10
No encontraron un todoterreno, pero en cambio avistaron una gran camioneta con tracción en las cuatro ruedas y provista de un remolque con caravana. Decidieron no andarse con remilgos. A sus pies, el pueblo entero se había convertido en un auténtico caos. Los monstruos de hielo habían invadido el centro comercial. La gente chillaba y huía en todas direcciones. Adam y Sally fueron testigos, a su pesar, de cómo muchas de las personas a quienes los monstruos de hielo habían atacado se lanzaban en persecución de aquéllas que todavía no habían sido convertidas en criaturas de hielo. Adam imaginó que, al caer la noche, todo habría terminado, al menos para Fantasville. A no ser que su plan diese resultado.
Watch continuaba inmóvil en el fondo de la barquilla.
—No entiendo cómo a ninguna de esas personas que huyen despavoridas se le ocurre encender una hoguera, —dijo Sally mientras el globo comenzaba a descender hacia la camioneta—. No tienen ni idea de amotinarse.
—No es un arte que pueda practicarse, —replicó Adam.
—¿Cómo piensas poner en marcha la camioneta si no tienes las llaves? —preguntó Cindy desde el otro globo, que también se disponía a tomar tierra. Cindy y Bum montarían guardia mientras los otros trasladaban la dinamita y a Watch a la camioneta.
—Voy a hacer un puente en los cables de encendido, —contestó Sally.
—¿Quién te enseñó a hacerlo? —preguntó Adam.
—Yo, —dijo Bum—. En esta vida hay que saber de todo. —Y añadió—: Como ahora, por ejemplo.
—¿Cómo entrarás en la camioneta sin llaves? —continuó Cindy.
—¿A qué vienen todas esas estúpidas preguntas? —contestó Sally con impaciencia—. Estamos tratando de salvar el mundo, Cindy, por si no te has dado cuenta. Cogeré una piedra y romperé el cristal de la ventanilla si es necesario.
—Sólo preguntaba, —musitó Cindy.
—Tal vez sería mejor aterrizar en el techo de la cabina —sugirió Bum—. Eso os proporcionaría alguna protección.
—Me lo has quitado de la boca, —dijo Adam.
Aunque el globo no podía ser dirigido, sí se podía maniobrar ligeramente tensando y aflojando las cuerdas que lo sostenían. Adam había reducido la potencia del quemador y dejado escapar gran parte del aire caliente. Ahora descendían a mayor velocidad. La calle donde estaba aparcada la camioneta parecía un campo de batalla.
Adam tenía que hacer grandes esfuerzos para mantenerse en pie, cogido al borde de la barquilla. Su pierna derecha estaba completamente dormida hasta la mitad del muslo. Se veía incapaz de caminar, a menos que se apoyara en Sally. Mucho menos trasladar la dinamita o a Watch hasta la camioneta. Sally tendría que encargarse de todo. Odiaba sentirse tan inútil.
—Amigos, creo que vosotros deberíais llevar a Watch, —dijo Sally cuando se hallaban a menos de cinco metros del techo de la camioneta—. Lo último que necesitamos es que algo nos retrase.
—Primero tendremos que aterrizar, —puntualizó Bum—. Y eso podría resultar arriesgado.
—Y tal vez no sea una buena idea moverle mientras aún se encuentra inconsciente, —añadió Cindy.
Sally hizo una mueca de disgusto y se dirigió a Adam.
—Ésos no le quieren en su globo. Le tienen miedo. Oh, está bien, supongo que es en los momentos difíciles cuando comprendes quiénes son tus verdaderos amigos.
—¿Quieres dejarnos en paz de una vez? Llevas todo el día dando la lata, —dijo Cindy, harta ya de los comentarios irónicos de Sally.
Sally se echó a reír.
—Soy una de las últimas esperanzas de salvación que tiene la humanidad. Tengo todo el derecho del mundo a dar la lata.
Cindy miró a Bum.
—En eso tiene razón, —reconoció Bum.
—Preparaos, —dijo Adam—. Estamos justo encima del techo de la camioneta. Dejaré escapar otro poco de aire caliente. Caeremos a peso, como una piedra.
No cayeron exactamente como una piedra, pero resultó un descenso bastante duro. Watch pareció reaccionar a consecuencia del impacto. Adam fue el único que reparó en ello. Sally ya se encontraba fuera de la barquilla tratando de entrar en la camioneta.
Ahora le tocaba a Adam hacerse cargo del lanzallamas. Si alguno de los monstruos de hielo osaba simplemente mirarle, le daría un buen baño de gasolina incandescente.
Cindy y Bum flotaban a un par de metros por encima de ellos.
—Aseguraos de que la camioneta tiene combustible, —advirtió Bum—. Hay un buen trecho hasta los pozos petrolíferos.
—Espero que no tengamos que parar a repostar, —gritó Sally.
Había intentado abrir la puerta de la camioneta pero estaba cerrada con llave. Entonces cogió un ladrillo que encontró en la acera, rompió el cristal de la ventanilla del conductor, metió la mano y quitó el seguro de la puerta. Antes de ponerse manos a la obra, quitó los trozos de cristal que habían caído sobre el asiento.
Podría cortarse mientras se dirigían a las colinas. Lo único que les faltaba.
Sally saltó nuevamente al techo de la camioneta y Adam le alcanzó la caja de dinamita. No tuvo ningún problema para llevarla hasta el asiento delantero. Pero al regresar para buscar a Watch y a Adam, se preguntó cómo demonios haría para meter a ambos en la camioneta.
—Tú sola no puedes cargar con Watch y pasarlo por el borde de la barquilla, —le dijo Adam—. Y yo no puedo ayudarte.
De modo que será mejor que hagamos un agujero en el costado de la barquilla con el lanzallamas y así podrás sacar a Adam a través de él y arrastrarle hasta la camioneta. —Le hizo señas a Sally para que se apartase—. Intentaré no quemar más de lo necesario.
Adam cumplió a medias su promesa. El fuego destruyó buena parte de la barquilla. Sally pudo tirar de Watch y llevarle hasta el remolque. De hecho, le encerró dentro del remolque. Por desgracia, el fuego creció y las llamas alcanzaron el globo. Adam apenas tuvo tiempo de abandonar la barquilla antes de que el aire caliente provocado por el fuego volviese a impulsar el globo hacia arriba.
El globo en llamas pasó junto a Bum y Cindy y un instante después se convirtió en una bola de fuego.
—Odio tener que ver esto, —le dijo Sally a Adam mientras le ayudaba a instalarse en el asiento del acompañante—. Ese globo nos ha salvado la vida en un par de ocasiones.
—Cuando todo haya terminado iremos a dar un paseo en un auténtico globo aerostático, —le prometió Adam. Arrastró su pierna insensible hacia el interior de la cabina, cerró la puerta y bajó el cristal de la ventanilla. Colocó el lanzallamas entre sus piernas y luego se asomó a través del cristal y les hizo señas a Bum y Cindy para que se alejaran—. Tratad de ayudar a la gente como podáis, —gritó.
Bum sacudió la cabeza.
—Sois nuestra única esperanza, —les dijo.
—¡Buena suerte! —gritó Cindy.
—¡Dios bendiga! —contestó Sally sarcásticamente antes de subir a la camioneta. Echó un vistazo al cambio de marchas y soltó un lamento—. ¡Oh, no!
—¿Qué ocurre? —preguntó Adam, con la caja de dinamita entre ambos.
—El cambio de marchas es manual. Yo aprendí a conducir con un coche que lo tenía automático.
—¿Cuál es la diferencia?
—¿Cómo que cuál es la diferencia? Yo sé conducir una clase de vehículos. Pero no tengo ni idea de cómo se conducen éstos.
—Bien, pues ahora aprenderás, —concluyó Adam.
—Es muy fácil decirlo. ¿Por qué no lo haces tú?
—Porque tengo sólo doce años y provengo de un pueblo normal del medio este donde nadie les enseña a conducir a los críos de doce años. Y ahora, si no te importa, deja de quejarte y sácanos de aquí de una vez por todas. Por si no te habías dado cuenta, esta calle no es muy segura.
—Lo intentaré. Eso es todo lo que una chica puede hacer.
Sally adelantó el asiento para que sus pies pudieran llegar a los pedales. Era una suerte que tuviese las piernas largas, de otro modo se hubiesen visto obligados a robar una motocicleta. Luego cogió el ladrillo que había utilizado para romper el cristal, golpeó con él la cerradura del encendido y dejó al descubierto un par de cables rojos y amarillos. Cuando los unió, el motor se puso en marcha y la camioneta dio un salto hacia delante.
Luego se paró.
—¿Por qué se ha parado? —preguntó Adam ansiosamente—. ¿Es que no tenemos gasolina?
—No. Me parece que debo arrancar en punto muerto.
—Pues hazlo —-dijo Adam.
—¡Ya lo estoy haciendo! ¿Te crees que es tan fácil? Necesito un poco de tiempo, ¿vale?
Sally pisó uno de los pedales y colocó la palanca de cambios en punto muerto. Luego volvió a unir los cables. El motor volvió a ponerse en marcha y la camioneta comenzó a rodar hacia delante.
Sally puso la primera y la camioneta aumentó la velocidad.
—¡Soy un genio! —exclamó.
Un segundo después chocaron contra una boca de incendios.
El chorro de agua brotó de la acera como un géiser y empapó el capó de la camioneta.
—¿Qué decías? —preguntó Adam.
—Un genio no encaja bien las críticas. —Sally metió la marcha atrás—. Ahora ponte el cinturón de seguridad y no vuelvas a abrir la boca.