12
Adam sentía frío en todo el cuerpo. Y, lo que era aún peor, sus pensamientos empezaban a enfriarse también. Mientras se alejaban a toda velocidad del pueblo, en dirección a las colinas, no podía dejar de mirar a Sally y pensar en toda la sangre caliente bullendo por sus venas. Cómo la odiaba por tener calor mientras él se estaba helando.
Cómo deseaba que ella también tuviese frío.
Adam sabía que era la herida del tobillo lo que provocaba aquellas ideas perversas.
Tenía que luchar por alejarlas de su mente.
Era consciente de que, lentamente, se iba convirtiendo en un monstruo de hielo.
Sally le miró.
—¿Te encuentras bien?
Adam asintió.
—Sí. Sigue conduciendo y no te preocupes por mí.
—No tienes buen aspecto. ¿Cómo está tu pierna?
—Bien.
—¿Puedes sentirla? —prosiguió ella.
—No.
—¿Entonces cómo puedes decir que está bien?
—¡Quieres cerrar la boca y seguir conduciendo! —dijo Adam.
Se interrumpió y respiró profundamente. —Lo siento, Sally.
No me encuentro bien. Tengo frío. ¿Podrías poner la calefacción?
—La calefacción está puesta desde que salimos de Fantasville. Esto parece un horno. ¿La sensación de entumecimiento se ha extendido?
Adam sonrió amargamente.
—Se está extendiendo.
Extendiéndose directamente hacia su cerebro. Sabía que le quedaba poco tiempo.
La camioneta era una joya. No sólo les permitía ascender sin dificultad por los escarpados caminos que atravesaban las colinas, sino que incluso podían continuar avanzando una vez que los caminos hubieron desaparecido. Pasaron junto al pantano a toda velocidad. Un poco más adelante, Adam divisó los pozos de petróleo, con las bombas extractoras moviéndose arriba y abajo semejando insectos gigantescos. Bajo la luz anaranjada del atardecer, los pozos parecían a punto de estallar en llamas.
El sol se ocultaría muy pronto en el horizonte.
—Pisa el acelerador, —ordenó Adam.
Finalmente llegaron a la zona donde se encontraban los pozos de petróleo. Eran seis, arracimados en torno a ocho depósitos donde se almacenaba el oro negro.
Adam se percató de que las tuberías que partían desde los pozos alimentaban los enormes depósitos de combustible y que éstos eran precisamente los que debían destruir. Los tubos de aspiración eran enormes. Si conseguían vaciarlos, dispondrían de petróleo suficiente para llenar el pantano.
Ya que el líquido se vertería directamente en el agua. Le explicó el plan a Sally.
Pero no le dijo cuán injusto le parecía que ella estuviese caliente, mientras él se iba congelando poco a poco. Esperaba que la demencia que lo iba invadiendo no aflorase a los ojos.
—Pero no es necesario dinamitar esos depósitos, —dijo Sally.
Podrían incendiarse. Es mejor que el petróleo llegue hasta el pantano.
Adam volvió a respirar profundamente y trató de controlar los temblores.
—Debes coger ocho cartuchos de dinamita y cortar tres cuartas partes de cada uno. Procura mantener las mechas intactas. —Adam tenía que hacer un enorme esfuerzo para poder articular sonidos coherentes—. Coloca un cartucho debajo de cada una de las tuberías que lleva a los distintos depósitos. Si volamos las tuberías, el petróleo se esparcirá por todas partes.
Sally le miró con expresión preocupada.
—Tu voz suena muy extraña. No pareces Adam.
Adam sacudió la cabeza.
—Sigo siendo Adam. Haz lo que te he dicho. Y hazlo deprisa. No nos queda mucho tiempo.
Sally extendió la mano y le tocó el brazo. Pero la retiró de inmediato al comprobar que estaba helado. Tenía los ojos enrojecidos y llenos de lágrimas.
—¿Hay algo que pueda hacer por ti? —le preguntó con voz implorante.
Adam esbozó una sonrisa forzada.
—Salva el mundo, Sally. Eso es lo único que puedes hacer en este momento.
Sally cogió varios cartuchos de dinamita y se dirigió hacia las tuberías que unían los depósitos con los pozos de petróleo. Llevaba un cuchillo. Adam vio que cortaba ocho cartuchos hasta reducir considerablemente su tamaño original. Su amiga mantenía el lanzallamas al alcance de la mano.
Estaba colocando los cartuchos debajo de las tuberías cuando Watch comenzó a volver en sí.
—Oh, no, —exclamó Adam—. Justo lo que nos faltaba.
Watch se sentó en el remolque y miró a Adam a través del cristal de la ventanilla que les separaba.
Bajo la tenue luz del atardecer, sus ojos poseían un brillo espeluznante.
Adam se sentía demasiado débil para huir.
—Watch, —dijo Adam con voz serena—. No hagas ninguna tontería. Ya casi lo hemos logrado. Sólo debes quedarte sentado y todo saldrá bien.
Watch no parecía estar de acuerdo.
Golpeó con el puño el cristal de la ventanilla y lo hizo pedazos. Un segundo más tarde, tenía a Adam agarrado por el cuello. Adam trató de gritar pero de su garganta no salió sonido alguno. Oyó que Sally chillaba mientras corría hacia ellos. Con el rabillo del ojo alcanzó a ver que empuñaba el lanzallamas. Al mismo tiempo, sintió el aliento helado de Watch sobre la mejilla. No sabía exactamente las intenciones de su amigo, aunque suponía que no le harían ninguna gracia.
—Watch, —jadeó Adam—. Eres mi amigo. Las palabras tuvieron cierto efecto sobre Watch, que vaciló un instante. Tal y como ya había sucedido hacía unas horas en el cementerio, la perversa luz de sus ojos se debilitó ligeramente.
Su expresión cobró vida momentáneamente. Era como si tratara de situar a Adam en otra vida. Tal vez lo hubiese conseguido, pero justo entonces Sally llegó hasta la camioneta, y ella no tenía ninguna intención de razonar con un monstruo.
—¡Déjale ahora mismo! —gritó mientras apuntaba el lanzallamas hacia el remolque—. ¡Déjale o te convertiré en un charco de agua sucia!
Watch soltó a Adam y se volvió rápidamente hacia Sally.
Lo hizo saltando de la camioneta a través de la ventanilla lateral. Su velocidad era de vértigo. Hizo ademán de acercarse a Sally, pero ella le mantuvo a distancia con el lanzallamas. No obstante, Sally no quería quemarle y Watch pareció darse cuenta, por lo que no se mostraba tan asustado ante el fuego como antes.
Además Sally tenía otros problemas.
El chorro de fuego se iba reduciendo a pesar de que apretaba el gatillo con todas sus fuerzas.
—¡Me estoy quedando sin gasolina! —se quejó a Adam.
—¡Retrocede hacia donde colocaste los cartuchos de dinamita! —ordenó Adam—. ¡Hay que volar esas tuberías y hay que hacerlo ahora!
—¡Todavía nos queda encender el petróleo una vez que esté en el pantano! —exclamó Sally.
Sin apartar la vista de Watch, Sally comenzó a retroceder.
Cuando llegó a los depósitos echó a correr encendiendo todas las mechas con el lanzallamas. Era una maniobra que entrañaba un gran peligro. Si fallaba la puntería, la dinamita estallaría en sus narices.
Pero Sally tenía el pulso firme.
Muy pronto, todas las mechas estuvieron prendidas.
El lanzallamas de Sally continuaba fallando. Intentó volver para reunirse con Adam en la camioneta, pero cada vez que lo intentaba, Watch, que parecía decidido a atraparla, le cerraba el paso. Tal vez quería vengarse por la forma en que ella lo había dejado inconsciente golpeándole en la cabeza con un palo en el cementerio.
—¡No me deja acercarme a ti! —se lamentó Sally.
—No importa, —contestó Adam—. Aléjate de las tuberías.
Sally hizo lo que Adam le aconsejaba, a pesar de que Watch seguía intentando cogerla.
—¡No podré mantenerle a raya durante mucho más tiempo!
—Escucha, —dijo Adam—. Cuando los cartuchos de dinamita comiencen a explotar, echa a correr colina abajo. Yo pondré la camioneta en punto muerto y te recogeré más adelante.
—¡Pero no puedes mover la pierna! —gritó Sally—. ¿Cómo vas a apretar el pedal del freno?
—Ya me las arreglaré —respondió Adam.
Diez segundos más tarde, los cartuchos de dinamita comenzaron a estallar. Las explosiones se producían a un ritmo acompasado, una detrás de otra, y parecieron detener a Watch. Se quedó helado, aunque de todos modos ya lo estaba, y Sally aprovechó para correr colina abajo en dirección al pantano. Dejó caer el lanzallamas y salió disparada por el camino que serpenteaba entre los árboles.
Pero no estaba sola en su carrera hacia el pantano.
Cuando el último cartucho de dinamita hubo estallado, Adam vio que una gran ola de petróleo perseguía a Sally por la ladera de la colina. Las tuberías que unían los pozos con los depósitos habían saltado por los aires. Y una enorme marea negra se extendía por doquier. No había duda: el pantano quedaría inundado de petróleo.
Adam se arrastró hasta el asiento del conductor y quitó el freno de mano. La camioneta comenzó a descender con rapidez por la colina, aumentando cada vez más la velocidad. Adam todavía era capaz de conducir el vehículo, pero para entonces ya tenía las dos piernas insensibles. Sally estaba en lo cierto, no podía frenar. Cuando alcanzó a su amiga, la camioneta corría a cincuenta kilómetros por hora. No había forma humana de que Sally subiera a la camioneta a esa velocidad.
—¡Adam! —gritó Sally.
—¡Lo siento! —contestó él mientras pasaba como una flecha a su lado.
Adam consiguió evitar caer con la camioneta en el agua dando un violento volantazo hacia la derecha cuando llegó al pie de la colina.
Su brusca maniobra levantó una gran nube de polvo y también lo puso a salvo de la ola negra que se acercaba al pantano. Por desgracia, también había aumentado la distancia que le separaba de Sally.
Una distancia que sería incapaz de recorrer colina arriba para ayudarla. Sus piernas se negaban a obedecerle. No podía ni meter una marcha para mover la camioneta.
Estaba atrapado en aquel lugar.
Vio que Sally llegaba al pantano, justo delante de Watch.
Pero ahora no contaba con el lanzallamas para defenderse. Ni siquiera tenía un palo que le permitiese luchar contra él. Cuando Sally miró con desesperación hacia donde él se encontraba, Adam pudo distinguir el terror en sus ojos, a pesar de hallarse a más de cincuenta metros.
—¿Qué puedo hacer? —gritó Sally.
Había sólo una posibilidad.
—¡Salta al agua! —gritó Adam—. ¡Nada hasta el centro del pantano!
—¡Pero el agua está envenenada! ¡Me va a dejar el pelo hecho un asco!
—¡No te preocupes ahora por eso! ¡Watch viene a por ti!
Sally no tuvo más remedio que resignarse. Watch estaba a menos de veinte metros de ella y ganaba terreno. Sin pensárselo dos veces, se lanzó de cabeza al agua y comenzó a nadar frenéticamente para alejarse de la orilla. Por un momento, Watch pareció dispuesto a seguirla. Pero, al igual que sucediera con las criaturas que habían caído en el foso que rodeaba el castillo de la bruja de Fantasville, el agua le intimidaba. Y, por otra parte, no podía permanecer allí, el petróleo ya casi le rozaba los talones, así que se vio obligado a apartarse.
Afortunadamente para Adam, lo hizo hacia el lado opuesto a donde él se encontraba.
Ahora, entre Watch y él, había una ola de petróleo.
Adam tenía que tomar la decisión más dura de su vida.
El petróleo caía en el pantano a una velocidad increíble. En pocos minutos podría hacer arder aquella capa negra con la dinamita.
El único problema era que Sally debía permanecer en el agua para estar a salvo de Watch, pero si se quedaba allí, moriría carbonizada. Tampoco podía dar un rodeo para llegar hasta Adam, porque la masa de petróleo se extendía entre ellos. A Sally no le quedaba más alternativa que nadar hacia el centro del pantano.
Por supuesto Adam no iba a matarla.
Pero tampoco podía permitir que muriesen todos los habitantes de Fantasville.
Era una difícil decisión.
Cogió la caja de dinamita y se arrastró fuera de la camioneta.
Llevaba un mechero. Sólo tenía que dejar la caja junto a la orilla. El petróleo pronto llegaría hasta él. Tenía que dejar la mecha al descubierto, encenderla y largarse de allí. Podía darle a la mecha la longitud que quisiera y a Sally todos los minutos que necesitara. Pero era inútil. Aun cuando pudiese evitar la capa de petróleo, que se acercaba inexorablemente hacia ella, y alcanzar la orilla opuesta, Watch la estaría esperando.
Adam todavía no podía creer aquel giro inesperado en los acontecimientos. Y, además, estaba muerto de frío. No podía dejar de temblar.
De todas formas, ya había tocado fondo en otras ocasiones.
No debía olvidar que, cuando las cosas pintan peor, habitualmente comienzan a mejorar.
Adam alzó la vista y vio un globo en el cielo. Y no era un globo cualquiera, sino el globo en el que viajaban Cindy y Bum. Sus amigos parecían comprender la situación porque se dirigían directamente hacia Sally. Al globo lo propulsaban unos ventiladores de los que se venden en las ferreterías. Bum y Cindy podían controlar la velocidad y la dirección de su máquina voladora.
Sally también lo vio y comenzó a agitar los brazos desesperada.
El petróleo se cernía sobre ella. Adam abrió la caja de dinamita y eligió la mecha más larga.
La capa de petróleo también se cernía sobre él.
El globo descendió hasta casi rozar la superficie del agua.
Cindy se asomó por el borde de la barquilla y extendió la mano.
Adam colocó la mecha y sacó el mechero del bolsillo.
Sally alzó su mano derecha y cogió la de Cindy.
La capa de petróleo alcanzó el pie de Sally justo en el momento en que era izada hacia el globo.
La capa de petróleo alcanzó al pobre e indefenso Adam, justo en el momento en que encendía la mecha y comenzaba a arrastrarse lejos del agua. En la otra orilla del pantano teñido de negro, Watch, que pareció entender lo que intentaban hacer, dejó escapar un horrible alarido.
Pero no había nada que pudiera hacer para impedir que Adam y sus amigos lograran su propósito.
El globo volvió a elevarse en el cielo.
Adam huía como podía de la mancha negra.
La dinamita hizo explosión. El pantano se cubrió de llamas. El fuego iluminó el cielo.
La temperatura comenzó a aumentar. En las colinas y en el pueblo.
Los monstruos de hielo comenzaron a fundirse en las calles de Fantasville.
Y aquellas personas a las que casi habían conseguido transformar en criaturas criogénicas volvieron a la normalidad.
Incluso Adam. Una sensación de calor volvió a invadir todo su cuerpo.
O Watch, que nunca había sido muy normal que digamos.