8

Se trataba de su amigo. No cabía duda. Watch parecía aturdido. Vagaba entre las lápidas como si estuviese buscando su propia tumba. Sus ropas mostraban ligeros desgarrones, sobre todo alrededor del cuello y en el dobladillo de los pantalones. Pero aún conservaba sus cuatro relojes y sus gafas de gruesos cristales. No parecía haber reparado en su presencia, a pesar de que los dos globos no volaban a gran altura, tal vez a unos cuarenta o cincuenta metros del suelo. Adam no pudo evitar un escalofrío al comprobar la palidez de su amigo.

—Tenemos que salvarle, —dijo Cindy con la voz quebrada por la emoción.

—Tal vez no sea una buena idea, —dijo Bum—. Es probable que ya sea demasiado tarde.

Sally se volvió hacia Adam.

—¿Qué quieres hacer? —le preguntó con dulzura.

Una honda pena se adueñó de él.

—Está claro que no pienso dejarle allí abajo con todos esos monstruos. Pero…

—¿Sí? —preguntó Sally—. ¿Pero qué?

Adam sacudió la cabeza como si tratara de alejar de su mente un mal pensamiento.

—Ya conoces la situación. ¿Qué crees que deberíamos hacer?

Sally volvió a mirar hacia el cementerio. Watch se había detenido y permanecía inmóvil y con la mirada perdida en el vacío. Sus ojos, a través de los gruesos cristales de las gafas, tenían una apariencia normal. Pero su postura no era la habitual.

—Hay algo raro en él, —dijo Sally finalmente.

—No importa, —replicó Cindy desde el otro globo—. Watch sigue siendo nuestro amigo. No podemos abandonarle.

—No hables tan alto, —le advirtió Sally—. Podría oírnos.

—¿Por qué no le llamamos? —sugirió Bum—. Así veremos cuál es su reacción.

—No, —dijo Adam—. Si le gritamos, alertaremos a las otras criaturas. Al menos ahora Watch está solo, y si queremos rescatarle no debemos perder ni un segundo.

—Es demasiado arriesgado, —dijo Bum—. No sabemos la fuerza que puede tener ahora. Podría destruirnos a todos.

Adam respondió con tristeza.

—Sí. Y no podemos usar nuestros lanzallamas contra él.

—Si esos monstruos lo han transformado en uno de ellos, —dijo Sally—, tal vez no recuerde que una vez fuimos sus amigos. No se fiará de nosotros. Si le cercamos, tal vez consigamos dejarlo inconsciente de un golpe y luego atarle. Tenemos suficiente cuerda.

—No vamos a hacerle daño, —concluyó Cindy.

—Tal vez debamos lastimarle un poco para poder salvarle —replicó Sally—. Es una emergencia. No te pongas cursi. Tenemos que ser fuertes o ninguno de nosotros saldrá vivo de ésta.

—Si se tratara de ti no me importaría usar un buen mazo —replicó Cindy.

—Sólo acabarías haciéndote daño tú misma, —dijo Sally.

—Ya está bien, —intervino Adam, poniendo fin a aquella absurda discusión—. Descenderemos para ver cómo se encuentra Watch. Si nos ataca, le dejaremos sin sentido.

—Pero si le llevamos con nosotros, —añadió Bum—, ¿qué haremos cuando recupere el conocimiento?

—Ya nos ocuparemos de eso cuando llegue la hora, —respondió Adam.

—Eso fue lo que contestaron los científicos que inventaron la primera bomba atómica cuando alguien preguntó: "¿Y qué pasará si volamos el mundo?" —musitó Sally.

Descender fue tarea sencilla. Todo lo que tuvieron que hacer fue dejar escapar parte del aire caliente. Watch continuaba en el mismo lugar, con expresión ausente, parecía estar en otro mundo. Como el castillo se encontraba a poca distancia del cementerio, los otros monstruos de hielo se hallaban bastante cerca, a unos trescientos metros aproximadamente. Sería un milagro que las horribles criaturas no repararan en su presencia cuando los globos descendieran al cementerio. Por esa razón, Adam sabía que debían actuar con la máxima celeridad. Temía que estuviesen cometiendo un terrible error. Pero creía que salvar a un amigo era una buena razón para arriesgar la vida.

Los globos tomaron tierra en un pequeño claro del cementerio, a unos cincuenta metros detrás de Watch. No obstante, por increíble que pareciera, su amigo no reparó en ellos. Traía consigo dos lanzallamas. Sally se hizo cargo de uno de ellos y Bum cogió el otro al tiempo que saltaban de las respectivas barquillas. Adam buscó un palo que pudiera utilizar como bastón y a la vez como mazo.

Su cojera era notable. La sensación de entumecimiento iba ganando terreno en su pierna.

Los cuatro se acercaron a Watch, que continuaba inmóvil con la mirada fija en una gran lápida.

Adam comprobó que se trataba de la lápida de Madeline Templeton.

El sepulcro de la remota antepasada de Ann Templeton era adónde desembocaba la Senda Secreta. Una puerta para acceder a otras dimensiones.

¿Acaso el dolor que experimentaba Watch era tan intenso, se preguntó Adam, que su única posibilidad era escapar a otra realidad? Era una tortura imaginar a su amigo poseído por el maligno espíritu de las criaturas criogénicas.

Aunque ver de cerca el rostro de su amigo fue mucho peor. Watch se dio la vuelta súbitamente hacia ellos. Sus ojos brillaron con una fría luz. Su boca se torció en una mueca malvada.

Un alarido dolorosamente agudo brotó de sus labios. Entonces atacó.

Adam, —aunque iba cojo—, era quien encabezaba el grupo, el que estaba más próximo a Watch. Y, por tanto, fue el primero en sufrir el impacto del recién descubierto poder de Watch. Con el pie lastimado, no pudo moverse con suficiente rapidez para eludir la acometida de quien había sido su amigo. Cuando Watch cayó sobre él tuvo la sensación de haber sido embestido por un tren de mercancías. Adam salió volando por el aire. El palo que le servía de bastón cayó de sus manos. Sólo detuvo su vuelo cuando encontró un palo más grueso… en realidad se trataba de un árbol. El impacto contra el tronco fue muy doloroso, pero un instante más tarde Adam estaba nuevamente en pie.

La situación era desesperada y sólo llevaban tres segundos de lucha. Cuando la visión de Adam se aclaró, comprobó que Cindy también había sido derribada por Watch. Seguramente el impacto había sido más violento que el sufrido por él, porque.

Cindy yacía en tierra. Bum y Sally estaban ilesos, por el momento, parapetados tras sus poderosos lanzallamas, aunque no hacían nada por detener a Watch. Al contrario, era Watch quien acortaba la distancia entre ellos. Ninguno de los dos se atrevía a disparar y sólo exhibían una pequeña llama en los extremos de sus armas con la intención de intimidarle. Sin embargo Watch no parecía asustado en absoluto.

—Dejad escapar más fuego, —les gritó—. Que sepa que podéis quemarle.

—Buena idea, —convino Sally mientras apretaba el gatillo.

La lengua de fuego alcanzó un metro aproximadamente y Watch pareció desistir de su idea de atacarla. Entonces se giró hacia Bum, que también había incrementado la potencia de su llama. Watch retrocedió unos pasos. Adam recuperó el palo que se le había caído y avanzó cojeando.

—Acorraladle contra la pared, —ordenó—. Sólo así podremos capturarle.

—¿Quieres capturarle realmente? —preguntó Bum mientras obligaba a Watch a retroceder—. No podremos controlarle.

—Podemos hacer lo que dijo Sally, —contestó Adam—. Atarle con una cuerda.

—No estoy segura de que una cuerda pueda sujetarle, —dijo Sally, pensándolo mejor.

—Llevad a Watch hacia la pared, —insistió Adam.

La pared que rodeaba todo el perímetro del cementerio era alta y se hallaba muy cerca de ellos. Un minuto después de haber iniciado la ofensiva, Watch se encontró cercado contra el alto muro de piedra. Miró a sus tres amigos con extraños ojos brillantes y aquéllos sintieron que un escalofrío les recorría todo el cuerpo. Sin embargo Watch no poseía el poder de una criatura criogénica original. Podía provocarles un frío intenso, pero no congelarles.

—¿Y ahora qué? —preguntó Sally.

—Ahora hablaré con él, —dijo Adam, dando un paso vacilante hacia delante.

—¿Y de qué piensas hablarle? —le preguntó Sally—. ¿De helados? ¿Polos? ¿Neveras? Este tío es un cubito de hielo andante. No se puede hablar con él.

Adam sujetó el palo con fuerza.

—Estoy seguro de que en un rincón de su corazón todavía nos recuerda.

—Nosotros te cubriremos, —aseguró Bum—. Si te ataca, no tendremos más alternativa que chamuscarle un poco.

—Lo entiendo, —dijo Adam—. Tratad de no chamuscarme a mí también.

Adam se detuvo a unos dos metros de Watch. Su amigo mantenía la espalda apoyada contra la pared. Watch siguió mirándoles con fijeza, aunque en sus ojos algo se transformó cuando los clavó en Adam. Tal vez fue un atisbo de reconocimiento.

Adam no estaba seguro, pero le dio esperanzas.

—Watch, —comenzó Adam—. No queremos hacerte daño. Sólo queremos ayudarte. ¿Te acuerdas de mí? Soy Adam, tu amigo.

Watch dejó de mirarle con ira y su mejilla derecha tembló ligeramente. La extraña luz de sus pupilas se debilitó, aunque sus ojos seguían resultándole ajenos. Había en ellos un profundo vacío que inquietaba a Adam. Se diría que el hombre de hielo había lavado el cerebro a Watch. Adam se preguntó si su amigo volvería a ser como antes alguna vez.

—Soy tu amigo, Watch, de veras, —continuó Adam, alentado por aquella apenas perceptible alteración en el rostro de Watch. Adam avanzó otro paso y extendió la mano—. Ven con nosotros. Te llevaremos lejos de esos monstruos.

Al escuchar la palabra monstruo, Watch volvió la mirada hacia el castillo. Hasta aquel momento, no había habido señales de las otras criaturas heladas. Pero Adam sabía que su suerte no duraría mucho. La sombría expresión de Watch experimentó una mínima transformación cuando miró en dirección a sus nuevos compañeros. Por un momento pareció terriblemente triste. Adam dio otro paso hacia él. Ahora Watch estaba a sólo un par de metros de él.

—Por favor, intenta recordar, —rogó Adam—. Tu nombre es Watch. Eres un ser humano.

La expresión vacía de Watch se desvaneció por un instante. Sonrió débilmente. Adam también lo hizo.

—¡Watch! —exclamó Adam. Dejó caer el palo y se adelantó para abrazar a su amigo.

Pero la sonrisa se borró de los labios de Watch. La extraña luz tornó a sus ojos.

Watch avanzó al encuentro de Adam con los dedos extendidos como garras.

Adam volvió a sentir un golpe terrible y cayó a tierra pesadamente. A través de la neblina causada por el dolor físico y emocional, vio que Watch alzaba sus garras con la intención de desgarrarle el pecho y arrancarle el corazón para llenar su cuerpo con fluido criogénico. Pero antes de que Watch pudiera asestarle un nuevo golpe, Adam alcanzó a ver la mancha borrosa de un palo marrón que caía sobre la cabeza de su amigo. Watch parpadeó y la maligna luz de sus ojos se apagó súbitamente, antes de caer inconsciente.

—Tiene la cabeza dura como una roca, —dijo Sally, dejando a un lado el palo que Adam había soltado antes de que Watch le atacase. Adam advirtió que el palo estaba partido por la mitad. Sally le había atizado con todas sus fuerzas. Watch yacía desmayado boca abajo. Adam se arrodilló junto a él.

—¿Está muerto? —preguntó.

Bum negó con la cabeza.

—Los monstruos de hielo no respiran. Ni siquiera creo que sus corazones puedan latir.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Cindy, acercándose a ellos con una mano apoyada en la cabeza.

—Está inconsciente, —declaró Adam—. Pero creemos que está vivo. ¿Cómo te encuentras tú?

—Tiene un aspecto horrible, —dijo Sally.

Cindy hizo una mueca despectiva mientras miraba a Sally.

—Me gustaría que te hubiesen atizado en la cabeza como a mí y ya veríamos cuánto tardarías en levantarte del suelo. —Señaló hacia donde se encontraba Watch—. Debemos llevarle a uno de los globos.

—Esto no me gusta nada, —murmuró Bum mientras se inclinaba para recoger a Watch—. Pero si vamos a llevarle con nosotros, lo mejor será que lo hagamos ahora mismo. —Hizo un gesto en dirección al castillo—. Creo que nos han oído. Se están acercando.

Bum estaba en lo cierto. Cuatro de las criaturas heladas trepaban por los muros del cementerio. Los monstruos tenían que recorrer aún un largo trecho para llegar hasta los globos, aunque Adam se preguntó quién llegaría primero a ellos. Su pierna empeoraba a cada segundo que pasaba. La notaba casi completamente dormida y la sensación de frío se había traspasado a la rodilla derecha.

Cayó al suelo mientras los demás corrían en dirección a los globos. Le aterrorizaba la idea de convertirse en otro monstruo de hielo como Watch.

Sally fue la primera en llegar al globo, por supuesto, y comenzó a aflojar las cuerdas para despegar.

—¡Deprisa! —gritó—. ¡Adam!

Cindy fue la siguiente, seguida de Bum, quien llevaba a Watch cargado sobre la espalda. Pero Adam avanzaba con enorme dificultad. Le costaba un gran esfuerzo caminar y comprobó horrorizado que para él ya era demasiado tarde.

Uno de los monstruos de hielo se había interpuesto entre él y los globos. Estaba atrapado en un cementerio que encerraba más peligro que un foso de serpientes venenosas. Adam permaneció inmóvil cuando la criatura le miró fijamente con sus ojos helados y comenzó a acercársele lentamente.

—¡Largaos de aquí! —les gritó a sus amigos—. ¡Poneos a salvo!

—¡Tú has visto demasiadas películas! —se burló Sally, al tiempo que descendía del globo empuñando el lanzallamas. La criatura estaba tan concentrada en Adam que no se percató de la presencia de Sally a su espalda.

Hasta que Sally le disparó un chorro de fuego desde detrás.

Al igual que había sucedido en el almacén, la criatura no se quemó. Se derritió hasta convertirse en un charco de fluido azulado.

Sally mantuvo la llama enfocada hacia el monstruo hasta que sólo quedó de él una especie de fango húmedo sobre una de las tumbas. Sally agarró a Adam de un brazo y le arrastró hacia uno de los globos.

—Sólo espero no tener que hacerle eso a Watch, —dijo, y añadió—: O a ti.