9

Los dos globos se elevaron alejándose del cementerio antes de que alguna otra criatura helada les diera alcance. Adam estaba con Sally y Watch. Su amigo yacía tendido boca arriba en el fondo de la barquilla. Sally se arrodilló junto a él y le ató los tobillos. Adam estaba sentado también en el suelo. No sabía si sería capaz de mantenerse de pie sin ayuda. El esfuerzo físico realizado en el cementerio no había conseguido disipar la sensación de entumecimiento que le mantenía agarrotada casi toda la pierna derecha.

—Ojalá no tuvieras que hacer eso, —le dijo a Sally.

Ella comenzó a anudar la cuerda.

—Sólo espera a que se despierte y entonces verás como cambias de opinión, —replicó Sally.

Adam posó la mano sobre la cabeza de Watch. Al tacto era como un bloque de hielo.

—Se diría que está muerto, —dijo Adam.

—Tal vez fuese lo mejor, —respondió Sally.

Aquellas palabras sorprendieron a Adam.

—¿Cómo puedes decir eso?

Sally bajó la cabeza.

—No tienes más que mirarle. Él ya no es Watch.

—Pero tú viste lo que sucedió un segundo antes de que me atacara. Pareció reconocerme.

Sally asintió con una expresión de tristeza.

—Sí, lo vi. Espero que eso signifique algo. —Suspiró y echó un vistazo al pueblo—. Nos dirigimos hacia el centro del pueblo. Me da la impresión de que pronto veremos a un montón de esas criaturas heladas debajo de nosotros.

Adam se asió al borde de la barquilla y se incorporó. Un momento después observó que tres monstruos de hielo entraban en una casa situada justo debajo del globo y sacaban a rastras a un hombre y a una mujer. Los monstruos de hielo inmovilizaron a la pareja sobre la hierba. Adam tuvo que apartar la vista. No soportaba ver cómo aquellos malditos monstruos convertían a la buena y pacífica gente del pueblo en seres iguales a ellos.

—No podemos permanecer flotando en el aire todo el día —resolvió—. Debemos pasar a la acción.

Sally se sentó junto a él.

—Dudo mucho que volvamos a tener la oportunidad de destruir a varios de ellos como hicimos en el almacén del señor Patton. Lo mejor será que descendamos cada vez que veamos la posibilidad de cargarnos a uno o dos de ellos y volvamos a ascender antes de que nos pillen.

—No me parece una buena idea, —dijo Adam—. Sobre todo si tenemos en cuenta que aumentan en número a cada minuto al convertirse la gente de Fantasville en nuevos monstruos helados. Hay que idear algo que acabe con todos a la vez. —Se golpeó la pierna entumecida con el puño izquierdo—. Aparte del fuego, ¿a qué otra cosa temen esos monstruos?

Sally se quedó pensativa un momento.

—No hemos visto que temieran a nada más. Las balas y las granadas apenas tienen efecto sobre ellos.

A Adam se le ocurrió una gran idea.

—¡Espera un segundo! Antes nos preguntábamos por qué razón esas criaturas heladas habían aparecido justamente hoy en Fantasville.

Y dedujimos que el tiempo frío tendría algo que ver.

—Sí. Incluso dijimos que era posible que esas criaturas hubiesen provocado el cambio en el clima.

—Exacto, —dijo Adam—. Y probablemente fue así. Es verano pero hace un frío de muerte. Es una coincidencia inexplicable. Sin embargo lo que no nos preguntamos es por qué lo habrían hecho.

Sally se encogió de hombros.

—Seguramente les gusta el frío.

—No, —dijo Adam—. Necesitan el frío. Hay una gran diferencia. Me pregunto si esas criaturas no empezarían a caer como moscas si la temperatura subiera un poco. Recuerda la historia que nos explicó Bum. Cuando la Atlántida atacó a Mu, los monstruos de hielo huyeron hacia el Polo Norte.

—Para no ser aniquilados por la explosión nuclear, —añadió Sally.

—Si sólo les hubiese preocupado la explosión nuclear, podrían haber huido a cualquier otra parte. Yo creo que huyeron al Polo Norte porque las bombas unidas al asteroide provocaron un recalentamiento del planeta. Es posible que no les quedase más alternativa que huir hacia el Polo Norte.

—¿Adónde quieres ir a parar? —preguntó Sally—. Aquí no hay bombas nucleares. Y tampoco asteroides. No podemos manipular el clima.

Adam se irguió y apoyó la espalda contra uno de los lados de la barquilla. Su idea le daba nuevas fuerzas. Estaba seguro de que su descubrimiento podía resultar decisivo.

—Hace un par de semanas estábamos discutiendo acerca de la bruja, —recordó—. Tú la criticabas porque, siendo rica como es, nunca comparte nada con los demás. Y también decías que estaba destruyendo el medio ambiente. ¿Te acuerdas?

—Sí. ¿Y qué?

—Dijiste que lo peor que podía haber hecho Ann Templeton, aparte de asesinar a cientos de niños inocentes, fue perforar enormes pozos petrolíferos en las colinas que rodean Fantasville. Y añadiste que esos pozos estaban situados cerca del pantano.

Sally le miró sin entender muy bien qué pretendía Adam con aquel razonamiento.

—¿A qué te refieres?

—El pantano suministra agua a todo Fantasville. Y cuenta con numerosas corrientes subterráneas que fluyen por debajo del pueblo. De hecho, se podía oír perfectamente el murmullo del agua subterránea. Y cuando nos quedamos atrapados en la Cueva Embrujada, incluso vimos una de esas corrientes subterráneas. Si no me equivoco, ese río nos salvó la vida al llevarnos al exterior de la cueva.

—Ve al grano, ¿quieres? Me éstas volviendo loca.

—¿Es que no lo comprendes? Si podemos desviar el curso del petróleo que es bombeado a la superficie por los pozos de la bruja, podremos llenar el pantano con él y si conseguimos que arda, provocaremos el mayor incendio de la historia de este pueblo.

La temperatura local aumentaría una barbaridad.

—En las colinas, —protestó Sally—. No aquí.

—Te equivocas. No te olvides de las corrientes subterráneas. El agua también se calentará, comenzará a hervir y calentará el suelo. Si pudiéramos reunir el petróleo suficiente y hacer que todo el pantano arda como una inmensa tea, conseguiremos que ese aumento de la temperatura se extienda al resto del pueblo.

Sally se tomó unos cuantos minutos para asimilar la idea de Adam.

—No será una tarea sencilla prender fuego al petróleo mezclado con el agua. Necesitarás una mecha muy poderosa para que el combustible arda.

Adam dio unas palmadas a la caja de dinamita que descansaba junto a él.

—¿Para qué crees que he traído esto?

Sally estaba maravillada.

—¿No irás a decirme ahora que se te ocurrió esta idea en el almacén del señor Patton?

Adam sacudió la cabeza.

—No. Sólo tuve una corazonada. Tal vez exista la intuición después de todo.

Sally asintió.

—Me gusta tu plan. Me fascinan las fogatas grandes. Pero tendremos problemas para poner el plan en marcha. El viento es el que decide el curso del globo. Primero tendremos que aterrizar y luego necesitaremos un transporte adecuado para llegar a las colinas, un vehículo veloz.

Hizo una pausa. —Un todoterreno, eso es. Un coche que se encarame a las colinas sin problemas.

—Pero ninguno de nosotros sabe conducir, —protestó Adam.

—Habla por ti, chaval. Yo aprendí a llevar un coche cuando estaba en la guardería.

—¿Y dónde está tu carnet de conducir? —continuó Adam.

—Eso es lo que menos importa en este momento. —Sally hizo un gesto señalando a Watch—. No deberíamos llevarle con nosotros. Podría echar a perder todo el plan.

—No quiero dejarle indefenso mientras esas criaturas siguen haciendo de las suyas a nuestros pies.

—Lo entiendo, —dijo Sally—. Le meteremos en el maletero.

—¿Los todoterreno tienen maletero? —preguntó Adam.

—Encontraremos uno que lo tenga. —Sally se puso de pie—. Hay que poner al corriente a Bum y Cindy.

—Puedes decirles que fue idea tuya si quieres.

—Pensaba hacerlo de todos modos, —bufó Sally.