3
Apagaron el fuego. Aunque las llamas eran de momento su única defensa, temían que el calor pudiese despertar a otra de aquellas extrañas criaturas heladas. No obstante, conservaron sus antorchas y partieron en busca de Watch.
Como era de prever, la búsqueda resultó inútil. Era tal el espesor del bosque que en media hora sólo pudieron recorrer una cincuentena de metros. Además, la extraña criatura podía moverse mucho más deprisa que ellos. Descorazonados, continuaron la marcha, cada vez más pesada y fatigosa, aún a sabiendas de que, sin ayuda, no podrían dar con el paradero de Watch. Mientras hacían un alto en el camino junto a una corriente de agua para recuperar el aliento, Adam miró las antorchas agonizantes y sacudió la cabeza con evidente desaliento.
—Tenemos que regresar al sendero, —dijo de mala gana—. No podemos enfrentarnos al hombre de hielo sin fuego, y las antorchas se apagarán en pocos minutos.
—Pero no podemos abandonar a Watch, —protestó Cindy.
¿Recuerdas cuando nos quedamos atrapados en la Cueva Embrujada? Watch hizo todo lo que pudo para rescatarnos. Ahora nos toca a nosotros.
—Yo estoy de acuerdo con Adam, —reconoció Sally con tristeza—. No vamos a conseguir nada de esta manera. Necesitamos refuerzos y mejores armas. Deberíamos regresar al pueblo y advertir a todo el mundo sobre lo que está pasando.
—Nadie nos creerá —se quejó Cindy—. Si alguien me contase que una mirada puede congelarme, yo no me lo creería.
—Tú tampoco te crees nada de lo que yo te digo, —replicó Sally.
—Ya nos ocuparemos de ese problema cuando se presente, —afirmó Adam.
—¿Pero qué le vamos a decir a la gente? —insistió Cindy—. Ni siquiera sabemos qué son esas criaturas o de dónde vienen.
Sally sentía curiosidad.
—¿Qué fue lo que sentiste cuando la criatura clavó su mirada en ti?
Cindy bajó la cabeza y se echó a temblar.
—Fue como si la sangre se me helara en las venas… literalmente. Pero además… era como si el hombre de hielo me odiase por estar caliente. Pude sentir claramente su odio, su envidia. —Una lágrima resbaló por su mejilla—. Espero que Watch se encuentre bien. —Alzó la cabeza y miró a Adam—. Tú crees que sigue con vida, ¿verdad?
Adam quiso decirle algo que la animara, pero no podía engañar a Cindy. Pensó en la fuerza que emanaba de aquella criatura de hielo y en la ligereza de sus movimientos cuando desapareció entre los árboles, llevándose a Watch. Recordó sus ojos poderosos. Adam no albergaba demasiadas esperanzas por su amigo.
—No lo sé —reconoció amargamente.
Las bicicletas estaban aún donde las habían dejado. El camino de regreso al pueblo era en su mayor parte cuesta abajo y nunca habían pedaleado tan deprisa en toda su vida. El viento frío les azotaba el rostro y sus mejillas ardían un minuto para helarse de nuevo al siguiente. La intención de Adam era ir directamente a la comisaría, pero Sally argumentó que primero debían encontrar a Bum.
—Bum sabe mucho más que la policía, —aseguró.
—Creía que desconfiabas de Bum, —dijo Adam.
—Desconfío de todo el mundo, —replicó Sally—. Pero Bum y Watch son buenos amigos. Él haría lo que fuera para rescatarle.
Los tres amigos encontraron a Bum, que en otro tiempo había sido el alcalde de Fantasville, a la orilla del mar, alimentando a las palomas. Bum se mostró contento de verles pero una vez que le hubieron explicado lo sucedido, se dejó caer en la arena abatido. La expresión de su rostro les inquietó. Si le hubiesen anunciado que se había declarado la tercera guerra mundial, Bum se hubiese echado a reír. Nada le preocupaba. Pero algo en la historia que le acababan de explicar le había afectado profundamente.
—Se trata de las criaturas criogénicas, —les informó Bum.
—¿Y qué son exactamente? —preguntó Adam.
—Crio significa frío, —explicó Sally.
—Eso ya lo sabemos, —la interrumpió Cindy impaciente.
¿Pero qué son esas criaturas?
Bum suspiró profundamente.
—Para que me entendáis, son malas noticias. Hacía mucho tiempo que no había oído hablar de esos seres. De hecho, nunca habían vuelto a aparecer desde que yo vine al mundo. —Hizo una pausa y sacudió la cabeza—. ¿Y decís que han cogido a Watch?
—Sí, uno de ellos se lo ha llevado, —dijo Adam—. ¿Qué le van a hacer?
—Lo helarán, —contestó Bum.
—¿Eso es todo? —preguntó Cindy con optimismo—. ¿No lo matarán?
Bum se rascó la cabeza.
—No me has entendido. Sería preferible que lo mataran. Cuando digo que lo congelarán, me refiero a que lo convertirán en uno de ellos.
A Sally se le fue el color de la cara.
—¿Quieres decir que convertirán a Watch en un monstruo?
Bum habló con voz pausada y grave.
—Es probable que ya lo hayan hecho. Watch ya no existe.
Si volvéis a verle, intentará hacer con vosotros lo que los monstruos de hielo han hecho con él. Adam sintió que se le encogía el corazón.
—¿Pero nunca volverá a convertirse en un ser humano? Bum se pasó la mano por la barbilla. Parecía estar calculando cuidadosamente el próximo paso a dar.
—No lo sé. Pero lo dudo. Esas criaturas criogénicas son muy antiguas y su poder es infinito. Es posible que todos nosotros estemos condenados. —Hizo una seña con la cabeza hacia la arena, sobre la que estaba sentado—. Poneos cómodos. Tengo una historia que contaros. No es una historia muy agradable, pero debéis escucharla si queréis saber exactamente con qué os enfrentáis.
Adam se sentó, controlando el impulso de echar a correr en busca de Watch para rescatarle de las garras heladas de aquellos monstruos.
—¿Puedes darnos la versión corta? Intentaremos rescatar a Watch, no importa lo que puedas decirnos.
—Podréis ayudarle mejor si me prestáis atención durante unos minutos, —explicó Bum—. Aunque no tenéis por qué creer nada de lo que os vaya a contar. No importa. Podéis considerar mi historia como una leyenda. Pero yo os aseguro que es verdad.
Bum hizo una pausa para aclararse la garganta. Mientras relataba su historia clavó la vista en el océano.
—Hace mucho tiempo, el mundo no era tal y como hoy lo conocemos. Es probable que hayáis oído hablar de la Atlántida, el continente perdido que estaba situado en el océano Atlántico. La Atlántida existió realmente. Y, en aquella misma época, había otra tierra que desde entonces parece haberse evaporado en el aire. Estaba en el océano Pacífico y se llamaba Lemuria, o Mu para abreviar. Su tamaño era dos veces el de la Atlántida. Y os sorprendería saber que algunas partes de la Costa Oeste pertenecieron en otro tiempo a Mu. Fantasville, por ejemplo, era un pueblo situado en la zona oriental de Mu. A menudo he pensado que una de las razones por las que en Fantasville suceden cosas tan inusuales se debe a que en realidad pertenece a otro tiempo y a otro lugar. Pero ésa es otra historia."La Atlántida y Mu existieron durante miles de años, pero los dos pueblos no siempre mantenían buenas relaciones. De hecho, se pasaban largas temporadas combatiendo entre ellos. Sin embargo compartían una larga tradición y compartieron muchos siglos de paz, aunque les resultaba muy difícil mantenerla. La razón principal era que nunca les dejaban tranquilos. Veréis, en aquellos tiempos, la tecnología estaba mucho más avanzada que ahora. Tenían máquinas que podían trasladarte de un punto a otro del planeta. Y naves capaces de viajar a otras galaxias.
"Sé que en el colegio vuestros profesores de historia nunca os hablan de estas cosas. Hay muy pocas personas en este mundo que son auténticamente conscientes de cuán antigua es la civilización, de cuán antigua es la humanidad. Mirad, nosotros no somos originarios de la Tierra, sino que procedemos de una constelación de estrellas llamada las Pléyades, o las Siete Hermanas, como se la conoce popularmente. Esta constelación puede verse en invierno, si observamos el cielo en una noche sin luna, y se encuentra a cientos de años luz de la Tierra. Nuestros más remotos antepasados llegaron de los mundos que rodean esas estrellas azules que conforman las Pléyades. Pero, a su vez, los habitantes de las Pléyades también llegaron de algún otro mundo que fue destruido hace muchísimo tiempo. Nadie sabe con exactitud dónde comenzó todo.
"Los habitantes de las Pléyades solían visitar la Tierra con frecuencia. Sus naves espaciales aterrizaban en la Atlántida y en Mu. El problema era que aquéllos que visitaban la Atlántida y Mu no procedían de la misma estrella. Hay muchos mundos en las Pléyades, docenas de ellos. Y no todos se llevaban bien. Ignoro cómo se llevarán en la actualidad. Es probable que Ann Templeton, la bruja, lo sepa. Algunos dicen que Madeline Templeton, la tatara-tatara-tatara-tatarabuela de Ann, era originaria de uno de esos mundos lejanos. Pero de eso ya nos ocuparemos otro día.
"De modo que tenemos estos dos grandes continentes, Mu y la Atlántida, y gentes venidas de otros mundos que les decían continuamente lo que tenían que hacer. Aquellas razas diferentes no se avenían en absoluto. Poco antes del fin de la Atlántida y de Mu, los pueblos estelares entraron en guerra y buscaron aliados entre los habitantes de la Tierra, pues para aquella gente la Tierra era simplemente otro campo de batalla. La confusión era total. Los científicos de un planeta enseñaban a los habitantes de la Atlántida a fabricar una bomba con la cual destruir Mu, mientras otro grupo de científicos estelares enseñaba a los habitantes de Mu a fabricar una bomba para acabar con la Atlántida de una vez por todas.
Adam le interrumpió.
—¿Y por qué los terrícolas no les dijeron a esos tíos que se metieran en sus naves espaciales, se largaran de aquí y les dejaran en paz?
Bum asintió.
—Es una buena pregunta. La razón por la que la gente de la Tierra no echó a patadas a los visitantes fue que éstos estaban mucho más preparados que ellos. Es verdad que la Tierra había sido organizada originariamente por los pueblos de las estrellas, pero eso había sucedido millones de años antes de lo que os estoy contando. Para cuando aquellos seres de las Pléyades regresaron a la Tierra acompañados de sus problemas, los habitantes de la Tierra estaban muy retrasados con respecto a ellos.
Aquellos pueblos disponían de máquinas y artefactos que a los moradores de la Tierra les hubiese llevado siglos inventar. Podría decirse que los visitantes de las estrellas sobornaron a los habitantes de la Tierra. "Si hacéis esto por nosotros, —les dijeron a nuestros líderes—, os revelaremos nuestro secreto".
—¿Pero qué tiene que ver todo esto con las criaturas criogénicas? —preguntó Sally.
—Ten paciencia. Primero tenía que explicaros estas otras cosas. Bum hizo otra pausa y se aclaró la garganta. Parecía estar afónico. Adam se preguntó si no se habría constipado a causa del extraño descenso de temperatura. No debía de ser nada fácil vivir todo el tiempo a la intemperie, como hacía el pobre Bum.
—Debo aclararos que no todos los pueblos de las estrellas eran unos seres pérfidos y malvados, —continuó Bum—. En todas las guerras hay buenos y malos. Pero no creo que en esta guerra todos los buenos estuviesen en el mismo bando. Yo diría que la cosa estaba bastante igualada. Muchos de los habitantes de las estrellas que ayudaban a los moradores de la Atlántida creían realmente que estaban haciendo lo correcto. Y estoy seguro de que muchos de los que ayudaban a los habitantes de Mu pensaban que la suya era una causa justa. En cualquier caso, lo que está claro es que los científicos estelares que apoyaban a Mu les hicieron a los gobernantes de Mu una oferta diabólica y a la vez tan tentadora que éstos no pudieron rechazarla.
—¿Pero cómo podía ser diabólica y tentadora al mismo tiempo? —preguntó Cindy.
—El mal es siempre más seductor que el bien, —sentenció Sally—. Así es la vida. Todas las cosas divertidas acaban por causarte problemas.
Bum hizo una pausa y sonrió, aunque su expresión seguía siendo seria.
—Sally podría tener razón, aunque no estoy seguro. Sólo sé que uno de los grupos secretos de las Pléyades le dijo a los gobernantes de Mu que si borraban la Atlántida del mapa, tendrían la posibilidad de vivir miles de años.
Adam estaba vivamente impresionado.
—¿Es que los pueblos de las estrellas vivían tanto?
Bum volvió a rascarse la cabeza.
—Ellos vivían muchísimo tiempo, mucho más que los habitantes de la Tierra. Los gobernantes de Mu lo sabían. Siempre que los pueblos de las estrellas les visitaban, —cada pocos años—, apenas si habían cambiado, mientras que los habitantes de la Tierra iban envejeciendo y arrugándose. Aquella gente malvada convenció a los gobernantes de Mu de que serían inmortales, lo que era una gran mentira. Hasta los pueblos de las estrellas morían finalmente. Era sólo otro soborno, pero esta vez falso. Aunque también había algo de verdad en él. Os lo explicaré.
"Si enfrías una cosa, dura más tiempo. Si la congelas, y la mantienes congelada, puede durar toda la vida. Es lo que hacemos con las hamburguesas. Si las ponemos en el congelador de la nevera podremos comérnoslas incluso un año más tarde. La carne no se echará a perder. Pero en cuanto retiras la carne del congelador, se descongela, si la dejamos fuera de la nevera durante unos cuantos días se pudrirá. ¿Entendéis lo que quiero decir?
—Sí —dijo Adam—. Pero no puedes congelar a la gente, para conseguir que vivan eternamente. Si congelas a la gente no puede moverse y se muere.
—Eso es verdad con la tecnología actual, —dijo Bum—. Pero no debes olvidar que aquellos seres de otra constelación sabían cosas que nosotros ni siquiera somos capaces de imaginar. Ellos les dijeron a los gobernantes de Mu que, a cambio de borrar la Atlántida de la faz de la tierra, les enseñarían la forma de alterar las células de sus cuerpos de manera que sus venas pudieran tolerar una sustancia helada llamada Crio en lugar de sangre caliente. No me preguntes de qué estaba hecha esa sustancia, porque lo ignoro. Pero, de alguna manera, permitía que una persona se mantuviese más fría que el mismísimo hielo y, sin embargo, continuara moviéndose y actuando como una persona viva.
—¿Y esa gente que venía de las estrellas tenía Crio en las venas? —preguntó Sally.
—Ésa es otra buena pregunta, —dijo Bum—. La respuesta, por lo que yo sé, es no. Ninguno de los científicos de las estrellas que visitaba la Tierra era una criatura criogénica. Esa circunstancia debería haber puesto sobre aviso a los gobernantes de Mu de que algo no encajaba. Pero eran personas egoístas, cobardes y temerosas de la muerte, así que acabaron aceptando aquel vil soborno. Creyeron que alcanzarían la inmortalidad si aniquilaban a los habitantes de la Atlántida.
"Pero no resulta tarea sencilla destruir a todo un continente. Incluso con bombas nucleares es difícil borrar a un país del mapa. Entonces los gobernantes de Mu decidieron recurrir al cinturón de asteroides. Ya sabéis, el cinturón de asteroides que se encuentra en el espacio exterior entre Marte y Júpiter, un montón de rocas enormes que flotan alrededor del Sol. Aquellos tíos podían ser unos bellacos pero también eran muy inteligentes. Acoplaron cohetes y rayos espaciales a uno de los asteroides y lo colocaron de modo que pudiera caer sobre la Tierra cuando ellos decidieran. Ajustaron al milímetro la velocidad y la dirección. Cuando la Atlántida apareció en el lugar previsto, calculado según la rotación de la Tierra, el asteroide ya estaba allí. Como una enorme roca volando hacia ellos.
"El pueblo de la Atlántida, naturalmente, vio que el asteroide se acercaba a ellos a toda velocidad. El cielo se oscureció por completo. En las últimas horas habían comprendido que su fin estaba cerca y adivinaron que los gobernantes de Mu estaban detrás de todo aquello. Lo que no sabían era que esos gobernantes ya no eran humanos.
"Pero es necesario retroceder un poco en la historia. Una vez que los gobernantes de Mu hubieron dirigido el asteroide hacia la Atlántida, cumplieron con su parte del trato. No importaba que el asteroide tardase unas cuantas semanas en llegar a la Tierra. Ya antes de que la enorme piedra fuese visible en el cielo, los malvados habitantes de las estrellas habían vaciado de sangre los cuerpos de los gobernantes de Mu y reemplazado por Crio. Luego se marcharon. Tal vez sin poder contener la risa mientras se alejaban.
—¿Por qué? —le interrumpió Adam, fascinado con la fábula, aunque con serias dudas sobre su veracidad. Bum tenía razón en una cosa, él jamás había leído nada de eso en los libros de historia. Sin embargo tampoco había asistido al colegio en Fantasville. Tal vez allí dedicaran muchas más clases a estudiar la prehistoria. Bum respondió a su pregunta con absoluta seriedad.
—Porque los científicos de las estrellas detuvieron el proceso de envejecimiento de los gobernantes de Mu, pero a costa de algo muy importante. Los gobernantes se convirtieron en seres con una enorme fuerza y capaces de alcanzar una increíble velocidad. También desarrollaron una extraordinaria agudeza visual. No sólo podían ver a una distancia imposible para el ser humano, sino que además tenían el poder de congelar a las personas con sólo fijar su mirada sobre ellas. De hecho podían convertirlas en seres como ellos si así lo deseaban.
"El problema era que no estaban realmente vivos. Ellos no se sentían vivos. Tenían frío todo el tiempo y ellos odiaban el frío.
Eran como muertos vivientes. Envidiaban a las personas normales. Es cierto, podían vivir durante mucho tiempo, pero eran incapaces de disfrutar de esa vida. Y lo comprendieron de inmediato. Antes incluso de que el asteroide alcanzara la Tierra. Se dieron cuenta de que los malignos seres venidos de las estrellas les habían engañado.
"Pero volvamos al asteroide. Como ya he dicho, se dirigía inexorablemente hacia la Atlántida y los habitantes de aquel continente sabían perfectamente quiénes eran los responsables. No obstante, a pesar de la avanzada tecnología que poseían, no pudieron detener su curso. Un asteroide puede alcanzar dimensiones enormes.
Éste tenía un diámetro de unos cuarenta kilómetros y viajaba a miles de kilómetros por hora. La gente de la Atlántida disparó misiles nucleares contra el asteroide, pero la gigantesca roca no se desvió de su trayectoria. La suerte estaba echada.
"Ellos no querían abandonar la lucha y resignarse a morir, al menos no sin haber conseguido vengarse de sus enemigos. Cuando el asteroide estaba alcanzando la atmósfera, los habitantes de la Atlántida dispararon contra Mu todo su arsenal de proyectiles. Mu comenzó a arder de costa a costa. Cuando el asteroide colisionó finalmente contra la Atlántida, el continente entero se hundió en el océano. Y, peor aún, se introdujo dentro de la corteza terrestre.
Ésa es la razón de que actualmente no exista señal alguna de su existencia. Las placas geológicas de la Tierra se alteraron bajo el impacto del asteroide. Mu, que era pasto de las llamas a consecuencia del ataque masivo de los atlantes, también se hundió en el océano.
Ambos continentes fueron destruidos al mismo tiempo. Dos grandes civilizaciones desaparecieron simultáneamente de la faz de la tierra y su existencia se borró de la memoria. —Bum hizo una pausa—. Es una historia muy triste, ¿verdad?
—¿Pero qué hay de las criaturas criogénicas? —Insistió Sally—. Ellas son ahora nuestro problema.
—Sí —dijo Adam, aunque había disfrutado con la historia de Bum—. ¿Acaso no murieron todas cuando Mu fue destruido?
—No, —aclaró Bum—. Algunos de ellos consiguieron escapar. Por lo que yo sé, muchos lograron salvarse antes de que los habitantes de la Atlántida lanzaran sus misiles nucleares contra ellos. Abandonaron Mu y se dirigieron hacia el Polo Norte, donde se enterraron en valles de hielo. Sobrevivieron al fuego de las bombas y al impacto del asteroide. —Bum se interrumpió—. Pero ahora han vuelto.
—¿Por qué? —preguntó Adam—. ¿Por qué aquí? ¿Por qué hoy?
Bum se quedó pensativo unos momentos.
—Es posible que hayan venido aquí porque Fantasville es una de las pocas porciones de Mu que consiguieron sobrevivir. Lo que no sé es por qué han aparecido hoy. Por lo que me habéis explicado, es posible que alguien los haya traído hasta aquí, ya que estaban en bloques de hielo. Pero no tengo ni la más remota idea de quién puede haber sido.
—Todo esto es muy interesante, —dijo Sally—. ¿Pero cómo podemos detenerles sin hacer volar todo Fantasville en mil pedazos?
Bum habló con mucha solemnidad.
—No se me ocurre otra forma de detenerles. No sólo este pueblo está en peligro. Por lo que yo conozco de esas criaturas, serían capaces de acabar con el mundo entero. Tal vez haya sido una suerte que Mu fuese destruido en aquella época. Antes de que el asteroide se estrellara contra la Tierra. Aquellos monstruos de hielo que todavía quedaban en Mu ya habían comenzado a provocar alteraciones entre su propia gente.
Son como vampiros, convierten a las personas en seres semejantes a ellos.
—Mira, —dijo Adam, cada vez más impaciente—. No podemos arrasar Fantasville. Tienes que darnos otra alternativa.
—Habéis mencionado que esa criatura huía del fuego, —recordó Bum—. Ahí puede estar la clave. Justo a las afueras del pueblo hay un almacén de excedentes del ejército que vende toda clase de armamento.
Tienen unos cuantos lanzallamas. Tal vez podríais comprar algunos.
—No creo que vendan lanzallamas a menores, —protestó Cindy.
—Quizá sí —dijo Sally—. Conozco al dueño del almacén, el señor Patton. Tomó su nombre prestado de un famoso general de la Segunda Guerra Mundial. El señor Patton cree que todo hombre y mujer debería ir siempre armado. Te vendería hasta un carro de combate si tuvieras el dinero suficiente para comprarlo.
Bum asintió.
—Patton sería capaz de proporcionaros todo el equipo a crédito si le convencierais de que el pueblo corre peligro.
—¿No vas a venir con nosotros? —preguntó Sally—. Necesitaremos tu ayuda si vamos a combatir con esos seres horribles.
Bum volvió a pasarse la mano por la barbilla sin rasurar y pareció meditar aquellas palabras.
—Preferiría largarme del pueblo y olvidarme de todo.
—Cobarde, —masculló Cindy.
Bum sonrió.
—Dije que preferiría largarme del pueblo, no que lo fuera a hacer. Naturalmente que os ayudaré a luchar contra esos monstruos. Dios sabe que si no les detenemos ahora, nunca podremos hacerlo. —Bum se puso en pie—. Venga, en marcha hacia el almacén de excedentes del ejército.
Los tres amigos se levantaron. Pero Cindy estaba en desacuerdo con algunos aspectos del plan trazado.
—¿Por qué no llamamos a la policía? —preguntó Cindy.
Para eso están, ¿no? Para ayudar a la gente cuando lo necesita.
Sally se echó a reír.
—Eso tal vez sea verdad en otras ciudades. Pero en Fantasville la policía tiene miedo hasta de acudir al rescate de un pobre gato que se haya subido a un árbol. Son muchos los polis que han salido para llevar a cabo una misión y no se les ha vuelto a ver el pelo.
Cindy no parecía convencida.
—Creo que, al menos, deberíamos avisarles. Adam, ¿me acompañas? Podríamos reunirnos con Bum y Sally dentro de una hora.
—Una hora es demasiado tiempo cuando debes enfrentarte a unas criaturas que, además, pueden multiplicarse, —sentenció Sally.
Pero, Adam acompañará a su querida Cindy, no faltaría más. Adam hace todo lo que ella dice porque está enamorado de ella, y ella actúa como si también lo quisiera. ¿Qué más da que la seguridad de todo el planeta esté en juego? ¿No es verdad, Adam?
—Bueno, —musitó Adam, cogido con la guardia baja—. Creo que sería una buena idea avisar a la policía.
Sally y Bum intercambiaron una mirada.
—Nosotros nos encargaremos de conseguir esos lanzallamas —aseguró Bum.
—Os los tendremos envueltos para regalo antes de que regreséis —convino Sally.