueran verdes o azules pero aquellos ojos marrones me estaban haciendo sentir cosas muy raras, cosas que hasta el momento solo hacían otros ojos, los de Alex.

 

Ya era la hora de cerrar, me fui a los vestuarios y me coloqué de nuevo la ropa que había traído puesta. Cuando salimos de la clínica Bruno dijo que antes quería invitarme a tomar un refresco para hacer las paces y a modo de disculpa por el trato que me había dado su hermano, a lo que yo acepté. Raúl me recomendó que llamase a mis padres para avisar de que llegaría un poco más tarde de lo previsto y que ellos me acercarían a casa. Mis padres estuvieron de acuerdo, la única condición que me pusieron fue que no llegara tarde puesto que al día siguiente debía de levantarme temprano para asistir a clase. La gran sorpresa de la noche fue que Chris se quedó a tomar algo sin protestar, algo que suponía, aunque lo conocía poco, era toda una novedad.

Acercándome a ellos pensé que tanto mi jefe como sus hijos eran realmente guapos, pero que ninguno, o al menos eso pensaba hasta ese momento, podía compararse con Alex. Para mí, solo él, era el hombre perfecto, pero lo que no sabía era lo cerca que estaba de comprobar que de perfecto no tenía nada. Me senté en la silla que estaba libre. Pedí un refresco, estábamos conversando cuando lo vi.