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Era uno más de los muchos misterios que acontecían en Fantasville. Había helado en el pueblo y aún era verano. Aquel tiempo extremadamente frío resultaba tan inexplicable para los habitantes de Fantasville como las temperaturas sofocantes que habían sufrido hacía sólo un par de semanas, cuando Adam Freeman y sus amigos tuvieron un encuentro con los alienígenas. Ninguno de ellos conocía la causa de aquel fenómeno climático. Aquel lunes por la mañana, al despertar, todas las ventanas del pueblo estaban cubiertas por una delgada capa de escarcha.

Nadie podía imaginar entonces que, cuando se pusiera el sol, esa escarcha estaría dentro de muchos de los habitantes de Fantasville.

Adam, Sally Wilcox, Cindy Makey y Watch comenzaron el día, como era habitual, tomando leche y donuts en la pastelería local. En realidad, y debido al intenso frío que les calaba los huesos, acompañaron el desayuno con una taza de café bien caliente.

Watch tenía un termómetro en uno de los numerosos relojes que siempre llevaba en la muñeca y lo iba examinando mientras daban buena cuenta del desayuno. Concluyó que difícilmente la temperatura superaría los cero grados durante las próximas horas.

—El termómetro de mi reloj sigue marcando tres grados bajo cero —dijo Watch—. Si pensamos pasar el día al aire libre, será mejor que nos mantengamos en movimiento.

El grupo de amigos tomó la sugerencia de Watch al pie de la letra y decidieron ir de excursión por el bosque que cubría las colinas circundantes. Cogieron sus bicicletas y pedalearon vigorosamente hasta que el camino se terminó y ocultaron todas las bicis entre los árboles.

Adam, por supuesto, había estado antes en aquellas colinas, cuando fueron al pantano y entraron en la Cueva Embrujada. Pero nunca había entrado en el bosque y estaba realmente asombrado por el tamaño y la inmensa variedad de árboles que veía a su alrededor.

—Este bosque parece salido de Hansel y Gretel —dijo, mientras caminaban por un estrecho sendero cubierto de hojas de pino. Llevaba una gruesa cazadora y se abrió la cremallera ya que el ejercicio le estaba haciendo entrar rápidamente en calor.

Sally soltó una carcajada.

—Hansel y Gretel eran simples aficionados comparados con nosotros. Sólo tuvieron que acabar con una bruja y se hicieron famosos. Aquí tenemos cada semana una aventura peor que la anterior y nadie escribe una sola línea acerca de nosotros.

—Necesitamos un agente de prensa, —resolvió Watch—. Nuestras peripecias deberían salir en la tele.

—Prefiero permanecer en el anonimato, —manifestó Cindy—. No necesito la fama y el dinero.

—Espera a ser un poco mayor, —dijo Sally—. El dinero y la fama serán lo que más desees en esta vida.

—Creo que todo eso es bastante superficial, —continuó Cindy.

Sally se echó a reír.

—Hablas como una auténtica liberal. En este mundo tienes que sacar provecho siempre que tengas ocasión. Por eso he comenzado a escribir un diario de mis experiencias. Si no muero en los próximos años, creo que podré vender los derechos cinematográficos de mi biografía.

—¿Aparezco yo en ese diario? —preguntó Adam.

Sally dudó un momento.

—Sólo apareces en una pequeña nota a pie de página.

Esta vez fue Cindy quien se echó a reír.

—Apuesto a que todo el diario habla de Adam.

—Eso no es verdad, —replicó Sally sin perder un momento.

, —exclamó Cindy—. Demuéstralo. Déjanos leerlo.

—Podéis leerlo, —dijo Sally—. A cambio de un millón de pavos.

Sally, como siempre, dijo la última palabra.

Continuaron avanzando en silencio por el angosto sendero que se estrechaba cada vez más, a medida que los árboles aumentaban de tamaño y sus gruesos troncos ganaban espacio desde los bordes. La sombra que proyectaban las grandes ramas que pendían sobre ellos era tan oscura que daba la impresión de haber anochecido. Sin embargo, Adam podía ver las nubes de vapor que salían de su boca cada vez que exhalaba aire. Una vez más se preguntó cuál sería la causa de aquel súbito cambio. Tenía que haber una razón.

Cuando ya daban por terminada la exploración del sendero y se disponían a regresar, vieron a aquellos seres de hielo. Adam fue el primero en descubrirlos, pero pensó que se trataba simplemente de grandes bloques de hielo ocultos entre los árboles, lo cual no dejaría de ser extraño, ya que, aunque una fina capa de escarcha cubría las hojas y el suelo del bosque, no había hielo ni nieve.

—Eh, —exclamó Adam, señalando hacia un lugar situado a unos veinte metros del sendero—. ¿Qué es eso?

Lanzaron una mirada escrutadora a través de las sombras que les rodeaban.

—Parece un glaciar, —aventuró Sally.

—Para que aquí hubiese un glaciar tendría que llegar otra era glacial, —sentenció Cindy.

—Este pueblo se caracteriza precisamente por ese tipo de fenómenos, —dijo Sally—. Hace dos inviernos apareció un iceberg flotando en el puerto. Permaneció cerca de la costa durante un par de meses. Los chicos del pueblo manteníamos fantásticas batallas con bolas de nieve.

Hasta el día en que salió un oso polar de una cueva oculta en el hielo y se comió a Buddy Silvestone.

Cindy lanzó una risita irónica.

—No creo una sola palabra de lo que dices.

—Es verdad que había un iceberg enorme junto a la costa de Fantasville, —intervino Watch—. Pero fue un esquimal quien salió de la cueva. Y se limitó a invitar a Buddy a cenar con él.

—Sí, pero lo que no le dijo es que él sería el plato principal —mintió Sally.

—¿Os importaría dejar de discutir y decirme qué es eso que se ve entre los árboles? —insistió Adam.

Cindy parpadeó varias veces.

—Parecen grandes bloques de hielo, —dijo.

—Eso ya lo sabemos, —saltó Sally con impaciencia mal disimulada—. ¿Pero de qué están hechos? ¿De agua congelada?

¿Pertenecen a este planeta? Ésa es la clase de preguntas que tienes que hacerte.

—¿Por qué no nos acercamos y los examinamos más detenidamente? —sugirió Watch.

Era una idea bastante razonable, aunque llegar hasta aquellos enormes bloques de hielo resultó mucho más complicado de lo que Adam hubiese imaginado. La vegetación era tan tupida que las ramas parecían querer triturarle hasta convertirle en pasta de madera. Sin embargo comprendió que, tal vez, aquella imagen le trajo a la memoria su primer día en Fantasville cuando, de hecho, un árbol había intentado comérselo vivo. Entonces pensó que estaba viviendo un día muy extraño. Aunque ahora, haciendo memoria, no tenía más remedio que admitir que, tratándose de Fantasville, había sido un día de lo más normal.

No había sólo dos o tres bloques de hielo, como habían creído ver desde el sendero, sino docenas de ellos. Algunos estaban en tierra, otros se apoyaban en los troncos de los árboles circundantes en postura acechante. Eran prácticamente idénticos en tamaño: unos dos metros de largo por cincuenta centímetros de ancho y de profundidad.

Adam y sus amigos se arrodillaron junto al primero que encontraron y que yacía apoyado en la tierra helada. Watch intentó quitarle la capa de escarcha que lo cubría. Pero ni aun así pudieron distinguir con claridad qué había dentro de él.

No obstante, los cuatro podían ver que en su interior había algo.

Algo grande y oscuro.

—Parecen ataúdes congelados, —dijo Sally en voz baja.

—¿De dónde habrán salido? —susurró Cindy con voz temblorosa.

Al contemplarlos de cerca, los bloques de hielo ofrecían un aspecto inquietante. Watch continuó rascando la escarcha superficial, con la esperanza de arrancar la lámina de hielo.

—A lo mejor el que va con el carrito de los helados se los ha dejado aquí —se burló Sally.

—Este bloque está muy frío, —declaró Watch, tras hacer una pausa para echar el aliento sobre sus dedos ateridos—. Y no me refiero al hielo.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Cindy.

—Mira, —dijo Watch.

Se quitó el reloj que tenía el termómetro incorporado y lo depositó encima del bloque de hielo. Lo dejó allí durante unos diez segundos aproximadamente antes de volver a cogerlo.

Examinó la temperatura.

—Diez grados Fahrenheit, —anunció.

—Eso es veintidós grados bajo cero, —exclamó Sally, asombrada.

—Es una temperatura mucho más baja de la que se suele alcanzar por aquí —dijo Adam.

Watch asintió con gesto pensativo.

—A menos que hayan dejado caer estos bloques hace pocos minutos, cosa que dudo, la única explicación es que haya algo en su interior que genere este frío increíble. —Dio unos golpecitos sobre el bloque con los nudillos de la mano derecha, luego se inclinó y olisqueó el hielo—. No creo siquiera que se trate de agua helada.

—¿Y qué es entonces? —preguntó Cindy.

Watch frunció el ceño.

—Despide un ligero olor a amoníaco. Pero no lo es. —Miró a Adam—. Deberíamos intentar derretir uno de estos bloques.

—¿Tú crees? —preguntó Adam.

—No, —dijeron Sally y Cindy al unísono. Las dos se miraron con una expresión de sorpresa dibujada en el rostro. Raramente estaban de acuerdo—. Tal vez en el interior haya algo que no nos guste.

—¿Como qué? —inquirió Adam.

Sally sacudió la cabeza.

—Ya conoces este pueblo. Podríamos encontrarnos con cualquier cosa, desde un vampiro hasta un ser del planeta Zeón. Tengo por norma no jugar con extraños artefactos que podrían acabar devorándome viva.

—Esa norma puede hacer que tu diario sea terriblemente aburrido —señaló Cindy.

—Nos estamos olvidando de algo, —apuntó Adam—. Hoy está helando y todavía es verano. Estos bloques están más que congelados.

¿Creéis que pueda haber alguna relación entre ambos fenómenos?

Watch asintió.

—Es una buena pregunta. Pero es evidente que estos bloques por sí solos no pueden haber hecho que bajen las temperaturas de todo el pueblo.

—No digo eso, —protestó Adam—. Lo que quiero decir es que estos bloques pueden haber llegado hoy hasta aquí porque hace frío.

—¿Quieres decir que quienquiera que los haya colocado aquí podría ser el causante de este frío polar? —preguntó Cindy.

—Exacto, —contestó Adam.

—Opino que debemos correr el riesgo, —intervino Watch—. Es necesario que derritamos uno de estos bloques. Tal vez en su interior no haya nada después de todo.

—Llevo mi mechero Bic, —dijo Sally a regañadientes.

Podemos buscar algunas ramas pequeñas y encender un fuego junto al bloque.

—Pero el fuego podría dañar lo que haya en el interior —protestó Cindy.

—Me importa un pimiento, —replicó Sally.

—Si tenemos cuidado con las llamas, —dijo Watch—, no le causaremos ningún daño.

Adam asintió.

—Estoy de acuerdo. Debemos echar un vistazo al interior de uno de los bloques. No podría dormir preguntándome qué contienen. Pero no olvidéis que, entonces, ya no habrá remedio, porque será casi imposible volver a congelarlo.

Sally asintió.

—Es como abrir la caja de Pandora. Tal vez no haya forma de volver a cerrar la caja.