7
Adam acabó en el globo en el que ya se encontraba Sally.
Cindy estaba en el otro, en compañía de Bum. Se elevaron del terrado y una ráfaga de viento del norte les alejó rápidamente del almacén de excedentes militares. Pero su fuga casi se vio frustrada por la presencia de dos de las criaturas heladas que habían conseguido alcanzar el terrado. Una de ellas saltó hacia el globo donde viajaban Adam y Sally y falló por muy poco. Sally se asomó por el borde de la barquilla y disparó con su lanzallamas.
—Eso le quitará las ganas de volver a intentarlo, —dijo, aunque había errado el tiro.
—Esos tipos se la están jugando al subir al terrado, —sentenció Adam.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Sally.
—Sólo observa, —le contestó Adam.
La apoteosis final llegó muy pronto. Los dos monstruos estaban tratando de bajar nuevamente al almacén, cuando un río de fuego les alcanzó de lleno, convirtiéndoles en antorchas líquidas. Las dos criaturas se tambalearon alrededor del terrado hasta caer por los lados. Luego se produjeron una serie de violentas explosiones y toda la parte trasera del almacén se desintegró a consecuencia de una primera explosión masiva. En el instante en que una de las criaturas intentaba escapar por la puerta principal, se produjo otra terrible explosión y el edificio quedó envuelto en llamas. El señor Patton tal vez no había conseguido vender demasiadas armas exóticas en su día, pero éstas habían hecho un buen servicio cuando fueron requeridas.
—Creo que te los has cargado a todos, —dijo Sally.
Adam sacudió la cabeza y se dejó caer en el suelo de la barquilla. Se frotó el tobillo derecho. La herida era superficial; la hemorragia había cesado. Sin embargo, no podía conseguir que la sangre continuara fluyendo por la zona lastimada.
—Sólo hemos acabado con ocho o nueve de ellos, —especificó—. Seguramente habrá docenas de esas criaturas vagando por ahí.
Sally vio el calcetín manchado de sangre y se arrodilló junto a su amigo.
—¿Estás herido? ¿Te duele?
—No. La criatura me hirió superficialmente con sus uñas. Pero…
—¿Pero qué? —preguntó Sally.
—No lo sé. Tengo el pie completamente entumecido. Apenas si puedo apoyarme en él.
Sally se apartó con una expresión preocupada en el rostro.
—Tal vez cuando ese monstruo te cogió por el tobillo te inyectó fluido criogénico en el sistema circulatorio.
Es posible que el fluido invada todo tu cuerpo hasta convertirte en uno de esos horribles monstruos de hielo. Muy pronto comenzarás a echar espuma por la boca y a sentir una terrible avidez de sangre humana.
—Gracias, Sally, —dijo Adam con voz queda—. Tienes una capacidad asombrosa para levantar el ánimo a alguien que esté en apuros. Supongo que ahora querrás cambiarle el lugar a Cindy en el otro globo.
—Bueno, —dijo Sally.
—Te juro que si no dejas de decir chorradas te arrojaré por la borda, —la amenazó Adam.
Sally se acercó y le pellizcó suavemente la carne de encima del tobillo.
—No te preocupes, no te abandonaré. ¿Puedes sentir esto?
—Sí. Un poco. Siento como si… —Adam se interrumpió.
—¿La sensación de entumecimiento subiera por tu pierna? —preguntó Sally.
Adam dudó un momento antes de responder.
—Sí.
Sally parecía consternada.
—Debemos llevarte a que te vea un médico.
—El único médico que podría ayudarme vivía en Mu. —Adam hizo una pausa y tragó con dificultad. Era necesario afrontar lo que le sucedía—. Tal vez tengan que amputarme la pantorrilla. Antes de que la infección se extienda por todo el cuerpo.
—En este pueblo no necesitas ir al médico para que te hagan eso. Sólo tienes que acercarte hasta el espigón y meter la pierna en el agua. Un tiburón se encargará rápidamente de dejarte sin pierna.
Adam bajó la cabeza.
—Muchas gracias. No te burlarías si se tratara de tu pierna.
Sally se inclinó y le abrazó con fuerza.
—Sabes muy bien que estoy muy preocupada por ti. Pero tal vez no sea tan grave como piensas. Y esa sensación de entumecimiento acabe desapareciendo.
—Eso espero, —dijo Adam.
—Eh, ¿qué está pasando allí? —gritó Cindy desde el otro globo, que volaba a la par, aunque a unos diez metros de distancia.
Sally se puso de pie para responder.
—Nada que te importe, —contestó.
—¿Dónde está Adam? —preguntó Bum.
Sally bajó la vista hacia él.
—Ahora está descansando. Ha tenido un día muy duro. —Y añadió—. Pero no os preocupéis. No se está convirtiendo en un monstruo.
Cindy y Bum se miraron.
—Adam, —llamó Cindy—. ¿Seguro que estás bien?
Adam hizo un esfuerzo y se puso de pie. —Sí. Me he torcido el tobillo. Eso es todo.
—No tiene ninguna infección extraña ni nada por el estilo, —añadió Sally.
—Quieres cerrar la boca, —susurró Adam.
—¿Qué? —preguntó Sally—. No he dicho nada.
—El día que no digas nada, el cielo se abrirá de par en par y los ángeles bajarán a la tierra.
—Eso ya ocurrió una vez en Fantasville, —le dijo Sally.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Cindy desde el otro globo.
Adam miró en la dirección del pueblo. El viento parecía llevarles nuevamente hacia Fantasville. No se veía ningún monstruo de hielo, pero Adam sabía muy bien que eso no significaba nada.
—Ahora mismo estamos a merced del viento, —gritó Adam a su vez—. De él dependerá el rumbo que sigamos. Pero si usamos el quemador podemos subir o bajar. Si volamos por encima de algunas de esas malditas criaturas, podríamos descender y frenarles disparándoles con nuestros lanzallamas.
—Pero pronto los habitantes del pueblo comenzarán a transformarse en criaturas heladas, —recalcó Bum con tono preocupado—. ¿Acaso les atacaremos a ellos también?
—Hay algunas personas a las que no me importaría derretir —confesó Sally.
—Eso ya lo decidiremos cuando llegue el momento, —dijo Adam.
Las corrientes de aire les condujeron hasta el cementerio y el castillo donde vivía Ann Templeton, la bruja de Fantasville. Incluso a aquella distancia pudieron percatarse que algo estaba sucediendo allá abajo. Cuando se acercaron más, distinguieron a una docena de monstruos helados que al parecer pretendían cercar el castillo de la bruja. Tal vez conocían los extraordinarios poderes que tenía Ann Templeton. La bruja había levantado el puente levadizo que permitía salvar el foso que rodeaba el castillo. A través de los árboles que se alzaban en torno a la imponente construcción, Adam vio que los peculiares servidores de la señorita Templeton montaban guardia en los muros y las ventanas de la fortaleza. Los monstruos de hielo trataban de colocar un enorme árbol caído a modo de puente para poder salvar el foso e invadir el castillo. Desde el otro globo se oyeron claramente las carcajadas de Bum al observar los esfuerzos de las criaturas de hielo.
Jamás conseguirán llegar hasta Ann Templeton, —dijo—. Apuesto todas mis pertenencias a que no lo lograrán.
—Sí, pero tú eres un vagabundo, —le recordó Sally—. No posees nada.
—Ahora fijaos bien, —ordenó Bum—. Les va a dar un buen susto.
Bum conocía muy bien a la bruja del pueblo. Cuando los monstruos de hielo acabaron de colocar el árbol sobre el foso y comenzaron a cruzarlo, una brillante lengua de fuego cayó sobre ellos desde la torre más alta del castillo. Se produjo una detonación seca, como el sonido del rayo anunciando el trueno siguiente. El árbol quedó envuelto en llamas y varias de las criaturas cayeron al agua.
—En ese foso hay cocodrilos, —aseguró Bum.
Y estaba en lo cierto. Las criaturas que habían caído al agua fueron atacadas por las voraces bestias. Sally dejó escapar una exclamación de júbilo.
—¡Están cayendo más deprisa de lo que pensábamos! —exclamó con una amplia sonrisa.
Pero su alegría duró poco. Un par de criaturas heladas desaparecieron bajo la superficie y volvieron a emerger a los pocos segundos. Cada una llevaba un cocodrilo entre las manos. Los cuatro contemplaron horrorizados cómo los dos monstruos partían a los enormes cocodrilos por la mitad con increíble facilidad.
—No puedo creer lo que estoy viendo, —se quejó Cindy.
Desde la torre surgió otro poderoso chorro de fuego. El fuego dio de lleno en el agua y produjo una explosión de vapor. Los monstruos de hielo comenzaron a trepar por las paredes del foso, alejándose del castillo. Habían sido obligados a marchar, pero ninguno de ellos había sido destruido por la magia de la bruja.
—Tal vez no hayan podido llegar hasta la bruja, —dijo Adam, expresando en voz alta lo que todos pensaban—. Pero Ann Templeton está atrapada en su castillo.
Bum estuvo de acuerdo.
—Creo que ésta será una batalla que tendremos que librar sin su ayuda. —Bum se interrumpió y miró hacia el cementerio, que ahora quedaba justo debajo de ellos. Señaló hacia una tumba situada en el extremo del camposanto. Luego habló con evidente excitación—. ¿No es Watch ése que está allí?