Sorpresas que te da la vida

 

 

Todo en esta vida tiene una razón, o al menos esa es mi forma de pensar, pero aquel día en el que mi padre me comunicó que deberíamos mudarnos de Sevilla a Barcelona por motivos de trabajo, todo mi mundo se vino abajo, vale que no fuese una chica tímida, pero no me motivaba la idea de cambiar de rutina, dejar a tras todo, la casa en la que había crecido, mi instituto, mi familia, mis amigos y todo para marcharme a un lugar que no era mi hogar.

Pero bueno, empecemos por el principio. Me llamo Cloe, ya sé que no es normal que una chica andaluza se llame así, pero mi madre tiene raíces inglesas y siempre le gustó ese nombre para mí. Vivo en Sevilla desde que nací y que queréis que os diga, me encanta mi ciudad. Es cierto que tiene mucho atractivo turístico pero para mí lo más importante es que tiene a mi familia y a mis amigos.

Barcelona sé que no está lejos y que hoy en día gracias a las nuevas tecnologías, no me sentiría tan lejos de ellos, pero eso de no poder cruzar la calle e ir a hablar con mi mejor amiga que además era mi vecina, no sé, se me hacía muy cuesta arriba. 

Por suerte, mi padre se incorporaría en septiembre, por lo que tendría todo el verano para preparar mis cosas, despedirme de todos e ir haciéndome a la idea.

No era la única que estaba apenada por marcharse, mis padres no estaban mucho mejor que yo, pero todos sabíamos que aquel traslado era lo mejor que le había pasado a mi padre en mucho tiempo, y que tanto mi madre como yo deberíamos apoyarlo, porque, al fin y al cabo, eso hacen las familias.

Lo primero era buscar casa allí en Barcelona. Mi madre se conformaba con cualquiera pero mi padre quería que tuviésemos el mismo nivel de vida que teníamos en Sevilla, por lo que buscaba algo parecido a nuestra casa. Y al parecer en una de las búsquedas por Internet la encontró, pero no dejó que ni mi madre ni yo la viésemos, nos dijo que prefería que fuese una sorpresa.

Los dos meses de verano se pasaron volando. Cuando me quise dar cuenta mis maletas estaban preparadas, mi casa vacía y estaba despidiéndome de mi mejor amiga en el aeropuerto.

—Voy a echarte mucho de menos Cloe, y a ti también pequeña Arwen —dijo Mara mientras nos abrazaba, acariciando a su vez la cabeza de mi perrita, mi cachorro de mastín que por mucho que mi madre insistió para que se quedase con mi hermano mayor allí en Sevilla, no lo consiguió.

—Yo a ti también Mara —no quería soltarla, pero si no mi antigua vida se quedaría con ella y la nueva empezaría y eso era algo que me daba miedo.

 

Cuando ya lo tuvimos todo listo y Arwen ya estaba acomodada en la bodega del avión, me dirigí junto con mis padres a la puerta de embarque. Llevábamos los billetes en la mano pero no fue hasta que entramos en el avión, que no nos dimos cuenta de que yo no iba en la misma fila que ellos, por lo visto en el trabajo de mi padre se habían confundido al reservar mi asiento, por lo que yo iba una fila más atrás que mis padres y en el lado opuesto. Al menos tenía ventanilla, por lo que podía bajar la persianita sin molestar a nadie y de esta forma no ver a la altura que estábamos volando. Le tenía pánico a volar y en este vuelo no tendría la mano de mi madre para apretarla.

Pero mi asiento no sería la única sorpresa que me depararía el vuelo…