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El jefe de policía de Springville, —el nombre verdadero de Fantasville—, estaba solo en la comisaría cuando llegaron Adam y Cindy. No había ni una triste secretaria, no digamos ya otros policías. Únicamente estaba el jefe, sentado detrás de su gran escritorio de roble, leyendo un cómic y comiendo chocolatinas que cogía de una caja. A juzgar por su abultado vientre, daba la impresión de ser muy aficionado a esos dulces.
Llamaron a la puerta antes de entrar, pero, no obstante, lo sobresaltaron. El jefe de policía alzó la vista y dejó rápidamente el cómic a un lado. Se alisó la corbata azul, que presentaba numerosas manchas de chocolate y parpadeó detrás de sus gafas con montura dorada. No tendría más de cincuenta años, aunque tenía el pelo completamente blanco.
—Sí —dijo—. ¿Puedo hacer algo por vosotros, chicos?
—Pues sí —contestó Adam—. Esta mañana, nosotros y otros dos amigos íbamos dando un paseo por las colinas que rodean Fantas… Springville cuando encontramos unos grandes bloques de hielo. Derretimos uno de ellos y una especie de hombre helado salió del bloque y atrapó a nuestro amigo Watch. Luego lo arrastró hacia el bosque y desde entonces no hemos vuelto a saber de él. —Hizo una pausa—. Necesitamos su ayuda para rescatarle.
El jefe le miró durante un momento. Luego les ofreció chocolatinas.
—¿Queréis una chocolatina?
—No, gracias, no tenemos hambre, —dijo Cindy—. Estamos muy preocupados por nuestro amigo. ¿Podría ayudarnos?
El jefe de policía cogió otra chocolatina y se la metió en la boca. La masticó lentamente ya que ese acto parecía requerir toda su atención.
—No lo sé —dijo finalmente—. ¿En qué puedo ayudaros?
Adam estaba furioso.
—Se lo acabamos de explicar. Uno de esos monstruos helados ha secuestrado a nuestro amigo Watch. Queremos que la policía nos ayude a rescatarle.
El jefe se quitó las gafas y las limpió con un pañuelo.
—Hoy estoy yo solo aquí. ¿Realmente pretendéis que deje la comisaría desatendida?
Cindy hizo un gesto con el brazo abarcando toda la comisaría vacía.
—¿Dónde están los otros policías?
El jefe pareció confundido por la pregunta.
—Bueno, no lo sé a ciencia cierta. No puedo estar al tanto de todo lo que sucede. Hace algunos años, cuando comencé a trabajar aquí, contábamos con un buen grupo de agentes. Pero el número se ha ido reduciendo paulatinamente.
De hecho, hace meses que no veo a ningún agente de policía por aquí. —Hizo una pausa para pensar—. Creo que la última vez que vi a uno fue el año pasado.
—¿Y qué hace cuando se presenta una emergencia? —preguntó Cindy.
—¿Qué se supone que debo hacer? Yo ya tengo mis propios problemas. Me toca dirigir ésta comisaría sin ayuda de nadie. Si me marcho, ¿qué será de ella?
—Pero no puede ayudar a nadie si se queda sentado todo el día detrás de su escritorio, —dijo Cindy, molesta por las palabras del jefe de policía—. Sólo conseguirá ponerse obeso si se pasa el día comiendo chocolatinas.
El jefe se sintió ofendido.
—Cuida tu lengua, jovencita. Yo os ofrecí chocolatinas y no quisisteis coméroslas. ¿Por qué no habría de comérmelas yo? Si no lo hago, se pondrán viejas y rancias. No pretenderéis que las tire al cubo de la basura.
—No hemos venido aquí para hablar de chocolatinas, —dijo Adam, intentándolo otra vez, aunque empezaba a darse cuenta de que era inútil—. Sino de nuestro amigo desaparecido. Su vida puede estar en peligro. ¿Es que no puede hacer nada por ayudarle?
El jefe de policía se inclinó hacia delante y fijó en ellos sus pequeños ojos.
—¿Tiene un seguro de vida?
—¿Qué? —preguntó Adam—. No lo sé. ¿Pero eso qué tiene que ver?
El jefe sonrió condescendiente.
—Jovencito, si tiene un seguro de vida y le matan, su familia cobrará un buen pellizco. Y en estos tiempos difíciles, un ingreso extra no es algo que deba ser tomado a la ligera. En otras palabras, vosotros lo veis como una desgracia, pero podría tratarse de una bendición. Y yo le estaría causando a la familia de vuestro amigo un perjuicio si impidiese de algún modo que recibieran esa suma de dinero. De modo que tengo las manos atadas por mis responsabilidades en ésta comisaría y mi obligación moral para con la familia de ese joven.
—¿Cómo puede hablar de obligación moral? —replicó Cindy—. ¿Cuando no es más que un cobarde incapaz de mover un dedo para salvar a nuestro amigo?
La sonrisa se borró en el rostro del hombre.
—¿Me estás llamando cobarde? ¿Cómo te atreves, jovencita? ¿Acaso os he pedido alguna vez ayuda para encontrar a uno de mis amigos? Naturalmente que no. Yo me ocupo de mis asuntos. Y vosotros deberíais hacer lo mismo y dejar de importunar a la gente honrada que sólo quiere que la dejen en paz.
—Pero usted es un oficial de policía, —le recordó Cindy con amargura—. Su obligación es ayudar a la gente.
Aquellas palabras hicieron que el jefe se lo pensara un momento antes de responder. El tiempo necesario de coger otra chocolatina.
—Mi contrato no especificaba que tuviese que vérmelas con monstruos de hielo, —afirmó—. Y si así hubiese sido, mi abogado se habría encargado de eliminarlo de mi lista de cometidos. Además, no soporto el frío. Ésa es otra de las razones por la que no salgo a la calle en un día como hoy. Podría constiparme, ¿y entonces qué futuro le aguardaría a este pueblo?
—Probablemente no sería peor que el que ya le espera, —musitó Adam, y se volvió hacia la salida—. Vamos, Cindy. Sally tenía razón. Aquí estamos perdiendo el tiempo.
Pero Cindy se sentía demasiado frustrada para irse sin más de la oficina del jefe de policía. Se acercó al escritorio y, antes de que el jefe pudiera reaccionar, agarró la caja de chocolatinas y volcó todo el contenido en el suelo sucio de polvo. El jefe no podía creer lo que sus ojos veían, pero Cindy sonrió con dulzura.
—Nosotros debemos ocuparnos de una situación de emergencia —dijo—. Y ahora usted también. ¿Cómo se siente?
Adam la cogió de un brazo y la arrastró fuera de la comisaría antes de que fuera demasiado tarde. Temía que aquel hombre metiese a Cindy entre rejas.
—Creo que has estado demasiado tiempo con Sally, —le dijo Adam.